lunes, 26 de agosto de 2024

Martes de la Vigésimo Primera semana del Tiempo Ordinario


 

2Tes 2,1-3a. 14-17   

Un llamado a permanecer firmes en la Espera

No es el momento para ponerse a especular sobre el fin de los tiempos. Lo importante es mirar críticamente la realidad que nos rodea, arremangarse y traducir, en hechos concretos la esperanza que anima la marcha.

José Bortolini

Las palabras nos condicionan, los lingüistas suelen decir que las fronteras de nuestro mundo son las fronteras de nuestras palabras. ¡Es la pura verdad! Si una palabra recorta la realidad más acá de los límites de su alcance, el mundo se nos empequeñece, y si la corta más allá, el mundo se nos exagera. Por eso debemos aplicar un esfuerzo consciente para hacer la palabra más exacta y no caer en el territorio del descuido, donde poco nos vale si decimos lo que es, o nos engañamos. Por ejemplo, hablamos de “venida” refiriéndonos a la Parusía, como si Jesucristo con su Ascensión a los Cielos se hubiera ausentado, claro, si “subió” a los cielos se ha ido, y entonces hablamos de su venida, precisando que se trata de su Segunda Venida.

 

Esto es más o menos preciso, sin embargo, ¡no del todo! Porque Jesús no está ausente, pese a que se halla imperceptible a nuestra sensorialidad, en realidad, está más Presente que antes, con su Presencia Sacramental. Algunos teólogos para acercarse lo más posible a la comprensión hablan de “Presencia fuerte” o “Presencia manifiesta” y otra Presencia que podríamos llamar “Presencia velada”, “Presencia débil”, “Presencia Indirecta”. Esta Presencia Sacramental es no sólo la Presencia Eucarística sino, en general, Su Presencia Eclesial.

 

San Pablo no habla aquí de Segunda Venida, habla del “Día del Señor”, eso nos gusta, porque eso insinúa mejor que la Parusía no es una ausencia que se suple con una Presencia, sino una Presencia Glorificada y Gloriosa. La Presencia que tenemos por ahora es una presencia kenotica, que renuncia a su resplandor, que nos cegaría. La que tendremos entonces será una Presencia que afectará nuestros sentidos y entrará en el marco de nuestra débil percepción. (Entonces no desviaremos la atención a la pregunta de qué lavandero puedo dejar Su Vestidura de ten esplendoroso blanco, y nos haremos cargo que llega con todo su Poder).

 

Pablo nos alerta para que en esta cuestión no perdamos la cabeza. Señala que muchos quieren aprovecharse y manipulan las verdades del Evangelio. Efectivamente, podemos contar con la disponibilidad de Jesús que quiere participarnos de la Gloria que Su Padre le ha otorgado. Y esa Voluntad es la de hacernos coherederos.


 

Mientras, en este, que nos parece un entretanto muy prolongado, su Presencia nos sostiene, dándonos dos elementos de soporte y afianzamiento:

1)    Παράκλησιν αἰωνίαν [Paraclesin aionán] “reconfortamiento salido de las manos de Dios, que ¡nos hace bien!”, “Consuelo eterno”

2)    ἐλπίδα ἀγαθὴν ἐν χάριτι [Elpida agapen en chariti] “esperanza dichosa y verdadera”.

 

Mientras, en el entretanto, el Patas hace de las suyas (hace su Pataleta), y nos desconcierta con sus reflectores y su barullo que hace resonar por medio de parlantes, no se dejen obnubilar por su presunta espectacularidad. La Gloria no es estruendosa, no es entorpecedora con todo su fragor; la ¡Gloria es Gloriosa!, la Presencia Real es espiritualidad maximizada, con manifestación corpórea, física.

 

Sal 95(94), 10. 11-12a. 12b-13

Notemos que lo que dice son Pablo es -a su manera- una reafirmación de la Alianza. Este de hoy, es un salmo de la Alianza. El Salmo mismo es todo un anuncia de la Presencia venidera y manifiesta del Señor, de su Presencia Fuerte, que llegará Gloriosa a regir la Tierra. Eso es lo que ratificamos, insistentes, por cuatro veces, como si lo gritáramos hacia los extremos de la Rosa de los Vientos, es un cantico nuevo, cuya novedad- como decíamos ayer- estriba en la manera de presentarlo para que sea más claro en su Verdad; y dirigidlo a los cuatro puntos cardinales. ¡Gritemos una estrofa hacia cada uno de ellos! Su insistencia nos invita a Glorificar el Santo Nombre del Señor.

