miércoles, 25 de septiembre de 2024

Jueves de la Vigésimo Quinta Semana del Tiempo Ordinario

 


Ec 1, 2-11

El trompo gira sobre una púa metálica -el herrón-, así que, es la pieza esencial de este juguete.  El herrón del Qohélet es el famosísimo dicho [Jabel jabelîn] “vanidad de vanidades”, como se le suele traducir. Se presenta 38 veces en este Libro.

 

Pero tenemos una dificultad, la vanidad ha devenido otra cosa distinta de lo que era, ahora se refiere a un concepto moral, prácticamente análogo y homónimo de soberbia, arrogancia, presunción, jactancia.” … -«lleva desafortunadamente la connotación de esquemas moralisticos o ascéticos lejanos de la visión de Qohélet»- (Gianfranco Ravassi)


 

La palabra הֲבֵ֥ל [jabel], y esto nos va a ayudar a comprender mucho su significado, está emparentada directamente con el nombre propio הָ֑בֶל [Jabel] “Abel”, “el nombre del segundo hijo de Adán y Eva”, y este nombre significa “soplo”, “aliento”, “humo”, “algo frágil”, “transitorio”, “insatisfactorio”.

 

Tenemos pues, que esta palabra que leemos en Qohélet, no tiene que ver con la jactancia, la presunción o la pedantería, sino con la calidad de hueco, vacío y falto de solidez; algo que es como el humo, como el vaho, que se deshace entre las manos y no queda nada. Nuestro famoso [Jabel jabelîn] significa el superlativo de la insustancialidad: “Nada de nada”.


 

Este tipo de superlativos es frecuente en la Biblia, tenemos entre otros “Señor de Señores”, “Santo de los Santos”, “Cielo de los Cielos”, “Rey de Reyes”, “perla de las perlas”, “belleza de las bellezas”, “perversidad de perversidades”. Y no estamos procurando ser exhaustivos. Este Jabelîn nos habla de la “futilidad de las futilidades”, la inutilidad de esforzarse. (Sería el antónimo del “entusiasmo” que pone en todo, la plenitud del corazón, porque todo se hace “a la mayor Gloria de Dios”).

 
De otra parte, ¿De dónde salió esa palabra que se usa como título de este Libro? Como sabemos, en hebreo asamblea es [qahal]; al que dirige la asamblea, la convoca, les habla y les enseña, a ese se le dice [qohélet] “el que ensambla”, “el que convoca”. También sabemos que “asamblea” en griego sería [eclesia], y al maestro y convocador se le diría [eclesiastés]. Luego, entre Qohélet y Eclesiastés, hay una homología hebreo–griega.         

 

Como se sabe, este Libro ha sido atribuido a Salomón (tendría que haber sido escrito entre el año 970 y el 931 a.C.), pero los estudiosos han encontrado imposible esta hipótesis porque en él se usan algunos arameismos que son -absolutamente- post-exiliares. Esto conduce a pensar que su redacción corresponde, a la época en la que los judíos -retornados a Jerusalén, con la orden de Ciro- se habían agrupado en un intento de reconstrucción y que se hallaban bajo el dominio persa, después del 538 a.C.).

 

Qohélet propone una moral que se basa en tratar de amar, trabajar, divertirse, comer y beber, aceptando todo como un regalo celestial. Esto debido a que todo esfuerzo humano se ve coronado por la futilidad, y el producto siempre se desvanece como humo, cuando la muerte pasa su racero: esto está enunciado con un pesimismo cínico que ha llevado a interpretar su moral como un epicureísmo moderado (el epicureísmo -especie de hedonismo racional- floreció en Grecia por allá cerca del 310 y el 280 a. C.).

 

Este aspecto de la “muerte que reduce todo a la insulsez, a un vapor que se deshace, a humo que se disipa es una presencia pesimista y oscurecedora del sentido de la vida, que ronda fantasmal a todo lo largo del Libro, es lo que reduce todo a “vacuidad”, la muerte se convierte en una especie de molde nihilista que apunta en aquella dirección del “hoy comamos y bebamos que mañana moriremos” que -conforme a San Pablo- era la filosofía de los profanadores de Jerusalén. La vida es oquedad (en arquitectura una oquedad se llama un “vano”, son los huecos que se dejan cuando se está construyendo, donde después quedarán las ventanas y las puertas).

 

Encontramos, en la segunda parte de la perícopa, la alusión a una visión cíclico-repetitiva: una exposición general de la filosofía del “eterno retorno”, que hace su aporte al nihilismo de Qohélet. Estaríamos condenados a volver una y otra vez a lo mismo, en un determinismo irrompible, como la condena de no poder llegar nunca, a algo distinto de “siempre lo mismo”. En un verso señala que los ríos siempre fluyen hacia el mar, y a pesar de ello, nunca se llena. Este enfoque, esta perspectiva llevo a la enunciación del principio del pesimismo-eterno-retornista: “Nihil novum sub sole” (Qo 1,9) y que se repite 29 veces a lo largo del Libro.


