jueves, 8 de agosto de 2024

Jueves de la Décimo Octava Semana del Tiempo Ordinario

 


Jr 31, 31-34

Veníamos viendo ayer que los capítulos 30 y 31 forman un bloque poético donde se articulan 11 poemas. Hoy nos ocupamos del 10º poema: La temática será “la Nueva Alianza”: “Haré una Nueva Alianza con Israel y con Judá”. Algo ha cambiado, no es la misma Alianza anterior. Antes la Alianza vino a parar a una “jaula”: el Arca de la Alianza.

 

El cambio radica ahí: Ya no se les dará el elemento esencial de la Alianza en Tablas de la Ley; la Nueva arca seá nuestro propio pecho, y el material sobre el que se escribirá, ya no serán tablas de Piedra, ahora serán gravadas sobre nuestro propio corazón.

 

Hoy llegamos al final de nuestro ciclo de estudio sobre el profeta Jeremías. No porque hayamos llegado al capítulo final, sino porque hemos tocado la cima de su Mensaje: Una Alianza Nueva.

 

En el verso 32, encontramos una afirmación de continuidad: esta Alianza es Nueva, porque la Alianza que se pactó con el Éxodo fue quebrantada por nosotros, pero -en cambio- Dios la “mantuvo”.

 

No es una Alianza Nueva para ya, sino para “días futuros”. Está en la Economía Salvífica, Dios la tiene atesorada en su Misericordioso Corazón, como un Don para el momento previsto. No es que el eje haya cambiado, sigue siendo un Pacto cimentado sobre la Ley, el Decálogo se mantiene incólume, y la arteria del Amor que fluye de Dios, conserva su flujo de Amor Celestial.

 

Podríamos subrayar unos rasgos como los esenciales para esta Novedad:

a)    Pasa a ser una Alianza de interioridad, está inscrita en nuestro corazón.

b)    Del cumplimiento cabal de la Ley Divina dimanará una filialidad cabal, donde experimentaremos que realmente somos su Pueblo.

c)    No será necesario un “aprendizaje” interpersonal como información, como fluido meramente “mental”; sino que entraremos en el nivel de “vivencialidad” como “Presencia en el corazón” y “Experiencia Vital”.

d)    Vendrá, lo que nos ha traído Jesús, el Perdón, el súper-regalo de Dios que sana, que hace nuevo a cada uno y todo. El salto está en esta acción Divina, que sólo Dios puede ejecutar -porque sólo Dios crea-, hacerlo todo Nuevo a partir de su Misericordia.

 

Empezó en la Última Cena y llegará a su culmen en el esjatón, como se ha revelado en Apocalipsis (Revelación), cuando recibamos el corazón perfecto, seremos Ciudadanos de la Nueva Jerusalén.

 

Sal 51(50), 12-13. 14-15. 18-19

Este es un salmo de súplica: El pecado original ha llevado nuestro corazón a ser un duro corazón de pedernal. Se necesita que lleguemos a recibir el trasplante de un tierno y dulce corazón Misericordioso. Sólo así llegaremos a ser hombres nuevos, dignos ciudadanos de la Jerusalén Celestial.

 

En verdad, cuando recibamos este trasplante, ya no seremos los mismos que éramos. Nos habremos trasformados en Nuevas Creaturas, porque el Señor nos habrá creado de nuevo. Aquí va, pues, nuestra súplica: ¡Oh Dios, crea en mí un corazón nuevo!

 

Lo que estamos suplicando es llegar a tener una Nueva Relación con Dios. Refresquemos la idea, una nueva relación con Dios no es exclusivamente una relación espiritualista, exclusivamente aleluyática, es una relación nueva con todos los demás -subrayemos que yo soy el otro de los otros- porque lo que Dios nos manda no es sólo con Él; por eso es que se necesita una “creación nueva”: la Nueva Alianza será con criaturas nuevas que tendrán, a su vez, corazones nuevos, unificados en la fraternidad del Amor-Agape.

 

Otra precisión es que en el pensamiento semítico no se da la dualidad sentimiento-intelecto, en el corazón se unifica lo que se quiere y lo que se piensa a la luz de lo que en nuestra cultura llamamos “racionalidad”. Esa esquizofrenia que nos divide de la corbata hacia arriba y de la corbata hacia abajo, no se da en el pensamiento semítico. El corazón es integralidad, ahí no se vale que “el corazón tiene razones que la razón no comprende”, ese divorcio no se puede aceptar desde la perspectiva que anima al salmo. Ahí tenemos que decirle a Pascal, ¡qué pena, pasamos!

