miércoles, 21 de agosto de 2024

Jueves de la Vigésima Semana del Tiempo Ordinario


 

Ez 36, 23-28

Pedro les dijo: " Arrepiéntanse y sean bautizados cada uno de ustedes en el nombre de Jesucristo para perdón de sus pecados, y recibirán el don del Espíritu Santo.

Hch 2, 38

 

Ayer trabajamos una perícopa (34, 1-11) de la cuarta parte del Libro del profeta Ezequiel. Hoy -y con eso concluiremos nuestro estudio de este Profeta- estudiaremos otra perícopa de la cuarta parte; esto significa, que en nuestro estudio no veremos ningún ítem de la Quinta Parte, que abarca los capítulos 40-48.

 

El pueblo de Judá y en particular los Hierosolimitanos, se revolcaban en la idolatría y su pecado no apuntó a una conversión, lo que les acarreo ser dispersados por las diversas naciones paganas que los rodeaban y los apretaban. Y padeciendo esta deportación tan dolorosa y habiendo sufrido lo extremadamente doloroso de la destrucción de Jerusalén y con ella la del Templo; sin embargo, ellos no corrigieron su comportamiento, y los paganos encontraban en eso buen pretexto para imprecar al Señor.  Las malas conductas de un pueblo siempre irán en detrimento del Dios en el que ellos dicen creer. YHWH se ve obligado a salir a salvaguardar su Fama de Dios Bondadoso y a mostrar que es aquel pueblo infiel el que ha quebrantado la Alianza.

 

Yahweh, sale a limpiar su Nombre Santísimo. No obra así para preservar el honor de su pueblo que ha sido infiel; sale en defensa de Su Santo Nombre, que ellos han deslucido. Él -a pesar de su indolencia- los va a congregar, los va a reunir como un rebaño disperso y los llevará de vuelta a su tierra.

 

Ese será el primero de una cadena de actos purificadores, será una serie de acciones Redentoras que saldrán de su Bondad.


 

La primera, será la purificación mediante la aspersión de agua purificadora. A esta, continuará el cambio de corazón -el de piedra será permutado por uno de carne- y la infusión de un Nuevo espíritu, el Espíritu propio de Dios, para que adquieran la capacidad de mantenerse en la rectitud de los Preceptos Celestiales.

 

Habrá, entonces, por fin, cumplimiento de la Alianza; Ellos actuaran con la consciencia de ser el “pueblo de Dios” y Dios, por su parte, reconocerá en ellos -los que han sido purificados y han recibido el corazón de carne- a su pueblo.

 

En ese nuevo estado, voltearán su mirada hacia atrás, y al ver la vergonzosa mancha de su pecado, se fastidiarán de sí mismos, y tendrán repugnancia de haber caído tan bajo.

 

A consecuencia de esta conversión, Israel será un pueblo fructífero y sus cultivos serán feraces, así no tendrán que pasar hambre y los incrédulos no usaran de burla contra nosotros.  

 

Sal 51(50), 12-13. 14-15. 18-19

El pecado de David con Betsabé y el asesinato que se cometió contra Urías, para tratar de tapar las consecuencias de aquel pecado, fue una mancha que no terminó con la vida de David, pero rebozó contra su descendencia, empezando con el hijo que habían concebido, y siguiendo con el linaje de David, del que Absalón fue sólo la punta del iceberg. Hemos dicho que el pecado tiene consecuencias personales para aquel que lo comete, pero, cuando peca uno que es “pastor”, como David que había sido llamado a iniciar una descendencia mesiánica, las consecuencias de ese pecado de un gobernante, por el gran daño que producen como “mal ejemplo”, como “piedra de tropiezo”, para la comunidad, entonces las consecuencias van más allá. Se escandaliza a toda la comunidad y se normalizan conductas aberrantes. Como -mucho hemos insistido en ello- lo que hace una figura pública-, la gente tiende a ver esa conducta -ya no como oprobiosa-, sino como modélica y la repiten porque es un paradigma.