 

Lo que uno puede detectar aquí, es la carencia de recursos para entender la vida cuando se retira de nuestro andamiaje comprensivo el principio Revelado de la Vida Eterna y la Resurrección. Sin esta pieza clave, no vamos a ninguna parte y podríamos llegar a estar de acuerdo con Qohélet en que todo vale nada y lo demás vale menos.

 

La perícopa concluye clavándonos la daga del olvido: una vez muertos, la desmemoria lo consumirá todo y no quedará nada de nada. Seremos absorbidos por el gran vacío de la recordación que no es capaz de derrotar la fragilidad de las remembranzas. Del humo no quedarán ni siquiera las cenizas. Sucumbiremos en una infinita nada.

 

Sal 90(89), 3-4. 5-6. 12-13. 14 y 17

Que la hierba sepa que es hierba y se comporte como tal. En eso está su plenitud. Si es un día, es un día; pero que ese día sea verde y alegre con la gloria derramada de los campos en flor.

Carlos G. Vallés

 

Este es un salmo de súplica. Parecería que el salmista ha optado por saltar a la barca de Qohélet, y dirige la mirada en la misma dirección para descubrir que Dios reduce al hombre a polvo cuando pronuncia la orden “Hijo de Adán, es la hora de regresar” Aquí la Presencia de Dios es ese hueco desintegrador, que vuelve el ser a un absoluto no-ser.

 

Cuando Dios los llama, los retira; y son como los sueños al despertar, o como la hierba que se arranca y una nueva viene a ocupar su lugar. Una y otra vez la cortan y una y mil veces renace.

 

Nadie puede saber cuándo le llegará la hora definitiva, ni siquiera ante los presagios de desahucio; si el Señor dice “es la hora”, no habrás vuelta atrás. Pero en Manos de Dios está el cambiar esta situación sin salida, en cambiar la naturaleza de la bocacalle. Así que el salmista suplica: ¡ten compasión de tus siervos!

 

Aquí el salmista llama a la juventud “la mañana” y le pide a Dios que le infunda una vitalidad sólida y duradera en la juventud, para que el trabajo, el esfuerzo, todo el empeño puesto no sea vana futilidad y al tesón el Señor responda con la prosperidad.

 

Lc 9, 7-9



Se narra el asesinato de San Juan el bautista a manos de Herodes -sin entrar en ningún detalle-, y es este mismo quien reconoce su autoría en tal fechoría. Herodes, quien aquí simplemente parece mostrar un interés neutral en verlo, lleva embozadas sus criminales intenciones; ya sabemos, que quien disfruta de estas entrevistas “inocentes” con el gobernante homicida, puede culminar como voluntario donador de su propia cabeza para ser trofeo de cualquier bailarina meneadora de caderas. Lo de menos era el pretexto, al fin de cuentas, esta relea desvergonzada no requiere pretexto, hace lo que se le da la gana)

 

Esta perícopa podría resumirse en pocas palabras: Herodes era un especializado asesino de profetas. Dado que Juan el bautista no era otra cosa que el representante del gremio profético caído entre las manos de un homicida. Muestra también que el linaje de los profetas, los que habían devenido discípulos -misioneros, tenían su destino demarcado por el programa gubernamental de estos sátrapas caídos bajo el vasallaje del Imperio romano, muy seguramente, la confianza que les depositaban consistía en ser esa clase de represores de cualquier insurgencia.


 

Aquí, sin duda alguna, καὶ ἐζήτει ἰδεῖν αὐτόν. “tener ganas de verlo” se podría entender y traducir como “le tenía el ojo puesto”, como candidato próximo de otra de sus ejecuciones. De hecho, la palabra ἐζήτει se deriva del verbo ζητέω [zeteo] “buscar”, “procurar”; es decir, que su intención era tenerlo bajo la órbita de su vigilancia para echarle mano cuando quisiera, y “sacrificarlo” para tener al imperio agradado por su adecuación y desvelo por mantener el yugo bien puesto en la nuca del pueblo judío de Israel. Era un títere confiable, así se quería mostrar y esa era la fama que se había granjeado.

 

Su cinismo raya en su sentimiento apátrida, (en fin de cuentas que patriota iba a ser si era de linaje idumeo), ¿cómo no iba a estar preocupado si no podía definir a qué “enemigo” se enfrentaba, y, no “sabía a qué atenerse”. En fin, podemos comprender que lo desvelaba la incertidumbre, y sólo llegaban a sus oídos, los informes de sus “milagros”, lo que -en contra de sus intereses- engrandecía la autoridad de Jesús entre los de su pueblo.

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