miércoles, 31 de julio de 2024

Miércoles de la Décimo Séptima Semana del Tiempo Ordinario


 


Jr 15, 10. 16-21

Profeta es el que habla en nombre de Dios. No hablan en nombre propio, no trasmiten sus ideas o sus conceptos, ni criterios, sino que son los heraldos que pregonan lo que Dios quiere decir a su pueblo. Así nos presenta su caso personal el profeta Jeremías. Como si Dios lo hubiera arrollado y a él le hubiera sido imposible resistir (Jr 20, 7-18)

Ernesto Bravo

 

El profeta es perseguido, es aprisionado, se procura silenciarlo por todos los medios: verdaderamente es un personaje molesto, los que tienen la cacerola por el mango no saben qué hacer con él. Encarcelarlo en el fondo de un pozo hasta que el olvido haga su trabajo... Uno de los sitios donde se desatan estas trampas y se instalan es en le tierra natal. Con Jeremías pasa eso: en Anatot, precisamente, se busca acallarlo con represión exacerbada:

“Y yo que estaba como cordero manso llevado al matadero, sin saber que contra mí tramaban maquinaciones: ‘destruyamos al árbol en su vigor. Borrémoslo de la tierra de los vivos, y su nombre no vuelva a mencionarse’” (Jr 11, 19)

 

Y le suplica a Dios que pueda ver la venganza de su causa, que Dios los castigue, y que él sea testigo de su desquite. Sin embargo, Dios no parece escuchar esta clase de ruegos. Brota, entonces, el interrogante de los labios de Jeremías: ¿Por qué a los malos les salen bien las cosas? ¿Por qué la alevosía prospera? (Jr 12, 1-5)

 

De nuevo, parecería que Dios no repara en esos pormenores. Dios está enfocado en la situación de Jerusalén, que -tiempo atrás- había sido gobernada por Manases -hijo y sucesor de Ezequías- rey de Judá, corregente entre 697 y 687 a. C., y soberano entre 687 y 642 a. C. el capítulo 15 lo presenta como el responsable de las calamidades que azotaban a Judá porque llevó una vida pecaminosa y dejó el germen latente que condenó al sufrimiento a las varias generaciones venideras: el bien o el mal que obramos será la heredad de nuestros hijos, nietos y generaciones sucesivas. Nosotros dejamos puestos los rieles por los que el tren de la historia correrá.

 

Que hace el profeta -estamos hacia el 596 a.C-, intuye de qué será la cosecha mirando las semillas que duermen bajo tierra y de la cual despuntan las plantitas y se asoman los botones. La tarea del profeta, no es -pues- la de ofrecer que de los abrojos nacerán frondosos frutos. Y, ahí sobreviene la crisis del profeta: su dicotomía consiste en suavizar los augurios, o simplemente decir lo que le corresponde. Fidelidad al mensaje o demagogia.

 

Y Dios se lo permite: le ofrece que deserte de su milicia, pero tiene que arrostrar que el encargo es separar la escoria del metal puro, desenmascarar las desviaciones, denunciar con las Palabras que Dios mismo le pondrá en los labios. Y Jeremías opta por la fidelidad y responde con valentía a la vocación otrora aceptada.

 

Estará bajo el cuidado tutelar del propio Dios, pero no lo satisfará con venganzas, que Él es Dios-que-vela, no carcelero, ni mucho menos mercenario o verdugo a sueldo: pero sí es Dios que cuida, Dios que defiende, Dios que provee. Dios que nos rescata del puño violento que quiere constreñirnos.

 

«El Dios de Jeremías es tierno y lleno de amor, pero exigente y firme a la vez. Escucha y acompaña en el dolor, pero exige, a su vez, fidelidad en los momentos difíciles. Pide apertura, disponibilidad, confianza y abandono total en sus manos. Él no promete comodidad, sino ayuda y fortaleza» (José Luis Caravias sj.).

 

Sal 59(58), 2-3. 4. 10-11. 17. 18

Hacia el 992 a.C. Saúl andaba persiguiendo a David. Se piensa que David habría escrito este salmo en aquella época. Saúl había puesto la casa de David bajo vigilancia para atraparlo en caso de que volviera por allí.

 

David le ruega a Dios que lo salve de sus enemigos, que lo persiguen y quieren borrarlo de la historia. Porque hay gente que con crueldad se ensañan en acosarlo y busca -a toda costa- matarlo.

