martes, 27 de febrero de 2024

Martes de la Segunda Semana de Cuaresma

 


Is 1, 10. 16-20

Isaías (hoy nos referiremos al proto-Isaías) es un profeta pre-exilico, precisamente su obra termina (en el capítulo 39, con la noticia de la caída de Jerusalén y el exilio a Babilonia). El nombre Isaías [Yeshayahu] alude a un profeta que actuó el 734 al 701. Era un “aristócrata” (pariente de reyes, hijo de Amós, quizá primo de Osías), docto, que sabía escribir y un amplio conocedor de las tradiciones del Éxodo, y de Jueces. Se dice que murió aserrado bajo el gobierno de Manases.

 

Parecería que en esta perícopa se está dirigiendo a los gobernantes de Sodoma y al pueblo de Gomorra; no es así, en realidad les está hablando a los gobernantes de Judá. Los llama príncipes de Sodoma, pueblo de Gomorra, para resaltar a que grado de rebeldía, idolatría e injusticia han llegado.

 

Lo primero es el rechazo de los sacrificios, el Señor se ofende y se ofusca porque vienen a quemar animales en su Altar, pero Él no quiere nada que provenga de la gente que obra el mal. Le caen mal sus oraciones y sus brazos levantados hacia Él.

 

¿Cuál es el bien que Dios espera que obren? ¿Qué es lo que si le agrada?

a)    Ayudar el oprimido

b)    Hacerle justicia el huérfano

c)    Defender los derechos de la viuda.

 

Es lo que hemos dado en sintetizar como trato preferencial para el marginado. Estas tres categorías eran la marginación por excelencia en el seno de aquella sociedad: oprimidos, huérfanos y viudas. Dios, por boca de su profeta, les señala por dónde empezar a construir el “bien”.

 

Con quienes tengan el corazón abierto a estas disposiciones, con ellos sí acepta el Señor entrar en negociaciones; y al pasar a la Mesa de Dialogo les lleva esta oferta, una verdadera ganga: Perdonarles sus atroces ofensas.

 

Dios le inspira a Isaías esta hermosísima imagen para que la lleve a la mesa de negociación: “Aunque sus pecados sean como el rojo más vivo, yo los dejaré blancos como la nieve; aunque sean como tela teñida de purpura yo los dejaré blancos como la lana”.

 

Además, les ofrece que tendrán abundancia y calidad para su disfrute, si acogen obedientes lo que Él reclama.

 

Pero en el caso de insistir en su indolencia, encontraran la “espada”.

 

¿Significa esto que está ofreciendo un castigo? ¡No! ¿Es por ventura Dios, un dios-castigador?

 

El Reino de Dios, que es el Reino del Bien en grado sumo, es un Reino de Paz. Pero si optamos por irnos para el otro lado, hacia el reino de la maldad, Dios no los castigará, Él no tiene velas en ese reino. Nosotros hemos sido prevenidos que el país del mal es el territorio de la violencia y la muerte que son dos sinónimos de la misma cosa. Reino de pecado y de impiedad.

 

La sabiduría popular lo ha resumido con la expresión “el que a hierro mata a hierro muere”. Si uno sabe que en un sector hay balaceras continuas y uno insiste en ir a “pasear” por allí, ¿Qué creen que encontrarán? Nada tiene de raro que intercepten algún plomo en su propia humanidad.

 

¡No le metan al cuerpo al pecado porque pueden salir malheridos! Arriésguense -por el contrario- a meterle todo su cuerpo al bien y serán como “copitos de nieve”.

 

Sal 50(49), 8-9. 16bc-17. 21 y 23

Este es un Salmo de la Alianza. Con regularidad tenemos que recordar que la condición de nuestra religión, su rasgo distintivo es que vivimos en Alianza, en una relación de amistad y eso tenemos que refrendarlo con insistencia porque nuestro corazón tiende a la desmemoria y no honramos la hermosa amistad que se nos ha regalado.

 

Dios que es un Buen Amigo -el mejor que quepa imaginar- no nos retira su amistad de la noche a la mañana, tiene una increíble paciencia con sus criaturas: una y otra vez procura enderezar nuestras relaciones y edificar una sincera y amorosa relación con Él.

 

Nosotros exageramos el valor de los “sacrificios”. Algo así como un novio que sabe que a su chica le gustan las flores y -como su bolsillo se lo permite- contrata varias volquetas cargadas de hermosos rosas, y ordena que las descarguen todas encima de la chica, ¿qué resulta? Pues que ella queda sepultada bajo el arrume de rosas y, en vez de hacerle un sentido homenaje, logra que ella se enoje hasta el tope.

