martes, 9 de julio de 2024

BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA DEL ROSARIO DE CHIQUINQUIRA

 


Ef 1, 3-6. 11-12

Como la Carta a los efesios contiene muchas citas de oraciones que se usaban en la liturgia primitiva, algunos estudiosos no la ven como una carta sino como una “liturgia”, o sea un conjunto de textos adecuados a la celebración de la Cena, llamados a pronunciarse durante la celebración de la fractio panis (tiene himnos, súplicas, acciones de gracia, oraciones de petición, doxologías). Emparentándola con otros textos paulinos de carácter homilético, como la carta a los Hebreos. Parece ser, aun cuando los Hechos de los Apóstoles no lo mencionan, que Pablo estuvo prisionero en Éfeso.

 

En su primera parte, después del saludo (vv. 1,1-1,2) viene toda una sección dedicada a presentar la obra Salvadora de Dios. La perícopa que tomamos hoy podría verse como una acción de gracias y alabanza, como una síntesis de la economía salvífica donde se plantea la centralidad de Jesucristo en el conjunto de ese Plan.

 

Parte de una alabanza por todas las bendiciones que nos han venido por Gracia del Padre.    Y nos llama la atención sobre nuestra elección, haciéndonos notar que fuimos escogidos antes de la Creación. Una elección con un propósito que se nos presenta muy claro y definido: “para que fuéramos santos y sin defecto”.


 

Pero, ¿por qué o para qué? Para que fuéramos hijos suyos por medio de la fraternidad que tenemos con Jesucristo: ¡Somos hijos en el Hijo! ¡Así lo dispuso la Divina Voluntad! ¡Para la Gloria de Dios! Lo que nos lleva a la fórmula de San Ireneo: “la gloria de Dios es que el hombre viva”. Pero no que viva de cualquier manera, sino que viva en “santidad” de tal manera que se dignifique para estar ante la Presencia.

 

Así, pasamos a la segunda parte de la perícopa (vv.11-12), Dios, que determino todo con su Voluntad, nos llamó a ser “herederos”, lo que cumplimos cuando todas nuestras esperanzas las ponemos en Su Amadísimo Hijo.

 

Sal 113(112), 1-2. 3-4. 5-6. 7-8

Este salmo es un himno. Este es el Primero de los siete himnos -hasta el 118(117) que forman el Hallel (Alabanza) que los judíos entonan en sus grandes fiestas, en particular en la Pascua, resumen de las grandes obras salvadoras del Dios en la historia. Y es como un puente entre el Cantico de Ana (1sam 2, 1-10) y el Magnificat (Lc 1, 46-55). Encierra un profundo sentido de gratitud.

 

El salmo inicia con la palabra הַ֥לְלוּ [Hallu] que significa “alaben” o también “bendigan”. Y, ¿qué hay que bendecir? ¡El Nombre de Dios! Ha de ser una alabanza eterna.

 

Desde que sale el sol hasta que concluye el día, todo el tiempo debe destinarse a Alabar al Señor.

 

Este movimiento de Alabanza tiene una doble direccionalidad: es catábasis pero también es Anábasis, desciende sobre nosotros pero, a la vez, haciende de nuestro corazón hacia Dios.

 

Lo más destacado -y de eso se ocupa la cuarta estrofa- es que es una acción de rescate, un acto redentor: Dios redime a todo el que está postrado, al que está abajo, al pobre para ponerlo de tú a tú con príncipes y regentes.

 

Por eso el salmo entero lo que hace es Magnificar el Santísimo Nombre de Dios por toda la Eternidad.

 

Lc 11, 27-28

… por la intercesión de la Virgen María, cuyo patrocinio hoy celebramos, concédenos crecer en la fe y lograr la prosperidad por caminos de paz y de justicia.

De la Oración Colecta

 



La religión judía -de la que proviene la nuestra- tiene como piso y cimiento la escucha. Aquí, en la perícopa que nos ocupa, dice ἀκούοντες [acouontes] que proviene del verbo ἀκούω [akouo] que significa “escucha” y “entendimiento”; no sólo “oír” sino llevar el mensaje tanto a la mente como al corazón y conservarlo, poniéndolo por obra, es decir, cumpliendo lo que dice, poniendo en acto su significado.

 

Esta perícopa nos dice que, para entrar a formar parte de la familia de Dios, se logra haciéndose pariente por medio de la escucha de la Palabra de Dios. Tal como hacía la Santísima Virgen que todo lo conservaba en su corazón, así también nosotros alcanzamos la plenitud de la relación con la Divinidad viviendo en conformidad con el Mensaje que hemos recibido por medio del Hijo, Jesucristo. Por esta vía alcanzamos la bienaventuranza.

 

No se trata de que el Niño Jesús hubiera bebido la leche materna de María Santísima, se trata de haberlo oído, de haber escuchado -en primera persona- sus palabras, sus juegos, sus actividades, su labor al lado de San José. Haber vivido a su lado, haber escuchado su predicación, pero, sobre todo, haber asimilado su mensaje viviendo coherentemente con Él.

 

Una mujer admirada de la Santa Palabra que enseñaba Jesús, lanza el encomio más alto para su Madre. Jesús aprovecha la situación para enseñarnos que el discipulado no se da por la vía sanguínea, sino oyendo y guardando -las dos cosas- no basta oír, nos lleva a la conquista de la Vida Eterna, la mayor felicidad que cabe en el Universo entero. No hay un bien mayor que podamos anhelar.

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