 

Y, David se declara víctima inocente de esta persecución y amenaza. Él tiene que aplicarse a guardar su alma porque el enemigo quiere separarla de su cuerpo. Le ruega al Señor que mande su protección por delante, y provea de antemano su providente defensa, antes que el enemigo se explaye con su criminal y sanguinaria vehemencia.

 

David ya previamente pone su boca al servicio de la alabanza, porque Dios ha sido su protección y alcázar.

 

Llama a Dios “Fuerza mía”, consciente que ha sido Dios su refugio, y que él ha sobrevivido por el cuidado de Dios que le ha provisto como segura escolta.

 

Aun cuando el peligro le tiende emboscada constante, Dios no se fatiga de ofrecerle refugio y defensa.

 

Mt 13, 44-46



Las parábolas del Reino que Mateo presenta aquí, son siete.

1)    La parábola de las cuatro diversas clases de suelo

2)    La del Trigo y la cizaña

3)    La de la Semilla de mostaza

4)    La de la Levadura

5)    La del tesoro oculto

6)    La de la Perla

7)    La de la variedad de peces unos valiosos y otros insignificantes, pura fruslería

 

Hoy veremos la quinta y la sexta: 5ª) la del tesoro escondido, y 6ª) la de la perla.

 

¿De qué se tratan estas dos parábolas del Reino? El Reino pasa por la esquina de nuestra vida, pero nosotros podemos estar adormilados, pensando en otra cosa, y podemos emprender ninguna acción que se beneficie y aproveche esa “oportunidad”.

 

La señal puede ser leve, casi imperceptible, pero allí está. ¡Y el corazón lo sabe! Entonces, ¿por qué la dejamos pasar e ir? Porque el corazón se ha vuelto duro, acerado. ¿Eso es maldad innata? ¡No! Eso era lo que nos explicaba Jesús en la parábola anterior, mientras descansamos, en la oscuridad de la noche, viene el Depravado y siembra la cizaña, puede ser una aparentemente inofensiva desorganización en la jerarquía de valores, algún “ídolo” se ha puesto a la cabeza de nuestros afanes, de nuestros intereses, de nuestros anhelos. El Malo ha entreverado una “falacia” que -de la noche a la mañana- nos parece tan legítima, tan normal, tan válida. (recordemos -a manera de ejemplo- la aparente hermosura del “fruto prohibido” que engañó a Eva).

 

Y lo que descubrimos tan “arduo” -que nos parece mucho pedir-  es que la parábola nos habla de “venderlo todo”, inclusive los espejismos a los que tanto apego les tenemos.

 

Parece injusto. Muchos se interrogan por qué el Señor no nos insiste más, o nos muestra de manera más impactante su Presencia y la oferta de su Abrazo. Y la respuesta es bastante sencilla: Lo cierto es que Dios se pasa toda nuestra vida, también desde antes de nacer, adiestrándonos para distinguir su “oferta”. Por muy diversos canales e instrumentos, nos sensibiliza y si Él parece pasar de largo, es sólo porque el rechazo -de nuestra parte- ha sido tan contumaz, que si pasa y se aleja es porque lo hemos herido tan hondamente con nuestra reacción de descrédito.

 

El Reino, como es Reino de Jesucristo, también sufre persecución y menoscabo.  

martes, 30 de julio de 2024

Martes de la Décimo Séptima Semana del Tiempo Ordinario


 

Jr 14, 17-22

El profeta mira hacia todas partes, y en todas partes descubre la situación tan dura que se está viviendo. Jeremías se deshace en llanto, no es un espectador indiferente, no se alegra de los sin sabores que están pasando sus paisanos, no les echa en cara su responsabilidad por la situación; se conduele, no puede pasar indolente. Decimos que Dios es el novio, y el pueblo es la novia: Jeremías dice que es una doncella y está sufriendo de una dolorosa herida.

 

A través de su mirada contemplamos el panorama:

a)    En el campo, ve muertos caídos a filo de espada

b)    En la ciudad, la gente se está muriendo de hambre

c)    Profetas y sacerdotes quedan convertidos en vagabundos.

