jueves, 1 de agosto de 2024

Jueves de la Décimo Séptimo Semana del Tiempo Ordinario

 





Jr 18, 1-6

¡Ay del que pleitea con su artífice

vasija contra el alfarero!

Acaso dice la arcilla al artesano:

Qué estás haciendo

tu vasija no tiene asas?

Is 45, 9

 

TOMA MI BARRO Y VUELVE A EMPEZAR DE NUEVO

Recordemos el conocidísimo refrán popular: ¡No hay peor sordo que aquel que no quiere oír! Este pueblo al que Jeremías ha sido enviado por Dios se rancha en su testarudez, pedantería y/o presunción. Con esta traba se dio de bruces el profeta Jeremías. Dios le da esta parábola -junto con una acción simbólica- para que Israel corrigiera y aceptara la corrección.

 

Ese es el anverso. ¿Qué hay en el reverso? La “manera” y el “momento” que Dios elige. Y, suele pasar que, nosotros queramos corregirle la “tarea” a Dios: Dios obra y nosotros le contradecimos, “No Señor, no es por ahí, yo lo quiero por allí”, o “No es el momento, te demoraste demasiado”, y añadimos, si lo hubieras hecho como te dije y cuando te dije, todo habría salido bien”, no nos acomoda ni el cómo, ni el cuándo, ni el ritmo.


 

Y, en verdad, lo que nos urge es tener la capacidad de aceptación. Nos llenemos de cirugías plásticas el rostro de la obra Divina. No pretendamos ser “los directores de la orquesta”, en una sinfonía de la que sólo tenemos la módica perspectiva de cinco minutos de la partitura, en una obra que dura por siglos.

 

Ahí está la enorme dificultad, tenemos anteojeras para no ver más allá de nuestro egoísmo, al cual, hemos tomado muchos cursos para darle hermosos y nobles nombres (eufemismos que enmascaran). Pero la voluntad de Dios la aceptamos, sólo a condición de que se ajuste plenamente a la nuestra.

 

Visita al alfarero como acción simbólica: Uno de los enfoques primarios de nuestro desarrollo espiritual está en aprender a abandonarnos en las Manos de Dios. Permitir que Él lleve el “timón”, regule el “acelerador” y señale la “dirección”.

 

Jeremías, el “pobre” (ebión) (Jr 20,13), acaba por ponerse totalmente en manos del Señor, con una confianza sin límites que lleva en sí misma la claridad. Cuando viviendo totalmente sumergido en el mundo, el hombre se esfuerza en dejarse llevar por Dios hacia el bien y se termina por chocar en el fracaso, no queda sino esta única realidad, fuera de toda medida: ES DIOS.

Albert Gelin

 

De otro modo, lo que venga, tenderá a ser igual a lo fallido que tratamos de dejar atrás. Terminamos por pensar que ese es el curso “natural” de los eventos y que por mucho que hagamos el agua siempre correrá en esa dirección. Ese hermoso abandono y aceptación, tan grato a los Ojos de Dios, no tiene que servirnos de pretexto para dejar de asumir lo que Dios nos encarga; ahí rige el precepto de San Ignacio de Loyola: “Haz las cosas como si todo dependiera de ti y confía en Dios como si todo dependiera de Él”. Sólo tenemos que desembarazarnos de nuestros “prejuicios”, sin desistir del sentido profundo que subyace al significado del “nombre” que Dios nos dio, iluminando, lo que nos compete, con la luz del acatamiento a su Divina Voluntad, que nos ha enviado como Discípulos-Misioneros.

 

Es por eso que urge -hablando en términos espirituales- mirarnos en el “espejo de la Sagrada Escritura” para ser capaces de distinguir los rasgos hermosos que Dios nos ha regalado como diseño existencial. Sin revolcarnos rencorosos contra el Alfarero que al ver deforme la vasija que modela en el torno, reemprende su trabajo, volviendo a moldearla conforme a su “Parecer”.

 

Hay un mensaje reconfortante y fortalecedor en esta perícopa que subyace al tema central, que el Alfarero corrige su producto tantas veces como sea necesario para que alcance la plenitud. Y esa fuente subterránea es la respuesta a la pregunta ¿Quién es el Alfarero en esta parábola? Y es que podemos estar tranquilos porque nuestro humilde חֹ֫מֶר [chomer] “barro” no está en cualquier mano, no estamos en las manos de algún principiante, de un artesano chambón, o de algún aficionado. ¡Es Dios quien nos modela y nos tornea!

