domingo, 18 de febrero de 2024

SERVIR Y DEJARNOS AMAR

 


Gn 9, 8-15; Sal 24, 4bc-5ab. 6-7bc. 8-9; 1Pe 3, 18-22; Mc 1, 12-15

 

 

Reconciliarme con la Creación, con la humanidad y con la naturaleza y por tanto vivir en coherencia con mis Hermanas y Hermanos sufrientes, dolientes. Vivir en armonía ecológica con la naturaleza, desde el compartir, más que desde el consumir, desde el trabajo por una realidad sostenible y solidaria…

José Luis Graus.

 

… pululan por todas partes pequeños diosecillos que convierten de hecho la sociedad en politeísta. Donde no está Dios surgen inmediatamente los ídolos. La sociedad que rechaza a Dios, dobla su rodilla ante las personas, las cosas, las conveniencias, el dinero.

Gustavo Gutiérrez

 

La Primera Lectura nos pone en contacto con el tema de la Alianza. La Alianza es el nombre de la relación que se establece entre reyes, entre pueblos, y también, nos sirve de nombre para la relación que se establece entre cónyuges. A nosotros nos asombra que se hable de una Alianza eterna porque detestamos –por pereza moral- el compromiso. Nuestra cultura nos ha impuesto la fascinación por lo pasajero, por lo provisional. Más, si hacemos una lectura crítica de nuestra realidad, salta con emergencia el urgente afán de establecer lo duradero, lo que no se quiebra, lo que se sobrepone a las dificultades y las remonta y va más allá. En el sustrato de esta temática encontramos la bina obediencia-fidelidad. Así como la Santa Cruz (signo por excelencia de nuestra fe) tiene dos piezas, la vertical y la horizontal, así también la Alianza posee la misma bidimensionalidad: En su verticalidad- la ligazón entre Dios y el hombre y –en su horizontalidad- la fraternidad como eje vital, como exigencia moral, como praxis de la fe que no puede resolverse en simple intimismo y vivencia recóndita.; pero tampoco en hedonismo momentáneo, mucho menos en fugacidad instantánea. Nuestros propios sentidos son impotentes para afrontar y captar la instantaneidad; para llegar al fondo necesitamos degustar pausadamente, ir conociendo al otro, ir reconociendo y detectando las diferencias, ir demoliendo las barreras que nos separan. La Alianza es –sobremanera- procesualidad. Inclusive, para asimilar lo que veremos más allá de este peregrinar por la vida natural, se requerirá una Vida Eterna, para contemplar y adorar Su Divina Majestad.

 


Esta Alianza no se limita a una convivencia fraterna entre los humanos, como muy explícitamente lo dice la perícopa, se extiende a “los animales que los acompañaron, aves ganados y fieras… Alianza perpetua que yo establezco con ustedes y con todo ser viviente que esté con ustedes”. Es el correlato bíblico que llevó a San Francisco a hablar de todas las criaturas como sus hermanos –como lo dice Rubén Darío en su poema- “los hermanos hombres, los hermanos bueyes, hermanas estrellas y hermanos gusanos”.


 

San Pedro en la Segunda Lectura se refiere a esta vía de la Alianza que es el Sacramento del Bautismo –cabe anotar que este Sacramento guarda estrechísima relación con las Tentaciones; y su relato en el Evangelio según San Marcos, está colocado inmediatamente antes. En este Primer Domingo de Cuaresma, leemos una definición maravillosa, en la que muchas veces no hemos ni reparado ni penetrado, allí se nos dice que: “…no es una purificación de una mancha física, sino petición a Dios de una buena conciencia, por la Resurrección de Jesucristo, el cual fue al Cielo, está sentado a la derecha de Dios y tiene a su disposición Ángeles, Potestades y Poderes”. (1P 3, 22) Donde se refiere a este puente que Jesús ha tendido, salvando el enorme hiato de nuestra culpa. Nosotros, por la Caída, no hemos perdido la semejanza con Dios -con la que fuimos creados- hemos fallado en nuestra parte de la Alianza, pero Dios no la quebranta, sino que Él mismo la enmienda proporcionándonos un Redentor, y lavando la falta con su Preciosísima Sangre.


