martes, 13 de febrero de 2024

Martes de la Sexta Semana del Tiempo Ordinario


 

Stg 1, 12-18

La bienaventuranza es una de las categorías centrales de nuestra fe. No se espera que el católico sea un “tristón”, un “cara-lánguida”, “un deprimido”; lo que se quiere es que nuestra fe nos guie por un camino de alegría, de optimismo, de empoderamiento vital: no somos una caterva de abatidos. La bienaventuranza está ligada a la dicha, a la felicidad: si andamos en los caminos de la fe, podemos detentar una visión de vida optimista. La perícopa de hoy empieza así, con la palabra Μακάριος [Makarios] “bienaventurado”, “dichoso”, “venturoso”, “el que puede disfrutar de los beneficios divinos” , y nos indica cómo se alcanza esta buenaventura: resistiendo la prueba.

 

La Carta de Santiago nos trae una conceptualización de la bienaventuranza: es “corona de la vida”. No es un paroxismo, con gritería y carcajadas desternilladas. Es Paz, es bienestar, es serenidad feliz.

 

Nos trae, también, una aclaración muy oportuna. Hay muchas personas que creen que Dios experimenta con nosotros, y nos atraviesa en la ruta de la existencia las “tentaciones”. La carta nos aclara que esto no es así. Dice: “Él no tienta a nadie”. A veces tratamos de echarle la culpa a Dios, pero disimuladamente”, entonces decimos que “no tienta pero que permite la tentación”. Nosotros queremos decir que no la permite tampoco, ¡somos nosotros los que la permitimos, porque la tentación nace del “deseo”, y el deseo no lo pone Dios, el “deseo”, cuando mucho es la porción de “levadura inadecuada” con la que nosotros mismos, -que nos creemos muy hábiles cocineros- condimentamos la vida. ¿Cómo hacemos para meter contra Voluntad Divina ese fatal aliño? Lo hacemos a espaldas de Dios, aprovechamos la libertad con la que Él nos hizo, para no tener “hijos esclavos”. El “deseo”, se nos dice en la Carta, al madurar, genera muerte.

 

Nada negativo nos viene de Dios, del Cielo sólo recibimos regalos. Lo que de allá nos llega son δώρημα τέλειον [dorema teleión] “dones perfectos”. Porque Él no nos engendró con Voluntad de corruptibilidad, sino con λόγῳ ἀληθείας [logo aletheias] “Palabra de Verdad” para que fuéramos embrión del sacrificado (recordemos que las primicias estaban consagradas para el Altar del Señor).

 

Sal 94(93), 12-13a. 14-15. 18-19

Este Salmo es un Salmo de exhortación profética contra la impiedad. Los portadores de la impiedad pueden ser múltiples, hemos visto en nuestro andar con las Escrituras que pueden estar aquí mismo, que pueden ser nuestro más próximos, nuestros “compañeros de fe”, nuestros amigos cercanos, o, incluso nuestros parientes.

 

El Salmo nos va señalando la asistencia y cuidado de Dios que vela Misericordioso sobre nosotros, sonando una alarma cada vez que parecemos estar a punto de desbarrancarnos. Es un Dios que tutela, es un Buen Pastor.

 

El salmo pone un toque de realismo señalando que más tarde o más temprano habrá mortificación o zozobra.  Nadie atraviesa un desierto siendo llevado entre palmas. Siempre habrá que sudar alguna gota gorda.

 

Pero -así sea ruda la travesía- nuestra actitud ante el Señor debe ser la del alumno bien dispuesto, con sed de saber y con comportamiento proclive al aprendizaje. Cuanto mejor sea nuestra actitud, más pronto y mejor aprenderemos.

Aprendamos ordenadamente todas las lecciones. Juntemos cada enseñanza en el todo, buscando cuál es su lugar. Dónde debe ir cada retazo de tanta “Sabiduría”, teniendo eso sí, cada sabiduría organizada con el conjunto, y debidamente conectada al Maestro. ¡Qué alto honor que nuestro Maestro sea el Señor! Que sea Dios mismo quien nos instruye. Después del tiempo del rigor, más pronto llegaran las horas de la dulzura. El Señor no nos abandonará. Está escrito: Su fidelidad dura por siempre. Su heredad no probara los sabores de la orfandad. Seguiremos siendo sus aprendices si aceptamos con sed sincera cuánto y cómo lo necesitamos y nos urge.