 

Adolorido y compadecido, interroga a Dios, para algo es su amigo y su Portavoz:

a)    ¿De dónde le sale el rechazo por Judá?

b)    ¿Le da asco Sion?

c)    ¿Por qué ha permitido que la espada se clavara en sus carnes?

d)    Estaban dispuestos a recibir tiempos de paz y en cambio sobreviene tiempos de malestar.

e)    Esperaban ser sanados y -por el- contrario- lo que sobreviene es la turbación.

 

A estas alturas ya conocemos esa debilidad de Dios frente a nuestro arrepentimiento, así que el profeta pasa a asumir la culpa, dice que han pecado.

 

Y, como un magnifico abogado, le da rezones convenientes para que los perdone

a)    Por Su Altísimo Nombre

b)    Por el prestigio de Su Glorioso Trono

c)    Porque a Él nunca se le pierde de la Memoria la Alianza que pactó con su Pueblo-elegido.

 

Jeremías, además trae a cuento que Dios les ha probado que:

a)    Nadie, sino sólo Él gobierna la lluvia y previene la sequía

b)    Que los cielos no producen la lluvia si El Señor no les da la orden.

c)    Porque sólo Él puede satisfacer nuestras esperanzas.

d)    Porque Dios es el Único Creador de todo lo que existe.

 

Como se ve, estamos ante una pieza forense, nos parece estar oyendo al abogado defensor pronunciando el Discurso de Cierre, el “alegato final”.

 

Sal 79(78), 8.9.11 y 13

Este es un salmo de súplica. En medio de una situación tan fuerte y dura, tan rigurosa y cruda, el salmista se refiere al pueblo de Dios como si fuera una viña y le ruega que lo restituya a su plena lozanía.

 

En la primera estrofa ve las acciones de la generación de los padres, la generación previa, como la culpable de tantas desgracias y suplica que no sea la generación presente la que tenga que cargar las culpas de sus predecesores.

 

>la segunda estrofa pide el perdón de los pecados y presenta como justificación -ya que no tienen una propia- la honra y el honor del Nombre Tres Veces Santo.

 

Pide que el Señor se deje tocar y el pueblo alcance la compasión, para que Dios active su Brazo Poderoso, en defensa de este pueblo, que sabe perfectamente que son un rebañito de Divina Propiedad, que son ovejitas de ese redil que necesita ser salvado. Y, garantiza que, si Dios lo salva, la gratitud será duradera y por todos los siglos cantará sus Alabanzas.

 

El eje de este salmo, es no tener nada que presentar como tributo de redención y lo Único que podría llegar a salvarlos es el Señor, porque Él es Misericordiosos, y cantar loas a su Nombre es prenda de Expiación.

 

Mt 13, 36-46



La Iglesia en algunas partes es simbolizada por la Barca, porque al principio se congregaban en la playa y Jesús les hablaba desde esa Barca; otro punto de convocatoria de la Iglesia (los convocados) era la “Casa”, que alguien ofrecía para alojar sus Asambleas en las que se ofrecía la “Fracción del Pan”.

 

Al iniciar la perícopa de hoy, Jesús deja a los “simpatizantes” (la gente), y se retira para irse a una “asamblea discipular”. ¿Cuál es el tema de la convocatoria en la Asamblea de hoy? ¡La parábola de la cizaña en el campo!

 

Cuando se compara un solo asunto con alguna realidad, para explicarla, nos hallamos ante una “parábola” propiamente dicha. Pero cunado toda una serie sirve de referencia para hablar de otra serie, estamos ante una “alegoría”.

 

Hoy tenemos una de esas series: el que siembra la buena semilla / el campo / la buena semilla / la cizaña / el enemigo / la cosecha /los segadores. Una serie de siete elementos. Y cada uno de ellos representa y tiene su par en la otra serie, a la que llamaremos el Reino.

 

El arte de construir una buena alegoría (lo buena que sea depende de lo mucho que aclare las relaciones de la segunda serie), aquí, la imagen referente es un “sembradío”, y la imagen referenciada es el Reino, en un momento dado muy preciso: “al final de los tiempos”. Uno hablaría de una excelente alegoría, porque partiendo de algo muy conocido, llega a descifrar algo que es absolutamente desconocido: La realidad escatológica.

 

Lo más sano de este paralelismo es que no pretende incurrir en el “terror” como arma de proselitismo.

 

Todo el mundo sabe cuál es la relación básica que enlaza uno con otro los 7 elementos de referencia. Para enriquecer la interpretación, lo que hace Jesús es resaltar algunos de los vínculos que se darán en la “serie escatológica”.

