Jr
3, 14-17
Este
pueblo, al que se dirige Jeremías, (nombre que significa “exaltación del Señor”, “Yahwé
eleva”, -se ha dicho que, si hubiera que añadir a su escudo una frase que lo
caracterizara, esta sería, “terror por doquier”-), es un pueblo que tiene Dueño:
le pertenece al Mesías, específicamente, al Mesías que se adora en Jerusalén. La
perícopa está enmarcada en el tramo Bíblico de los capítulos 1,1-25,14; que
contiene Mensajes proféticos sobre Judá e Israel, sin embargo, fijándonos bien
en la perícopa, se asume que el Templo ya fue destruido y el arca de la
Alianza, desaparecido.
Dicen
los estudiosos que está obra fue encontrada y recompuesta con los trozos hallados,
de la mejor manera que entendió su editor. El propio Libro nos dice que hubo
una primera edición y que posteriormente Baruc rescató lo que él como amanuense
había compilado antes. Pero, los
fragmentos de rollos que dieron origen a la versión que conocemos, estaban en
desorden, así que fueron ensamblados, repetimos, de la mejor manera que
entendió este editor.
En
la perícopa de hoy, a Jeremías le importa mucho menos esta destrucción y la
desaparición del arca, porque visualiza, que cuando regresen “schub” (en este
caso no sólo remite al regreso, sino que alude a la reconstrucción) del destierro,
los nuevos gobernantes serán “pastores” justos y rectos que constituirán la Jerusalén
reconstruida -toda ella- será una Nueva Arca, será la Ciudad Arca-por-excelencia.
donde resplandecerá el “Trono de Yahwé”.
Estas
ideas nos llevan a posicionar la perícopa como al final de esta primera sección, a la que nos hemos venido refiriendo.
Sal
Jr 31, 10.10. 11-12ab. 13
Los
capítulos 25,15 – 45,5 forman la segunda parte del libro de Jeremías (que
para su estudio se ha dividido en 4 partes). Pero, dentro de esa unidad de
relatos biográficos y anuncios de la salvación, se ha injertado un librito poético
autónomo, que está constituido por once poemas, que guardan relación muy estrecha
con el ambiente del libro de la consolación del Deutero-Isaías (caps. 40-55).
La perícopa que trabajamos hoy está tomada del séptimo poema que comprende Jr
31, 10-14.
Este
poema toma como escenario el Mediterráneo y ambienta en él un ideal mesiánico. El
rebaño disperso es pastoreado por el “Pastor de Almas” que las lleva a abrevar
en fuentes tranquilas, donde constituye un rebaño único.
En
la primera estrofa afirma que Él Mismo que dispersó a Israel, ahora lo reunirá
(reconstruirá).
En
la segunda estrofa dice que el punto de convergencia de los dispersos será el
territorio de Jerusalén (Sion).
Todos
gozarán y se regocijarán de este regreso, jóvenes, viejos y doncellas, habrá
alivio de las penas, lo que era tristeza, ahora resplandecerá como gozo.
En
el responsorio seguimos trabajando la Imagen de Dios comparándolo con un Pastor
que maximiza sus cuidados por el rebaño
Mt
13, 18-23
Jesús, ahora, pasa a explicarles la parábola del Sembrador a
sus discípulos. Se cuenta como una explicación dada por el propio Jesús, los estudiosos poseen múltiples razones para pensar que su autoría corresponde a la Iglesia
temprana, y -al mirar atentamente- vemos diferencias muy notorias respecto de
la parábola originalmente narrada, especialmente en lo pertinente a los énfasis.
Donde el énfasis original se orienta al sembrador y al resultado en cuanto a la eficiencia productiva; ahora, por el contrario, la mirada se enfoca
especialmente en los tipos de suelo, reflejando lo que les pasaba en la Iglesia
naciente y en las variadas clases de reacción de los “destinatarios del Anuncio”
expresados aquí como cuatro clases de suelo:
1) Se
escucha, pero no se entiende.
2) Los
que escuchan la Palabra, pero carecen de raíces, y acogen el Anuncio con alegría
inconstante.
3) El
que escucha, pero los afanes y el hambre de enriquecimiento lo hace quedar
estéril
4) Los
que escuchan y dan fruto.
Para el primer caso, la mundanidad es el enemigo: El ruido
estrepitoso y el encandelillamiento de tanto reflector. ¡Pongamos el equipo a
todo full, y que todos los vecinos queden sordos!
El segundo caso, es la devoción que se da en un ambiente proclive,
por ejemplo, mientras se estudia en un colegio regentado por religiosos, pero
una vez se sale del invernadero, todas las plántulas se achicharran. Después siempre
se podrán inventar pretextos para achacarle la culpabilidad a esos “monjes retrógrados”.
El tercer caso corresponde a los que asisten, condicionados a
un breve tiempo, por ejemplo, aceptan sacramentalizarse, pero rehúsan cualquier
compromiso más constante con la Iglesia y su vida de fe se limita a la Eucaristía,
muy de vez en cuando.
Esto no es un retrato del pasado, no es un cuentito de alguna
remota era, imagen que solo se pintaba cuando nacía la Iglesia; es el retrato
más actual, porque sólo se quiere tomar parte en una religión “light”. La
imagen también refleja nuestro “hoy en día”.
¡Si sólo cambiáramos un poco -nos dicen ellos- que no fuera
con órgano, sino con guitarra, ahí sí iríamos! Nos prometen.
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