jueves, 4 de julio de 2024

Jueves de la Décimo Tercera Semana del Tiempo Ordinario


 

Am 7, 10-17

Condenar al profeta al destierro

Esa es la función del carisma profético: desenmascarar, desengañar, iluminar la verdad.

Luis Alonso Schökel/Gustavo Gutiérrez

 

Ayer hablábamos sobre la estructura del Libro del profeta Amós, y decíamos que podía dividirse, para su estudio en cuatro secciones, y mencionamos las dos primeras que contienen oráculos, respectivamente contra las “naciones, y contra el propio reino del norte. Nombramos esas dos, porque ahí íbamos. Hoy vamos a pasar a la tercera sección, la de las “visiones” que abarca del 7,9 – 9,10.

 

El antagonista de la perícopa es Jeroboam II desde el 783 a.C. hasta el 743 a. C. Vemos aquí al sacerdote de Betel, Amasias, en connivencia con el rey, se trata -y lo hemos visto en el Nuevo testamento- cómo se alían los que gobiernan desde el Templo con los que gobiernan desde palacio, para defender sus intereses, azuzando tanto los unos como los otros contra el mismo “enemigo”, el profeta.

 

Jeroboam había establecido dos santuarios: uno en Betel y el otro en Dan, puestos simétricamente en el reino del norte, como polaridades en los límites norte y sur de sus dominios. “Jeroboam, hizo dos becerros de oro, y dijo al pueblo: «Basta ya de subir a Jerusalén, aquí está tu Elohim Israel, el que te hizo subir de la tierra de Egipto», y puso uno en Betel, y el otro en Dan”.

 

¿Qué le incomodaba Amós a Amasías? Pues que Amós se había radicado en Betel a ejercer su profetismo. Le estaba pisando la “manguera”.  El problema es, evidentemente, un tema jurisdiccional. Pero el profeta está encargado de entregar un mensaje, no a los templos, ni al rey, tampoco al sacerdote. Este mensaje está destinado a la grey de Dios: “ustedes serán mi pueblo”. La Boca de Dios no puede coserse, su Derecho a pronunciarla respalda al profeta.

 

Dado que el rey toma partido a favor de su “empleado” el sacerdote, Dios le envía una sentencia a Jeroboam:

­       Su mujer sería deshonrada

­       Sus hijas morirían pasadas a espada

­       Sus tierras serían medidas a cuerda para hacer minifundios entregados a labradores

­       El propio rey, sería muerto por la espada en tierra de paganos.

­       Los israelitas serían llevados en cautividad lejos de su tierra.

 

Que es lo que hace Amasías, procura desterrar al profeta, enviándolo de vuelta a su casa. No sabemos si Amós se fue, pero lo que consta en la perícopa es que el sacerdote exilia al profeta.

 

Amos por su parte le dice que él no posa de profeta ni pretende venir en nombre de ningún gremio profético, lo que dice lo dice porque Dios se lo inculca, fue el propio Dios quien tomo a este pastor (es interesante que Dios siempre llama a sus “líderes y vicarios” -así lo hizo con Moisés, también con David- del sector pastoril, gente entrenada en el cuidado de una grey”, ciertamente la labor que se les va a encomendar está emparentada con la cuidadosa atención que se le da al “rebaño”) y picador de sicomoros y le enraizó en el corazón los mensajes proféticos. Y le revela su triste destino al rey. Para eso sirven los funcionarios, como el sacerdote, para llevarle a su “jefe” los recados de Dios.

 

Muchas veces la voz de los profetas se ha hecho responsable de la defensa del oprimido porque Dios -como un León- ruge en su defensa.

 

Sal 19(18), 8. 9.10.11

El salmo de hoy es un himno. La nuestra es una religión capaz de recibir una Constitución que encarrile nuestras relaciones interpersonales para que podamos funcionar como comunidad. Nuestro credo no mira hacia el sol -al que sólo fetichistamente podemos nombrarlo fuente de vida- sino a un Dios que Crea y que organiza armonizando.

 

La ley, empieza diciendo la perícopa de hoy, es perfecta y en ella el alma encuentra su entera comodidad. Como una almohada comodísima, como el más muelle colchón. Esa misma Ley es “fiel”, porque la Ley Divina no está para acomodos o manipulaciones, y da sabiduría al que no sabe mucho, al que no ha hecho estudios de derecho, al que no se pretende “profeta” dueño de sabiduría pontifical.