 

El sembrador de Buena Semilla …………….. El Hijo del hombre

El campo ……………………………………….. el mundo

La buena semilla ……………………………… Los ciudadanos del reino

La cizaña ………………………………………. Los partidarios del Maligno

El sembrador enemigo ……………………….. El maligno

La cosecha …………………………………….. El final de los tiempos

Los segadores ………………………………… Los ángeles

 

Aclaraciones complementarias, que enriquecen la decodificación de la alegoría son:

a)    ¿Qué se hace con la cizaña? Se corta y se echa al fuego.

b)    Y, ¿cuál será el destino de la cizaña’: padecerán el dolor del fuego que se clava en sus carnes: llorarán y rechinarán los dientes

c)    ¿Qué pasará con los Ciudadanos del Reino? Brillaran como el sol en el Reino del Padre

 

No faltará el que quiera hacerse “de la vista gorda” (los que alegan que no ven bien porque tiene inflamados los ojos). No pasa nada, no necesitan los ojos, porque la alegoría no es para verla. ¡Basta que tenga oídos!

lunes, 29 de julio de 2024

Lunes de la Décimo Séptima Semana del Tiempo Ordinario

 



Jr 13, 31-35

En el lenguaje profético, y junto con las sentencias oraculares, hay que poner las “imágenes simbólicas” que son hechos, algo esnob, quizás no siempre, que el profeta ejecuta por orden divina, y que luego, el propio Dios, los decodifica para establecer una especie de parábola -no hablada- sino figurada en estas extrañas acciones.

 

Hoy, el mensaje girará en torno a un “cinturón de lino”. Una prenda bastante elegante, y muy personal, puesto que está en directo contacto con la piel untado de la “grasa personal”, propia de su dueño. Y, se lo ciñe. Luego Dios le ordena que vaya y lo entierra -entre la piedras- a orillas del Éufrates (aquí llamado Perad) este rio que bañaba a Babilonia, vendrá a mojar el cinturón con la corruptela de sus manías, de su pecaminosidad, de su cultura politeísta y sincrética.

 

Pasado algún tiempo, ahora, le pide que lo recupere, y que lea en sus residuos la profecía: se había echado a perder, estaba definitivamente deteriorado, inservible: así como el cinturón había llegado a ese nivel de desgaste, así el señor iba a acabar con la soberbia de Judá y con la gran soberbia de Israel.

 

En qué consiste la mencionada soberbia que encontramos aquí, airando al Señor. Veamos sus rasgos:

a)    Se niega a escuchar la Palabra de Dios

b)    Su comportamiento es el de aquel que tiene el corazón obstinado y testarudo.

c)    Sigue a dioses extranjeros.

 

El que ahora es un reino dividido, Dios -con su Alianza- lo había constituido ceñidor de su cintura. Ahora de él solo resta un trapo, desgastado, desvaído, raído, inservible. ¡Estaba totalmente “contaminado”!

 

Un cinturón es algo tan querido, que tiene acceso a nuestra piel: Así Dios le había atraído a su Tierna Cercanía, y él -imbuido de secreciones traidoras- le dio la espalda a su Dios y se hizo servidor de los ídolos, de los Baales.

 

El cinto de lino era una prenda con un simbolismo sacerdotal, con cierto valor analógico con el cíngulo; el cinto de lino podrido es inútil, ya no sostiene las prendas en su lugar, y no mantiene unidos la pureza a la fidelidad del rito: esta prenda dice “me ciño Señor a lo que Tú quieres que haga, nada por mi cuenta, todo según Tu Palabra”. Pero un pueblo idolatra, desprecia ceñirse.

 

Hay que cuidarse mucho de la idolatría, está entre las piedras y corre natural y espontanea entre las aguas que atraviesan los “ríos” culturales de los pueblos, llenos de lindos y atractivos colorcillos, y de refulgentes brillos exteriores que suelen fascinar nuestros sentidos pero que al examinarlos a fondo son como esos frutos “vanos” a los que la Biblia se refiere con frecuencia, y que se camuflan con su vacuidad entre los frutos ricos y sabrosos que -de verdad- tiene el Reino.

 

Sal Dt 32, 18-19. 20. 21

Este salmo está tomado del capítulo segundo del Deuteronomio. Interpreta la traición del pueblo escogido, ofendiendo a su Dios.

