viernes, 2 de agosto de 2024

Viernes de la Décimo Séptimo Semana del Tiempo Ordinario

 



Jr 26, 1-9

La destrucción de Jerusalén y del Templo

 

Derriben este santuario y en tres días lo reconstruiré.

Jn 2, 19b

 

La vocación no es una iluminación tranquilizadora, sino que es una petición para lanzarse, para fiarse del Señor.

Carlo María Martini

 

Dios aspira a nuestra obediencia, Dios anhela que sepamos cumplir las Leyes que Él nos ha dado a conocer; pero, con no poca decepción de Su Parte, ve que -habiéndonos regalado a los muchos Profetas que nos dio- para que pudiéramos conocer su Mensaje en nuestra propia lengua y con las palabras que entendemos; permitiría que el amado Templo de Jerusalén corriera la misma suerte que el de שילה [shiloh] Siló (en la época en que Josué dividió la tierra entre las 12 Tribus de Israel, el Tabernáculo se quedó en Shilo. Shilo fue el lugar de peregrinación para los Hijos de Israel hasta la muerte del Sumo Sacerdote Elí); y Jerusalén, la hermosa Ciudad -centro y corazón de la vida política y religiosa de Judá- se convirtira en una maldición, expresada en términos de destrucción y ruina.

 

Cuando uno tiene una Iglesia cercana, en la propia comunidad donde se habita, se habitúa y le resulta normal y cómodo, asistir al Culto, y saber que con amplia facilidad podrá tener un Encuentro con el Señor, entonces, el Templo se vuelve parte del paisaje, y lo damos por descontado. Pero sí, la destrucción y la ruina dan con él en tierra, sólo entonces entendemos que la posibilidad de construir una frecuentada amistad con Él ha desaparecido, el Puente que nos lo acercaba, ha sido demolido.

 

Si uno le dijera a las autoridades civiles y religiosas de ese sector lo que sobrevendría, indudablemente la reacción sería asesina, contra el portador de semejante vaticinio. El Alcalde, el Párroco, el Obispo de la Diócesis, reaccionarían escandalizados contra ese “pájaro de mal agüero”. ¡Todos a una contra el Profeta!

 

Sin embargo, pese a lo lógico que tal comportamiento pueda parecer, hay una gran dosis de absurdo: ¿No sería más lógico empezar un proceso de conversión dado que las causales del desastre son nuestro mal comportamiento y nuestra indiferencia para con ese Dios a quien decimos amar y adorar en el Templo?

 

Ciertamente que la Misión encomendada a Jeremías era una tarea peliaguda de muy amargo sabor. La gente adora recibir “profecías” positivas: habrían querido que el profeta interpretara su partitura en clave de construcción y plantado; pero ¡ay!, que áspera y violenta la reacción cuando el anuncio está en clave de arrancar, derribar, destruir y demoler, en clave de fa-talidad.

 

Si uno asume sus responsabilidades sabría y entendería que el profeta no tiene la culpa de la cosecha, que siempre lo que se recoge proviene del tipo de semilla que se haya sembrado, y que -como hemos visto últimamente- si siembras cizaña no puedes aspirar a cosechar trigo, y gastaras amplio tiempo quemando lo que es pura vanidad.

 

En la perícopa se nos informa que esto ocurrió al inicio del reinado del rey יְהוֹיָכִין‎‎ [Yauyakin] Joaquín (que duró en el trono, apenas tres meses) 609-608 a.C. y que obró el mal que tanto ofende al Señor.

 

«… a pesar de toda la debilidad de Jeremías, resalta su fidelidad inamovible a la palabra de Dios…. He aquí la gracia que debemos pedir. No la de tener siempre una valentía heroica sino la gracia de decir, de hacer, de expresar cada vez lo que corresponde a nuestra misión, ser fieles a nuestro mandato, cumplir las tareas cotidianas con fidelidad… No busquéis el ser héroes, estad contentos con vivir la fidelidad a la Palabra con paciencia, día a día, no dejándoos asustar por vuestros propios miedos y cobardías … » (Carlo María Martini)

 

Sal 69(68), 5. 8-10. 14

Este es un salmo de súplica. Se dice que cuando David escribió este salmo se sentía ahogado en su soledad, sin apoyo ni partidarios que lo respaldaran. En semejante situación lo que hace David es presentarse a la compasión de Dios e implorar su apoyo, su ayuda, que Él se ponga de su lado, en su defensa.  Ese abandono y esa indefensión acrecientan la sensación de estar en la estacada, y el gigantesco número de enemigos que son -según lo siente- incontables. Siente que ni su parentela lo acompaña, sino que todos a una lo abandonan.

 

Pero aquí vamos -desde el mismo inicio de la perícopa proclamada- al aspecto del arrepentimiento: David sabía que el primer paso para acercarse al Señor, era reconocer su culpa y el daño causado, presentarse con el corazón contrito.

 

Reconoce que faltarle al Señor es una verdadera “estupidez”. Pero todas estas angustias tienen su origen en el “celo” de David por defender la causa de su Señor.

 

Entonces levanta sus plegarias al Cielo, suplicando que Dios lo asista, florecen sus oraciones. Apela a la Bondad desmesurada de Dios y trae a su corazón la idea de “Dios-Fiel”, apoyado en la idea de la Lealtad-de-Dios, y a Él se acoge.

 

En el verso responsorial le pide al Señor que los Oídos de Su Infinita Bondad le presten atención a su clamor.

 

Mt 54-58

¡Ay de nosotros cuando somos aplaudidos por la sociedad injusta! Esa es la señal de que hemos caído en las tentaciones.

Ivo Storniolo


 

Jesús también es declarado reo de “abandono” porque muestra una Sabiduría para ellos inexplicable. Cuánto más cercana tenemos a una persona, menos podemos aceptar los tesoros que Dios puede haberle regalado.  Esa situación lleva a la inmediata inflamación de esa glándula que se llama “envidia”, que los mejores cardiólogos han detectado siempre en las inmediaciones del corazón.

 

¿Cómo es posible -se preguntaban los de su sinagoga, en su propia patria- que el hijo de un simple τέκτονος [tektonos] “artesano” pudiera tener tal autoridad y tal nivel de entendimiento y comprensión? Quizás lo que más los desconcertaba era su poder de obrar milagros.

 

Entre los propios es casi imposible que veamos algo que esté más allá de nuestras propias limitaciones. Soñamos y anhelamos con fervor, que todos a nuestro alrededor, tengan todos los defectos propios, pero jamás una virtud que nos desborde.


 

Y, sin embargo, -casi irónicamente- cuando no hay rechazo, debemos ponernos en estado de alerta, (tenemos hoy estos tres ejemplos de parresia que son David, Jeremías y Jesús cuya firmeza no retrocede pese a la dura denuncia con la que tienen que acusar a su pueblo), porque la aceptación, muchas veces, sintomatiza que lo que decimos es “cháchara”, y que no estamos trasmitiendo la Palabra con toda la densidad con que la hemos recibido; peligroso que en tal caso, estemos devaluando el mensaje y tan sólo estemos runruneando el bla-bla-bla que a todos aquieta: extracto de demagogia pura.

 

Los poderosos han usado trucos para disimular que son personas comunes y corrientes: grandes estatuas, mansiones ostentosas, templos alambicados, sarcófagos enormes, monumentos descomunales, todo para disimular su naturaleza mortal.  Todo por el gusto y la manía que tenemos de endiosar a supuestos “súper-humanos” porque se han afanado en hacerse disfraces deslumbrantes. Dios les lleva la contraria: Él se inventó la kénosis: el abajamiento, la sencillez, el anonadamiento.

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