 

Las leyes del Señor, se nos dice en la segunda estrofa, no son sesgadas ni trocables, no son acomodables al interés mezquino, su rectitud es incuestionable, cualquiera que las sigue encuentra dicha y buenaventura en ellas. Es tan diáfana como un clarísimo hilo de luz.

 

En el verso 10 hay una palabra un tanto enigmática a la vez que problemática, es יִרְאָה [yirá] que se puede traducir perfectamente como “temor”, pero a la que cabe también traducirla por “reverencia”, e inclusive por “piedad”. Ensayemos con esta último, el verso quedaría así: «La piedad presentada al Señor es pura y eternamente estable; los veredictos del Señor son “Verdad” y son “Justica” en plenitud”». ¡Qué es la piedad? La piedad es un cariño delicado por aquello que es Santo, es un amor que brota desde el mismo centro del corazón. ¿Qué sería lo tan amado aquí? Los veredictos, la legislación divina.

 

La verdad que se anida en la Ley de Dios es -si la comparamos por su valía- más valiosa que el oro de mayor quilataje; pero si lo que comparamos es su dulzura, aventaja de lejos a la miel, de un panal rebosante que chorrea.

 

La antífona se recrea mirando los dos rasgos esenciales de los Mandamientos: Verdad y Justicia incuestionables.

 

Mt 9, 1-8

No el Don, sino el perdón

En efecto, cuando todavía estábamos sin fuerzas, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos; -en verdad, apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir -; más la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros.

Rm 5, 6-8


 

“¡Ánimo, hijo! tus pecados te son perdonados” Más de uno cae en el desconcierto, ¿qué le pasa a Jesús? ¿No ve que el pobre está paralitico? ¡Pero si es evidente!

 

¡Sí, esta es la lógica que estamos habituados a usar! Ver y concluir. A nosotros nos parece por lo menos raro que Jesús les pregunte a muchos de sus pacientes: “¿Qué quieres que haga por ti?

 

Queremos darle a alguien lo que nos suponemos que quiere o que necesita… Porque nos parece muy “lógico”. Esa lógica nos parece de puro “sentido común”. Un ciego, necesita la vista; un muerto, ser resucitado; un endemoniado, un exorcismo, a uno con jaqueca, un acetaminofén, y así podríamos continuar.

 

Pero nos cabe preguntarnos: ¿Qué podría hacer un paralitico que se le concediera la movilidad plena y su autonomía amplia, pero sí sigue estando empecatado, de qué le serviría?

 

Muchas veces pensamos que sanar de una deficiencia física, o superar un problema, o salir de un vicio, ya es todo. Y creemos -a fe viva- que no hay nada más que pueda ser urgente. Es la lógica del inmediatismo. Sin entender que para alguien que está perdido, lo más urgente es un mapa y una brújula; y para el que está enviciado, un sentido de vida y un reconocimiento claro de su valía como persona, van primero y sin ellos no hay vida ni futuro.

 

O sea, que esa “lógica”, tan clara, tan fuerte y poderosa, tan sólidamente cimentada: está errada. Por ahí no se llega a parte alguna.

 

Cuando Jesús libera del pecado, está “redimiendo” al que estaba cautivo, al que el Maligno sostenía amarrado por sus cuatro extremidades, y con una cadena adicional a la cintura, para garantizar su condición de alienación. Se llama “alienación” porque significa que no es dueño de sí, que fue secuestrado por las seducciones del Patas, que para que re-encuentre sentido, alguien tiene que venir y pagar el rescate.

 

Pero todas estas cosas se nos escapan, nuestro “sentido común” no lo ve, nuestros apetitos y anhelos van por otro lado: el tener, el aparentar, el poderío…

 

A Jesús lo designamos “Salvador” porque Él va directo a negociar nuestra liberación, y no se detiene “dando” algo, ¡lo da todo! Paga el rescate con el precio de Su Preciosísima Sangre.

 

Esta frase la hemos oído cientos de veces y nos parece la promesa básica para promover algún producto, pero, si no reconocemos nuestra valía, no podemos captar que alguien se haya sacrificado por nosotros, y mucho menos Dios-Mismo.

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