jueves, 12 de septiembre de 2024

Jueves de la Vigésimo Tercera Semana del Tiempo Ordinario

 


1Cor 8, 1b-7. 11-13

Entramos ahora en el cuarto “bloque” de la 1a Carta a los Corintios (8,1 – 11,1) donde el asunto es “la carne ofrecida como sacrificio idolátrico”, este cuarto bloque lo estudiaremos en lo que resta de la semana, comenzando hoy: jueves hasta el sábado.

 

¿En qué estribo hace pie Pablo para presentar esta temática? Él retoma el tema de las dos muy diversas sabidurías: Que son la sabiduría “mundana” y, otra La Sabiduría Suprema, que nos viene de Dios. La sabiduría intelectualista, con densos brochazos de filosofía, es la sabiduría que Pablo denuncia, llamándola de los “fuertes”.

 

La sabiduría que nos viene del Señor, es la sabiduría de los “débiles”. Esta sabiduría fraterniza, armoniza, no quiere “ganar”, quiere acercarnos los unos a los otros y llevarnos a reconocer nuestra filiación del Señor. Amar a Dios descorre la pesada reja que se interpone al Verdadero Saber; pero amar es inaccesible a los “fuertes”, el fuerte está enjaulado en sus recursos de fuerza, de violencia, de muerte. ¡Salta a la vista que el amor es una filosofía totalmente distinta! No se trata -diríamos hoy, de un duro racionalismo cerebral, sino de un razonamiento dulce, que pasa por el corazón y cuyo axioma base es la capacidad de compadecerse. (No vayamos a tratar de reducir el “amor” a un afectismo chicloso, a una acariciadera y besuqueo empalagoso que, por donde se pruebe sabe a miel y vainilla. ¡No se trata de eso! El amor también es “inteligente”, este no es el amor de Cupido que tiene los ojos vendados y dispara sus flechas a la loca. Es el amor más “lógico” porque su basamento está en Dios, Cima Perfecta de toda Sabiduría): Al amor a Dios nos recubre de un dorado especial en el que los destellos del Amor de Dios, que se reflejan en nosotros, atraen la atención del Padre Celestial, que nos descubre enseguida como suyos.


 

“Sobre el hecho de comer lo sacrificado a los ídolos…” Pablo nos dice que nosotros sabemos y entendemos que los ídolos no son más que eso, fantasías inventadas por el pensamiento humano, y -también sabemos perfectamente- que no hay más que un Dios, manifestado a nosotros en la Persona de Jesucristo; aun así, conocemos un sin fin de dioses mitológicos que pueblan tanto el cielo como la tierra, todos ellos “irreales” y, un Único Señor Dios Verdadero, el Padre de quien procede todo y el Hijo por quien existe todo y Él es nuestro Dueño y Señor.

 

Eso estaba muy claro y algunos lo entendían de manera excelente. Pero, por otro lado, estaban los que, habiendo abandonado la idolatría, no habían logrado apartar de sus vidas los rezagos de tales creencias, que continuaban teniendo sus conciencias “manchadas de inseguridad”.  A estos, todavía muy frágiles, se les dificultaba aceptar y sostenerse en la verdad, y, ver que consumían carne que había pasado por un altar idolatra, los confundía y veían en ello un abandono, o al menos, una traición a su fe cristiana. Y a pesar de esta endeblez, Pablo los destaca como “hermanos” por quien también murió Cristo.

 

Ahora bien, hay un cuidado sinodal que Pablo nos alerta que debemos aplicar en favor de los que todavía no gozan de la convicción suficiente y nos advierte que no podemos escandalizarlos porque si ayudamos a confundirlos estaríamos pecando contra Cristo. Para estos casos se sienta un principio: “…nunca comeré carne para no dar escándalo a mi hermano” (8, 13). Aquí ya está en acción una cultura del cuidado que es consciente que la fe no es un asunto exclusivamente personal, sino que hay retículos de la fe que nos enlazan con todos los miembros (y aún con los no-miembros, pero que bajo ciertas circunstancias podrían alcanzar el paso a Jesucristo), y que esa responsabilidad corporativa nos asiste a todos los que confesamos a Jesús como nuestro Señor. Esa conciencia nos conecta al cuerpo Místico de Cristo.

 

Sal 139(138), 1b-3. 13-14ab. 23-24

Estamos ante un salmo del Huésped de YHWH. Un padre o una madre conocen a su hijo, lo conocen bastante bien, pueden intuir sus sentimientos, sus pensamientos, sus decisiones (no con una exactitud del 100%, pero sí con un porcentaje bastante alto). Pues Dios nos conoce completa y totalmente. Él nos ausculta hasta el mismísimo centro de nuestra medula y puede decir con cabal seguridad hacía que metas nos movemos y si las vamos a alcanzar o no. ¿cómo podría ser de otra manera si somos los huéspedes de la morada terrenal que Él nos otorga? ¡Opcionados, también, para llegar a la Morada Final, en la Nueva Jerusalén!

