lunes, 1 de julio de 2024

Lunes de la Décimo Tercera Semana del Tiempo Ordinario


 

Am 2, 6-10. 13-16

Ahora vamos a dar una excursión de 5 lecciones -toda le semana, excepto el miércoles, cuando celebraremos la memoria de Santo Tomás Apóstol, que tiene sus Lecturas propias- en torno al profeta עָמוֹס ( [ʿĀmōs] “Amos”, “el que lleva una carga”, “que lleva”.  Quizá fue el primero de los profetas escritores. Se calcula que vivió en el siglo VIII a.C. trata de la justicia y la opresión que sufría el pueblo pobre y la avaricia y la corrupción de los más favorecidos. Con toda razón a Amós se le ha puesto el mote de “el profeta adalid de la justicia social”. Las clases dominantes ven un rápido crecimiento de sus riquezas, simétricamente acompañadas por el paulatino empobrecimiento del campesinado víctima de usureros y acaparadores. Todo esto va acompañado de una ironía social, al lado del culto esplendido estaba un espíritu religioso decadente, y, en cambio a la gente le resultaban muy atractivos los rituales y supercherías de las religiones cananeas que cohabitaban bien con su condición menesterosa y su desconocimiento de YHWH.

 

Amos habría nacido en Tecoa, a unos 20 kilómetros al sur de Jerusalén, 9 kilómetros al sur- este de Betlehem. Pese a ser un profeta originario del Sur, ejerció su profetismo en el norte, en Samaria. El marco cronológico para Amos es el reinado de Jeroboam II, quien llegó a ser rey en Samaria en el 785 a. C. y reinó por 41 años. Siguió el ejemplo de Jeroboam I al conservar la adoración idólatra de los becerros de oro (Amós 2:1-3). Adelantó campañas exitosas, continuando las guerras que su padre había iniciado en contra de Siria con el fin de restaurar territorio que pertenecía a Israel (2 Reyes 14:25) Todas estas guerras exitosas significaron sustanciosos tributos para Jeroboam y sus nobles. El profeta condena el esplendor del culto en medio de tanta injusticia e inmoralidad.

 


En el núcleo de la perícopa de hoy encontramos una imagen muy diciente y preclara “por un par de sandalias”, seguramente unas sandalias no eran tan costosas, y sin embargo, la imagen del pobre ha estado largamente asociada con la de aquel que va descalzo, especialmente porque caminar careciendo de calzado no permite llegar muy lejos, y cada paso cuesta el doble, y más. La carencia de protección para los pies es sinónima de inmovilidad, de freno, de bloqueo, de truco para impedir que se camine, que se avance, que se sobresalga. ¡Son los históricos mecanismos del sometimiento!

 

Citemos otros que nos señala la perícopa:

­       Vender al justo por dinero

­       Pisotear la cabeza de los pobres clavándola en el polvo

­       Torcer los procesos en contra de los débiles y en favor de los adinerados)

­       Corrupción moral de hombres que comparten la misma mujer con sus hijos.

­     Tomaban la ropa en “fianza por una deuda” y mientras la tenían en su poder la usaban para echarse durante sus bebetas en los altares idolátricos.

­       Llegaban al colmo de irse a embriagar al Templo y profanarlo con sus borracheras, costeadas con las “multas” que imponían a diestra y siniestra.

 

Todo esto lo reprocha YHWH, por boca de su profeta. Es interesante la fórmula que pone Dios en labios del profeta para hacernos saber que el profeta no habla de los suyo, sino que presta sus labios a la Voz del Señor: “Por tres crímenes de Israel y por el cuarto, no revocaré mi sentencia”.


 

Dios les reclama porque había obrado con Altísima generosidad en favor de su pueblo y su pueblo se mostró una ralea desagradecida. Mientras Dios los había sacado y protegido en el éxodo, y los había fortalecido para adueñarse de las tierras de los amorreos: ellos -en cambio- habían correspondido con ingratitud haciéndose acreedores a que la tierra se los tragara, no pudiendo escapar de esta trampa ni los más veloces, ni los más fuertes. No escaparían ni los guerreros, ni los arqueros, ni los veloces atletas, ni los de caballería, ni los de infantería. Quizás sólo algún guerrero lograría escapar en paños menores.

 

Sal 50(49), 16bc-17. 18-19. 20-21. 22-23

Lo que plantea la Primera Lectura es el tema de la Alianza, de la Fidelidad para con la Alianza que Dios en su Generosidad nos ha ofrecido. Él nos da la Lealtad de su Entrega, de su Protección, de todo su Auxilio. ¿De qué manera le pagamos? ¿Cómo le correspondemos?

