sábado, 27 de julio de 2024

Sábado de la Décimo Sexta Semana del Tiempo Ordinario


 

Jr 7, 1-11

Ayer definíamos una primera parte de las cuatro en que se ha dividido este Libro para su estudio, que va del cap. 1 al 25, donde el tema son las profecías sobre Judá y algunas -como la de hoy- referidas específicamente a Jerusalén.

 

Recordemos que en 2R 22 se nos relata que en los anaqueles de una polvorienta biblioteca fueron hallados unos escritos, que pasaron a constituir el Quinto Libro de la Torah: El Deuteronomio. Son abundantes los estudiosos que ven aquí el nacimiento y oficialización de la escuela Deuteronómica.

 

Jeremías entra, ahora, y nos trae una re-lectura. del Templo: Hasta ahora, el Templo donde vive Dios es el talismán de la invulnerabilidad de Jerusalén.

 

Pero lo que dice hoy Jeremías, es un llamado para volver a la fe y abandonar la consciencia mágica. Desde la propia puerta del Templo, Dios lo comisiona para anunciar que no basta repetir -al estilo de un conjuro-: “el templo del Señor, el templo del Señor, el templo del Señor”.

 

Atención, nosotros también hemos heredado la manía de las “jaculatorias” y tenemos un buen repertorio de ellas que aprendemos y repetimos como “fórmulas mágicas”. Algunas de ellas las repetimos para hacer de la fe una estructura mental “ideológica”.

 

Pero nombrar el Templo del Señor por tres veces, queda invalidado, a menos que,

a)    Enmendemos nuestras conductas y nuestras acciones

b)    Juzguemos rectamente entre uno y otro prójimo

c)    Evitemos la explotación del forastero, del huérfano y de la viuda

d)    Nos abstengamos de derramar sangre inocente

e)    No sigamos dioses extranjeros

f)     Hay que dejar de robar, matar adulterar, jurar en falso

g)    Abandonemos toda idolatría, cualquier Baal, cualquier dios extranjero y desconocido (aquí ya se denuncia ese “colonialismo cultural” que admira todo lo que venga de un país remoto y/o suene esotérico)

 

En realidad, de verdad, visitar el templo, y, a pesar de todo, seguir con esas conductas de impiedad es profanar todo lo santo de los lugares de devoción.

 

Estas cosas no son invenciones, ¡Dios las ha visto! Él da testimonio contra nosotros.

 

Lo que denuncia Jeremías aquí, hoy, es el doblez, la farsa: por una parte, toda la ignominia; por otra, la visita al templo, muy piadosa, y toda la ritualidad y el incienso, en cantidades no fácilmente mensurables. En el Templo lo que se busca es la espectacularidad de los sacrificios. Pero Israel y Judá habían cancelado todos los compromisos pactados en la Alianza.

 

Sal 84(83), 3. 4. 5-6a. 8a. 11

Entonces, ¿se trata de no ir al Templo? ¡No! ¡Y mil veces no! Se trata de ir muchas veces, de ser verdaderamente asiduo, ¡pero con las razones y la motivación correcta!

 

El salmo de hoy hace alusión a uno de los componentes esenciales de la piedad judía: las peregrinaciones. No hay nada de Malo en peregrinar, pero la columna vertebral del profetismo fue la magna enseñanza: “Misericordia quiero, y no sacrificios”.

 

Tomemos el caso de personas que peregrinan con alta frecuencia, conoce todos los santuarios habidos y por haber, pero sólo los visitan con una mentalidad “turística”, no hay devoción, ni la más mínima gota de piedad; sólo importa el viaje, el desplazamiento, las comidas típicas, los suvenires, las fotografías con los hermosos paisajes de fondo, y claro, la ampliación de la vastísima galería de recordatorios y estampas religiosas provenientes de los distintos templetes, hasta hacer de ello, una manía de coleccionista.

