Pr
3, 27-34
El hombre que tiene fe
ha de estar preparado, no sólo a ser mártir, sino a ser un loco.
Gilbert K. Chesterton
Ahora
vamos a dedicar 11 encuentros al estudio de tres Libros Sapienciales. Serán
tres sesiones dedicadas al Libro de los Proverbios -empezando hoy, y hasta el
miércoles- luego tres sesiones consagradas al Libro de Qohélet; y la semana
entrante, -excepto el miércoles 2 de octubre, que celebraremos la Fiesta de los
Santos Ángeles Custodios, que tiene Lecturas propias- cinco encuentros
consagrados al Libro de Job.
Los
Libros Sapienciales, como lo indica esta palabra, están dedicados al estudio de
cierto tipo de sabiduría. Mientras los Libros proféticos son exclusivamente
referidos a una perspectiva hebrea, no pasa lo mismo con estos libros
sapienciales, que van al fondo del acervo universal, sin poner fronteras a los
pueblos y las culturas donde puedan ir -buscando las fuentes- a beber de
diversas tradiciones. Estos “sabios” van, allende sus propias fronteras a
indagar qué es sabio, cómo conducir la vida, cómo tomar las decisiones y cómo
tejer los vínculos interpersonales. En esta caza de lo “sabio”, unas de las
fuentes son los viajes, visitando otros pueblos y culturas, recogen principios
y valores, que muchas veces se plasman como aforismos (refranes, proverbios),
también recurren a amonestaciones, consejos y exhortaciones, su objetivo es
“enseñar a vivir”. ¿Quién les dirige la mirada y les enfoca los sentidos para
distinguir lo que es “sabio”? Es el propio Dios, quien les dice tomar esto o
aquello. En la clasificación que usan los judíos en su Biblia, estos Libros se
llaman simplemente los כְּתוּבִים “ketuvín”,
escritos.
Son
temas prioritarios en ella:
a) El dominio de sí
mismo
b) El control de la
lengua
c) La humildad
contrapuesta a la arrogancia
d) La amistad sincera
y fiel
e) Rechazan la mentira
y el falso testimonio
f) Exhortan a mantener
la fidelidad conyugal (y, por tanto, se combate y se impugna la prostitución)
g) Llaman a la
generosidad con sesgo preferencial por los marginados
h) Llaman a la
práctica de la Justica.
En
los Proverbios, se tiene como origen a Salomón, pero no exclusivamente, pues se
nombran como autores a otros sabios, es el caso de Agur, y Lemuel, a quienes se
tiene por autores de algunos de estos. La perícopa de hoy, nos propone algunas
pautas para alcanzar la Sabiduría, viene después de la introducción del Libro
1, 1-7. En un bloque llamado colección de poemas sapienciales (1,8-9,18).
Vamos
a hacer el desgrane de su elenco.
i) No niegues un favor
a quien lo necesita, si está en tu mano concedérselo.
ii) No dejes para dar
mañana, si ya hoy tienes para darlo
iii) No engendres en tu
mente, ni en tu corazón caminos que perjudiquen a tu prójimo
iv) No pleitees con
nadie, salvo si hay un muy buen motivo
v) No tengas envidia
de los violentos, menos vayas a imitar su conducta., ya que Dios detesta a
estos perversos y, en cambio, se confía a los honrados
vi) El Señor maldice
por generaciones a los malvados
vii) En cambio, el Señor
bendice la casa del Justo
viii) El Señor se burla
de los burlones y concede Gracia a los humildes.
Tenemos
una guía segura para recorrer los senderos que llevan a los territorios de la
Sabiduría, y señales de alerta para no acercarnos a los despeñaderos por donde
nos podríamos desbarrancar.
Sal
15(14), 2-3a. 3bc-4ab. 5
Los momentos de oración
durante el día me recuerdan tu existencia, pero entre medias te pierdo y ando a
la deriva todo el rato.
Carlos González Vallés.
s.j.
En
el judaísmo, una de las pautas de fe y una de las practicas recomendadas, más aún
“mandadas”, es la de peregrinar al templo para las fiestas que lo prescriben. Shelóshet
Ha'regalim ("Los tres peregrinajes") son: a) Sucot ("Fiesta de
las cabañas, de las tiendas) b) Pésaj ("Pascua"), y c) Shavuot
("Fiesta de las Semanas"). Este de hoy, es un Salmo de Peregrinación.
Un
peregrinaje es una acción puntual, requiere un tiempo, pero no es un esfuerzo
constante que comprometa la totalidad de la vida. La fe, por otra parte, nos
reclama una coherencia en cada palpitar, es vivir la vida Adorando
constantemente la Presencia-de-Dios-con-nosotros.
