jueves, 5 de septiembre de 2024

Viernes de la Vigésimo Segunda Semana del Tiempo Ordinario


 

1Cor 4, 1-5

No hay que anticipar el Juicio

Dios, en la Persona de Su Hijo, Jesucristo, se ha elegido un pueblo, una comunidad de creyentes que lo asisten en el Anuncio del Reino. Se concentra en mostrar a Jesús, no como un triunfador constante al que todo le sale bien; por el contrario, mostramos las dificultades reales y los tropiezos constantes que salpican la Misión. No escondemos a Jesús Crucificado, pero eso no nos lleva a disimular que Jesús Resucitó. No disimulamos el martirio como campanero constante de nuestras procesiones, pero no nos empeñamos en sembrar desasosiego, sino que sacamos a flote todo el destello enceguecedor del Resucitado que resplandece Victorioso como un Adalid que nos lleva certeros y seguros hacia la Jerusalén celestial; tampoco mostramos el Malo como una caricatura bonachona, porque sabemos que es definitivamente “puerco” y que nos alza barreras para desalentarnos y tratar de hacernos desistir.

 

Quienes quieren animar a otros al seguimiento de Jesús, no lo lograran con palabras altisonantes y discursos “Veinte-julieros”. Su máximo riesgo es que, en lugar de ser servidor, se quieran convertir en Señores; y en vez de pastor que vela, quiera ser arriero que maltrata. Los agentes de pastoral no pueden ser capataces que hagan restañar sus latigos en las espaldas de los fieles. La pesca de los discípulos no es para hacerse banquetes propios y dar opíparas cenas. El agente de pastoral tiene claro que es servidor y que el rol que desempeña no es de capataz sino de “ministro” (la palabra ministro está emparentada con la palabra minus, que significa “el menor”, o sea, “el que sirve.

 

En este proceso, la falla está en dar “privilegios” y poner por delante a los “Mas fuertes” a los aristócratas, a los importantes, a los que desempeñan roles gubernamentales, y a los que están enamorados del poder. El fuerte tiende a marginar a los débiles.

 

Que la gente no vea en nosotros “capataces”, que vea servidores y ministros de su Bondad. Nosotros seremos trasparencia del Misterio, pero no se debe entender el misterio como “lo misterioso”, sino como aquellas maneras como Dios nos habla, se nos comunica, pero nosotros en nuestro afán, en nuestra distracción, en nuestra des-espiritualidad, no nos damos por aludidos, menos por enterados.

 

¿Qué rol jugamos nosotros ante el misterio? ¿damos acceso a Él? ¿Acercamos? Nos convertimos en “facilitadores de Dios”. (No vayamos a entender esto como un abuso de simplificación, como un exceso de facilismos; hay que facilitar la entrada, no hay que reducir a Dios a un montoncito de puerilidad, de simpleza. Hay que ayudar a las personas a acceder, no a caer en el “sencillismo” que tranca la puerta del acceso.

 

Ya hemos advertido para que no entremos en el marco de una religión mistérica que bloquea el paso declarando la Verdad de Dios como una Verdad inaccesible. El misterio es revelable, lo que siempre recordamos es que no lo podemos agotar, no podemos consumirlo, ni apresarlo, ni abarcarlo.

 

Por el otro lado, está la prohibición de juzgar, pero lo prohibimos para poner barrera que nos proteja, no para defender a Dios, que no se siente nunca amenazado. Ahí está la clave de Dios, Dios nunca se siente amenazado porque su Grandeza es tal que no podrá ser jamás alcanzada; no obstante, nosotros al defender su Grandeza, -como somos limitados- sentimos que se van a apoderar de la zona de Misterio que queremos acaparar. La raya de tiza que trazamos es para proteger nuestro monopolio, ¡no para proteger a Dios! Quien no necesita ser protegido.

 

Hay otra verdad fundamental que está aquí anidada y que todos podemos pronunciar asumiendo sus consecuencias: ¡Mi Juez es el Señor!

 

De esta verdad se desprende un corolario, no nos pongamos a adelantar el Juicio Divino tomando a nuestro cargo juzgar a los demás: lo que hay que hacer es esperar a que el Señor venga y sea Él quien juzgue.

 

Y es que siempre hay campos de sombra que no podemos penetrar, sólo el Señor cuando llegue Glorioso, Su Brillo iluminará todo rincón -por más secreto que sea- y se pondrá al descubierto todo lo que tan celosamente hemos ocultado; entonces saldrán a la Luz todos los “guardados”.

 

Sal 37(36), 3-4. 5-6. 27-28. 39-40

Este salmo es uno de la Alianza. Son 8 versos organizados formando cuatro estrofas. La antífona nos garantiza que el Señor es la Fuente de la Salvación. Y precisa, no todos pueden beber de esa Fuente, que está reservada a los “Justos”. Lo que en la antigua alianza se llamaba un “justo”, es lo que en la Nueva Alianza se llama un “santo”. Sólo quien se mueve dentro de los parámetros de la santidad podrá beber de las aguas de la Salvación.

