viernes, 9 de febrero de 2024

Viernes de la Quinta Semana del Tiempo Ordinario



1R 11, 29-32; 12, 19.

Retomemos un detalle que ya habíamos enunciado al avanzar de este cursillo bíblico en torno el Primer Libro de los Reyes: Hicimos notar que Salomón apartó a Dios de su vida de una manera rotunda. Así que no tuvo la consejería de algún profeta. El profeta es, como un poderoso amplificador de la voz de la consciencia, porque Dios habla sotto voce, y, nosotros -ponemos eso como pretexto para decir: “No, no me ha hablado en absoluto”-.

 

He aquí pues, que nos envía su intermediario, que nos habla con voz humana y nos ayuda a re-direccionar y corregir nuestro derrotero. A Saúl le hablo Samuel, a David le hablo Gad y Natán, a Jeroboam le hablo Ajías de Silo. A Salomón, nadie. ¡Él prefería que no molestaran ni estorbaran su politeísmo! Y no era que él fuera politeísta por principios, lo fue porque cayó rotundamente en la idolatría del poder en el preciso momento en que puso por encima su monopolio, su riqueza, sus caballos y barcos y esposas y relegó a Dios al Templo. (En una jaula de oro, pendiente de un balcón).

 

Lo primero que esto nos lleva a reflexionar es que no basta con recibir la Sabiduría -que viene de Dios- y, si nos permiten, vamos a recurrir a una comparación, con un teléfono móvil, buenísimo, el mejor que quepa imaginar, uno tan altamente tecnológico, que todavía no se ha inventado. La característica más sobresaliente de este ultra-teléfono es que tiene línea directa con el Cielo y marcación automática.

 

Pese a lo cual, como todos los teléfonos, requiere ser “conectado” a la “Fuente de Poder”, sólo funcionará mientras esté cargada su batería. ¿Qué pasa si a Salomón le regalaron uno de estos -simplemente se lo ganó en un sorteo que hubo en Gabaón-, pero no lo volvió a poner a cargar jamás? La apoteósica “sabiduría” con la que hemos venido adornando la memoria del cuarto hijo de David y Betsabé, quedó ahí, en un cajón de la mesita de noche, “descargado”. Y esto es porque Salomón se “cerró” al Señor.

 

“La tarea principal de la autoridad consiste en saber oír. Autoridad justa -nos dice Euclides Martins Balancin- que tiene la aprobación de Dios, es la que actúa siempre a partir de las legítimas aspiraciones y reivindicaciones del pueblo”. Alguien que no oye se ha cerrado a la comunicación, está bloqueado, tapiado, prisionero.

 

Repasemos, ahora, los elementos que dan inicio al “sabio reinado” de Salomón: Tan pronto subió al trono lo primero fue eliminar los aspirantes más poderosos que podían oponérsele, mando matar a Adonías (1R 2, 12-25) y el general Joab (1R 2, 28-35) y, a Abiatar, el sacerdote de Jerusalén lo expatrió a Anatot (1R 2, 26-27). Y a los partidarios de la descendencia de Saúl, los eliminó (1R 2, 36-46).

 

Que va a quedar del reino después de esta siembra contumaz de vientos, un reino der tempestades, desmantelado como un manto desflecado a golpe de espada en 12 jirones que simbolizan cómo se repartirá el reino, Ajías de Silo (como dijimos ayer, el patrocinador de Jeroboam), remplaza la Unción por la entrega de doce tiras a Jeroboam, y reservándose dos tiras para el legítimo sucesor de Salomón que recibirá tan solo esta piltrafa.

 

Leer de otra manera la historia de Salomón para presentarlo como un coloso de la sabiduría es conformarnos con una lectura sesgada, que barre debajo de la alfombra lo que quiere tapar; y, esa, es una mirada cómplice de alguna ideología. No la verdad que Dios ha revelado en la Escritura.

 

El que está cerrado tiene que luchar para ver cómo se quita el tapón y descorcha sus sentidos. Una vez logremos descorcharnos, habrá que poner a cargar el teléfono y bregar a restablecer la comunicación con el Señor. Pidamos al Cielo para que no despilfarremos las Gracias que nos da y mantengamos la línea abierta y operante.

 

Sal 81(80), 10-11ab. 12-13. 14-15

En las raíces de muchos fracasos de comunicación está una actitud de fondo que penetra la relación humana… un querer poseer, dominar, disfrutar identificar consigo mismo. Todas ellas burdas caricaturas de la verdadera comunicación.

Carlo María Martini

 

Este también es un Salmo de la Alianza, porque hemos venido viendo la situación gravísima que lleva a estropear la Alianza hasta echarla a perder. No porque Dios sea infiel a su palabra, sino porque Él no puede quebrantar el don más excelso que nos ha dado: nuestra libertad. Y esto es así porque Él no quiere tener esclavos o títeres que lo adoren, quienes quieran enlazar con su Amor, tienen que tener un amor compatible con el Amor de Dios.

 

El tema del gobernante es que -nos guste o no- él se vuelve paradigma para su pueblo. Si lo ven a él picándose la nariz, no se extrañen que la moda vaya cundiendo (al que más se le dio, más se le exigirá). Por ahí hay un refrán, cada vez más difundido, “cada pueblo tiene el gobernante que se merece” … (creemos que es de Winston Churchill) hay una relación biunívoca: al gobernante lo sostenemos y lo imitamos. También a Churchill se le atribuye haber dicho que “el precio de la grandeza es la responsabilidad”.