 

¿Qué decía Dios en la Primera lectura de hoy? “Vengan entonces y discutiremos”. Se sienta con nosotros para indicarnos que no hay que traer arrumes de rosas (quemar vacas, terneros , y otoros bovinos y ovinos), que eso no es lo que le agrada, y -con toda paciencia nos explica- no vamos a tener una hermosa relación con Él si ignoramos sus Mandamientos, y si los sabemos repetir, tal vez, al pie de la letra- pero no los aplicamos, no vivimos en la rectitud que ellos nos señalan, a eso Dios lo llama “echarnos a la espalda sus mandatos”, y es que cuando uno se echa algo a la espalda, lo lleva y sufre la ingratitud de la carga como un estorbo a cuestas, pero no la ve, porque no tenemos ojos en la nuca.

 

Pongamos nuestra Amistad con Dios frente a nuestra vista y démonos cuenta qué es lo que Él quiere en verdad, que “sigamos el buen camino”, que seamos misericordiosos, como Él es Misericordioso y así se alcanza la perfección. Vida recta, justa, honesta, caritativa, fraternal. Y además, ¡que andemos sinodalmente! Con tolerancia a la diferencia. Con esa misma paciencia con la que Él se sienta y nos ofrece dialogo.

 

Mt 23, 1-12

Prolongan las filacterias

¿Si valoran en algo las advertencias que les hago en nombre de Cristo, si son capaces de escuchar la voz del amor? ¿Quieren acatar la comunión recibida del Espíritu santo para nosotros y son capaces de compasión y ternura? Les pido algo que me llenará de alegría: pónganse de acuerdo, estén unidos en el amor, con una misma alma y un mismo proyecto. No hagan nada por rivalidad o por orgullo. Que cada uno humildemente estime a los otros como superiores a sí mismo. No busque nadie sus propios intereses, sino más bien preocúpese cada uno por el beneficio de los demás.

Flp 2, 1-4

 

La kénosis tiene un profundo correlato con la sinodalidad. La sinodalidad es el quid de la construcción del reino.

 


No hay que criticar -decimos-, pero Jesús vive criticando a los escribas (los intelectuales del judaísmo, sus filósofos y teólogos) y a los fariseos, que se separan para estar aparte. (La palabra fariseo viene del hebreo פרושים (perushim o sea separados, "separatistas"), que no se acercan a los que “los pueden manchar con sus impurezas”. Ellos seguían con extremada exactitud los ritos, ceremonias y leyes; ese rigorismo exagerado era para ellos la esencia de su “justicia”). “alargan las filacterias y agrandan las orlas de sus mantos” (Mt 23, 5cd)

 

Una cosa es criticar y otra es denunciar. Y es que la denuncia es importante porque si no se aplica, la gente toma los errores como regla de conducta y se van por ahí, replicando y amplificando el error. Inclusive, cuando se denuncia el error se hace una obra de caridad, ¡acordaos!: “enseñar al que nos sabe y corregir al que yerra”.

 

¿Qué es lo que Jesús denuncia en el caso que hoy nos ocupa? Dos punticos muy delicados:

a)    Predican, pero no aplican

b)   Son muy fantoches con sus prácticas religiosas, las cumplen para captar protagonismo, entonces las acompañan con bombos y platillos.


 

Lo más grave es que ellos no son los del común, sino los que están sentados en la Catedra de Moisés, o sea, se sentaron en el trono desde donde no se les puede discutir nada, porque además acaparan la autoridad para aplicar marginación, excomunión y anatema. Por eso es fundamental desenmascararlos, misión ante la cual se corren muchos riesgos. Y Jesús aceptó correrlos, antes que incurrir en el silencio cómplice.

 

Imponen “cargas pesadas” porque entre más pesadas más vistosas, más se publicitan y llaman más la atención. Además, cuanto más pesadas, más da la impresión de “acto heroico”, de “piedad deslumbrante”. Como será que la palabra “sacrificio” llegó a significar “tarea muy pesada que uno se tiene que echar al hombro”. (El verdadero significado es “hacer sagrada alguna cosa”).

 

Ya, hacia el final de la perícopa, se indica quién es el verdadero héroe: el que se hace servidor, el que se pone al servicio, el que está disponible para hacer “el bien”. ¡No el que exagera el rigorismo! El rigorismo es puro formalismo.

 

Nadie es Maestro, ni Padre, ni Jefe. ¿Quién es el único que es paradigma viviente? ¡Jesucristo!: “Yo estoy entre ustedes como el que sirve” (Lc 22, 27d).

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