lunes, 12 de agosto de 2024

Lunes de la Décimo Novena Semana del Tiempo Ordinario


 


Ez 1, 2-5. 24-28c

Vamos a tener ahora un curso de doce lecciones sobre el profeta Ezequiel, sólo que el jueves 15, con motivo de la Solemnidad de la Bienaventurada Virgen María, nos saltaremos la lección (a cambio, tendremos ese día, una excursión al Apocalipsis).

 

יְחֶזְקֵאל [Yejeskiel] “Dios es mi fortaleza”, “Dios es fuerte”, “Dios fortalece”, “los fortalecidos por Dios” o, inclusive “endurecidos por Dios”, con la implicación de “la Mano de Dios está sobre él o sobre ellos”;  nació en Jerusalén en el 621 a. C. y era hijo de Buzi -perteneciente a las familias sacerdotales de Jerusalén-; coetáneo con el profeta Jeremías, ejerció su profetismo entre 586 y 538 a. C. mientras estaba exiliado en Babilonia; fue exiliado en el 597 a. C. por Nabucodonosor; y allí en Babilonia murió. Yahveh le hizo revelaciones por medio de visiones simbólicas, grandiosas, exóticas, ricas en simbologías muy cercanas el estilo apocalíptico, así como se le tiene por padre del judaísmo, también se señala como el iniciador de la corriente apocalíptica; también maneja acciones simbólicas muy complejas. Sabe envolver el “misterio divino” en una atmosfera de terror sagrado. Para él, la alegoría es un recurso poderoso En su escrito se entrecruzan dos vertientes: la corriente sacerdotal y la corriente Deuteronómica. Son temas centrales de su profética el templo (de hecho, su proyecto restauracionista gira en torno al templo reconstruido), el culto, la impureza legal, la delimitación de lo sagrado y lo profano, su coherencia con la herencia Levítica de la Ley de Santidad.


 

A Ezequiel le correspondió preparar el corazón y la mentalidad de los exiliados para concebir que la catástrofe llegaría hasta la destrucción del Templo y a una deportación más numerosa en magnitud inimaginable, exterminadora. Lo que se materializó en el 587 a.C.

 

Podemos enfocar el escrito ezequielano como otra perspectiva -alterna- a la planteada por el Deutero-Isaías en vista de la restauración. Para él, -agudizando el celo cultual- en la Nueva Jerusalén, sólo los sadoquitas podrán servir el Altar, excluyendo a los levitas. Estilísticamente hablando, pese a su imaginación febril, es pobre en recursos, monótono, frio. No está a la altura de Isaías, ni de Miqueas, ni tampoco de Jeremías.

 

En todo el Libro es patente la influencia babilónica, donde aparecen palabras nuevas, fruto de la influencia del acadio, y de elementos definitivamente retomados de aquella cultura como son los querubines, con alas cubiertas de ojos, que los acadios ponían a la entrada de sus edificios.

 

Hoy veremos la primera de sus cuatro visiones más destacadas: El carro de Yahveh.  El relato es referenciado como visión entregada en el quinto año de la deportación de Jeconías, lo que quiere decir en el 593 o 592 a.C. Esta “Carroza de Yahveh, rompe con un prejuicio sostenido hasta entonces, que concebía a Dios como atado al Templo, y por tanto, radicado en Jerusalén.

 

Esta Presencia de Dios tiene tres rasgos relacionables con los rasgos de Dios en las teofanías:

1)    El viento arremolinado, ciclónico

2)    Una nube que envuelve en resplandor

3)    Y el fuego llameante, estroboscópico

 

Estos rasgos se entretejen en un -como forro de fuego- que todo lo rodea y todo lo envuelve: Un ámbar reluciente. El profeta guía nuestra mirada hacia el centro mismo de este conjunto, y allí descubre una figura “tetramorfa”: Cuatro seres vivientes, antropomorfos, y su aleteo producía un fragor análogo al ruido de las aguas de un torrente cayendo como catarata, o como Voz Divina, como una muchedumbre que gritaba, o como un multitudinario ejército. Esta es la manifestación acústica de la visión. Esa figura tetramorfa ha venido a caracterizar -inclusive a explicar, por qué son cuatro evangelios y los cuatro diversos rostros aluden, en el imaginario católico, a las figuras de los cuatro Evangelistas.  

 

Cuando aquella nave-visión se detenía y sus “motores” silenciaban su ensordecedor traqueteo, entonces se replegaban las “alas”, y bajo la bóveda de su techo, se veía el Trono que era como una especie de zafiro, y en él Sentado se hallaba El que en el tramo comprendido de las caderas para arriba -era como fuego- y de las caderas para abajo -era fuego y fuego refulgente, con resplandor de “arco iris”.

 

¿Qué era todo ese destello de luz enceguecedora? “La Gloria de Dios”, tan abrumadora que el profeta cayó en tierra.