 

El verso antifonal denuncia la traición del pueblo elegido hacia su Dios, su Dios Padre-Madre que lo engendró y lo llevo en su Seno maternal, entre sus Entrañas.

 

En la primera estrofa, habla del desprecio y el olvido de su Dios. Y, dolido por la traición, el Señor apartó a sus hijos e hijas de su Presencia, los retiró de la mirada de sus Ojos.

 

Por ser una generación pervertida, por ser unos hijos desleales el Señor les ocultó su rostro y los dejó librados a su suerte.

 

Ellos han despertado los celos del Señor tributando adoración a un dios ajeno. Ahora, como consecuencia de sus actos, Él, tributará sus desvelos a un pueblo distinto, a otras criaturas. Nos sigue amando, pero se ocupará de otros pueblos para que probemos en nuestra propia carne, lo que significa traicionar al Amado.

 

Mt 13, 31-35

 

¿Queréis ver la semilla del Reino humanada? ¡Mirad la caja de comida del ganado, en el portal de Belén!


 

Uno se imagina que el Reino, desde el principio, debe ser magno, poderoso, esplendente, y que trasparente su poderío. La enseñanza que Jesús nos trae -es todo lo contrario- nos advierte que su inicio es minúsculo, imperceptible, insignificante: ¡será apenas un granito de mostaza! ¡Por su pequeñez, al principio, pasará desapercibido!

 

Esta es una clave maravillosa: ¡desconcertante para los que aspiran a su prepotencia inmediata! ¡desesperante para los impacientes! ¡y para nosotros, de suma utilidad, porque sabemos que al principio no pasará de ser apenas una nubecilla, silente como el rumor de un soplo, callado como el árbol que en el centro del bosque se derrumba.

 

Mientras germina, mientras despliega sus ramas y los pájaros empiezan a hacer sus nidos en sus ramas, nosotros continuaremos sintiendo su fuerza palpitar en nuestro pecho y dejando que, como un Amor sin igual, se vaya arraigando y nos envíe con su impulso a develarlo a los que lo esperan y lo quieran aceptar.

 

Hay dos clases de levadura: la levadura de los fariseos, de la que tanto debemos cuidarnos, porque es solamente una levadura ritual, llena de leyes fetichistas; pero, hay otra levadura, la “levadura del reino”, la que hace que, lo que, por ahora es una imperceptible semilla, mañana se troque en la Incontenible Fuerza de Dios.

 

Se nos revela también que hay dos maneras de expresarse:

-       Por conceptos

-       Por imágenes

 

Jesús prefiere este segundo lenguaje, y nosotros tenemos una leve sospecha del por qué: porque los conceptos son una jaula (así sea de oro), para andar en círculos, y sin poder volar. En cambio, las “imágenes” son como las alas con las que solemos representar (figurar) a los ángeles, para que llegan de inmediato a su destino. Las alas nos hacen “competentes” para alcanzar los logros del Reino. Los conceptos -peligrosamente- no son más que grilletes.

 

Permítase nos proponerles una pregunta: ¿Qué pasaría si olvidamos poner la medida de levadura a las tres medidas de harina de la mezcla panadera? ¿O, si no damos el tiempo suficiente para que la levadura actúe y la masa levante y se haga suave y esponjosa? Y, lo que es vital en esta imagen: ¿a qué equivale la levadura en la construcción del Reino?

 

La levadura es el paso de la fase del discipulado a la fase misionera. Es dejar de ser exclusivamente aprendices para empezar, cada vez con mayor compromiso a asumir la responsabilidad de ser miembros del Cuerpo Místico de Cristo. Esto implica, poner manos a la obra, ayudar a preparar la argamasa, a traer los ladrillos, a estudiar los planos, a tender las cuerdas señaladoras por dónde van los muros y, a comprometerse cabalmente en todo el proceso de edificación.

 

No basta con pasar por el lote -de vez en cuando- dar una ojeada y reconocer que el proceso avanza. ¡Es preciso echar una mano!

