lunes, 12 de febrero de 2024

Lunes de la Sexta Semana del Tiempo Ordinario

 


Stg 1, 1-11

La primera palabra de esta carta es Ἰάκωβος [Iakobos] “Santiago”, pero ¿a cuál Santiago se refiere? porque se nombran varios Santiagos en el Nuevo Testamento: tenemos al Apóstol Santiago, el hermano de Juan, a ellos los llamó Jesús “los hijos del trueno”. En segundo lugar, el Santiago, hijo de Alfeo, también discípulo del Señor, mencionado por San Mateo en 10, 3. Otro Santiago es el hermano de Judas Tadeo, que nombra San Lucas en 6,16. Un cuarto Santiago es el mentado por San Mateo en (13, 55); también San Juan -que lo menciona en (7,5) y, referido por San Pablo en la Carta a los Gálatas (1,19) y también en la Primera a los Corintios (15 ,7).

 

Este último parece haber recogido la bandera, cuando San Pedro abandonó Jerusalén, asumiendo allí el liderazgo de la comunidad cristiana. (La última mención que se hace de él es en Hch 21, 18). Este Santiago parece haber tenido algún parentesco con Jesús y por tanto, San Pablo alude a él llamándolo “hermano del Señor”. Es a él a quien se le atribuye esta Carta -una de las siete llamadas católicas- porque no están dirigidas específicamente a alguna comunidad, sino a todos los que profesaban esta religión.

 

Como decíamos el sábado, hoy y mañana trabajaremos en este cursillo que se interrumpirá por la llegada de la Cuaresma, y que retomaremos después de Cuaresma-Semana Santa-Pascua, cuándo tendremos otras cinco clases sobre este Libro. En estos dos días nos ocuparemos del capítulo Primero, hasta el verso 18, y, les dejamos los versos 19-27, que esperamos ustedes saquen el tiempo para leerlos, porque en ellos se nos señala la importancia de no dejar estas enseñanzas en el tintero sino pasarlas a la vida, convirtiéndolas en una práctica constante, en un estilo de vida. No basta conocer los principios del cristianismo, si no los llevamos a la práctica.

 

Nos dice que seremos δοκίμιον [dokimion] “puestos a prueba”, como en un simulacro, “como el testeo de una pieza que se lleva al laboratorio de materiales y se califica su resistencia”, la prueba puede ser la tentación, que intenta acorralarnos, la amenaza de un peligro que se levanta contra nuestro cuerpo o contra nuestra vida espiritual. Cuando se tiene una fe autentica -se nos dice en esta Carta- la prueba redundará en un fortalecimiento de la fe.

 

La paciencia es toda una potencia en cuanto a la plenificación de nuestro ser, esa plenificación aquí es llamada “perfección”.  La perfección se muestra cuando el material es “testeado” y se manifiesta su ὑπομονή “resistencia”, “su tolerancia” a la presión, a la tensión, o se mira si su elasticidad “soporta”.

 

Cuando pasa el examen, se le da “el visto bueno” y se declara τέλειον «perfecta”, “consumada”, “plena”.

 

Observemos la secuencia: prueba endurecimiento o forjado perfección.

 

El objeto en prueba, para alcanzar este grado de “aprobación”, tiene que pasar por un revestimiento, un baño, un enchape de una sustancia que lo satura: “La sabiduría”. Venimos de estudiar la Sabiduría -en el caso de Salomón- y descubríamos que no basta “tenerla” sino que ella sólo opera beneficiosamente, para alcanzar la perfección, si se da una constante conexión con Dios. Si se recibe, pero no se cultiva la amistad con el Señor, la sabiduría se quedará inoperante, neutralizada, inutilizada. Su enchape será en vano.

 

Sal 119(118), 67.68.71.72. 75. 76.

Este es un Salmo de Súplica. Su estructura es alefática, pero no por versos, sino por estrofas. La primera estrofa, por ejemplo, con sus ocho versos, todos empiezan por א alef; en la segunda estrofa -ocho versos también- todos los versos empiezan por ב bet; y así sucesivamente, con las 22 letras del alefato, para un gran total de 176 versos.

 

Aún hay otra peculiaridad, en cada verso nos encontramos algún sinónimo de la palabra “Ley”: tu voluntad, tu Mandato, tu decisión, tus caminos, tus promesas, tus decretos, tus sendas, etc.

 

Por otra parte, son una especie de bienaventuranzas, la palabra inicial nos da la tónica: אַשְׁרֵ֥י [esher] “bienaventurado”. ¡Quién será bienaventurado?, el que obedece la Ley divina, ese alcanzará la plenitud de la dicha.

 

La perícopa de hoy tomó seis versos de los 176 para configurar el Salmo responsorial.