 

La consciencia del Salmista a este respecto es profunda. Se fija en sus propios pensamientos y en el alambicado y alocado fleco que los atraviesan, y sabe que Dios -previo a cualquier idea o pensamiento- se ha anticipado a observarlo y a detectarlo.

 

También como un sabio galeno, conoce nuestro organismo, todos nuestros órganos, su funcionamiento y estado de salud, y, el cantor, agradece la maravilla de organismo que Dios ha diseñado como soporte de la vida humana.

 

Y, le ruega que esté presente en su interior, siempre al timón de toda nuestra nave, para que sea Él quien la pilote y la prevenga de llegar a desviarse.

 

¿Para donde va la Nave de nuestra vida? Hacia la Vida Eterna, pero que inexpertos y cuán torpes somos para dirigir las riendas y acertar a nunca desviarnos. Por eso, el salmista nos da ejemplo, abandonándose en la conducción de “la carroza de la vida” hacia el Cielo y se entrega confiado al Señor que será el Auriga experto que no permitirá que erremos nuestro destino.

 

Lc 6, 27-38



El fragmento de hoy forma estrecha continuidad con el que leímos ayer y es parte de la misma perícopa. Nos hallamos en el Sermón del Valle. Es evidente que el Señor no ha venido a abolir la Ley, sino a perfeccionarla. Muchas veces se piensa que perfeccionar implica complicarla más, ponerle más artículos, y más parágrafos y llevar su casuística hasta las más mínimas variantes, así, hasta llegar a la más laberíntica exageración, a un galimatías, y reduciéndola a una maraña sólo accesible a los súper especialistas.

 

Este no es el camino de “perfección” que escoge Jesús, Él lo que hace es tomar el eje y enunciarlo con tan profunda sencillez que hasta un bebé lo entienda. Para eso, desplaza los reflectores y apunta al núcleo. Veamos, concretamente, el caso de esta perícopa:

i)              Amén a sus enemigos

ii)             Hagan el bien a quienes los odian

iii)           Bendigan a quienes los maldicen

iv)           Oren por quienes los insultan

v)            Si alguien te pega en una mejilla, ofrécele también la otra.

vi)           Si alguien te quita la capa, déjalo que se lleva también tu camisa

vii)          A cualquiera que te pida algo, dáselo

viii)         Al que te quite algo que es tuyo, no se lo reclames

 

Y, llega a la cúspide, con una fórmula sintética: “hagan ustedes con los demás como quieren que los demás hagan con ustedes”.

 


Todo esto no es un moralismo, es un ideal de vida tan alto como el Cielo. (Ojo que no decimos “tan difícil”, ni tampoco, “tan imposible”, o “inalcanzable”; nada de esto es imposible, sencillamente porque el amor nos hace poderosos).

 

Analicemos:

i)              Si solamente amamos a quienes nos aman, ¿hay en eso algo de extraordinario?

ii)             Si se hace bien solamente a quienes nos hacen el bien, ¿se adelanta algo con eso?

iii)           Si se les hacen prestamos sólo a aquellos que nos van a retribuir ¿se puede ver en eso algo meritorio? ¿podrá llevarnos ese enfoque a un lugar mejor?

 

Estos tres enunciados, de alguna manera, constituyen una denuncia, porque se señalan con ellos, lo que siempre se ha hecho y, que, por lo mismo, demuestran que no han desatado ningún espacio de “Justicia”. Nos atrevemos a afirmar que todos conocemos este texto prácticamente de memoria, pero, en nuestras agendas no ha tenido ninguna repercusión.

 

De ese marco de denuncias se pasa al renglón propositivo:

i)              Amar a los enemigos

ii)             Hacer el bien (Atención, a veces se subraya excesivamente lo que está prohibido -una religión de no hagas esto y no hagas aquello- pero falta el compromiso constructivo con el bien. Y es que en la predica de Jesús -especialmente en su accionar- lo que encontramos es un compromiso con el Bien, y un precepto implícito: el mayor pecado es perder toda oportunidad que Dios nos conceda para obrar ese Bien)

iii)           Presten, sin esperar nada a cambio

iv)           Sean compasivos, como su Padre es Compasivo.

 

Y vienen a continuación las dos joyas de la Corona (del Reino de Dios.  En el Reino de Dios también hay corona). Dos axiomas que nos dan la completitud de la terna y nos muestran la ruta del cristianismo:

a)    No juzgar. No condenar. Perdonar (Jesús no solamente lo mandaba, sino que lo practicaba.  En esto hay que imitar a Cristo).

b)    Dar. A lo que Jesús añade una glosa-sinóptica, que es el colmo de la sencillez: Con la misma medida que ustedes den a otros, Dios les devolverá a ustedes.

 

Ni siquiera se puede decir que hay en esto alguna palabra rara. Por eso es la Ley Perfecta, porque es perfectamente clara.

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