 

Frente a esta conducta que hemos tipificado como turística, cotejemos con el corazón del peregrino que retrata el salmo:

a)    Su alma se consume en el anhelo de visitar los “atrios del Señor”.

b)    Mientras su cuerpo íntegro y su alma se regocijan en el Señor

c)    Se parangona con la dicha de un gorrioncillo que vive en el alero del templo. ¡Qué envidia! (Pero envidia santa).

d)    Bienaventurado el que vive en la Casa de Dios, el huésped de Yahwé”.

e)    Si uno va a comparar, un rato en el templo -con espíritu profundamente devoto- vale muchísimo más que un siglo de vida en un lugar profano.

f)     Pero aún, comparen con aquellos que gastan el tiempo de vida que Dios les regala, para pasar junto a los malvados. Ahí se devalúa la existencia y el tiempo se vuelve un rotundo desperdicio.

g)    ¡El verso responsorial dice que, El único lugar que vale la pena habitar es el mismo que habita el Señor!

 

Mt 13, 24-30



Este es otro enfoque del mismo tema del evangelio de ayer: la cuestión de la siembra de las semillas. La perspectiva que se aborda hoy es producto exclusivo del evangelio mateano. Una vez más, como ayer, pone la vista sobre otra de las peripecias que afrontó la Iglesia naciente: podríamos llamarla “la parábola del Reino sobre la hierba-mala”.

 

El Maligno es desenmascarado, aquí, de salida y la parábola lo identifica como el “enemigo”. La hierba-mala no es algo que nuestro Buen-Agricultor haya puesto entre sus semillas. No es Él quien la ha plantado. Realmente ha sido un operario clandestino, que ha venido “de noche”, y que agazapado entre las sombras sembró la ζιζάνια [zizania] que es el plural de ζιζάνιον [zizanion] que es una espiga completamente vana, los granos están vacíos, son espigas sólo aparenciales, no cargan nada, carecen por entero de fruto real, ¡No tienen grano! ¡Son la personificación de los “falsos creyentes”!

 

Observemos que los criados se dejan engañar, lo que se nota en la pregunta que le hacen a su “Patrón”: ¿No sembraste buena semilla en el campo? Es casi una calumnia, ¿cómo se les puede ocurrir semejante pamplina? ¡Es evidente que el agricultor no va a sembrar semilla vana, sino de la mejor semilla disponible! Es lógico que, al hacer Iglesia, convoquemos a las personas que pueden dar el más excelso producto; el que dé producto diferente, será el sembrado por el “enemigo”. Así pues, esta pregunta ya entraña una especie de desconfianza en el Patrón, una clase de increencia.

 

Hay mucha “misericordia” en la estrategia de este Sembrador: Los “peones” se ofrecen a ir con premura a arrancar las semillas falsas cuanto antes, pero, en su primera etapa ellas son prácticamente indiferenciables, se parecen tanto que, tratar de arrancarlas en esa etapa, llevará a que caigan “justos por pecadores”. Lo que les manda es que las dejen crecer juntas.


 

La hierba-mala, hay que permitirle que llegue a demostrar su vanidad, su insania, para ahí sí, cuando llegue a la fase distinguible, cortarla en gavillas que puedan ser quemadas, sin exponer a que las plantas sanas “carguen con el pato”.

 

Uno podría decir que hay que dejarlos que ellos solos se desenmascaren, que por los frutos se hará ostensible quienes son los “falsos” y se podrá separar, ahí sí, los justos de los pecadores. ¡cuántas veces se da que un pecador de hoy, llega a ser uno de los grandes santos del mañana! El ejemplo que más de inmediato nos alcanza es el de San Agustín.

 

Esta parábola en realidad nos muestra una de las grandes tareas de la sinodalidad. Hubo un momento histórico de la iglesia que quiso cortar la cizaña cuanto antes. Ha habido herejías de purismo como la de los cátaros que se autodenominaron así porque la palabra significa “los puros”; Jesús tuvo que vérselas precisamente con los “fariseos” (separados) que más adelante, en el capítulo 23 de este evangelio, el Señor nos dirá: que debemos seguirlos para hacer todo lo que ellos digan; pero que no hagamos lo que ellos hacen, porque enseñan una cosa y hacen otra: Imponen mandamientos muy difíciles de cumplir, pero no hacen ni el más mínimo esfuerzo por cumplirlos.

 

Siempre habrá, al seno de nuestras comunidades -bien intencionados- que desatan cazas de brujas, en procura de deshacerse de la cizaña y temerosos de que su aberración tenga poder de contaminar y desvirtuar “el Mensaje”, olvidando que así desconocemos la directriz que el propio Jesús enseñó. 

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