 

No basta que salgan miles de defensores, agenciando disculpas; lo que está mal no podemos a fuerza de pretextos tratar de teñirlo de aceptabilidad. Las falsas justificaciones, sólo conseguirán multiplicar el mal, y a fuerza de repetir un error, se inducirá a muchos otros a cometerlo. El pecado dejará de ser algo personal y se convertirá en un mal “social”.

 

No podremos evitar, a fuerza de rogarle a Dios que nos perdone, que muchos sean inducidos al error. El Señor nos regalará la creación de un corazón nuevo, y, sin embargo -como en un juego de bolos- la bola estará echada a rodar y, arrastrará a su paso muchos pines.

 

Hay una vía de reparación, que a fuerza de tesón y mucho empeño, en algo disminuye la falta, y es entregarse a la tarea de prevenir tratando de detener la reacción en cadena que hemos desatado.

 

Muchos tratan de crear publicidades y campañas cívicas para remendar el entuerto, otros pagan misas y reparten estampas impresas, algunos otros organizan conferencias y videos correctivos, pero la piedra arrojada al centro de un pozo, inevitablemente desatará incontrolables círculos concéntricos.

 

Algo que si alcanza un efecto sólidamente reparador es presentarse ante el Señor con un corazón sincera y profundamente contrito. «Un corazón quebrantado y humillado, Tú, oh, Dios, Tú no lo desprecias».

 

Al corazón arrepentido Dios le otorga ser “bautizado” en las aguas purificadoras de la vida sacramental y así el poder bautismal, sanador, recuperador, repara y lo crea, como una persona nueva. El poder Redentor de Jesús -por ser Dios- puede lograr lo que ningún acto humano puede alcanzar: Es el agua que brotó de su Costado y que nos lavó de todas nuestras inmundicias.

 

Clamemos a la Gota de Agua Recuperadora que brotó de Su Costado con el lancetazo mortal en la Cruz, que cree en nosotros “un corazón puro”.

 

Mt 22, 1-14

Tenemos que producir frutos de conversión dignos

La parábola de ayer encuentra una especie de reverberación en la parábola de hoy, quizás en este caso de hoy deberíamos referirnos a una “alegoría”, porque cada elemento de esta, tiene como una imagen, en su símil. Hay un paralelismo entre cada elemento de referencia aludido: Un rey da un banquete de bodas para su hijo e invita a todos los del pueblo, que se rehúsan asistir pretextando innumerables ocupaciones tan obligantes que no se pueden ni trasferir ni dilatar. Algunos, persiguen y asesinan a los mensajeros, lo que obra como figura de los que perseguían a los primeros cristianos y llegaban a darles muerte.


 

El Rey se enojó, se puso severo, y envió tropas de soldados destructores y de profanadores que acabaron con todo. Porque eran invitados que no se merecían la invitación.

 

Entonces el Rey dio orden a sus servidores para que fueran y reunieran a todos los que encontraran, sin discriminar entre buenos y malos, y repartieran las invitaciones. Así terminaron siendo invitados tanto justos como pecadores.

 

Esta vestidura… le pertenece al que se siente perdonado y vive del perdón.

Silvano Fausti

 

Muchos creen que aquí Mateo combinó dos relatos de distinta procedencia. Aparece un elemento algo sorprendente, uno de los invitados que no lleva el “vestuario apropiado para asistir a una boda”. Así que el Rey le pidió explicar esa anomalía, y no obtuvo respuesta. El Rey dio órdenes para expulsarlo, amarrado de pies y manos, a las tinieblas.

 

La historia concluye con una moraleja, rotunda y contundente: “Muchos son los llamados, pero pocos son los elegidos”.

 

No basta el Sacramento sino no se vive con coherencia. El sacramento puede quedarse varado, en un rincón sí, no hay compromiso para vivir acordes a la fe que se confiesa. No puedo evitar recordar a un amigo que -sin saber montar en motoneta- compró una, y fue dilatando el aprendizaje para usarla. Cuando por fin dijo, iba a sacar el tiempo para hacer el curso, descubrió -apesadumbrado- que ya no era más que un cachivache inútil, un arrume de óxido y moho.


 

El sacramento lo reciben todos los llamados, pero disfrutarlo, sólo lo logra quien lo vive y lo convierte en la dicha de su existencia, son los elegidos.

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