 

Como en el Padre Nuestro, el eje y el énfasis está en suplicar por la “venida del Reino”: ¡Venga a nosotros tu Reino!

 

Jesús nos encargó la tarea de anunciarlo, de proclamar, la Venida de su Reino, en Gloria. Y su Envío fue con ecumenismo, con catolicidad: Id y haced discípulos en todas las naciones de la tierra.

 

En la primera estrofa hay tres principios fundamentales

1)    el Señor es Rey

2)    Él afianzó el Orbe y no se moverá

3)    Regirá a todos los pueblos con rectitud.

 

Como es para todos, sin exclusión, Él mismo nos señala las fronteras Sin-fronteras de este salir a repartir Invitaciones:

1)    Alégrese el Cielo

2)    Goce la tierra

3)    Retumbe el mar y cuanto la llena

4)    Vitoreen los campos y cuanto hay en ellos.

5)    Y hasta los propios árboles en los bosques -que también ellos están delante de Dios.

 

Leamos que dice la invitación: “El Señor ya llega, llega a regir la tierra” y nos explica cómo será este gobierno, sus rasgos característicos.

A)   Regirá al orbe con Justicia

B)   A los pueblos los gobernará con Fidelidad porque Él es el Eternamente Fiel.

 

Mt 23, 23-26

La autenticidad no se desvela por la fachada



Hoy vamos a vérnoslas con los “ayes” 4 y 5:

1)    Ay de vosotros que pagáis el diezmo de la menta, del anís y del comino.

2)    Ay de ustedes escribas y fariseos hipócritas, que limpian por fuera la copa y el plato.

 

¿Que es un “ay”? Un “ay” es el antónimo de una bienaventuranza, mientras esta anuncia dichas, aquel presagia aflicciones. Por eso algunos lo traducen como “maldiciones”. Nosotros diríamos “Tristes presagios”, “Vean los males que se atraerán”.

 

Hay gente que para hacer su declaración de impuestos revisan y toman en cuenta hasta las facturas más mínimas, donde hubo gastos o salidas hasta por 5 centavos. En cambio, procuran a toda costa, ignorar los ingresos bimilionarios que tuvieron. Nos recuerda en seguida aquello de la paja y la viga en el ojo ajeno y en el propio, respectivamente. Pero también nos trae a colación, cuando se leen las páginas de la historia universal y se examinan los impuestos que cobraban los imperios, donde se enumeran impuestos cobrados hasta por el más leve aprovechamiento de un recurso, por pescar en una quebrada, por caminar por las calles enlozadas, por atravesar cierto potrero, por usar sandalias u otro tipo de calzado. Mencionamos esas que nos llegan a la memoria, conscientes que la lista se prolongaría por muchísimas páginas, sí hiciéramos el más leve intento de ser exhaustivos.


 

Lo malo para Jesús no está en el atento cuidado, sino en el doblez, según se juzgue para otros, o la suavidad, cuando se mira para aplicárselo a sí mismos: lo estricto para los otros, lo ancho para ellos mismos. Ellos se auto-juzgan con reglas laxas, para los otros descargan todo el rigor y extreman aún más la fuerza exprimidora de alguna regulación.

 

En el otro punto, en el relativo al plato y la copa, la cuestión estriba en el cuidado que se da a lo externo y -nuevamente- a lo laxo que se es con lo interior. Se atiende a lo aparente y se pulen y brillan los aspectos visibles, mientras se descuida la verdadera y sincera rectitud de la vida.

 

Y, aquí hay un punto de convergencia, porque llegamos a juzgar a otros cuya consciencia desconocemos, por pura pauta de suposiciones (juzga mal y me dirás quien eres), y descuidamos eso que sabemos tan bien, que el Señor nos previno de juzgar al otro, porque nadie -solo Dios- conoce la verdadera pulcritud del hilo con el que se teje. Ahí se nos olvidan todas las experiencias en que Jesús nos mostró la ilimitada Misericordia de Dios y nos arrogamos la Autoridad Divina para condenar a los demás.

 

Como huelga en lógica, que cada cual se haga cargo de sus ollas y su loza y las mantenga tan brillantes -y no sólo por fuera- que cuando alguien las necesitara, las hallaría repletas de moscas. Jesús concluye, perentorio, que debemos limpiar nuestro corazón, y entonces el brillo será visible a Sus Ojos, aun cuando no al público. Nuestros juicios a los demás, recaerán como culpas sólo sobre nuestras propias espaldas, porque Dios juzga a cada uno y no por las quejas trasmitidas de algún corre-ve-y-diles calumniador, ni mucho menos, tomando como base, los prejuicios del vecino.

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