 


También en el amasado. Hay que ayudar a amasar. Y el amasado implica unos momentos de actuar sobre la masa “masajeándola” y alternar con momentos de reposo, con unos ritmos y con periodos definidos de alternancia. Preguntemos a cualquier panadero sobre estos procedimientos para alcanzar una mejor conciencia de nuestras responsabilidades en lo pertinente a la maduración de le fe. ¡Es el arte de sobar la masa!

domingo, 28 de julio de 2024

TODOS SOMOS HERMANOS

 



Re 4, 42-44; Sal 145(144), 10-11. 15-16. 17-18. Ef 4, 1-6; Jn 6, 1-15

 

Permíteme Yahvé, hacer que tu Gloria resplandezca y no ser, precisamente yo, el eclipse de tu Resplandor.

 

«Todo el género humano es, en Adán, “como el cuerpo único de un único hombre”».

C.E.C. citando a Santo Tomás de Aquino

 

 

Cualquiera juraría que nuestra tarea principal es la de encontrar pretextos para decir que no lo somos, o que sólo lo somos, bajo las condiciones que imponga el”divide”.


 

El Domingo pasado la Liturgia nos proponía la construcción de la Unidad desde la Compasión. Hoy veremos el “cómo”. Esto de la unidad no es simplemente una palabra bonita, es una tarea que a cada creyente le habla al corazón y lo invita a un accionar responsable y comprometido: Se trata de “hacer comunidad”; y, esto tampoco es un simple lema, no es una frase hermosa para hacer un pasacalle o para imprimir unos plegables, ¡nada de eso! Si todos somos hijos del Mismo Padre, todos somos hermanos y esta “hermandad” nos concita a dar un salto que franquee las barreras del individualismo «El individualismo no nos hace más libres, más iguales, más hermanos. La mera suma de los intereses individuales no es capaz de generar un mundo mejor para toda la humanidad. Ni siquiera puede preservarnos de tantos males que cada vez se vuelven más globales. Pero el individualismo radical es el virus más difícil de vencer. Engaña. Nos hace creer que todo consiste en dar rienda suelta a las propias ambiciones, como si acumulando ambiciones y seguridades individuales pudiéramos construir el bien común»[1].  Ese individualismo es una de las banderas del secularismo-, se trata de superar la indiferencia, la indolencia, trabajar contra el egoísmo, se trata del perdón, también de la tolerancia, de la aceptación de la diversidad, se trata de la acogida, y muy especialmente, se trata de la samaritanidad, de tener esas entrañas sensibles que se ponen en el lugar del que sufre, de mi prójimo que ha sido asaltado y está allí caído, herido, tirado a la vera del camino. Construir comunidad tiene tanto que ver con aquella expresión de Jesús cuando les dijo a sus discípulos: “denles ustedes de comer” (cf. Mt 14, 13-21; Lc 9,13 y Jn 6,9). «Todos tenemos responsabilidad sobre el herido que es el pueblo mismo y todos los pueblos de la tierra. Cuidemos la fragilidad de cada hombre, de cada mujer, de cada niño y de cada anciano, con esa actitud solidaria y atenta, la actitud de proximidad del buen samaritano»[2]. Hoy día, Papa Francisco nos llama a volver los ojos hacia el anciano que está solo y abandonado.

 


Nos corresponde, pues, poner muchísima reflexión sobre esto que dice en la Antífona de Entrada de este Domingo: “Dios hace habitar unánimes en su templo a sus hijos”. A ver, ¿qué es esto de “unánimes?” Esta palabra resultó del ensamble de dos palabras latinas: unus y anima que corresponden en nuestra lengua a uno y alma; o sea que el Señor confía en que al venir al Templo a celebrar el Día del Señor todos estemos animados por la misma y única Alma (un mismo corazón y un único sentimiento). ¿Cuál es el Alma que nos unifica a todos los fieles? El Espíritu que nos ha enviado en cumplimiento de su Promesa. Ha aparecido un letrero descomunalmente enorme. Toda la humanidad lo puede leer. “Se buscan voluntarios para ayudar –en pleno siglo XXI- a obrar un milagro”. Voluntarios que se dejen trillar y amasar para hacer con ellos un sabroso trozo de pan, gente que no le de asco inclinarse a lavar los pies de un “compañero”, voluntarios que prefieran decididamente la unidad a la división. Gente con el corazón pleno de amor y entrañas sensibles, capaces de enternecerse, idóneos para la compasión.