 

Para evaluar esta situación viene bien un salmo de la Alianza.

 

Hay dos ejes preventivos en este salmo:

a)    Creer que el sacrificio es la “vía maestra”, que todo lo repara.

b)    Concentrarse en el “rito”, en su aspecto formal, y descuidar que la esencia de la fe es la autenticidad y la sinceridad, valga decir, la profunda resonancia interna de la ritualidad. Sin esa repercusión de corazón, no hay nada, el rito es hipocresía pura.

 

Sobre el punto a) hay algo que observar de mucho peso: El sacrificio de por sí es pobre, no alcanza a cubrir la damnificación causada a Dios. Pero cuando el “sacrificio”, la Víctima Propiciatoria es Jesucristo, cuando el Cordero ofrendado es el Propio Hijo, la Sanación es Total. Lo que no excluye la necesidad de autenticidad y sinceridad. Nunca, óigase bien, ¡nunca! podrán echarse “sus enseñanzas a la espalda”, por el contrario, esas Enseñanzas han de estar siempre presentes ante los ojos de nuestro corazón.

 

El salmo nos previene contra cuatro riesgos mortales:

1)    Hacerse cofrade de los ladrones

2)    Aunarse con los adúlteros, seguir sus huellas.

3)    Hacer la propia lengua cómplice de la maldad.

4)    La boca se vuelva fábrica de engaños.

 

 

No podemos esperar que Dios ablande su “sentencia”, que no es “condena” sino “faro guía para el buen camino”.  Así que no esperemos de Él que cohoneste con nuestro ataque al prójimo, ni con el mal que nos causamos a nosotros mismos.

 

¿Qué espera, entonces Dios de nosotros? Muy sencillo y concluyente, el salmo en la perícopa de hoy lo enuncia en la cuarta estrofa (vv. 22-23): El que le ofrece acción de Gracias, es quien Lo honra. El que camina por el Buen Camino, será quien vea la Salvación de Dios.

 

Este salmo, como se nos presenta hoy, es una voz de alerta para los que descuidan la Alianza y se olvidan de Dios. A los ingratos, el salmo les vaticina perdición. No como amenaza, si como advertencia de Aquel que quiere rescatarnos a toda costa.

 

Mt 8, 18-22



Jesús va en nuestra búsqueda, pero no se trata de un “acoso”. El transita frente a nuestra vida, pero no para forzarnos. Cualquier violencia que nos hiciera, así fuera con la intensión más benévola, sería flagrancia contra nuestra “libertad”. Así que no esperemos que Él nos atosigue, que nos lleve de una oreja, que nos mande un equipo de guardianes que nos constriñan a abandonar nuestra ruta. Para Él somos supremamente valiosos, pero nuestra valía depende de que aceptemos la opción.

 

Hay, además, quienes lo seguimos por “falsas razones” , tal vez esperando “cofres con tesoros”, o “cargos con muy especial relieve”; quizás hay quienes lo sigan esperando “títulos de abolengo”, figuración en las "tablas de aristócratas”, ingreso en las listas de “los más pudientes del planeta”. Y Jesús nos desinfla, para que no corramos en pos suya por las razones que no son: “Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero Jesús no tiene ni una cama ni una almohada garantizadas…” Ahora que sabes esto con todas las letras, ¿aún quieres seguirlo?


 

Hay otros, que reclaman un “break”, quieren irse a probar “mundo”, y sólo después, quizás ya muy tarde, en el ocaso de la vida, venir a ofrecerle dos guiñapos residuales… Se trata de los que quieren quedarse manipulando una heredad de putrefacción, son los embalsamadores de momias, los que no quieren tener nada que ver con la vida, sino construir una realidad amortajada. Para esos tampoco está pensado el Reino.

 

Para estos y los otros, el Señor cruzará a la otra orilla y cuando caigamos en la cuenta, será ya inalcanzable.

 

Que no vayamos a hacer una lectura desproporcionada de estos textos: ciertamente no significan que debamos descuajarnos de nuestros afectos legítimos, por nuestra familia y toda nuestra parentela; de lo que se trata es de evitar la línea de los “pretextos” con el sólo interés egoísta de quedarnos en la rutina y no desarraigarnos, no desacomodarnos de nada, seguir ahí, “por donde va Vicente, va toda la gente”. No seguir sólo los caminos trasegados. Responder al llamado también es -ciertamente- saber jugar el cero contra el Infinito. No lo olvidemos: ¡allí donde está tu tesoro, esta también tu corazón”.

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