viernes, 30 de agosto de 2024

 1Cor 1, 26-31



El que se gloríe, que se gloríe en el Señor

Las cosas las vemos según el ángulo en que las miramos. Se dice siempre que según uno mira, podrá ver el vaso medio “lleno” o medio “vacío”. Es cuestión de perspectiva. Pero, la perspectiva no es neutral, habla de la riqueza o la pobreza del corazón: la verdadera sabiduría consiste en saber mirar a Dios y descubrir en Él, su Generosidad, su Bondad, su Misericordia. Otro ojo, mirando al mismo Dios, sólo ve a un tirano, un déspota-torturador, un ser castigador y, además, a un Injusto.

 

Al voltear a mirar a nuestra comunidad eclesial podemos ver una escasez de poderosos, un arrume de “desgraciados”, ningún príncipe, ningún conde, ni siquiera un duque, y si se descubre uno, sólo es duque de apellido.

 

Sin embargo, Dios ha convocado a los necios, a los débiles, a la gente baja del mundo, inclusive a los despreciados, los que no cuentan, para que ninguno de los convocados justifique su llamado y saque pecho para enaltecerse por ser tan santo, o tan justo.

 

De esta manera, el Señor ha constituido la comunidad de Corintio, con gente muy desdeñable desde el punto de vista moral. No les queda más que reconocer la Bondad de quien los ha llamado, sin exigirles ralea, o privilegios, o abolengos, o agudeza intelectual o formación académica. Ha puesto la Mesa y servido el Banquete para que los sitiales fueran ocupados por los más modestos, por los menos destacados, por los mínimamente encumbrados.

 

¿Quién que esté allí sentado podrá enorgullecerse de sus títulos e hidalguías, o presumir de sus canonjías? Al Banquete del Señor sólo acceden los que tienen que inclinar su nuca arrepentidos y sólo tienen como pobreza para justificarse, sus lágrimas penitentes y su intensa contrición por haberle fallado.

 

El Señor nos mira desde la Cruz y nos llama, discípulos-amados, para entregarnos a Su Madre como Madre nuestra, Madre de pecadores, pero Madre de los acogidos por pura Misericordia.

 

Continuamos -justo donde dejamos ayer- esta epístola. Se sigue planteando que en la “Asamblea” no hay “sabios” de la sabiduría “mundana”; tampoco hay “poderosos”, los poderosos suelen simpatizar con la sabiduría mundana, es más juegan con ella, se mimetizan en su fondo, acomodan sus “asertos” para teñirlos con compatibilidad y hacerlos aparecer como acordes con el pensar que en cada momento se estila, es lo que se suele llamar “populismo”, y en otro sentido muy afín, “demagogia”; tampoco conforman este discipulado los que se llaman a sí mismos “los mejores” (aristocracia), presentándose como gente con una calidad superior, y se condecoran con un modo de pensar, según ellos, más fino, de mayor calidad; así bautizan su lógica para hacerla aceptable y para ponderarla.

 

Dice la epístola que Dios -por el contrario- ha escogido lo más necio, para poner en su lugar a los arrogantes. Como se dirá en Lc 14, 11- los que se ensalzan- Dios los humilla, los que se humillan, Dios los ensalza. No hay otra manera de alcanzar el Honor Celestial, “el que se gloría, que se gloríe en el Señor”

 

Nosotros nos elevamos por la escala de Jacob, subiendo y bajando del Cielo, transitando como ángeles entre lo mundano y lo espiritual, para mostrar al mundo la Verdad de Dios: Subimos y bajamos para ir a traer las Luces que Dios nos concede, como si trajéramos aceite para surtir las alcuzas de los que tienen menester para iluminar su Sendero Místico. Con nuestra lógica sencilla, podemos hablar sin revuelos, ni descrestes, sin chisporroteos y sin reventones estrepitosos, sino teñidos de claridad modesta, descomplicada, inteligible, diáfana. Prístina, como es la imagen del Señor Crucificado, que es Incontrovertible. Que habla con la lógica paradójica del Sacrificio por puro Amor.

