martes, 2 de julio de 2024

Martes de la Décimo Tercera Semana del Tiempo Ordinario


 

Am 3, 1-8; 4, 11-12

Dios tiene al profeta para pasarnos preaviso

Al analizar la obra de Amós, los exegetas encuentran cuatro piezas, cuatro fragmentos bien definidos: en la primera, que abarca desde 1,3 – 2,16 el profeta pronuncia oráculos contra los pueblos extranjeros. En la segunda parte que se extiende desde 3,1 – 6,14 se proclaman los oráculos contra el propio Israel.

 

Hay una voz de denuncia en los profetas que mucho incomoda a los impíos. La función del profeta es también la denuncia, porque cuando Dios “ruge” en el corazón del profeta, qué más puede hacer el profeta sino traducir el rugido en palabras humanas. Amós capta en su ser los ecos de la Voz de Dios: cada causa conlleva sus consecuencias y la serie de las consecuencias no se dan sin que existan sus precedentes causales, así mismo es el habla de Amós, si dice algo es porque Dios retumba en el ser de Amós, y cuando Amós oye el Rugido, ¿podría acallarlo en sí y ahogarlo?

 

¿Y qué es lo que Ruge la Voz del Señor en el pecho de Amós? Que Él los eligió, hizo de las Doce Tribus su rebaño elegido y preferido, los libró de la cautividad donde eran explotados; por eso, ahora les pide cuentas. Les había otorgado la herencia de la libertad para que pudieran “libremente” elegir honrar a su Dios-Libertador, pero decepcionaron al Señor, y correspondieron a sus ternezas con indiferencia y traición.

 

¿Le dicta Dios algo más a Amós? Sí, que, así como fue el castigo de Sodoma y Gomorra, así serán las penalidades de Israel.

 

Sal 5, 5-6a. 6b-7. 8

Salmo del Huésped de YHWH. Es un salmo de abandono, él se aloja en el Templo y se ofrece a ser moldeado por la Voz del Señor. De alguna manera, el salmista intuye que el Templo es el molde que aplica el Señor para configurar el “penitente”. Pero nadie cabrá en el molde si sus “deformaciones” le impiden encajar. Así, el salmista clama para que Dios elimine sus “turupes” y lo “limpie de sus “imperfecciones”, para que no sea repugnante a las entrañas de Dios.

 

Lo que dice expresa que Dios es Pureza y que toda limpieza es repulsiva a la limpieza que conlleva la Santidad.

 

En la primera estrofa suplica ser liberado de la maldad, y de la arrogancia.

 

En la segunda, le muestra al señor otras pústulas suyas: es malhechor, mentiroso, hombre sanguinario, y traicionero.

 

Finalmente, en la tercera estrofa, se halla postrado a las puertas del Templo, en el Atrio santo, esperando la señal absolutoria que marcara el momento de la acogida, la orden de ingresar en el Templo.

 

El verso-estribillo (antífona responsorial) enmarca en esa consciencia de necesaria purificación, el afán absolutorio: “Señor, guíame con tu Justicia”. Sólo Dios puede limpiarnos y sacudirnos de estos “afeantes”, a Sus Ojos.

 

Mt 8; 23-27

El asombro no debe quedarse en el “temor”



La Iglesia no puede seguir su marcha, su peregrinaje en estas tierras sin darse cuenta que se mueve en este contexto cataclísmico. La traducción nos habla de una “tempestad muy fuerte”, en griego dice σεισμός [seísmos] que es un “temblor de tierra”, y también, una “tempestad”, una “borrasca”. No podemos pasar por alto que en ese ambiente es que “peregrina” la Iglesia. Amamos y anhelamos la calma, es un bien inapreciable y, por lo mismo, tan anhelado. Sin embargo, no es ese el contexto de la vida eclesial. En cambio, la Iglesia, a través de la historia, se ha movido en situaciones muy difíciles, nada benignas, y ha sido víctima de la persecución ininterrumpida, en diversas modalidades.

 

¿Ha de ser ese el motivo de nuestra desmovilización? ¿Debemos trazar planes para desistir definitivamente y refugiarnos en catacumbas y cuevas? ¿Podemos, de alguna manera evitar estas “crisis” y vivir en un ambiente calmo y tranquilo? Y la propia perícopa nos responde: Nosotros no podemos hacer nada, pero si acudimos al Señor, Él se levantará, increpará los vientos y el mar, y ¡sobrevendrá la gran calma!

 

Fue entonces cuando ellos se preguntaron, ¿Quién es este hombre, a quien el viento y el mar le obedecen?

 

Pensamos que antes de ir a despertarlo, tenemos que contestarnos esa pregunta. Tenemos que reconocer su Divinidad y la autoridad que de Él dimana, antes de mostrarle el oleaje embravecido. No se trata de hacerle una exhibición de nuestros temores inmanejables, sino de hallar -lo que sólo Dios nos revela- que Él es el Hijo de Dios, el Mesías, y sostenidos en esa “fortaleza” admirar y loar, cuán Grande es el Poder de Dios.

 

El Señor no calma el oleaje embravecido para matarnos con su “poder”, Él usa de la Autoridad que tiene sobre los elementos, precisamente para Salvarnos y conducir la barca de la Iglesia para que sea ella, también, Salvadora, «… ya que la Iglesia es en Cristo como un sacramento o signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano, …». (Concilio Vaticano II. LUMEN GENTIUM, Constitución Dogmática sobre la Iglesia, #1) 

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