 

En la perícopa del Evangelio encontramos junto con las criaturas terrenas las criaturas espirituales: el Tentador y los ángeles. He oído que la divisa inscripta en el blasón del Maligno reza: “No serviré”. ¡Los ángeles, en cambio, “le servían”!

 


En el Salmo recordamos que “El Señor es recto y bondadoso, indica a los pecadores el sendero, guía por la senda recta a los humildes y descubre a los pobres sus caminos”. Aquí, en la liturgia de este I Domingo de Cuaresma, el Señor nos muestra el camino para ejercitar la hermandad, para poder aplicar la armonía entre todos los seres vivientes: El servicio. Esa es la actividad en la que nos dan ejemplo las criaturas angélicas, servir al Señor, serle fiel y obedientes: “El lobo morará con el cordero, y el leopardo se echará con el cabrito; el becerro, el leoncillo y el animal doméstico andarán juntos, y un niño los conducirá. La vaca y la osa pacerán, sus crías se echarán juntas, y el león, como el buey, comerá paja. El niño de pecho jugará junto a la cueva de la cobra, y el niño destetado extenderá su mano en la hura de la víbora.” (Is 11, 6-8)

 


El Evangelio de San Marcos (después de hacer mención del Precursor) empieza revelando la identidad de Jesús en su bautismo en el Jordán, cuando se oye la Voz que lo identifica como Hijo, el Predilecto. Inmediatamente, a instancias del Espíritu, va al desierto, y vive su prueba. Pero esta prueba es más que eso, es el resumen del programa de Jesús para construir el Reino. Se trata de llevar a Galilea –valga decir, a todos los pueblos, no en exclusividad a los judíos- el anuncio del Reinado de Dios, que es la consigna kerigmática que se nos propuso con la imposición de la ceniza: μετανοεῖτε καὶ πιστεύετε ἐν τῷ εὐαγγελίῳ arrepiéntanse y crean en el Evangelio.”

 


Muchas armonías hemos conquistado, pero el egoísmo-codicia ha impedido que el proceso de construcción del Reinado de Dios avance de manera más expedita. La conversión, que consiste en arrepentimiento  y fe (creer) es la precondición, después podremos avanzar firmemente en la praxis del servicio con caridad, desinteresadamente y con ese sentido oblativo que nos enseñó Jesús: “No hay amor más grande que dar la vida por los amigos”.

 


Jesús está allí –en representación de la humanidad- tendiendo un puente entre los animales feroces y la propuesta celestial del servicio. Él pacifica la relación deshecha  por la falta adámica y reconstituye la situación edénica  עדן (de delicia), que es el sueño que perseguimos: recobrar el Paraíso Perdido. Ningún esfuerzo es demasiado para levantarnos de la Caída.

 


«Las tentaciones son las diferentes crisis, en las que nos debatimos: la desesperación y la desconfianza, las seducciones y los atractivos, que pueden llevar a una pérdida de la fe, de la esperanza y del amor. Pero crisis también es una situación de decisión. Por consiguiente, puede llevar también a tomar mayor conciencia, libertad y responsabilidad: a purificar y a dilatar nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor».[1] El hombre deja a su paso, como secuela de su “progreso” y de sus “industrias”, desiertos. Llega ofreciendo placidos entornos, pero allí donde holla su pie, el pecado parece ser un letal herbicida, va marchitando, va secando. El veneno de sus pisadas no está en él, sino en las cosechas que recoge, que le parecen atractivas, y las toma, y se las lleva. Así va generando peladura, desolados, desguarnecidos.

 

Jesús no va a continuar esta tendencia, va a mirar cómo sanar, cómo cuidar. La tentación se le ofrece, cercene usted también, construya torres, acapare, explote. Sin embargo, el no ve con los ojos del ambicioso, ve cómo del peladero sacara una nueva flora. También es tentación, el querer abandonar, el ser pastor dormido, descuidado, pasivo.