 

1º Me ajusto a Tu Promesa

2º Instrúyeme, es la educación que da bondad y conduce al bien.

3º El sufrimiento ayuda a re-direccionar nuestro camino.

4º Ningún tesoro es mayor que la Ley proferida por Tus Divinos Labios

5º Estuvo bien justificado el sufrimiento que obtuve, de otro modo no habría corregido.

6º Se puede uno confiar plenamente en lo que Tú prometes, lo que cumpla tu Promesa será motivo de Consuelo.

 

El verso responsorial dice que uno está como muerto en vida, sólo se alcanza la vida verdadera cuando se llega a recibir el don de “la compasión” que nos viene del Señor. Entonces y sólo entonces, estaremos resucitados.

 

Mc 8, 11-13



Jesús vino a participarnos su Misericordia, no a jugar caprichosamente con los astros. Hace “milagros” que liberan, no tiene un “planetario de atracciones lúdicas”.

 

Suceden tantas bondades del Cielo, pero cuando sobrevienen, les damos cualquier “explicación”, decimos que es natural, que ya era tiempo, que cumple las leyes probabilísticas, que tarde o temprano tenía que suceder, que ha sido una pura coincidencia, que tiene su explicación científica, bueno, y cientos de miles más.

 

Jesús no entra en nuestros juegos -que nosotros por nuestra altanería consideramos juegos tan sofisticados-, no convierte el día -el pleno mediodía-  súbitamente en la zona más oscura de la noche. Aun cuando al que cree no se le niega el prodigio, recordemos los “Magos de oriente” y la estrella que los guiaba, ¡ese era un signo cósmico!

 

Vienen los fariseos y le piden a Jesús un σημεῖον ἀπὸ τοῦ οὐρανοῦ [semeión apo tou uranon] “signo del cielo”, una “señal incontrovertible”, “demostrativa e irrebatible, un aval de Dios”. La nuestra -y en eso nos gusta ser enfáticos porque es clave- es una religión histórica, muchas de las religiones antiguas y orientales eran religiones de tipo cósmico, que se anunciaban y hablaban por eclipses, por estrellas, por vendavales, maremotos, huracanes, la nuestra no juega con esas “espectacularidades”; pero sabiendo que cualquier “señal” será dejada en suspenso, para no dar el brazo a torcer (porque los fariseos no querían creer, más bien querían un argumento para rechazarlo, argumento para no creer, para remacharse en su supuesta fe que más bien era falta de fe); pero no siempre será así, llegará un momento en el cual los corazones estarán mejor dispuestos y los oídos más despiertos, mejor capacitados para oír y ojos mejor dispuestos para ver. Tal vez será otra cultura, tal vez, otras naciones.

 

Lo más probable es que Jesús no se refería tanto a los de aquella época, sino a los de aquel pueblo. La palabra γενεά [genea] que significa “generación” también significa “nación” (también “raza”, “nacimiento”, “descendencia”); los fariseos -en esta situación y dentro de este dialogo con Jesús- son los portavoces y representantes oficiales del judaísmo. Preferían seguir aferrados a su manera oficial de pensar. Y no ha de parecernos extraño, solemos proceder así, también nosotros -muy frecuentemente-, preferimos seguir tozudamente asidos a la cantinela de siempre, antes que abrir los ojos y los oídos a una “nueva canción”. Y es que culturalmente se nos ha formado para preferir los odres viejos a los nuevos, por aquello de que “más vale pájaro en mano que cien volando”, y por el valiosísimo argumento de “siempre se ha hecho así, así lo hacía el abuelo y así lo hacia mi bisabuelo”, y frente a eso, la autoridad del Cielo… muy poco vale; ellos pretendían que les bajara una estrella, la señal que pedían era un fenómeno planetario, algo “del Cielo”, (detrás de esto se agazapa otra objeción, lo “reciente”, “lo actual”, lo miramos siempre con los ojos de la duda, y siempre lo miramos con los lentes del “no está suficientemente probado”, “requiere por lo menos un siglo más de maduración”): adoramos las “realidades” terrenales y detestamos que nos hable el Cielo, con toda su autoridad.

 

Y es que estamos tan aferrados y envanecidos de nuestra cerrazón, que preferimos rechazar a Dios que ha “venido a acampar entre nosotros” para traernos su Revelación, que invalidamos su Epifanía y su Resurrección. Si esta “nación” no quiere acogerlo, ¿qué puede hacer Él? ¿Qué queríamos? ¿La fe mezclada y disuelta con escopolamina?

 

¡Pues no! ¡Se embarca, y se va a la otra orilla! ¡Allí donde encuentre gente más abierta! ¡No los abandona! ¡Ellos lo expulsan!

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