Is
4, 2-6
De día el Señor los
acompañaba en una columna de fuego para señalarles el camino; y de noche en una
columna de fuego, para alumbrarlos. Así pudieron viajar de día y de noche.
Ex 13, 21
Hoy
vamos a leer del Proto-Isaías -a Isaías se la da por cuna la hierosolimitana- y
por las señas que se dan en este Libro, debió ser una persona con grande
influencia en la corte, inclusive se podría aseverar la pertenencia a su
aristocracia: Los capítulos 1-6 de Isaías giran en torno a Jerusalén y Judá,
donde se denuncia la corrupción moral que como consecuencia de la prosperidad
había caído sobre Judá.
Esta
perícopa ha sido intitulada “Promesa de felicidad para el futuro”. El
antecedente, dado en el verso 1 -que no leemos hoy- nos relata que los hombres
se habían ´puesto escasos, porque habían partido a la guerra y no habían
regresado de ella. Así que a cada siete mujeres le correspondía un solo varón,
y se lo peleaban, al punto de aceptar la poligamia y exigirle, solamente,
dejarles llevar su apellido, libertándolos de la carga de manutención sin
reclamarles ropa, ni alimentos, ni cuota alimentaria. Con tal de no estar en
condición de carencia de “marido”, lo cual, era además una condena a la
esterilidad, por no tener opción de ser fecundas, así este fuera solo un
maridaje aparencial, y no gozaran de su respaldo económico, pero bastaba que al
menos hubieran concebido y dado a luz.
Así
que, asistimos a una mengua poblacional, y, de allí, sale a relucir el concepto
de “resto” referido a los que sobrevivieron de su masacre en los frentes de
combate, lo que se lee en 3, 25s: “Tus hombres caerán en la guerra, tus
guerreros morirán en batalla. La ciudad llorará y se pondrá de luto, y quedará
en completo abandono”.
Ya
en el capítulo 1, Isaías alude a estos supervivientes:
Si el señor de los ejércitos
no nos hubiera dejado un resto,
seríamos como Sodoma,
nos pareceríamos a Gomorra (1, 9)
valga
decir que, sería como haber quedado borradas del mapa.
En
el núcleo temático de la perícopa de hoy nos encontramos con la imagen
protectora de Dios que cuida y vela por su pueblo, retomando la Imagen de la
Altísima Presencia sobre el Santuario, sobre la Tienda del Encuentro que tenían
en el desierto, y que Moisés había ubicado a cierta distancia del campamento.
Esta compañía amigable y protectora se expresaba como Columna de Nube.
Ser
columna de fuego en el desierto, que se enfría de noche tan rápido; y ser nube
en el día, cuando el sol canicular no sólo quema, sino que chamusca, es
-verdaderamente un gesto tan paternal-maternal, tan protector como el de un
padre o madre que pone un quitasol para defender al niño del sol o que enciende
un calefactor cerca suyo para garantizarle -frente al frio- una temperatura
confortante.
En
Ex 40, 38 él les confirma su Presencia en el santuario con la misma señal. Como
se nos explica en Ex 40, 33e-34: “Al terminar Moisés la construcción, la nube
cubrió la Tienda del Encuentro y la Gloria del Señor llenó el Santuario”.
Todas
estas referencias nos remiten nuevamente al Monte Sion: representación de la
Presencia Eterna de Dios, su bendición y su reino futuro. Simboliza la Ciudad
de David y la promesa de un reino eterno del linaje de David, cumplido en
Jesucristo. Descrita como la alegría de la tierra y la morada de Dios, Sion
significa Su favor y la gloria futura para Su pueblo.
Lo
que resalta que la existencia no es una ontología de un solo y único instante,
sino una tensión dinámica entre lo que fue y lo que llegará a ser. Patente en
Jerusalén que nos habla de su referencia histórica, pero, además del momento
presente que alude a un futuro, vaticinado para sumido en un misterio
proléptico, del cual, la Jerusalén -que en la Apocalíptica se llama Celestial-
solo nos deja entrever una promesa esperanzadora.
Se
adjunta al acta que, Celestial no es lo mismo que utópica, sino que es una
adjetivación para confirmar que le pertenece al Señor como “lugar” desde donde
nos aguarda con los brazos abiertos. Quizás si miráramos con ojos límpidos, la
alcanzaríamos a discernir a muy breve distancia.
La figura mesiánica en esta perícopa se llama צֶ֣מַח יְהוָ֔ה [semah Yahweh] “el vástago del Señor”, el “renuevo”, el “brote”. Se entiende como una yema del mismo árbol, un “astilla del mismo palo”. De la misma esencia, con sustancia idéntica. Ontológicamente equivalente. “Dios de Dios, … Dios verdadero de Dios verdadero.
Sal
122(121), 1bc-2. 3-4b. 4d-5. 6-7. 8-9
La
importancia de Jerusalén queda acotada en la Primera Lectura de hoy, como foco
teopolítico de la Justicia y la Paz para todos.
