Am
8, 4-6. 9-12
Queremos
remitirnos de nuevo al hecho de que estamos leyendo en el profeta Amos y
recorriendo una estructura en “cuatro plantas”. Y, que hoy fijamos la atención
en el tercer piso, en una de las “visiones” que lo componen, después de tres
versículos (8, 1-3) que nos plantean como el canasto está lleno de קָ֫יִץ [kahyits]
“frutos maduros”, de “higos” (estas dos expresiones son homófonas en hebreo con
la expresión que significa “fin”) que son una imagen parabólica de los
resultados que el pueblo de Israel le ha presentado a Dios, y que han llenado
la cesta de frutos ofensivos y amargos, que decepcionan a Dios. Y lo que está
maduro, no son los frutos, sino el pueblo que los ha cosechado, este pueblo
está maduro para recibir la paga a la que se han hecho merecedores, a saber:
a) Los cantos alegres
que resonaban en el Palacio se van a convertir en lamentos
b) Muchos morirán y
sus cadáveres serán botados afuera
Estas
frutas de amargura
1) Desenmascararán a
los que explotan a los pobres
2) Atraerán la
oscuridad y el duelo
3) Cuando Dios no les
hable más, entenderán lo que es vivir sin oírlo, morir de sed por escucharlo:
Entonces vagarán de mar a mar,
de norte a levante andarán errantes
en busca de la Palabra de Yahvé
pero no la encontrarán.
A
continuación, incluimos un riquísimo comentario exegético que nos prodiga
Gianfranco Ravasi sobre la imagen del “canasto de los frutos maduros”:
«La
madurez es preludio de vejez y exterminio. El gozo se trasforma en luto, el
canto en silencio, la vida en cadáveres. Si la imagen de los frutos maduros
tiene que ver con la visión de los dos canastos de higos de Jeremías 24, el
sentido de muerte que envuelve la escena nos lleva a la descripción de la vejez
de Qohélet (12, 1-8). Un silencio mortal recorre la nación devastada. “Haré
cesar en los pueblos de Judá y en las calles de Jerusalén la voz alegre y la
voz gozosa, la voz del novio y la voz de la novia, porque el país será un
desierto” (Jr 7, 34; 16,9; Ap 18, 23)».
Sal
119(118), 2. 10. 20. 30. 40. 131
Este
salmo, que siempre enfatizamos es el más largo del salterio, con sus 176
versículos, nos habla persistente y constante sobre la ley. Sin embargo, hay
como una veta subterránea que dinamiza este discurso: y es la relación que
existe entre el amor y la obediencia. Obediencia significa, sobre todo,
escucha, (ob-audire:
adelante-lo escuchado) o sea, escuchar y poner en práctica lo escuchado. No hay
obediencia si se interrumpe el encadenamiento que hay entre oír – obrar. De
nada vale “escuchar” algo, si después se hace caso omiso; eso sería como “le
entró por un oído y le salió por el otro”.
El
que ama, escucha al amado y quiere -vivamente- complacerlo, y en eso estriba el
amor. Digamos que Jesús oyó a su Padre, triste y compungido por su abandono, por
su desinterés en obrar acorde a su “ley”, dolido por su des-amor; ¿qué quiso
hacer Jesús en su obediencia? ¡Reparar! Quiso hacer todo lo que no se había
hecho, quiso llevar la “complacencia” al nivel supremo, para alegrar al
Amado-Padre.
a) Guardando sus
preceptos
b) Buscándolo de todo
corazón
c) No desviándose ni
lo más mínimo de sus mandamientos
d) Consumiéndose a
todo instante -como el aceite de la lámpara, como la cera del cirio- en su
continuo anhelo de satisfacerLo.
e) Escogiendo siempre
el Camino que lo lleva a Él.
f) Ansiando tener sobre
sí, la rectitud de los Mandamientos Divinos en cada inhalación del aire vital,
respirando obediencia.
g) Porque sólo
viviendo bajo la “Justicia” se tiene verdadera vida.
Jesús
experiencia en Sí, lo que es el hambre y la sed de escuchar la Palabra de Dios
para acatarla. Entendió, como nadie, que hay algo más nutricio y más
transcendental que el pan que se deglute. Y es oír con acatamiento la Voz del
Amado en todo cuanto pide.
Mt
9, 9-13
No
entendemos nada de la vida de Jesús si creemos que Jesús se humanó para venir,
como un turista a curiosear las costumbres de los seres humanos que habitaban
en la que hoy por hoy llamamos “Tierra Santa”. Uno puede enfocar absolutamente
mal la Lectura de los Evangelios, si los lee como la de un visitante que quiere
bañarse en tal rio, comer en tal restaurante, e irse de “tour” con sus
discípulos por Galilea. En tal caso, uno entendería que invitó a Mateo porque
tenía un pasaje de más en el crucero.
Lo
primero que hay que entender es que no era en “plan turista”, sino en viaje
estrictamente “profesional y laboral”, como “médico sin fronteras”, y añadiendo
que hay males que los médicos no atienden pero que a Dios le urgía sanar: la ignorancia de YHWH y el
pecado -que también es ignorancia de YHWH- (y que Él llamaba Abba).
Ahora
bien, ¿qué pasa si como médico estoy comisionado para atender una “emergencia”,
pero saco un tiempito para ir a tomar un coctel, o para tomar unas cuantas
fotos de la plaza mayor y de algunos edificios muy interesantes? Lo menos que
puede pasar es que mi calificación profesional mengüe, especialmente en el
renglón de la responsabilidad. Y es que mi deber sería, llegar cuanto antes
donde mis pacientes, que sin lugar a dudas me aguardarían con urgencia.
Los
fariseos, no tenían ninguna premura en que el “médico llegara” pronto. El afán
suyo -siguiendo una vieja tradición-, era “matar profetas”, así que lo único
que hacían era estudiar cada conducta de Jesús bajo su “microscopio leguleyo”.
Qué si se lavó las manos, que si se dejó tocar de una hemorroísa, que si entró
en contacto con los leprosos, que si comió de las espigas, que si tocó algún
muerto… (enceguecidos como estaban con el tema de la pureza ritual).
Creo
que a veces -no sé sí muchas veces- nos afana la mismo; lo cierto es que,
nosotros que hemos leído estos textos unas cuantas veces, nos asombramos que no
entendieran que Él no tenía que afanarse por los “justos”, que los “justos” ya
estaban espiritualmente sanos; que tenía que bregar a favor de los “pecadores”
porque eran ellos los que estaban a punto de perecer.
Jesús
no perdona al pecador porque se convirtió, lo perdona para que pueda
convertirse. Y es lógico, uno no le abre la puerta el que ya está dentro, le
abre al que está afuera para franquearle el acceso.
El
fariseo era aquel que pensaba que ya estaba adentro y no quería que nadie más
entrara. Hay muchos que piensan así, viven con pesadillas permanentes, pensando
que puede llegar a darse una situación de “explosión demográfica” en el Cielo.
El
que se cree justo, no lo es, hasta que empieza a luchar por darle a otros el
acceso, ahí por fin, cuando logra la admisión de algún “hermano”, por fin también
él entrará. La Iglesia no existe para salvarse, la Iglesia existe para que nos
apoyemos los unos a los otros para que muchos tengan hambre y sed de su palabra,
y ¡nos salvemos!
Los
justos no se pueden salvar (porque nadie es “justo”. Son los pecadores, los que
estamos a la puerta llamando, los que tenemos opción de “entrar”. ¡Médico
Celestial! ¡Derrama tu Misericordia sobre nosotros que nos sabemos pecadores!
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