 

En ese sentido tenemos que afirmar que este corazón del que estamos hablando es firme, estable, asistido por un Espíritu generoso, disponible, obediente, en una palabra, Santo.

 

El salmo nos deja ver que El Espíritu Santo y el Rostro de Dios son -por así decirlo, y a falta de otra palabra que no se nos ocurre, por ahora- “equivalentes”.

 

Notemos también que hay en la Criatura Nueva con Corazón Nuevo, una disponibilidad a compartir con otros esta experiencia de unidad en el Señor: Discípulos-Misioneros que quieren enseñar, inclusive a los que son tenidos por malvados, los Caminos del Señor.

 

Hay aún otro rasgo del Corazón Tierno y Misericordioso que el salmo nos quiere destacar, y que no podemos -de ninguna manera pasar por alto-  y es que la disponibilidad de este corazón a la entrega, a la docilidad ante la palabra de Dios (y la Palabra de Dios es Amor) es su oblatividad: su voluntad de sacrificarse y ofrecerse al Señor, como el único sacrificio que le es agradable.

 

Si uno sacrifica una vaca, por ejemplo, la que sufre es la vaca; en una cultura donde la vaca le podía hacer muchísima falta a su dueño, tenía algún mérito el sacrificio de la vaca. Nosotros, hoy, nos damos cuenta que lo único que podemos sacrificar es el egoísmo del corazón que se rancha en sus caprichos, y que lo podemos ofrecer, complaciéndonos y complacidos en querer y aceptar lo que Dios quiere.

 

El corazón blando, dulce y tierno que es agradable a Dios no es un corazón altanero, ni uno arrogante, sino uno contrito y arrepentido por haberlo defraudado.

 

Mt 16, 13-23



Continuamos en esta parte dónde la acción de Jesús da a luz a un Nuevo Pueblo. ¿Qué conciencia tiene este Nuevo Pueblo sobre su guía? ¿quién es para ellos el “hijo del Hombre”? la “Hora” fue llegada, pero la plenitud hay que aguardarla en la Parusía. Nuestra fe es un ejercicio de esperanza que aguarda la Segunda Venida y que dice siempre “Ven Señor Jesús”.

 

Por ahora todavía circula mucha confusión: para unos el Hijo del Hombre es Juan el Bautista, para otros, sigue la espera del Elías, otros aguardan a Jeremías, otros a alguno de los profetas.

 

Él es nuestro Dios y nosotros somos su pueblo, pero sólo Pedro, pronuncia el Gran Reconocimiento: ¡El Hijo del Hombre es precisamente Jesús! El implante del Nuevo Corazón, requiere de la disponibilidad para acoger el trasplante. Esa disponibilidad corresponde a la aceptación de la Revelación: Hay que abrirse la caja torácica y dejarnos injertar en la Raíz de la Salvación. Tenemos que dejarnos trasformar en Sólidas Piedras, tan consistentes que permitan sobre ellas levantar el Gran Edificio, (perdonen, tenemos que decirlo de nuevo: para llegar a ser consistentemente el Cuerpo Místico de Cristo), es sobre nuestra “firme estabilidad” que es está construyendo.


 

Y las llaves, manejar el “Llavero”, ahí está, a nuestro alcance, a disposición, pero hay que dignificarnos acogiendo la decisión de querer obrar con la fidelidad de la “Casta Esposa”; se podrá construir sobre nosotros cuando logremos “obrar siempre como Él nos dice”. Es un ejercicio de fidelidad del corazón, la firme decisión de seguirlo, abandonando nuestras aspiraciones egoístas.

 

Hay aspiraciones que no nos parecen egoístas, que nos parecen muy pías, como esta que tiene San Pedro, de salvaguardar a Jesús de padecimientos: Pedro no quiere que su Maestro padezca a manos de los sumos sacerdotes y los escribas, mucho menos quiere que termine su historia terrenal en su Ejecución. En medio de su encarnizada defensa, quiere anular el Designio Salvífico, sencillamente porque no va por donde él quiere, sino por dónde Dios optó. Queriendo “defender” a su Maestro, quiere “corregirle la plana”, y señalarle la “ruta” a su acomodo.

 

Aceptar la Voluntad de Dios y sus Designios Soteriológicos esa es la Sabiduría de Dios, en eso consiste llegar a pensar como Dios, para lo cual hay que abandonar el modo de pensar que tenemos los humanos. ¿Quién lo puede lograr? ¡Quien acepte tener un corazón de carne, Misericordioso! ¡en vez de un duro corazón de pedernal!

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