miércoles, 7 de febrero de 2024

Miércoles de la Quinta Semana del tiempo Ordinario

 



1R 10, 1-10

No se puede leer la historia de salvación como quien lee un libro de cuentos sueltos, que no tienen una interconexión o alguna clase de continuidad. En la Biblia tenemos una serie de relatos que están hilados porque Dios quiso ponerlos allí, porque son piezas para acercarnos al “Plan de Dios”. Dios es el Señor de la Historia, y nosotros podemos acercarnos a Él por medio de esta historia, a condición de evitar verlos como un simple reguero de retazos, más bien debemos entenderlos como piezas de un rompecabezas que se nos ha entregado para que nosotros reconstruyamos la imagen.

 

Cuando leíamos el Libro de Samuel, y nos encontramos al pueblo que por medio de sus líderes tribales demandaban tener un rey, Samuel les advirtió lo que les sucedería si ellos porfiaban en esa idea. Y como se empecinaron, pues, les sucedió todo cuanto el profeta Samuel les había predicho: Salomón fue cumplimiento de todas esas calamidades anunciadas.

 

¿Qué tiene de malo nombrar un rey? Lo malo está en poner a un hombre por encima de Dios. Ellos tenían el Gobierno y la Providencia divina a su favor, pero -ilusionados con lo que tenían y hacían otros pueblos- aceptaron, de buen grado, volver a la esclavitud de la que Dios los había sacado el librarlos de Faraón y de los trabajos forzados. ¿Qué dijo Dios? “Dale gusto a este pueblo, porque con esto no es a ti a quien rechazan, sino a mí, porque no quieren que sea Yo, Dios, quien rija su destino” (1S 8, 7).

 

Recordemos que Dios actuó porque se compadeció de su pueblo: “estoy viendo como sufre mi pueblo y escucho sus quejidos cuando lo maltratan sus opresores: conozco todos sus sufrimientos” (Ex 3,7). Yavé, como lo deja ver Salomón, no es el mismo Dios que atendió los gemidos del pueblo oprimido en Egipto.

 

Salomón no intenta seguir la Voz del Señor, por el contrario, trata de que Dios se acomode a sus propios planes. Viene a cobrarle a Dios las promesas que le hizo a su papá (1R 8,26) esa es la esencia de su oración: “Cumple las palabras que le dijiste a David mi padre”.

 

En estos días supimos que Dios le había regalado la “prudencia a Salomón”; en cambio, hoy la reina de Saba dice que Dios lo puso al frente del gobierno porque tenía esa “sabiduría”, que fue por eso por lo que lo eligió. Totalmente, al contrario.

 

La reina vino a conocer a Salomón por la fama que había llegado a sus oídos, y ella fue a verlo “en honor del Nombre del Señor”. De resto, en todo el relato sobre la reina de Saba, no hay ninguna otra mención de Dios, todo allí gira en torno a la riqueza, los banquetes, las mujeres, los regalos que le hicieron, el poderío, la sabiduría de Salomón. Cómo se dijo: Dios quedó encarcelado en el Templo y aquí el arrogante y muy prepotente protagonista es el rey.

 

No faltaran los que se molesten por poner los elementos juntos en un mismo cuadro, pero no añadimos nada que no haya relatado Dios en la Escritura. (Quisiéramos, eso sí, reconocer que el Corán también nos regala una imagen de la relación entre Salomón y la reina de Saba).

 

Sal 37(36), 5-6. 30-31. 39-40

Salmo de Alianza. Este salmo es muy interesante desde el punto de vista teológico, muestra con esquematismo que a los impíos les espera un desenlace triste, desconsolador, en cambio, al que guarda conformidad con la Ley de Dios en su proceder, ese será premiado.

 

El salmista es consciente que no se trata de una maquina tragamonedas que tiene con su sistema dispensador un algoritmo de inmediatez y da -sin dilación alguna- la gaseosa, la galleta o la chocolatina pedida. Nos hace reflexionar sobre la urgencia de la paciencia con la que nos tenemos que revestir mientras llega la hora de la “retribución”. Esa demora da oportunidad al desarrollo y la maduración de la fe.

 

Nos previene de no andarnos con envidias hacia le prosperidad del malvado, porque más pronto que tarde cosechara su verdadero merecido.

 

Nos convida a practicar la lealtad, a dejar que el Señor sea nuestra brújula, a no imitar a los que buscan ventajas con intrigas, a confiar a saber estar serenos en los Brazos de Dios, sin desesperar, sin llenarnos de ansiedades.

 

El Señor se encargará de implementar la Justica -no la menguada y paupérrima que nosotros soñamos- sino la plenitud, que no esquilma a otros para llenar tu saco, y que no acaricia venganzas, sino que su justicia pregona el perdón.

 

La claridad de la Justicia divina es como la Luz matutina y como el apogeo del mediodía en el que actúa todo el Derecho. El derecho del que habla Dios siempre será Rectitud. Eso podemos encontrarlo entre líneas sí leemos con corazón cristiano el Salmo.