 

¿Cuál es la amenaza que se cierne en la tentación? ¡Vivir de espaldas al Dios que nos ama! ¡Arrogarnos con prepotencia la autosuficiencia para salvarnos! ¡Imaginar que las fieras se pacificaran sin el concurso de lo espiritual! –en fin- ¡pensar que Dios sobra! En cambio, Jesús, ¿qué es lo que anuncia? No su propio reinado, sino el Reinado de Dios. Observamos con fascinación que ese es el eje de su existencia. La tentación pretendía doblegar su humildad, pero Él sólo vive para la causa de su Padre, Él vive para Servir. «Desde afuera, la vida de Jesús parecería haber sido como un barco siguiendo su curso en medio de la corriente. La realidad interior, insinuada por este relato, fue más enérgica: una batalla constante para mantener estable el timón contra corrientes opuestas, con mucha vigilancia y grandes afanes para evitar encallar… La tentación durante toda la vida de Jesús fue permitir que la misión del Padre se volviera inactiva, no hacer nada, ahorrarse a sí mismo la dificultad, asumir la vida sin problemas. ¡Qué pecado por omisión habría sido!»[2]


 

En su Mensaje para la Cuaresma 2024, dice Papa Francisco: «Esto implica una lucha, que el libro del Éxodo y las tentaciones de Jesús en el desierto nos narran claramente. A la voz de Dios, que dice: «Tú eres mi Hijo muy querido» (Mc 1,11) y «no tendrás otros dioses delante de mí» (Ex 20,3), se oponen de hecho las mentiras del enemigo. Más temibles que el Faraón son los ídolos; podríamos considerarlos como su voz en nosotros. El sentirse omnipotentes, reconocidos por todos, tomar ventaja sobre los demás: todo ser humano siente en su interior la seducción de esta mentira. Es un camino trillado. Por eso, podemos apegarnos al dinero, a ciertos proyectos, ideas, objetivos, a nuestra posición, a una tradición e incluso a algunas personas. Esas cosas en lugar de impulsarnos, nos paralizarán. En lugar de unirnos, nos enfrentarán. Existe, sin embargo, una nueva humanidad, la de los pequeños y humildes que no han sucumbido al encanto de la mentira. Mientras que los ídolos vuelven mudos, ciegos, sordos, inmóviles a quienes les sirven (cf. Sal 115,8), los pobres de espíritu están inmediatamente abiertos y bien dispuestos; son una fuerza silenciosa del bien que sana y sostiene el mundo».

 


El servicio es el antídoto, por la línea del servicio fluye la amistad, la simpatía, la comprensión, la fraternidad. «Nadie debe poner el pretexto, al caer, que la tentación fue más fuerte que él, ya que, desde Cristo en adelante, quienes se dejan guiar por el Espíritu salen siempre victoriosos.»[3] “Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas: haz que camine con lealtad; enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador”. Si no captamos este Milagro Redentor, entonces, no habremos comprendido la Grandeza del Amor de Dios que desde el Principio estaba decidido a perdonar. Por esa desconfianza, precisamente, es que nos cuesta tanto dejarnos Amar. Pero precisamente por la clara y vigilante consciencia de Jesús, en el infinito Amor del Padre, es que Él pudo y nos Salvó. ¡Gloria a Dios!



[1] Beck, T. Benedetti, U. Brambillesca, G. Clerici, F. Fausti, S. UNA COMUNIDAD LEE EL EVENGELIO DE MARCOS. Ed. San Pablo. Bogotá Colombia. 2009. p.37

[2] Casey, Michael. PLENAMENTE HUMANO PLENAMENTE DIVINO. UNA CRISTOLOGÍA INTERACTIVA. Ed. San Pablo. Bogotá Colombia 2007. P. 61

[3] Álvarez Valdés, Ariel. ¿QUÉ SABEMOS DE LA BIBLIA? Ed. Centro Carismático “Minuto de Dios” Bogotá Colombia. p. 116

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