 

Y, mirando la Primera Lectura, enfatizamos que la falla de Salomón fue haberse hecho el sordo a la Voz de Dios y al clamor de su pueblo, que entre más nos adentramos en la Escritura, más nos parece que son una y la misma cosa: «Si uno dice “Yo amo a Dios” y odia a su hermano, es un mentiroso. Si no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve. Pues este es el mandamiento que recibimos de Él: el que ama a Dios, ame también a su hermano (1Jn 4, 20-21).

 

En la Primera parte del Salmo se alaba a Dios por su Grandeza, también por su Fidelidad y por todo el Bien que nos hace.  En la Segunda parte, se vislumbra que su reinado estaba encaminado en el sentido y dirección que insinuaban sus Leyes, y entonces el hagiógrafo lo mira y lo hace ver como un Gran Legislador.

 

Este poema está regido por el verbo שָׁמַע [shema] “escucha”, pero para poder oír -como venimos insistiendo- es necesario estar “destapado”, tener las orejas sin “tapones”, desobstruir la comunicación. Y en el verso 14 dice que ojalá lo שֹׁמֵ֣עַֽ “escuchara” su pueblo. Pero nada, su sordera es la de una tapia. En el verso responsorial nos conmina el Señor: “Escucha mi voz”, simplemente porque ¡Él es el Señor!

 

Mc 7, 31-37



Tenemos que ponernos la mano en el pecho, para hacernos la pregunta: ¿nuestras palabras y también nuestros gestos van, en el mismo espíritu y en el mismo sentido, que los de Jesús? Jesús ejecuta hoy una sanación, que libera, que desbloquea, que hace abrir las alas. Y, en esa tónica hace que la gente que testimonió este prodigio se ὑπερπερισσῶς ἐξεπλήσσοντο [hiperperissos exeplessonto] “maravillen en grado sumo”.

 

No podemos llegar a ese nivel de admiración si no somos capaces de darnos cuenta del cambio que ha sucedido, ese es el primer momento, que dará paso a otro momento: anunciarlo, proclamarlo, compartirlo. Tenemos que:

1.    Registrar con nuestros sentidos lo que Jesús está obrando

2.    Comunicarlo a otros: la proclamación, que es el mecanismo normal de creación de la fe. Dios obra en nosotros creando la acogida y detonando en nosotros esa alegría que da ver la perfección de su obra.

Pero el segundo momento no es factible si no está antecedido por el momento testimonial.

 

Hay una clase de bloqueo preventivo para evitar que Dios nos toque: No mirar, no oír, no darnos por enterados, hacernos los distraídos, cerrarle la puerta al mensaje. ¿Recuerdan ustedes el adagio popular? “No hay peor ciego que aquel que no quiere ver”; les pasa lo que a los ídolos manufacturados: «Tienen una boca, pero no hablan, ojos, pero no ven, orejas, pero no oyen, nariz, pero no huelen. Tienen manos, mas no palpan, pies, pero no andan, ni un susurro sale de su garganta» (Sal 115(113), 5-7). Uno tiene que saber la clave para destrabar su caja fuerte y poderse “abrir”.

 

Es interesante -cuánto menos- que, en el ritual bautismal para adultos RICA, se señalan precisamente estos gestos de introducir los dedos en los oídos y tocar los labios del catecúmeno mientras se pronuncia el Effetá, para significar que él no se quedará callado, sino que proclamará su fe. Se “abrirá”

 

No obstante, hay que precisar que no se trata de ningún gesto relacionado con los actos de magia, en Jesús nada es mágico, no hay nada ni siquiera aproximado a la hechicería, nada de lo que hace proviene del Malo, todo es obra del Padre que está Presente en Él. Por favor, no vengamos a Jesús si lo que pretendemos son actos mágicos, esos son propios de la carpa circense. Siempre nos parece muy urgente puntualizar que las acciones de Jesús no son actos circenses, ni acrobáticos; lo que Él hace es destilar el elixir del amor y convertirlo en salud física o espiritual, espiritual como en el caso de la expulsión de demonios.

 

Tenemos que sobreponernos a la simple sorpresa, y llegar hasta el reconocimiento de Dios y de Su Misericordia Infinita, que obra, que rompe el aislamiento, que faculta al -antes sordo- y cuya lengua apenas si balbuceaba, pero que, ahora, habla correctamente.

 

De otra parte, vivimos un momento de Iglesia en el que muchos de los valores cristianos tenemos que, además, dimensionarlos en referencia a la sinodalidad: es posible que cultivemos las relaciones interpersonales sin pretender el cambio en ti, ni en él, ni en ella, ni en uno mismo y, pese a todo, el cambio ya ha comenzado si aceptamos que la condición para construir la projimidad está en ese respeto, en ese “humanismo”, en esa ternura comprensiva. Jesús no exigía el cambio, sino que ofrecía su Propuesta, y pese a que muchas de las relaciones al interior de su comunidad apostólica, con sus seguidores, y con los paganos que se acercaban eran relaciones deshilvanadas, Él las recomponía, a partir de una opción clara pero no impositiva, sino amorosa, simpática, basada en la caridad, en la compasión. No nos desboquemos, no nos descarrilemos en la premura de forzar el cambio en el otro, o en uno mismo, escuchemos cómo pronuncia Él el Effetá, el dulce tono de Su Voz, y dejemos que Su Palabra nos toque, nos destrabe y nos desbloquee.

 

También recordemos que muchas veces la Misión para nosotros será prestarle nuestros propios labios, y pronunciar el “ábrete” en Su Nombre. 

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