lunes, 16 de septiembre de 2024

Martes de la Vigésimo Cuarta Semana del Tiempo Ordinario


1 Cor 12, 12-14. 27-31a

El basamento de esta perícopa ya se había puesto cuando Pablo nos dijo que, al alimentarnos de un mismo pan, todos pasábamos a ser miembros del mismo Cuerpo (1 Cor 10, 17). Pablo va a desarrollar esta idea en la perícopa de hoy: Somos muchos, formando -empero- un mismo cuerpo, pero no quiere decir que todos cumplamos la misma “función” en ese organismo.

 

¿A partir de qué evento nos hacemos parte integrante del Cuerpo Único? ¡En el bautismo! Y esto en razón de que el que bautiza es el “Espíritu Santo”, como a todos nos bautiza el mismo Espíritu, queda “genéticamente” determinada nuestra identidad funcional en el Organismo Místico al que se nos incorpora.


 

Al hablar de función, damos el siguiente paso: Contestarnos a la pregunta ¿qué miembro vengo a ser en este conjunto?

 

Pablo menciona algunas de las funciones que cumplen los diversos miembros de este Cuerpo: Apóstoles, Profetas, Maestros, Milagrosos, Taumaturgos, Beneficientes, Gobernantes, Glosolálicos.

 

¿Tenemos, todos, el mismo carisma? Pablo nos contesta con un rotundo ¡No! Pero, nos manda a anhelar los “carismas mayores”. Lo que se advierte de inmediato es que hay carismas más espectaculares y otros más modestos.


 

Por la manera como se expresa la Carta, uno pensaría que hay carismas vitales para la Iglesia; y otros, mucho menores, como serían, los simples “fieles”, a quienes sólo les correspondería oír y callar. Se homologaban con los pies. En cambio, hablar en lenguas y el profetismo, se equiparaban con la cabeza, la mano y los ojos. Así la membresía estaba dividida entre “fuertes” y “débiles”.

 


En todo caso la disposición que nos trasmite San Pablo, es para que ambicionemos los “carismas mayores”. Este tema del Cuerpo Místico es tan importante que ocupará tres capítulos (12-14), y continuaremos atendiéndolo tanto mañana como el miércoles.

 

Sal 100(99), 1b-2. 3. 4. 5

Este es un salmo del Ritual de la Alianza. A veces nos parece excesivo que “tengamos” que ir a la Eucaristía, de Domingo en Domingo. Y, no nos fijamos que la Alianza hay que dinamizarla, hay que celebrarla, más aun, hay que festejarla con frecuencia; sólo así iremos percibiendo paulatinamente su significado y su honda repercusión en nuestra vida.

 

Si no se trabaja para profundizar lo que implica la Alianza en nuestra vida, muy pronto llegaremos a ese vericueto dónde se pregunta ¿cuál Alianza?

 

La Alianza es ese parentesco, no innato, sino “contraído”, ente Dios y nosotros. Nosotros, no tomados como unidades discretas, sino como un pueblo, personas enlazadas por unos retículos, pluridireccionados, a una comunidad.

 

Tenemos -en nuestra vida sacramental- un “procedimiento de restablecimiento de la Alianza, en el Sacramento de la Confesión. Al confesarnos inyectamos una revitalización al vínculo que nos conecta con la comunidad.

Dios nos ha explicado nuestro vínculo con Él, diciendo que nos une una “Boda”, mostrándose como el Novio, y dirigiéndose a nosotros como si nos atara el Sagrado Vínculo Matrimonial. Dos rasgos son esenciales a una relación conyugal: amor y fidelidad.

 

Es esa analogía ¿qué sería el “adulterio”? La idolatría, irse detrás de los falsos “dioses”. Abandonar el tálamo, para irse en brazos de alguna supuesta divinidad.

 

La primera estrofa nos dice como es la llegada a la casa del Amado: Voces y risas alegres, atenciones significativas de acogida y bienvenida; voces de jolgorio de la Enamorada feliz de ver llegar a Su Amado.

 

Sentido de pertenencia: ¿Quién es nuestro Dueño? ¿De quién somos felices de pertenecerle? ¡Nos sentimos ovejitas de Su Rebaño, y eso nos alegra!