 

La Primera Lectura vaticina a Jesús. También en este episodio el profeta  Eliseo da el pan; veinte panes se multiplican y alcanzan para 100 comensales; el profeta piensa primero en los otros que en sí mismo. En el trasfondo está el Señor-Dios–Padre. Eliseo confiesa que su actuación se desprende de la “orden” de Yahvé, la Palabra del Señor indica la ruta del “hacer”, y lo que el Señor dice se cumple, tal cual, no sólo comen sino que abunda –mejor todavía- sobreabunda. Por eso la palabra clave que descifra el resto del mensaje es “abundancia”, el Señor no da con mezquindad, no estamos ante un dios-tacaño, estamos ante יְהוָ֖ה אָכֹ֥ל וְהֹותֵֽר Dios-que-da-todos-comen-y-sobra: Dios previsor, Dios-generoso, Dios-providente.  Dios siempre se ocupa y se ocupará, Dios-aprovisiona a su fiel, recordamos por su especial consonancia con este episodio, el sacrificio de Abraham. Él no llevaba una ofrenda sacrificial de reemplazo, el Señor le habría pedido a su hijo, él no se lo negó. Pero Dios provee una ofrenda sustitutiva: allí hay un carnero con los cuernos enredados en las ramas de un arbusto, en tal situación, Abrahám decide llamar el lugar יְהוָ֣ה ׀ יִרְאֶ֑ה “El-Señor-da-lo-necesario” (Gn 22, 14b).

 


El Señor provee, con profusión, con exagerada prodigalidad, el Señor es oportuno en su respuesta, tiene el don para el momento exacto, el Señor conoce el momento justo y es inmediato al momento oportuno. No es un Padre-permisivo, que deja a sus hijos caer en el capricho. Pero, sin ninguna clase de duda, está allí y dará cuando conviene. Si bien Eliseo en este pasaje pre-anuncia al Hijo de Dios, Jesús potencia la “abundancia” de Eliseo. Jesús da de comer a cinco mil, aun cuando los recursos son excesivamente menores, no tiene a su disposición los veinte panes de Eliseo, Él sólo cuenta con cinco panes y dos peses. Destacamos la abundancia en esta perícopa: “… llenaron doce canastos con los trozos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido” (Jn 6, 13). Περισσεύσαντα (que en nuestras traducciones aparece como “sobrantes”) comunica la idea de dar con “medida rebosante”, comunica que “sirve hasta el tope y se derrama”, expresa el hecho de que “supera la expectativa”, en fin, sobreabunda. Si repasamos las Escrituras encontramos diversos episodios de generosidad indescriptible que definen a  Dios como el Señor-rico-en-prodigalidad. El episodio de las Bodas de Caná (Jn 2, 1-11) es prototípico y paradigmático.

 


Allá el signo es el Vino, aquí el signo es el Pan. El pan es signo de todo alimento, signo del alimento material y, óigase bien, no menos sígnico del alimento espiritual. Hay una esencia sacramental en el pan. El pan es signo de comunidad en la misma medida en que es siempre la unificación de granos plurales de cereal. Muchos granos hacen un solo pan: muchos hombres, aunados (recalquemos el significado de esta palabra, a-unado, unánimes, “muchos hechos uno”, impulsados por el mismo Espíritu) hacen comunidad. La palabra comunidad tiene varios parientes que nos pueden –por aproximaciones sucesivas) acercar a su significado, entre ellas: comuna, comunero, comunicación. Si uno quisiera acercarse con premura a su núcleo semántico podríamos definirla como la asociación humana que ha alcanzado la unidad: Comunidad = con-unidad.


 

San Pablo en la Segunda Lectura nos propone siete hálitos de unidad, son razones más que suficientes, no son obra y gracia humana, sino don divino: 1) un solo cuerpo; 2) un solo Espíritu, 3) una sola esperanza; 4) un solo Señor, 5) una sola fe, 6) un solo bautismo; 7) un solo Dios y Padre (Ef 4, 4-6a). Aquí es donde llega otra palabra con una etimología connatural con la de com-unidad: la de compañero. ¿Quién es el compañero? Es el prójimo especial que ha alcanzado la unidad en el único cuerpo de los creyentes comiendo del mismo “pan”. Quizás por eso San Pablo lo nombra como primer impulso hacia lo “Uno”: Un solo cuerpo, el Cuerpo Místico de Cristo, donde todos somos uno, la comunidad eclesial, en ella somos Uno gracias al Único Dios y Padre, al Único Señor y al Único Espíritu. Esta Santa Trinidad nos entrega la unidad a través de “virtudes” es decir, una fuerza, un valor, una valentía que nos capacita para resistir, para ser fieles, para ser “humildes y amables, pacientes, tolerantes unos con otros en el amor”.(Ef 4, 2): Compañero es precisamente el que comparte con nosotros el mismo pan, procede del latín ‘cumpanis’ (cum: con panis: pan), cuya traducción literal es ‘con-pan’ dándole el  significado de ‘compartiendo el pan’, o sea ‘los que comparten el pan’, los que ‘comen de un mismo pan’.