 

 

Sal 33(32), 12-13. 18-19. 20-21

Continuamos con el mismo himno que entonamos ayer, tomamos otros versos diferentes y como antífona tenemos también una diversa. Hoy decimos por tres veces: “Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad”.

 

En la primera estrofa se observa que Dios está pendiente de toda la humanidad, sin distingos, pero sus preferencias y su cariño, son especiales, preferencias les para los de su pueblo elegido.

 

¿Quiénes le temen? Son los que se declaran sus devotos, los que le dirigen su reverencia, son ellos los que ganan las Tiernas Miradas de Dios. Él se desvela en particular por quienes se ponen en Sus Manos, esperando que la salvación sea un regalo preveniente de Dios y no confían en nadie más.

 

Su seguro, su red, su atalaya es Su santísimo Nombre, Nombre sobre todo Nombre.

 

Mt 25, 14-30



De aquí en adelante, el Evangelio según San Mateo se dedicará a la pasión y muerte: La Pascua liberadora. Esta es la última lección del Evangelio Mateano, concluimos hoy el estudio de este Evangelio.  -el lunes empezaremos nuestro estudio en 65 lecciones del Evangelio lucano, a lo que se empalmarán 5 lecciones adicionales en la primera semana de Adviento, del año Nuevo Litúrgico, ya en el ciclo C-.

 

Se ha planteado un aspecto escatológico, a saber, la venida del Reino ya definitivamente. Estamos ante la “parábola de los Talentos”, se trata de una parábola porque se está hablando de una cosa, del τάλαντον [talanton] que era una unidad monetaria que representaba 6000 dracmas, valga decir, 21 600 g de plata. Pero a lo que se alude es a un “potencial de santidad”, una fuerza sanadora y liberadora, que Dios en su Magnanimidad, deposita en las manos de cada quien, para que pueda tener que dar, para que pueda darse, para entregarse; paulatinamente, esta palabra ha llegado a significar la capacidad, habilidad e inteligencia que tiene alguien para hacer algo, muy particularmente, interpretar con un instrumento musical, producir obras de arte, o, en fin, desempeñar su rol laboral con eficiencia.


 

Podríamos decir, co-textualizando la parábola, que se está hablando de la habilidad que cada quien porta para participar en la edificación del Reino. Se construye el Reino con la Misericordia, y Dios, Dueño y Señor de este Bien, lo da con abundancia a todos para usar de Él, para el Bien del prójimo. Será el Juicio de las Naciones, y cada quien será juzgado según el generoso uso que haya dado a la dote de talentos, para favorecer al prójimo.

 

Dios no pone en las manos de cada uno la misma “suma”, dado que no todos contamos con la misma disposición para hacer florecer lo recibido. Por lo tanto, el Señor distribuye sus dones, de conformidad con la “rentabilidad” que poseamos, que demostremos.

 

Contra lo que pensamos en nuestra mentalidad contemporánea, no se nos da este “monto” para el provecho egoísta; el Señor invierte con un criterio altruista: efectivamente altruismo es antónimo de egoísmo, en el eje oposicional otro/yo = alter/ego. El egoísmo se desvela por mi interés, el altruismo se afana por favorecer al “otro”.

 

Que caracteriza al egoísmo, la desconfianza en el “otro”. Se nota que el siervo que enterró su “talento” obró de tal manera porque miró a Dios desde una perspectiva desconfiada: lo vio “exigente”, “que siega donde no siembra”, y “recoge donde no esparce”. Aquí hay un aspecto clave de la parábola en el que no hemos reparado suficientemente: lo esencial que es la imagen que se tenga de Dios para responder a su “confianza”. Verdaderamente, Él confía en su criatura, confía ampliamente, le pone a disposición todos sus bienes, y no dispone de subgerentes, supervisores y guardianes que estén en permanente alerta, y custodiando con ojo celoso.

 


Quien bien respondió a la confianza depositada será honrado con comisiones aún mayores. Quien desmerezca -con su egoísmo- será relegado a las tinieblas, disfrutará de su sombría visión de Dios, que representa, no llegar a verlo jamás.   

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