 

La Alianza que promete una Salvación nos habla de una bina muy liviana (como lo es el yugo del Señor): descanso y espera. La cultura de la muerte está inmersa en una atmosfera de afán, de precipitud, de angustia, de inmediatez. Nosotros también hemos caído en el engaño, tenemos que tener un ritmo frenético, tenemos que saltar de actividad en actividad, esos son laos para metros del Malo, corra, afánese, desespérese. Todas estas palabras nos alejan de la confianza en el Señor y nos urgen a entrar en un juego de “rápida productividad”, el ritmo tiene que ser demencial, sin un respiro… Inclusive llegamos a la consigna de “cualquier momento de descanso es pábulo para que el Diablo te ataque”. Y, entonces, ¡urra, que viva el activismo!

 

¿Cuál es la consecuencia más inmediata? no hay tiempo para orar, no hay tiempo para hablar con Dios, tampoco hay tiempo para participar en la eucaristía. No hay tiempo para un retiro, no hay tiempo para nada que sea vida espiritual. ¿Sólo hay tiempo para “no tener tiempo”!

 

Miremos los peldaños del salmo

i)              Confía en el Señor y haz el bien.

ii)             Encomienda ti camino al Señor, confía en Él.

iii)           Apártate del mal y haz el bien.

iv)           El señor protege y libra a los justos de los malvados.

 

Y, en vez de tanta desazón desesperada entrar en la calma para construir una relación de verdadera y profunda amistad con Dios. Tomar la firme e inamovible determinación de servir al Señor; pero en vez de un servicio abstracto, indefinido, consagrarnos a servirle en el hermano/hermana, en cada pequeño, preferencialmente en los desvalidos: eso es lo que significa apartarse del mal y hacer el bien.

 

En síntesis: ¡Confía en Él y Él obrará!

 

Lc 5, 33-39

El hombre nuevo se revestirá de vestidura nueva



Hemos dejado atrás ciertos episodios muy interesantes de la actividad de Jesús en Galilea, que leemos en el ciclo impar-, a) El llamado de los discípulos, b) la cura del leproso, c) el perdón y la cura del paralitico, d) el llamado de Leví.

 

Mientras Jesús esté con nosotros, no podemos refrenar la dicha, nuestro corazón y toda la espiritualidad de nuestra vida debe desbordar su alegría. Resulta casi inimaginable, impensable que vivamos sumidos en una religiosidad depresiva y que no trasparentemos la dicha de estar con el Señor. Nos inventamos rutinas “piadosas” para aparecer muy dolidos y rotundamente lánguidos; pero, esos sí, que no nos pidan que anunciemos el Evangelio, porque eso es tarea de “profesionales: sacerdotes, monjas y frailes. Nosotros asumimos el rol de las plañideras en el velorio, y el Anuncio, lo relegamos porque estamos muy comprometidos con la parte contrita, con el rol lloroso, con el canto del réquiem y con la faz cariacontecida.

 

Según este lineamiento, alcanzamos la aprobación de los fariseos recostándonos -por ejemplo- en el ayuno; en cambio, los que trasparentan el gozo de Jesús en sus vidas, a esos se les desautoriza, porque no están de luto y bañados en lágrimas, quizás -inclusive- flagelándose.

 

Los discípulos de Jesús siempre se visualizan como personas alegres, quizás en algún momento especialmente difícil derramen alguna lágrima, pero su condición normal es la de alguien que está en una “Boda” celebrando que Dios se ha casado con su pueblo y que el pueblo de Dios somos nosotros.


 

La contradicción de estar con cara de luto en un matrimonio se decodifica con una parábola doble: la del remiendo con tela de manto nuevo en un manto viejo y con la del uso de odres viejos para curar vino nuevo. En ambos casos se debe dar una adecuación, no son compatibles ni los remiendos de tela nueva, ni los odres viejos, porque la tela vieja y el vino nuevo no son acordes; lo cual está directamente relacionado con la necesidad de cambio que examinábamos ayer: Ho el cambio consiste en fijarse bien y ponerle un remiendo de tela vieja a un manto viejo y empacar el vino nuevo en odres nuevos, para que todo marche bien.

 

Si se descuidan estos factores no se podrá construir comunidad y la obra eclesial se irá a pique. El paso de las rutinas tradicionales a una nueva ruta siempre implica un margen de riesgos, hay que jugársela con las variables imprevisibles y por eso el paso no se da, se la dan largas y se evade porque el riesgo conlleva unos márgenes de impredecibilidad.  

 

El cálculo de riesgo nos conduce a plantear una matriz:

            Viejo                            Nuevo

            Ausencia                     Presencia

            Ayunar/orar                 Comer/beber

 

La primera columna está directamente relacionada con una tendencia que se injertó y que aparecía como alterna a la línea cristiana, y era una tendencia farisaico-joaneo-bautista. Etas comunidades que captaron la propuesta de Jesús, ni eran monolíticas, tenían a su interior otras influencias que las matizaban, y aún más. Los que vienen aquí a cuestionar la línea de Jesús, que son descritos como “los mismos fariseos y escribas”, recogieron la influencia farisaica que predominaba en la corriente de Juan el Bautista, para cuestionar y tender emboscada a Jesús.

 

¨pr su parte Jesús les plantea su momento como una urgencia de superación y -a la vez- una momento de apuntar al cambio como exigencia de contextualización.

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