Nos
afanamos por ir al Templo, no escatimamos esfuerzos y sacrificios para cumplir
con las peregrinaciones, pero, el salmo de hoy nos confronta, -puesto en
continuidad con las pautas que nos ofrece la literatura sapiencial-, lo que
Dios quiere y espera de nosotros. Es hermoso ir al templo, es un acto pío, tan
devoto, que alcanza la cumbre cultual, porque vamos precisamente a ponernos
ante la Presencia de Dios. Pero hay que cumplir algunas condiciones que el
Señor nos ha impuesto, para lograr que esta acción sea verdaderamente santa y
santificante. Para que la peregrinación nos llene de Gracia, se requiere:
La
primera estrofa nos plantea cuatro “preceptos”
1) Ser honrado
2) Practicar la
justicia
3) Tener intenciones
leales
4) No usar la lengua
para levantar calumnias
La
estrofa dos, trae consigo los siguientes preceptos:
1) No hacerle mal al
prójimo
2) No difamar al
vecino
3) Tener por
despreciable al impío
4) En cambio, honrar a
los que temen a Dios
La
tercera estrofa, solo tiene dos preceptos:
1) No ser usurero
2) No aceptar sobornos
para ir contra los inocentes.
Sólo
cuando somos conscientes de cumplir con estos diez -que hemos llamado-
preceptos; se es digno de entrar al Templo y permanecer bajo el mismo Techo que
alberga la Orla del Manto del Altísimo.
No
es cosa de ir a una peregrinación, es cuestión de esforzarnos para
dignificarnos y merecer tan Gran Honor, cual es entrar a visitar la Casa de
Dios. Compartir Su Mesa, comer como invitados del Magno Anfitrión, sentarnos en
torno a su Altar para comer el Cordero Tres Veces Santo.
Lc
8, 16-18
Nosotros
somos las pruebas vivientes de que Dios es el Señor. Pero, si vivimos en
deslealtad con Él, nos convertimos en todo lo contrario, seremos anti-testimonio.
Dios no merma un ápice con nuestra deslealtad, pero la gente que nos ve, se
enfría, se aleja, se decepciona.
Es
muy fácil reprocharle al Señor por qué tarda en imponer su reinado. Y queremos
lavarnos las manos poncio-pilatescamente, de la responsabilidad que nos asiste
en esa tardanza. Si fuéramos más coherentes, el Mensaje pegaría impactante en
el corazón de los fríos, y su fe alcanzaría la tibieza, y quizás también
llegaría a arderles el corazón cuando oyeran las Palabras del Señor convertidas
en un estilo de vida: en nuestro estilo de ser comunidad. Y es que no se trata
de que cada fiel sea un santo aislado en su nicho formando un gigantesco
retablo, sino en estar todos mancomunados en el mismo Único-Nicho, el que
sirvió de cuna a Jesús, en Belén.
Queremos
iterar obstinadamente -hasta cansarnos- repicando que la nuestra no es una
religión mistérica. No es algún tipo de secta ocultista, cuya pertenencia
tenemos que callar y saber sobrellevar secretamente, no somos alguna agencia
secreta cuyo atributo básico sea mantener el anonimato, operar herméticamente.
Nuestra fe, es todo lo contrario. El Señor nos ha llamado para que lo
anunciemos, para que lo proclamemos, para que reconozcamos abierta y públicamente
nuestras creencias. Nosotros queremos hacerle -a la sociedad y el mundo- una
propuesta de seguimiento, y esa propuesta la queremos proclamar diáfanamente.
Jesús
ha venido al mundo a encender nuestros corazones con un ferviente ardor, para
que ilumine a todos, para que nadie se estrelle, se choque o se enrede con
algún obstáculo agazapado en las penumbras. Y, al llegar a este evangelio,
tenemos que encararnos frente al espejo- y contestar si estamos cumpliendo esa
función de Antorchas que el Señor nos ofrece y pide.
Al
que no lleva en el cuenco de su mano más que una chispa, a ese se le entregará
una tea; al que no haya recogido ni una mota encendida, se le exigirá devolver
el manojo de paja que se le comisionó, para dárselo a alguien más, cuyo esmero en
atrapar una llamita, le permita prometer que mañana mismo desatará un incendio
(Está claro que no nos referimos a fuego del que quema y destruye el medio
ambiente, sino al fuego que anima a las personas a trabajar por una sociedad de
Justicia, a la manera de Jesucristo; se trata de un fuego que no quema bosques
sino que nos arde en el pecho cuando Jesús nos explica las Escrituras. Como les
pasó a los dos descorazonados que iban a esconder su desaliento en Emaús).
Abandonemos
ya mismo, esta lectura y vayamos a divulgar, cómo lo podremos reconocer, al
partir el Pan.
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