viernes, 16 de agosto de 2024

Sábado de la Décimo Novena Semana del Tiempo Ordinario

 


Ez 18, 1-10. 13b. 30-32

No se responde por otro

“Los padres comieron agraces y a los hijos se les destemplaron los dientes” ese refrán compendia la idea que se manejaba corrientemente en el pueblo sobre el pecado y las consecuencias que arrastraban. Ellos consideraban que los hijos y los nietos podían ser los reos del castigo cosechado con el pecado cometido por sus antepasados. Esta idea de “responsabilidad” lo que explicaba era -muy particularmente- por qué sobre un heredero del Trono llovían los castigos que merecía su padre, u otro pariente en línea ascendente.

 

Aquí Dios -por medio del profeta- nos va a hablar de la responsabilidad personal con pautas precisas

a)    Si una persona es justa, no tiene por qué cargar el peso de las culpas ajenas.

b)    El que peca es quien debe “sufrir” las consecuencias.

c)    Y luego, establece un código de infracciones que serán penadas

                      i.        La idolatría

                     ii.        El adulterio con la mujer de otro y el uso de la sexualidad con mujer menstruante

                    iii.        La opresión

                   iv.        La importuna devolución del objeto empeñado

                     v.        El robo

                   vi.        Ignorar la situación del hambriento, sin socorrerle bocado

                  vii.        Descuidar al que padece desnudez y no tiene con qué protegerse

                 viii.        La usura, y el cobro de intereses

                   ix.        La comisión de injusticias, toda obliteración de la equidad y el derecho

                     x.        El incumplimiento de algún precepto dado por Dios

 

He aquí que el profeta nos entrega otra versión del “Decálogo”.

 

Pero si una persona recta llega a tener un hijo “desalmado” que cae en una de estas faltas será reo de su castigo. No se debe atener a que sí su papá fue una persona “virtuosa”, “santa”, las preseas conquistadas con su rectitud cobijarán sus desafueros y lo librarán de su merecido: La responsabilidad es personal e individual.

 

Aquí la ética que funda la Ley de Dios abandona la perspectiva que había señalado el Éxodo, el Deuteronomio, inclusive Jeremías, que iban en aquella vieja línea. Ezequiel nos presenta una novedad: “la responsabilidad es estrictamente personal”, los hijos no heredaran las “consecuencias”.

 

La rectitud es la que salva y alguien no será reo de perdición por culpa de sus antepasados, ni siquiera por culpa de su propio pasado personal. El Deutero-Isaías ratificará esta opción (Cfr. 52,13-53,12.)

 

Se cree que esta perspectiva debió alcanzarse por muy pronto en el 586 a.C. Era algo que se venía horneando en la Revelación de Dios y alcanzó aquí su oportunidad.

 

Los inocentes sufren, muchas veces nosotros también hemos sido víctimas del sufrimiento y muchos viven haciendo daño y sembrando desolación sostenidos en la imagen de un Dios que nos creó para vivir a nuestras anchas sin sentido de responsabilidad. Sacan a relucir la imagen de un Dios que “no castiga” porque Dios es puro amor, pero la libertad que surge de esta ideología genera esclavitud y no libertad. El hombre, para que pueda ser libre, tiene que ser responsable, de otro modo, siempre será esclavo de su egoísmo, de sus manías, de su crueldad, y esclavo también de la imagen de un “dios cómplice”.

 

Es cierto, ¡Dios no castiga! Pero la creación es portadora de un automatismo que registra todo atropello y genera su “cuenta de cobro”. Cada quien pagará su recibo y nadie tendrá porque pagar las deudas del recibo del “vecino”. Dios no castiga, pero como Él es Justo, incluyó en la Creación el mecanismo (programa) de facturación que genera el recibo a pagar. Y aún muchísimo más Generoso, estableció una ventanilla para renegociar las deudas (el Confesionario).

 

Por otro lado, no nos agazapemos en la idea de que la lista señala monstruosidades que nosotros no alcanzamos, por lo general; sin embargo, conforme avanzamos en el tiempo, (como en los juegos olímpicos), la vara se va poniendo más alta y Dios espera que nosotros seamos cada día más compasivos y más comprometidos en nuestra vida cristiana. Aun cuando, con toda certeza, su Misericordia no decrece ni el más mínimo ápice.

