Jr 13, 31-35
En el lenguaje profético, y junto con las sentencias
oraculares, hay que poner las “imágenes simbólicas” que son hechos, algo esnob,
quizás no siempre, que el profeta ejecuta por orden divina, y que luego, el
propio Dios, los decodifica para establecer una especie de parábola -no
hablada- sino figurada en estas extrañas acciones.
Hoy, el mensaje girará en torno a un “cinturón de lino”. Una
prenda bastante elegante, y muy personal, puesto que está en directo contacto
con la piel untado de la “grasa personal”, propia de su dueño. Y, se lo ciñe.
Luego Dios le ordena que vaya y lo entierra -entre la piedras- a orillas del Éufrates
(aquí llamado Perad) este rio que bañaba a Babilonia, vendrá a mojar el cinturón
con la corruptela de sus manías, de su pecaminosidad, de su cultura politeísta
y sincrética.
Pasado algún tiempo, ahora, le pide que lo recupere, y que
lea en sus residuos la profecía: se había echado a perder, estaba definitivamente
deteriorado, inservible: así como el cinturón había llegado a ese nivel de
desgaste, así el señor iba a acabar con la soberbia de Judá y con la gran
soberbia de Israel.
En qué consiste la mencionada soberbia que encontramos aquí,
airando al Señor. Veamos sus rasgos:
a)
Se niega a escuchar la Palabra de Dios
b)
Su comportamiento es el de aquel que
tiene el corazón obstinado y testarudo.
c)
Sigue a dioses extranjeros.
El que ahora es un reino dividido, Dios -con su Alianza- lo
había constituido ceñidor de su cintura. Ahora de él solo resta un trapo,
desgastado, desvaído, raído, inservible. ¡Estaba totalmente “contaminado”!
Un cinturón es algo tan querido, que tiene acceso a nuestra
piel: Así Dios le había atraído a su Tierna Cercanía, y él -imbuido de secreciones
traidoras- le dio la espalda a su Dios y se hizo servidor de los ídolos, de los
Baales.
El cinto de lino era una prenda con un simbolismo sacerdotal,
con cierto valor analógico con el cíngulo; el cinto de lino podrido es inútil,
ya no sostiene las prendas en su lugar, y no mantiene unidos la pureza a la fidelidad
del rito: esta prenda dice “me ciño Señor a lo que Tú quieres que haga, nada
por mi cuenta, todo según Tu Palabra”. Pero un pueblo idolatra, desprecia ceñirse.
Hay que cuidarse mucho de la idolatría, está entre las piedras
y corre natural y espontanea entre las aguas que atraviesan los “ríos” culturales
de los pueblos, llenos de lindos y atractivos colorcillos, y de refulgentes
brillos exteriores que suelen fascinar nuestros sentidos pero que al
examinarlos a fondo son como esos frutos “vanos” a los que la Biblia se refiere
con frecuencia, y que se camuflan con su vacuidad entre los frutos ricos y
sabrosos que -de verdad- tiene el Reino.
Sal Dt 32, 18-19. 20. 21
Este salmo está tomado del capítulo segundo del Deuteronomio.
Interpreta la traición del pueblo escogido, ofendiendo a su Dios.
El verso antifonal denuncia la traición del pueblo elegido
hacia su Dios, su Dios Padre-Madre que lo engendró y lo llevo en su Seno
maternal, entre sus Entrañas.
En la primera estrofa, habla del desprecio y el olvido de su
Dios. Y, dolido por la traición, el Señor apartó a sus hijos e hijas de su
Presencia, los retiró de la mirada de sus Ojos.
Por ser una generación pervertida, por ser unos hijos desleales
el Señor les ocultó su rostro y los dejó librados a su suerte.
Ellos han despertado los celos del Señor tributando adoración
a un dios ajeno. Ahora, como consecuencia de sus actos, Él, tributará sus
desvelos a un pueblo distinto, a otras criaturas. Nos sigue amando, pero se
ocupará de otros pueblos para que probemos en nuestra propia carne, lo que
significa traicionar al Amado.
Mt 13, 31-35
¿Queréis ver la semilla del Reino humanada? ¡Mirad la caja de comida del
ganado, en el portal de Belén!
Uno se imagina que el Reino, desde el principio, debe ser
magno, poderoso, esplendente, y que trasparente su poderío. La enseñanza que Jesús
nos trae -es todo lo contrario- nos advierte que su inicio es minúsculo, imperceptible,
insignificante: ¡será apenas un granito de mostaza! ¡Por su pequeñez, al principio,
pasará desapercibido!
Esta es una clave maravillosa: ¡desconcertante para los que
aspiran a su prepotencia inmediata! ¡desesperante para los impacientes! ¡y para
nosotros, de suma utilidad, porque sabemos que al principio no pasará de ser
apenas una nubecilla, silente como el rumor de un soplo, callado como el árbol
que en el centro del bosque se derrumba.
Mientras germina, mientras despliega sus ramas y los pájaros
empiezan a hacer sus nidos en sus ramas, nosotros continuaremos sintiendo su
fuerza palpitar en nuestro pecho y dejando que, como un Amor sin igual, se vaya
arraigando y nos envíe con su impulso a develarlo a los que lo esperan y lo
quieran aceptar.
Hay dos clases de levadura: la levadura de los fariseos, de
la que tanto debemos cuidarnos, porque es solamente una levadura ritual, llena
de leyes fetichistas; pero, hay otra levadura, la “levadura del reino”, la que
hace que, lo que, por ahora es una imperceptible semilla, mañana se troque en la
Incontenible Fuerza de Dios.
Se nos revela también que hay dos maneras de expresarse:
-
Por conceptos
-
Por imágenes
Jesús prefiere este segundo lenguaje, y nosotros tenemos una
leve sospecha del por qué: porque los conceptos son una jaula (así sea de oro),
para andar en círculos, y sin poder volar. En cambio, las “imágenes” son como las
alas con las que solemos representar (figurar) a los ángeles, para que llegan
de inmediato a su destino. Las alas nos hacen “competentes” para alcanzar los
logros del Reino. Los conceptos -peligrosamente- no son más que grilletes.
Permítase nos proponerles una pregunta: ¿Qué pasaría si olvidamos
poner la medida de levadura a las tres medidas de harina de la mezcla panadera?
¿O, si no damos el tiempo suficiente para que la levadura actúe y la masa
levante y se haga suave y esponjosa? Y, lo que es vital en esta imagen: ¿a qué
equivale la levadura en la construcción del Reino?
La levadura es el paso de la fase del discipulado a la fase
misionera. Es dejar de ser exclusivamente aprendices para empezar, cada vez con
mayor compromiso a asumir la responsabilidad de ser miembros del Cuerpo Místico
de Cristo. Esto implica, poner manos a la obra, ayudar a preparar la argamasa,
a traer los ladrillos, a estudiar los planos, a tender las cuerdas señaladoras
por dónde van los muros y, a comprometerse cabalmente en todo el proceso de
edificación.
No basta con pasar por el lote -de vez en cuando- dar una
ojeada y reconocer que el proceso avanza. ¡Es preciso echar una mano!
También en el amasado. Hay que ayudar a amasar. Y el amasado
implica unos momentos de actuar sobre la masa “masajeándola” y alternar con
momentos de reposo, con unos ritmos y con periodos definidos de alternancia. Preguntemos
a cualquier panadero sobre estos procedimientos para alcanzar una mejor conciencia
de nuestras responsabilidades en lo pertinente a la maduración de le fe. ¡Es el
arte de sobar la masa!
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