 

Bendecir su Nombre y agradecerle, rebozar de Gozo, mostrarse agradecido, pone en acción nuestros gestos de Acción de Gracias.  Es la Todah (Acción de Gracias en hebreo).

 

Tres rasgos que nos unen en Alianza con nuestro Amo y Señor: Si nos preguntaran por qué lo amamos tanto aquí está contenida la respuesta:

i)              Él es Bueno

ii)             Su Misericordia es Eterna.

iii)           Su Fidelidad dura por simpre.

 

Este salmo se deleita y ramifica su complacencia que emana, toda ella, de un nítido sentido de pertenencia: ¡Somos su Pueblo, Ovejas de su Rebaño!

 

Lc 7, 11-17

ubi amor ibi oculus



En Lucas 7 22, Jesús definirá su Accionar, según el Poder mesiánico que Dios-Padre le otorgó de la siguiente manera.

1)    Los ciegos ven,

2)    los cojos andan,

3)    los leprosos quedan limpios,

4)    los sordos oyen,

5)    los muertos resucitan,

6)    se anuncia a los pobres la Buena Nueva

 

Estos son los elementos que confirman que Jesús es el que había sido Anunciado, el Mesías. El relato que nos entrega la perícopa de hoy, se concentra en mostrar uno de los signos mayores de su “Epifanía”: Los muertos resucitan.

 

No es un circo de atracciones: No estamos ante una situación cualquiera. Se trata de un hijo único que había muerto: Valga decir, el único soporte de una viuda que sin su hijo quedaba reducida a la más miserable pauperización.

 

Detrás de este estado de pobreza maximizada, hay algo más: el profundo dolor de una madre que ha perdido a su hijo, ¡Su hijo único!

 

Nos hemos venido dando cuenta que en Jesús hay absolutamente “cero-indiferencia”; por el contrario, su capacidad de compasión demuestra la talla de su corazón. ¡Más que corazón, diremos que tiene entrañas de misericordia! Precisamente la Misericordia es eso, poder entender la profundidad de un dolor, querer ayudar con todo lo que se dispone, a quien necesita de socorro.

 

Nuevamente como ayer, testimoniamos el poder de su Palabra: “Muchacho, a ti te lo digo, levántate”. Nos parece que es obligatorio reiterar que esta palabra ἐγέρθητι “levántate”, viene a significar, ¡Resucita!

 

¿Por qué se espantaba la gente? Vemos que la reacción de la gente cuando Jesús obra estos grandes milagros es explicada en los Evangelios como una reacción de terror- pánico…

 

Muy sencillo, para ellos estaba claro que solamente Dios puede “resucitar a los muertos, o sea que ellos habían visto, con sus propios ojos a Dios actuando, y desde muy pequeños se les inculcaba que quien veía a Dios, moría. ¿De qué otra manera podían reaccionar si pensaban que iban a caer fulminados?

 

¿Cuál es el mensaje que se nos entrega? También nosotros, portadores como somos del Poder de Jesús -que nos ha enviado- tenemos que ir llamando a levantarse a todo el que vaya muerto, más aún, levantar a los que andan muertos en vida. Aún hay otro detalla, esta obligación de resucitarlos es fortísima sí el que va en ataúd es un muchacho.

 

Los jóvenes siguen siendo las victimas privilegiadas y preferidas por un sistema vampiro que se nutre, preferencialmente, de la vida de los que deberían ser resplandor de futuro. Nada nos importa los que caen, aun cuando el dolor es sincero cuando son los propios. Decimos defender el “mañana”, pero el “mañana” nos resulta ilusorio cuando tenemos que optar entre el porvenir y la ganancia. Si no hay compasión por los jóvenes que caen, será patente que en el lugar del corazón sólo llevamos un basalto.

 

En el mundo actual, donde campea la indiferencia, el único Ojo que parece ver, es el Ojo de Jesús, que aún llora sus compasivas lágrimas, que aún es capaz de compasión. El mensaje es para descubrir el poder que Jesús nos ha legado, no para hacer espectacularidad, sino para dar vida, y vida en abundancia.

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