 

La justicia se aplicará a nuestro juicio en su Tribunal y el fallo será a nuestro favor. Cuando uno ve que se va a caer, entonces se sorprende al descubrir que la Mano Misericordia está allí, pronta y cercana. Cuanto más parecen abrumarnos los desasosiegos, más pronto encontramos que de Él viene la Redención copiosa.

 

Mc 8, 14-21



En esta perícopa hay una pregunta esencial que nos hace Jesús, esa pregunta nos lleva a la clave de la comprensión; únicamente cuando los episodios de nuestra experiencia de Jesús se hilvanan en una “recordación sistemática” es cuando logramos “entender”. Lo que Jesús nos pregunta es μνημονεύετε [mnemoneuete] “se acuerdan”. Si no nos acordamos no acabaremos de comprender nunca.

 

Sí la nuestra es una religión “histórica” y no cosmológica, eso significa que nuestra fe tiene un cimiento en la זִכְרוֹן [zikaroun] “recordación”, “memorial”, “recordatorio”, “recuerdo”, “algo memorable”. Pero no se trata simplemente de saber “datos históricos”, fechas, nombres de personajes. Se trata más bien de recomponer los hechos y colocarlos en una perspectiva que permita que cobren sentido, en una proporcionalidad que las llene de significado.

 

No se trata de saberse las parábolas, las profecías, los milagros, y de poder identificar los personajes, sino de saber articularlo todo, para reconocer que ese todo es el mensaje del cristianismo. El todo es mucho más que la adición de las partes, es poder distinguir lo que es fundamental, de lo que es secundario, cómo los valores cristianos entran en porcentajes diferentes y cuál es su jerarquía. ¿Qué es lo más importante de todo para Jesús? y luego, ¿qué va después? Teniendo muy presente que todos estos “recuerdos” conforman un organismo y no son una simple miscelánea. Es como tener una serie de fotografías que sí sabemos sistematizarlas, entonces -y sólo entonces- podremos contar la historia que está allí, contenida.

 

Tomemos por caso la perícopa de hoy: Nos pide una cierta disponibilidad para ver y también para entender; pero a la vez nos exige estar alertas contra “la levadura de los fariseos”. Porque la levadura de los fariseos es lo que da el toque de perversidad. Algo, totalmente santo, puede caer directo en el territorio del “pecado” con sólo añadirle la impertinente dosis de esa levadura.

 

La levadura, como lo sabe cualquier persona que haya horneado pan, es un componente esencial. Basta que se nos vaya un poco la mano en su cantidad, para que el pan sea un fracaso. La levadura de los fariseos es su “doctrina”. (Aunque en la lectura y perspectiva que le da San Lucas, podríamos identificarla con la hipocresía).

 

No podemos abstenernos del apunte sobre “la levadura de Herodes”, la “levadura herodiana” es una levadura asesina, Herodes es un infanticida, pero también es el asesino de Juan el Bautista y en ese sentido es también un profeticida. La levadura herodiana nos pondrá tintas en sangre las manos.

 

A la levadura, relacionada con el pan, y estamos en la sección de los panes, se conecta la experiencia de este “milagro”, con la experiencia de la enorme cantidad de “sobras” que quedaron en cada “multiplicación”. Esas sobras aluden a los que todavía llegarán, porque seremos más numerosos que las arenas de las playas y que las estrellas del mar. Si uno no relaciona que todavía hay un gigantesco remanente, la primera vez, para los paganos que llegarían, y la segunda vez, para los que seguiremos llegando, uno se quedará acorralado, pensando en el enorme problema de no haber traído más que una hogaza de pan, y tener escasamente uno, ignorando que ese “Uno” es el que está en el génesis de todo Pan y que Él podrá multiplicar ese único en el múltiple, porque es el nacido en Belén la “casa del pan”.

 

¿Cuál es el “condimento” o la “levadura” correcta que hay que meter al amasar la inteligencia para potenciar su comprensión? El Amor. Amor en todo y en cada una de nuestras acciones. Cuando se le da este toque al amasijo, uno se hace capaz de discernir que Dios está presente en todo y se penetra el valor sacramental de la realidad. Dios se puede hacer Presente en toda realidad. Siempre va con nosotros cruzando el éxodo que significa atravesar el desierto (la vida resumida con la metáfora del desierto). Y esa prueba no nos la impuso ni la “permitió” Él, nosotros, que estábamos en el Paraíso, nos hicimos expulsar de él. Los sinsabores los hemos adquirido engañados por el Malo que truqueó nuestros deseos. ¡Que es un mentiroso profesional y contumaz!

 

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