miércoles, 21 de febrero de 2024

Miércoles de la Primera Semana de Cuaresma

 


Jon 3, 1-10

Mientras los judíos -autoridades y rey- no hicieron caso de la predicación de los profetas, ni siquiera de Jeremías cuando anunció la ruina de Jerusalén, sucede ahora que los paganos por excelencia de la pecadora Nínive aceptan la palabra de un profeta extranjero y creen…

L. A. Schökel / G. Gutierrez

 

La conversión es una obra de Dios, un regalo de su Amabilísima deferencia. Job ni hablo personalmente con el rey; sencillamente la “profecía” sencillísima que proclamaba Job, llegó a sus oídos, no se sabe por qué segunda mediación. Job no había obrado ningún prodigio, no hizo algún milagro portentoso que avivara el ánimo de regreso a Dios de aquel pueblo, que no era un pueblo que creyera en YHWH. No era un famoso predicador cuyo renombre había alcanzado más allá de las fronteras.

 

Hasta donde sabemos, Job no llegó a Nínive con un garbo, y un empuje que habría conmovido hasta al más recalcitrante. ¡Todo lo contrario! Llegó allí a regañadientes, prácticamente obligado; recordemos que cuando Dios lo envió hacía Nínive, Job se embarcó para el lado totalmente contrario y distante de la tierra, para Tarsis.  Dios lo enderezó y le corrigió el rumbo valiéndose de la famosa “ballena”.

 

La profecía que pronunciaba Jonás estaba compuesta de 7 palabras: “Dentro de cuarenta días, Nínive será arrasada: Se ha traducido הָפַך [hafak] por “arrasada”, sin embargo, San Jerónimo al traducir señaló, que no significaba “arrasada”, sino “convertida”, porque no hacía alusión a las murallas sino a las costumbres: “Non muri sed mores”.

 

El resultado de conversión general de los Ninivitas alcanzado por la profecía de Jonás, se produjo en gran parte porque el rey se sintió tocado, y convocó al ayuno penitencial que incluía hasta a los animales de las granjas. En vez de encontrar en Jonás un profeta dócil y eficiente, este, escasamente si cumplió su misión y la conversión fue producto de la acogida que el rey dio al mensaje que por aquellas Diosidencias le llegó.

 

Lo que el Libro de Jonás trae, es que la Voz de Dios, aun cuando todo se le oponga, puede llegar hasta el rincón más recóndito y hasta los oídos más contumaces. Esta obra tiene un propósito esencial: enseñarles a los judíos a superar su nacionalismo estrecho. Porque -tiene que decirse- los judíos eran frente al tema de la fe, extremadamente chovinistas, a pesar de que Dios en su revelación, y a través de los hagiógrafos les había mostrado en más de una ocasión que Él es Padre de todos los pueblos y su Amor no tiene fronteras.

 

¿Cómo fue la conducta penitencial que asumieron los ninivitas?

a)    Proclamaron jornada de ayuno

b)    Se vistieron de rudo sayal (tela de costal). Empezando por el gobernante y, de ahí para abajo.

c)    El rey se sentó en el polvo, (renunciando a cojines y finas telas donde solía descansar sus posaderas).

d)    Invocaban a Dios con ardor.

e)    Se propusieron corregir su derrotero y abandonar la חָמָס [khamas] “violencia”.

 

Notemos cual es la cumbre de esta conversión -vamos a permitirnos la altanería de ponerla en mayúsculas sostenidas: ABANDONAR LA VIOLENCIA. La violencia es sinónimo de muerte, el otro nombre del Destructor. Mientas que Vida es el otro Nombre de Dios.

 

Si nos quedamos en la palabra “Conversión”, no vamos a captar en qué consiste el carácter penitencial de la Cuaresma. El espíritu penitencial puede hacer que Dios שׁוּב [shub] “se arrepintiera”, ahí está presente la palabra “arrepentimiento” en hebreo, “cambiar de planes”, “modificar la manera de pensar”.

 

Es muy importante desmitificar la palabra “conversión”, que se suele entender como un fenómeno puntual, un instante de luminosa claridad en que se produce el giro, el cambio de dirección.  En cambio, la conversión implica por lo menos tres momentos claramente diferenciables:

1)    Darse cuenta que uno va por el mal camino.

2)    Tomar la firme decisión de corregir

3)    Empezar el proceso de re-direccionamiento, y perseverar en él.

 

Sal 51(50), 3-4. 12-13. 18-19

Caer en cuenta que uno va por el mal camino es la condición sin la cual no puede llegar a existir le conversión. Al recapacitar debe detonarse un entristecimiento por haber perdido “tiempo” andando por caminos que nos alejan del Señor.

 

Pero hay -por lo menos, una doble manera de asumir esa tristeza:

a)    Como el rey ninivita, por temor a la violenta ira de Dios, a esa manera de entristecerse la llamamos atrición o “arrepentimiento imperfecto”, su imperfección estriba en que se hace por motivos egoístas, porque a uno le va a pesar, porque las “llamas del castigo” le inducirán dolor, entonces, “para que no me duela”, voy a cambiar la ruta de mi caminar.

b)    Hay, sin embargo, otra clase de tristeza: la tristeza profunda, sincera, porque me alejo de su Amor, porque introduzco alejamiento del que merece todo mi amor, toda mi fidelidad. A esta tristeza la denominamos “contrición” y es el fruto precioso del arrepentimiento sincero, completo, perfecto.

 

“No me arrojes fuera de tu Rostro, no me quites tu Santo Espíritu”.

 

La última estrofa, que reduplica el verso responsorial nos describe la contrición con las siguientes palabras: “Un corazón quebrantado y humillado, oh, Dios, Tú no lo desprecias”. Esto está muy claro en (Mc 12, 33): “Amar a Dios y amar al prójimo valen más que todos los sacrificios”.

 

Es por este motivo que la Contrición es el fruto perfecto del arrepentimiento.

 

Lc 11, 29-32



¡Jesús es todo lo contrario de Jonás! Jonás no quería ir a Nínive a predicar conversión. Jesús, el nuevo Adán, vino con esa estricta resolución de ser Buen Pastor para todos nosotros.

 


Jonás es vomitado en la playa por la ballena para que vaya a cumplir lo que a él le daba furia hacer. Jonás no quería que los ninivitas se salvaran. Lo que quería era que se pudrieran. Dios lo cobija con un ricino para sombrearle el calcinante sol que lo devoraba. Y, luego secó la planta y Jonás tocó el colmo de su ira, la gota de sombra que le daba el ricino era un módico consuelo para su decepcionado corazón que sólo se habría conformado con la destrucción de Nínive.

 

Jesús, en cambio, en su última Voluntad ¿qué le pide al Padre? ¡¡¡Que nos perdone, porque nosotros no es que seamos malos, es que no sabemos lo que hacemos!!!

 


A Jesús no lo vomita la ballena para que vaya donde él no quiere; a Jesús lo vomitará la tumba para que el Novio pueda quedarse con nosotros, porque somos como ovejas que no tienen Pastor (Mt 9, 36). Él no nos quiere abandonar de ninguna manera. Por eso, puso su Tienda y acampó entre nosotros (Jn 1, 14).

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