Este
de hoy es un salmo gradual, o, tal vez, ya de peregrinación, porque parece que
su implicación es la de los peregrinos que ya pisan los umbrales de la
Ciudad-santa y se hallan a las Puertas -en las murallas exteriores del Templo:
¡Que alegría cuando me dijeron: “Vamos a la casa del Señor”! Tal vez hoy en día, cuando el respeto a la
autoridad se ve tan resquebrajado, nos cueste trabajo entender que al visitar
la “casa ajena” -aun cuando también en la propia, y quizás con mayor razón- y
entrar bajo su techo, nos ponemos bajo la autoridad del Paterfamilias.
Esa autoridad en el Templo es la de YHWH, no la de algún fundamentalista).
En la Primera Lectura nos referíamos a Jerusalén como la Fuente de la Justicia. En el Salmo se le aúna a Jerusalén el segundo significado que se le da en la Primera Lectura: Ciudad de la Paz. “Desead la Paz a Jerusalén”, “haya Paz dentro de tus muros”.
Vale
la pena hacer consciencia de ¿a qué vamos a Jerusalén? Felizmente, el salmo nos
lo explicita: “A celebrar el Nombre del Señor”.
En
las dos últimas estrofas del salmo, la Paz se vuelve el polo magnético de
Jerusalén. Pero, estemos atentos, no es una paz egoísta, de aquella de “¡Coma
yo y como mi macho, y que se reviente el muchacho!”, no es una oración de
“personas”, es una oración comunitaria. ¡No! es una Paz para sus hermanos y a
la vez, para sus compañeros. El salmo tiene una clara consciencia de Comunidad,
todas sus resonancias son sinodales: No dice “que alegría cuando me di cuenta
que me encamino a la casa del Señor”, sino que dice ¡Que alegría cuando me
dijeron: לִ֑י בֵּ֖ית יְהוָ֣ה נֵלֵֽךְ [li bet Yahwe nelek] “Vamos a la Casa
del Señor”! Con sentido evidentemente comunitario.
Mt
8, 5-11
¿Qué
tenemos en esta perícopa mateana? Una parábola, contada por un centurión: Toma
como imagen del poder que tiene Jesús para sanar y defender la vida, la que él
tiene sobre sus soldados; parte de una figura que es un mecanismo de muerte,
-el ejército romano, la maquinaria bélica- y ve las enfermedades y dolencias
como soldados que tienen que obedecerle. Si el centurión da una orden, la
obediencia no se deja esperar. Si Jesús pronuncia una palabra para contener y
expulsar la enfermedad, con mayor prontitud es obedecida porque su Poder es
mayor y su autoridad dimana de instancias más altas. El cosmos entero le
obedece.
¿De dónde sale la autoridad del centurión? Se la ha concedido, el emperador o algún militar de mayor rango en las huestes romanas. ¿Y la de Jesús, de dónde sale? Proviene de la Instancia Suprema, le viene del Padre. ¡Es una Autoridad confiable e imparcial que todos quieren reconocer y acatar!
La
“inteligencia” del centurión admira a Jesús porque este tiene la agudeza para
entender que hay autoridad -con unos ojos límpidos para discernir-, y que el
punto es -precisamente- el de la autoridad. La inteligencia para entender las
cosas de Dios no se aprende en “doctas aulas”, Jesús, el que viene (ille qui
venit), nos la dona. El
centurión lo entiende tan bien, que no pide con la prepotencia del “invasor”
que puede exigir y hasta obligar con la fuerza de las armas, sino como se pide
una obra de caridad, con sencillez, con ruego, como suplicando, poniendo como
argumento del ruego, lo mucho que padece su criado víctima de δεινῶς βασανιζόμενος [deinos basanizomenos] “dolor terrible”
y de parálisis que lo incapacita.
El
propio centurión se sabe sometido a obediencia, él mismo, y tener quien le da
órdenes inobjetables, y se autodefine como ὑπὸ ἐξουσίαν [hipo exoucian] “subalterno”, “bajo
autoridad”. Pero la comprensión del centurión no se queda allí, él comprende
que hay autoridades humanas, y autoridades Divinas. Y discierne entre ellas.
Parece
que, tras su discurso parabólico, hay un fluir de significado que subyace: “La
autoridad del emperador, está muy por debajo de la autoridad que viene de YHWH.
En tanto que centurión, él puede ordenar a “soldados”, pero en tanto que la
autoridad Divina proviene del Señor, Jesús el Kyrios, puede ordenarles a las
enfermedades, al viento, al mar, y hasta a la misma muerte.
La perícopa concluye mostrando la universalidad del Banquete Escatológico, dice que muchos de los sentados al Banquete vendrán tanto de oriente como de occidente y están allí sentados en la Mesa donde se congregan Abrahán, Isaac y Jacob.





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