 

Esta manera de compartir, nos lleva a una “novísima visión de la economía”, una que sea consonante con el “hombre nuevo”, aquel que es célula del Cuerpo Místico de Cristo: Es una economía “otra”, que nos asombra (por su novedad), porque no es mercantil, mucho menos mercantilista. No la obnubila la pasión del enriquecimiento, está basada en el “compartir”, exige sensibilidad (similar a la de la Virgen Santísima cuando notó que se les estaba acabando el vino a los recién casados de Caná). Algo impensable e inimaginable para quienes hemos vivido, toda la vida y miles de años sumidos en la compra venta, terca en su pasión por la “ganancia”. ¿Cómo –se nos pregunta con sorpresa- se puede construir una economía basada en la satisfacción de necesidades, cimentada en la fraternidad y en la solidaridad?

 

En este punto de nuestra reflexión se tocan dos mundos: el de la fe y el del gobierno del mundo: el de las realidades del espíritu y aquel de las realidades materiales. Nosotros siempre hablamos del “hombre integral” el que no puede diseccionarse en dos personas distintas, casi diríamos “divergentes”, ofuscados por una ideología esquizofrénica: de un lado el cuerpo y, del otro lado (ojalá post-mortem) el espíritu; y en aras de mantener excluyentes las dos esferas, sacrifica la unidad del ser. Por lo tanto se trata de una ideología diabólica.

 


¡Claro que el asunto es espinoso! Jesús resuelve el problema, multiplica el pan, ellos se lo quieren llevar para hacerlo rey. Y muchos hay que dicen: ¿Qué más podía esperar? Su manera de mostrarle gratitud es el deseo de nombrarlo para el cargo más alto… Ahí es donde, como solía ocurrir, ¡no le hemos entendido nada! Jesús no vino para poner un restaurante comunitario y alimentar miles de barriguitas diariamente y montar una transnacional de “beneficencia”, eso de ninguna manera dignificaría al hombre, peor aún, lo denigraría, sería peor el remedio que el propio mal.

 

Por eso, Él se les escabulle, Él no vino a reinar sobre nadie, vino a servir: Él es el Rey-que-se-hizo-Siervo, Él es el Cordero-de-Dios, y… ¡se ata una toalla alrededor de la cintura, toma un platón y se inclina a lavar los pies! Hay algo que dice la Madre Teresa de Calcuta que nos ha hecho pensar mucho: «No debemos preocuparnos de por qué existen los problemas en el mundo, sino simplemente responder a las necesidades de las personas. Hay quienes opinan que si nosotros damos caridad a los demás eso hará disminuir la responsabilidad de los gobiernos para con los pobres y los necesitados. No me preocupo de esas cosas porque los gobiernos no suelen ofrecer amor. Me limito a hacer lo que yo puedo hacer; el resto no es asunto mío. Dios ha sido muy bueno con nosotros: las obras de amor constituyen siempre un medio para acercarnos a Dios.»[3]


 

Entonces, ¿qué es asunto mío? Pues Jesús me da una instrucción, me ordena ir y recoger las sobras, y no permitir que se desperdicie nada, no permitir que manos voluntarias se queden vacantes, que generosos corazones se vean imposibilitados de brindar su propia entrega y su capacidad de servicio, no generar ni proponer obstáculos al impulso de la gracia que florece en cientos de millones de diferentes formas. ¡Que yo no sea el impedimento para que el milagro de la multiplicación se dé! Lo demás, como dice la Madre Teresa, “no es asunto mío”. ¡Está en las manos de Dios!

 

 

 

 

 

 



[1] Papa Francisco. FRATELLI TUTTI, #105

[2] Ibid #79.

[3] Madre Teresa de Calcuta. CAMINO DE SENCILLEZ. Ed. Planeta. Barcelona- España 1998  p. 120