 

¡Alfarero, tengo nostalgia de Tus manos, ven a reparar tu cacharro!

 

Sal 146(145), 1b-2. 3-4. 5-6ab

Así habla Yavé: ¡Maldito el hombre que confía en otro hombre,

que busca su apoyo en un mortal, y que aparta su corazón de Yavé!

Es como mata de cardo en la estepa; no sentirá cuando llegue la lluvia,

pues echó sus raíces en lugares ardientes del desierto, en un solar despoblado.

Jr 17, 5-6

 

Salmo hímnico, este es el primero de los seis salmos del “Último Hallel”, son una invitación a la Alabanza, un rasgo común a ellos es que los seis empiezan y terminan con la expresión aleluya: “Alabad a Yahveh”, ante cada “Buena Nueva” la exclamación era “Aleluya”. Aquí nos encontramos con el elenco de los “preferidos del Señor” Viudas, huérfanos, los extranjeros, los ciegos, los hambrientos, los oprimidos, los prisioneros, los desalentados.

 

Resalta en este Salmo que se nos orienta en el sentido de no confiar en los príncipes extranjeros, sino depositar nuestra entera confianza en el Señor.

 

No es algo para una faceta de la vida, que alabemos a Dios es un acto que habría de acompañar nuestra existencia toda.

 

Y, no confiar en los príncipes tiene una poderosa razón de ser, ¡son seres de carne que en algún momento se volverá polvo, entonces, todos sus proyectos se irán con él al polvo.

 

Bendito sea aquel que confía en Yahveh, pues no defraudará Yahveh su confianza. Es como árbol plantado a las orillas del agua, que a las orillas de la corriente echa sus raíces. No temerá cuando viene el calor, y estará su follaje frondoso; en año de sequía no se inquieta, ni se retrae de dar fruto.

Jr 17; 7-8

 

El verdaderamente bienaventurado es el que se abandona en el Señor, sus planes hallarán continuidad en el impulso que Dios infunde a los proyectos del que ama su Voluntad. .

 

Y, no en cualquier Dios, sino en el Dios de Israel (El Dios de Jacob); Dios que dio origen al cielo, la tierra y el mar. ¡Lo perdurable!

 

Mt 13, 47-53


 

¡Ser sencillos no es simplificar indebidamente, sino aceptar la complejidad!

Cuando uno estudia este Evangelio, uno piensa que Jesús -en sus planes y programas de estudio- tendría una temporada radicada en el esfuerzo de explicarle a sus seguidores, cuando decía Reino, qué quería decir. Pero, ya hemos hablado de cómo San Mateo, ejerció una labor editora sobre los textos, dándose a la tarea de agrupar temáticamente las enseñanzas de Jesús.  Estas siete parábolas han sido dispuestas por el Evangelista en la unidad de este discurso; no porque hubieran sido enseñadas en un ciclo de clases de tercer semestre.

 

Veíamos ayer las parábolas 5ª y 6ª acerca del Reino. Hoy tenemos la parábola culmen, la séptima: Se trata en ella de la diversidad de peces que en una misma redada pueden recogerse.

 

Nos cuenta algo muy normal para los pescadores: después de la pesca, dando continuidad a la labor, los pescadores se sientan a la orilla y van clasificando el fruto de sus esfuerzos.

 

No todos los peces son aprovechables, inclusive algunos son todavía muy pequeños, algunos no son agradables al paladar, lo que hace que se discrimine, conservando solo los buenos y regresando a su líquido elemento a los no utilizables. Y, si entre ellos se hallare alguno podrido, lo echaran el fuego donde será el llanto y el rechinar de dientes.

 

Hay aquí, ya llegando al final de la perícopa un hermosísimo cumplido que dirige a los discípulos que son ahora verdaderos “escribas”: esos discípulos que eran tomados por gente ignorante, a partir del acompañamiento que les ha brindado Jesús, han sido instruidos llegando a ser verdaderos “Escrituristas”. No se debe sólo aprender la doctrina que Jesús con su praxis nos ha enseñado, tenemos que saber interpretar esta praxis a la Luz de las enseñanzas que Dios ha comunicado en el pasado. Se trata del arte de saber sacar tanto de lo Nuevo como de lo Antiguo. Es un tejido en donde el hilo traverso está en continuidad con las fibras perpendiculares que ya se habían puesto, para que queden en cruz, formando entre ambas, un tapiz ricamente entretejido y sólidamente imbricado que llamamos Revelación.

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