 

Hemos venido hablando de la “sabiduría” salomónica, hablemos -en el co-texto de la Alianza- de la Sabiduría que Dios entrega al justo, su boca se llena de la Ley de Dios, y entonces al hablar, sus labios se llenaran de una música y sus pasos llevan la firmeza de los Ecuánimes.

 

La Sabiduría del Equitativo no es como las propagandas de los asesores de imagen. No se trata de elevar al podio a un “candidato”, no de sostener un reino con la publicidad adecuada. Se trata de reconocer la deuda que tenemos con el Señor y hablar siempre con Palabras de Verdad y Amor.

 

Cuando hay peligros Dios es nuestro Bastión, nuestra Muralla. Ante los riesgos insalvables está la garantía protectora porque es el Señor quien nos protege. Aun en el momento oscuro, Dios nos reviste de מָעוֹז [maoz] “Fortaleza”.

 

Los labios del צַדִּיק [tsadik] “Justo” nunca olvidan que su Sabiduría es Don de Dios. Esa es real Sabiduría, la que reconoce que sólo la Luz de Dios es Luz Verdadera, las otras ciencias son fatuas pretensiones.

 

Mc 7, 14-23



No lavarse las manos, no tomar precauciones asépticas nos puede enfermar, puede llenarnos el estómago de “bichos”; pero no puede enfermarnos la pureza que da la Santidad, la Rectitud de la que hablábamos en el Salmo. La pureza que nos permite estar cercanos al Amor de Dios y sentirnos de su familia, no se afecta por no cumplir “ritos” cultuales.

 

(No se vaya a malinterpretar que la liturgia no es válida, y que uno puede en el curso de las acciones cultuales hacer lo que quiera y cuando quiera, ya que Dios nos enseñó ciertas acciones que la iglesia ha conservado y que son signo de amor, como lo puede ser un regalo, un ramo de rosas una palabra galante en el lenguaje humano; hay un lenguaje divino-cultual con el que afinamos nuestra relaciones orantes con el Señor) Si leemos el Éxodo y también el Apocalipsis (y en algunas otras páginas de la Sagrada Escritura), nos encontramos señales muy específicas del tipo de culto que a Dios place, y que no tenemos que inventárnoslo. La Iglesia lo ha conservado y lo ha atesorado allí donde el Señor lo comunicó a sus hagiógrafos)

 

La Iglesia en su guardia celosa de las enseñanzas de Dios a los hombres ha atesorado también elementos comunicados en las tradiciones cultuales que tanto los apóstoles como los Padres de la Iglesia conservaron como lenguaje grato al Señor.

 

Entonces, ¿contra qué es que nos está previniendo Jesús? Lo que Él señala como riesgoso es lo que sale de nuestro interior y se derrama del corazón como una toxina. Eso es lo que nos enferma el alma.

 

Sobre todo, en los principios del cristianismo, cuando los antiguos paganos empezaron a acercarse al cristianismo y a convertirse, fue preciso -y urgente- dilucidar cuál era la esencia de nuestra fe, así como fijar cuales eran las características de nuestro culto. No se trataba de sobrecargar a la gente de preceptos y ahogar por medio del atafago la fe naciente.

 

Es preciso aprender a discernir lo que realmente nos hace impuros. Bueno, pues contestemos brevemente, aunque con peligroso esquematismo, ¿qué nos impurifica? ¡Todo aquello que daña a mi hermano, a mi prójimo! Todo aquello que es un irrespeto a Dios y a las cosas que Él nos enseña y nos muestra como Sagradas.  Todo aquello que nos daña a nosotros mismos, a esa amada y perfecta imagen divina que depositó en nosotros. Todo aquello que nos aleja de su Amor y desvirtúa la maravillosa semilla que Él mismo nos ha inculcado. Todo gesto poco sinodal y que pueda dañar u ofender a la persona.

 

Jesús no se limita a darnos un esquema, nos da unos ejemplos que son tan ilustrativos que nos permiten juzgar correctamente otros miles de análogos que no se dicen aquí. Veamos los que se nos presentan y procuremos asimilarlos por lo que son valiosamente ilustrativos.

 

Homicidio, robo, adulterio, inmoralidad sexual, el libertinaje, todo desenfreno, la calumnia, la difamación, el fraude, la mentira, la soberbia y todo tipo de pensamiento perverso. Estos son los contravalores del Reino. Evitar todo esto nos permite fortalecernos en los valores cristianos. Evadir la impureza, construir la santidad. La santidad es todo lo contrario. Es vivir siempre y actuar a toda hora haciendo el bien a los demás, abriéndoles la puerta para desarrollarse en plenitud para llegar a ser todo y tal como Dios quiere.

 

Cuando vayamos a examinar la aplicabilidad de esta perícopa a la vida, y en particular a la vida actual, recordemos que nos sólo remite a “externalidades” como el lado de manos, sino también a ritualidades muy cotidianas -sólo por dar algún ejemplo nombremos los prendedores, escudos, adornos de solapa, cadenas y otros objetos religiosos que a veces se proponen manifestar “religiosidad” cuando el corazón está totalmente vacío de fe o despreciamos al hermano que no los porta.  

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