viernes, 5 de julio de 2024

Viernes de la Décima Tercera Semana del Tiempo Ordinario

 


Am 8, 4-6. 9-12

Queremos remitirnos de nuevo al hecho de que estamos leyendo en el profeta Amos y recorriendo una estructura en “cuatro plantas”. Y, que hoy fijamos la atención en el tercer piso, en una de las “visiones” que lo componen, después de tres versículos (8, 1-3) que nos plantean como el canasto está lleno de קָ֫יִץ [kahyits] “frutos maduros”, de “higos” (estas dos expresiones son homófonas en hebreo con la expresión que significa “fin”) que son una imagen parabólica de los resultados que el pueblo de Israel le ha presentado a Dios, y que han llenado la cesta de frutos ofensivos y amargos, que decepcionan a Dios. Y lo que está maduro, no son los frutos, sino el pueblo que los ha cosechado, este pueblo está maduro para recibir la paga a la que se han hecho merecedores, a saber:

a)    Los cantos alegres que resonaban en el Palacio se van a convertir en lamentos

b)    Muchos morirán y sus cadáveres serán botados afuera

 

Estas frutas de amargura

1)    Desenmascararán a los que explotan a los pobres

2)    Atraerán la oscuridad y el duelo

3)    Cuando Dios no les hable más, entenderán lo que es vivir sin oírlo, morir de sed por escucharlo:

 

Entonces vagarán de mar a mar,

de norte a levante andarán errantes

en busca de la Palabra de Yahvé

pero no la encontrarán.

 

A continuación, incluimos un riquísimo comentario exegético que nos prodiga Gianfranco Ravasi sobre la imagen del “canasto de los frutos maduros”:

«La madurez es preludio de vejez y exterminio. El gozo se trasforma en luto, el canto en silencio, la vida en cadáveres. Si la imagen de los frutos maduros tiene que ver con la visión de los dos canastos de higos de Jeremías 24, el sentido de muerte que envuelve la escena nos lleva a la descripción de la vejez de Qohélet (12, 1-8). Un silencio mortal recorre la nación devastada. “Haré cesar en los pueblos de Judá y en las calles de Jerusalén la voz alegre y la voz gozosa, la voz del novio y la voz de la novia, porque el país será un desierto” (Jr 7, 34; 16,9; Ap 18, 23)».

 

Sal 119(118), 2. 10. 20. 30. 40. 131

Este salmo, que siempre enfatizamos es el más largo del salterio, con sus 176 versículos, nos habla persistente y constante sobre la ley. Sin embargo, hay como una veta subterránea que dinamiza este discurso: y es la relación que existe entre el amor y la obediencia. Obediencia significa, sobre todo, escucha, (ob-audire: adelante-lo escuchado) o sea, escuchar y poner en práctica lo escuchado. No hay obediencia si se interrumpe el encadenamiento que hay entre oír – obrar. De nada vale “escuchar” algo, si después se hace caso omiso; eso sería como “le entró por un oído y le salió por el otro”.

 

El que ama, escucha al amado y quiere -vivamente- complacerlo, y en eso estriba el amor. Digamos que Jesús oyó a su Padre, triste y compungido por su abandono, por su desinterés en obrar acorde a su “ley”, dolido por su des-amor; ¿qué quiso hacer Jesús en su obediencia? ¡Reparar! Quiso hacer todo lo que no se había hecho, quiso llevar la “complacencia” al nivel supremo, para alegrar al Amado-Padre.

 

a)    Guardando sus preceptos

b)    Buscándolo de todo corazón

c)    No desviándose ni lo más mínimo de sus mandamientos

d)    Consumiéndose a todo instante -como el aceite de la lámpara, como la cera del cirio- en su continuo anhelo de satisfacerLo.

e)    Escogiendo siempre el Camino que lo lleva a Él.

f)     Ansiando tener sobre sí, la rectitud de los Mandamientos Divinos en cada inhalación del aire vital, respirando obediencia.

g)    Porque sólo viviendo bajo la “Justicia” se tiene verdadera vida.

 

Jesús experiencia en Sí, lo que es el hambre y la sed de escuchar la Palabra de Dios para acatarla. Entendió, como nadie, que hay algo más nutricio y más transcendental que el pan que se deglute. Y es oír con acatamiento la Voz del Amado en todo cuanto pide.

 

Mt 9, 9-13



No entendemos nada de la vida de Jesús si creemos que Jesús se humanó para venir, como un turista a curiosear las costumbres de los seres humanos que habitaban en la que hoy por hoy llamamos “Tierra Santa”. Uno puede enfocar absolutamente mal la Lectura de los Evangelios, si los lee como la de un visitante que quiere bañarse en tal rio, comer en tal restaurante, e irse de “tour” con sus discípulos por Galilea. En tal caso, uno entendería que invitó a Mateo porque tenía un pasaje de más en el crucero.

 

Lo primero que hay que entender es que no era en “plan turista”, sino en viaje estrictamente “profesional y laboral”, como “médico sin fronteras”, y añadiendo que hay males que los médicos no atienden pero que a Dios   le urgía sanar: la ignorancia de YHWH y el pecado -que también es ignorancia de YHWH- (y que Él llamaba Abba).

 


Ahora bien, ¿qué pasa si como médico estoy comisionado para atender una “emergencia”, pero saco un tiempito para ir a tomar un coctel, o para tomar unas cuantas fotos de la plaza mayor y de algunos edificios muy interesantes? Lo menos que puede pasar es que mi calificación profesional mengüe, especialmente en el renglón de la responsabilidad. Y es que mi deber sería, llegar cuanto antes donde mis pacientes, que sin lugar a dudas me aguardarían con urgencia.

 

Los fariseos, no tenían ninguna premura en que el “médico llegara” pronto. El afán suyo -siguiendo una vieja tradición-, era “matar profetas”, así que lo único que hacían era estudiar cada conducta de Jesús bajo su “microscopio leguleyo”. Qué si se lavó las manos, que si se dejó tocar de una hemorroísa, que si entró en contacto con los leprosos, que si comió de las espigas, que si tocó algún muerto… (enceguecidos como estaban con el tema de la pureza ritual).

 

Creo que a veces -no sé sí muchas veces- nos afana la mismo; lo cierto es que, nosotros que hemos leído estos textos unas cuantas veces, nos asombramos que no entendieran que Él no tenía que afanarse por los “justos”, que los “justos” ya estaban espiritualmente sanos; que tenía que bregar a favor de los “pecadores” porque eran ellos los que estaban a punto de perecer.


 

Jesús no perdona al pecador porque se convirtió, lo perdona para que pueda convertirse. Y es lógico, uno no le abre la puerta el que ya está dentro, le abre al que está afuera para franquearle el acceso.

 

El fariseo era aquel que pensaba que ya estaba adentro y no quería que nadie más entrara. Hay muchos que piensan así, viven con pesadillas permanentes, pensando que puede llegar a darse una situación de “explosión demográfica” en el Cielo.

 

El que se cree justo, no lo es, hasta que empieza a luchar por darle a otros el acceso, ahí por fin, cuando logra la admisión de algún “hermano”, por fin también él entrará. La Iglesia no existe para salvarse, la Iglesia existe para que nos apoyemos los unos a los otros para que muchos tengan hambre y sed de su palabra, y ¡nos salvemos!

 

Los justos no se pueden salvar (porque nadie es “justo”. Son los pecadores, los que estamos a la puerta llamando, los que tenemos opción de “entrar”. ¡Médico Celestial! ¡Derrama tu Misericordia sobre nosotros que nos sabemos pecadores!

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