lunes, 15 de julio de 2024

Lunes de la Décimo Quinta Semana del Tiempo Ordinario


 

Is 1, 10-17

En el templo se celebra un culto esplendido; pero es sólo ritualismo y falta lo principal: la abstención del pecado y el ejercicio de la justicia.

Salvado Carrillo Alday M Sp. S.

 

Retomamos la clave interpretativa del Libro de Isaías que fue redactado en tres épocas distintas: la que estamos estudiando la del proto-Isaías es pre-exilica; la del Deutero Isaías es exilica; y la del trito-Isaías -varios otros escritores- que es post-exilica.

 


¿A quien se está dirigiendo el profeta en esta perícopa? Los vocativos que emplea el hagiógrafo son: ¡Príncipes de Sodoma, pueblo de Gomorra! … El capítulo 1, del Libro de Isaías, -que actúa a manera de prólogo de la obra- es una compilación de cinco oráculos, juntados por allá -después del 701 a.C. pero antes de la muerte de Isaías- datada en el 695 a.C.

 

¿Cómo puede ser esto, sí sabemos con bastante certeza que Sodoma y Gomorra fueron destruidas el 29 de junio del año 3123? ¡esta destrucción fue producto de la ignominia en la que cayeron estos pueblos y está relatada en Gn 19, 24-38. Una lluvia de fuego y azufre cayó sobre Sodoma y Gomorra y las destruyó, junto con todos los que vivían en ellas, y acabó con todo lo que crecía en aquel valle. Entonces resulta que aquella gente se convirtió en el paradigma de la perdición, y aquí, a quienes se dirige el profeta es a los habitantes de Judá, el Reino del sur, formado por las tribus de Judá y Benjamín, mientras las otras nueve tribus conformaban el reino de Norte (las tribus de Rubén, Isacar, Zabulón, Dan, Neftalí, Gad, Aser, Efraín y Manasés que cayeron en el 722 a.C.), queda por fuera la tribu de Leví, a la que no le fue asignada tierra, pues estaban destinados al servicio al servicio de Dios y fueron entregados a los sacerdotes como ayudantes. Entonces esta es una fina ironía para evidenciar el nivel de descomposición que alcanzó Judá. Todos los oráculos de los capítulos 1-12 -que forman la primera parte del Libro del proto-isaías, están dirigidos a tal fin: mostrar el camino ignominioso de Judá y en particular de Jerusalén. Les está hablando el profeta, entonces, a los gobernantes y al pueblo entero del Reino del Sur: Dios no quiere tener nada que ver con gente de manos ensangrentadas, con una ralea pecaminosa.


 

El proto-Isaías lo que ataca es el doblez entre la vida moral -por una parte-  y la ritualidad por otra. Esta falsa ritualidad está enfocada y concentrada en los sacrificios. Y, por su degradación moral, los sacrificios tienen hastiado a Dios, a quien esos sacrificios le aparecen insoportables, porque no van asociados a una sincera vida de integridad y limpieza moral.

 

Dios les dice -por boca del profeta- que no los quiere ver pisando el atrio del Templo, cuando Él no les ha pedido nada.  De unos falsarios que cometen el “adulterio” del pecado, Dios no acepta ningún culto, porque este se vuelve pura hipocresía: ¡Son un “incienso insoportable! Dios no puede tolerar esa bina iniquidad y solemne asamblea. ¡Eso Dios no lo soporta!

 

Antes que una liturgia proveniente de manos cargadas de pecado hay que empezar ´por un proceso de purificación de las obras, sólo cuando las manos y el corazón se hayan vuelto hacia el acatamiento de la moral divina, podrán -de manera legítima- acercarse al Altar y ofrecer de forma válida una Oblación Santa.

 

La fórmula es específica. ¡dejen de hacer el mal y aprendan a hacer el bien!

 

Y el Señor explica con cuatro pautas lo que significa hacer el bien:

1)    Buscar los caminos de la Justicia.

2)    Socorrer al oprimido.

3)    Proteger el derecho de los huérfanos

4)    Defender a las viudas.

 


Se trata de una opción preferencial por el marginado, por el vulnerable. Dios no saca a los demás de su “rebaño”, lo que pasa es que Él no permite que, bajo su Nombre, Tres Veces Santo, se esconda y se solape la discriminación y el olvido de los débiles, de los “pobres de Yahwé”.

 

Sal 50(49), 8-9. 16bc-17. 21 y 23

Este es un salmo de la Alianza. Como una brújula eficaz su aguja señala el norte: Ofrecer acción de Gracias, eso honra al Señor.

 

La aguja de la brújula no sólo señala el norte, la parte “trasera de la aguja” apunta al sur: el sur -teológicamente hablando- es la alternativa infiel que quebranta la Alianza: “Detestar la Alianza y apartar los ojos de sus mandatos, mirando siempre hacia otra parte”. El que detesta la Alianza pone la Ley de Dios fuera de sus ojos, la pone a su espalda, porque así, por mucho que gire, nunca la verá.