 

Uno pensaría que toda esta manifestación hablaba del Acompañamiento de Dios a su pueblo desterrado: La Presencia de Dios-con-ellos que, a pesar de todo, no los abandonaba, y allí donde habían sido -llevados a la fuerza- El Señor -sin importarle dejar el Templo- se fue cumpliendo una Alianza que no era sólo en las buenas, en la riqueza y, en salud y en su tierra, sino también en las malas, en la pobreza, en la enfermedad, en la deportación, aún allí, llevados al exilio. La visión nos habla de la Fidelidad de la Alianza de YHWH, inclusive en tierra extranjera.

 

Sal 148, 1bc-2. 11-12.13.14

Este es un himno. Donde se alaba al Señor, no por sus rasgos intemporales, sino precisamente, como Señor-de-la-Historia. Es un llamado a la alabanza, y -para captar esto tenemos que recordar que tanto la primera como la última palabra de estos salmos, es הַ֥לְלוּ יָ֨הּ ׀ הַֽלְל֣וּ  [halu ya halu] “¡Aleluya!”, “Alabad al Señor”.

 

Es una exhortación a la alabanza, a la que se convocan al Cielo, en lo alto, todos sus ángeles, todos sus ejércitos, el sol y la luna, también las estrellas rutilantes, los espacios siderales, y las aguas que penden en el firmamento.

 

Ahí, da un salto. Pasa a llamar, a los habitantes de la tierra: Los reyes del orbe, todos los pueblos, los príncipes, los jueces, los jóvenes, las doncellas, los ancianos y -no podían faltar los que tanto le agradan- los niños.

 

Y les brinda un argumento de por qué hay que alabarlo: Porque el Nombre del Señor es el Único-Nombre-Sublime: porque su Grandeza, su Autoridad, su estar-por-encima-de-todo con la Rectitud de sus Acciones, con la Perfección de Su Justicia.

 

El verso responsorial hace una glosa de esta Soberanía declarando: “Su Gloria lo llena todo, tanto en el Cielo como en la Tierra”.

 

Mt 17, 22-27

“…nos llevan a pensar en las exigencias que tenemos como cristianos respecto de las instituciones que conforman nuestras sociedades, y que están allí para cumplir un deber con la ciudadanía y para garantizar sus derechos.”

 



Nos estamos moviendo en esa zona de este Evangelio, donde la acción de Jesús traduce la Voluntad del Padre de crearse un Nuevo Pueblo; de hecho, esta perícopa concluye la sección donde la grey se congrega en torno a Jesús (seguimiento) para dar inicio a esta nueva era. Deshaciendo a su vez, las fantasías de que el discipulado vaya a culminar en prestigio y poder. En vez de Poderío-Espectacular, está el Poder-de-la-Entrega. Uno tiene que ser absolutamente Dueño-de-Sí para poderse entregar y dejarse matar, y, entonces sí, al Tercer Día, Resucitar, es decir, retomar la Plenitud de la Soberanía, Demostrarse El-Viviente.

 

Siempre hay como un salto, como un hiato, parecería que “alguien interrumpió”. Y no es así, se va a plantear, como se es Dueño de Sí – a pesar de, aparentemente, estar jugando con las reglas ajenas, en un juego donde el “adversario”, tiene las cartas marcadas y las mangas llenas de “ases fraudulentos”. Los que interrumpen son los delegados del falso poder, que viene a hacer evidente el sometimiento a su “Tiranía”, cobrando el “impuesto”: viene a poner en cuestión la Soberanía de Jesús, alegando que Él es súbdito y, por tanto, tendría que pagar el impuesto, las dracmas, moneda simbólica del Déspota Emperador.

 

“Pero Jesús es Hijo, o sea del linaje del Rey Verdadero, el que reconoce el judaísmo como Verdadero Rey y fundador del linaje Real. El impuesto lo cobra el invasor extranjero y está expresado en moneda de su imperio (la δραχμή [dragme] “dracma”).


 

Jesús, no obstante, no quiere dar a los judíos “mal ejemplo”, no quiere ser “piedra de escándalo”, manda a Pedro que saque, de las fuentes del mal, de “los reinos inferiores”, “los ínferos”, una moneda que el Propio Rey del Cielo, el Padre Celestial provee, para “cumplirle” sus demandas al imperialista. Por ahora, Jesús encarga a Pedro la búsqueda en el “abismo” de satisfacer las demandas del que se ha enseñoreado de la Tierra de Israel; más adelante, ira Él, personalmente, a rescatar a todos los que injustamente habían sido envidos allí, rescatarlos le llevará Tres Días. Cuando Él baje hasta allí, pagará tributo al Único Soberano al que nosotros tributamos. Y pagará en nombre de todos los Pedros que hayamos reconocido su soberanía y hayamos dicho de todo corazón “Tú eres el Rey, el Hijo del Dios Vivo”.

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