 

Sal 51(50), 12-13. 14-15. 18-19

El Salmista (David) pide a Dios que obre, lo que sólo Él puede: “Crear”, en hebreo בָּרָא [bará] es un verbo que únicamente compete a Dios: Sólo Él crea, y sólo Él puede crear en nuestro pecho un “corazón” nuevo”; para nosotros el corazón es la sede de las emociones y sentimientos, en cambio, en el pensamiento semítico, es también la sede del pensamiento intelectivo, lo que nosotros ubicamos, señalando la cabeza. Y el hagiógrafo le ruega que no le retire la asesoría del Espíritu Santo.

 

Luego, le pide que los “afiance”, es decir que, le pide un espíritu fuerte y estable para vivir en la firmeza. Y pide que lo ilumine con la Luz de su Rostro, que se debe tomar como solicitud de tener la compañía de su Presencia, de su Shekina.

 

Luego es consciente que la Salvación conlleva dicha, alegría. Y el salmista ofrece pagar esa ayuda convirtiéndose en un Misionero que da testimonio.

 

Poco a poco ha mejorado su Imagen de Dios: ahora sabe que a Dios no le satisfacen los sacrificios, que miles de vacas, son sólo sangre estéril derramada.

 

Lo que le agrada a Dios es que la persona se haya vuelto porosa a Su Acción, y deje que su Nuevo Corazón palpite poderosamente y con sus latidos permita que venga a la vida la realidad paradisiaca en la que originalmente Dios nos había puesto: La fidelidad del corazón es la inmolación verdaderamente válida a los Ojos y el Corazón de Dios.

 

Todo depende del corazón nuevo (tierno y suave) que Dios nos dé, eso lo reconoce -todo el tiempo- el salmo, si Dios no hubiera acondicionado el pecho para esta cirugía de “corazón abierto”, hace tiempo que nuestra historia -como humanidad- se habría tocado a su fin.

 

Mt 19, 13-15

Segregación de los dueños del Reino



En 18, 1-5 se preguntó a Jesús cuál de ellos era el “más grande”. Jesús les contestó que un παιδίον [paidión] “niñito”, (es el diminutivo de παῖς, [país] que, como lo decíamos, significa “niño en edad escolar (primaria)”), atraviesa un periodo de educación intensiva y estricta para alcanzar su realización. En aquella cultura, no merecía ninguna atención, y era algo menos que un apéndice de la mamá, y la mamá, era vista como un cero a la izquierda. Un niño, por tanto, era menos que cero.

 

Ser niño es ser símbolo, que se enfoca como paradigma de la nulidad, de la marginalidad, pico de pobreza, remate de la “carencia”, alguien totalmente “desprovisto”. Lo que nos propone Jesús es una metanoia, aprender a verlo como ejemplo de generosidad, de desprendimiento, de desinterés por lo pecuniario, sin ambiciones, sin la toxina de las pretensiones, el prestigio y las prebendas, en su sangre -es una novísima “wissenschaft”. Llegar a percibirlos como buscadores de la dicha para compartirla.

 

Y, les llevan a estos “chicos” para que Jesús les imponga las manos. Las manos son creativas, son artísticas, detentan el culmen de la artesanía, en ellas se anida toda habilidad trasformadora, habita en ellas el “poder”. En muchas culturas se imponen las manos para trasferir salud, en nuestra cultura se imponen las manos para que el Espíritu Santo “venga sobre” y opere la “transustanciación”. Pedir la imposición de manos es pedir la concesión de la autoridad, del poder. Jesús sanaba y expulsaba demonios con la imposición de sus Manos.

 

“De los que son como ellos es el reino de los Cielos”: El Reino no es de los ambiciosos, de los arrogantes, de los acaparadores; Jesús les impone las manos para establecer una sinodalidad de los “pequeños”. Jesús es -en ese contexto- el más Pequeño de los pequeños”.

 


La poca comprensión del Reino que tenían los discípulos los lleva a rechazarlos, a reprenderlos, al desprecio y al alejamiento. Para los discípulos, los niños no pertenecen al Reino, y quieren “evitarlos”. También ven a los niños, a los pequeños, como estorbo del Reino. Nosotros -como discípulos también arrostramos el riesgo de no reconocer a los ciudadanos del Reino- y perpetuar la discriminación.

 

Si caemos en eso, no hemos logrado asimilar las valiosas lecciones de sinodalidad que nos viene dando el Señor en esta parte del Evangelio Mateano: primero les /nos dio un discurso sobre ese tema (ortodoxia), y luego -mientras sube de Galilea a Jerusalén-  nos ha venido ilustrando la ortopraxis.

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