 

Muchas veces se puede hacer de la visita al Templo un único momento de “oración” y vivir el resto de la vida con la Ley de Dios en la espalda. Y así, girar día y noche, mes tras mes y año tras año “asociados” a una religión que “desconocemos”.

 

Cuando Dios nos invita Domingo a Domingo, -y a veces día a día- a su Templo, lo hace, no por mantenernos atados a la ritualidad, sino para brindarnos muchas oportunidades de descargar el morral, ponerlo sobre nuestras piernas y contemplar -inclusive medir y constatar- nuestra real fidelidad a sus mandatos.

 

Hoy nos proponer una verdad de a puño: ¡Sólo quien sigue el “buen camino” podrá ver la Salvación de Dios!

 

Esto pertenece a la misma familia del llamado del proto-Isaías, cuando este denuncia a quienes visitan el Templo con asiduidad, y llevan siempre algún corderito para ensangrentar el Altar, pero -aun cuando sus labios están llenos de “Padre nuestro” y “Ave María”- su corazón no descansa de cometer injusticias.

 

El salmo atiza en nuestro ser la propuesta Divina: “Misericordia quiero y no sacrificios”.

 

Mt 10, 34-11,1

No son los sanos los que necesitan de médico, sino los enfermos

Mt 9, 10-13

 



Jesús quiere ratificarnos estas enseñanzas adecuándolas lo más posible a las limitaciones de los corazones endurecidos: “El que recibe a un justo con corazón de justo, tendrá recompensa de justo”.

 

¿Eso está claro? O creemos que podemos recibir a los justos con corazón de injustos y que Dios se dejará engañar. En una sociedad de injusticias, donde la gente se ha dado a la tarea de sentarse en al atrio de los tribunales, a esperar que las legislaciones sean emitidas para , antes de dejarlas circular, encontrar la manera de tergiversarlas y recortar su alcance acomodaticiamente, para lograr lucro personal, cabe -tal vez- suponer que también podemos acudir al atrio Catedralicio, o llegando más lejos, sentarnos a las puertas del mismísimo Vaticano para “manipular” los pronunciamientos y tildarlos para que esas tildes nos dejen manipularlos, neutralizarlos, embardunarlos con nuestros  amaños y terminar haciendo solo aquello que nos da la “reverendísima gana”.

 

No podemos cohonestar con semejante procedimiento. No se puede callar ante el atropello. No podemos dejar campear la ignominia. Muchos creen que lo mandado es sostener la falsedad para contener la denuncia, acuden al maquillaje para tapar las “marrullas”; todo en aras de la “paz”. Pues sépase que Jesús no ha venido a traer esa “paz”; frente a la marrullería y a la artimaña, Jesús ha traído “la espada”.

 

¿Quiere decir que Jesús también es un guerrerista vende armas?   ¿Estamos acaso ante otro promotor de violencia? ¡De ninguna manera! Lo que nos dice Jesús hoy, al concluir el segundo discurso -al que se ha denominado el “Discurso apostólico”-, lo que Él dice sólo es el diagnostico de cómo se está reaccionando contra su propuesta. Dice que Él desempeña el rol de un médico, que va con los pacientes y -lo único que puede hacer- es decirles, honestamente, de qué va su enfermedad.

 

Tiene que llegar -inclusive a decirles- como va a reaccionar su organismo ante el medicamento conveniente; no puede decirles “hagamos lo siguiente siga enfermo y no haga nada”; tiene que decirles  que el medicamento les va a dar un poco de sueño, que durante ese tiempo no podrán asumir tareas que requieran atención o que generen riesgo, que tiene que tomar más agua, y dormir más, bien, todo lo que sea…. Y les da recomendaciones particulares a los “enfermeros”, que son sus discípulos… en eso está, instruyendo al “cuerpo de cuidadores”:

 

¡Entandamos bien!

­       El que nos recibe como si lo estuvieran recibiendo a Él, está recibiendo al Padre.

­    El que recibe a un profeta, aceptándolo en su calidad de profeta, será aceptado en el Reino, como si él fuera también un profeta.

­       El que recibe a un justo, recibirá trato de justo.

­    El que da lo más mínimo a un “pequeño” porque es discípulo de Jesús, tendrá asegurada su recompensa en el Reino.

 

Termina su discurso y se va a continuar con su quehacer, con la misión que el Padre le dio.

¡Seguir enseñando y predicando! El Evangelio no está predicado en términos de ajuste a nuestras estrecheces mentales o morales.  El Señor va adelante con su “tarea”, enseñando con la Grandeza y la Altura que Dios provee para sus hijos.

 

La espada sirve para cortar con la complicidad y el disimulo que -a veces- son precisamente nuestros cercanos, los que nos las imponen (a veces estrangulándonos con sus cartelones de “la verdad”). ¡No para herir ni lastimar a alguien! ¡Herir y lastimar serán vías exclusivas de los que portan corazón de asesinos y esos no podrán ambicionar ninguna recompensa! El asesino sólo tendrá paga de asesino. ¡Treinte amargas monedas de plata!

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