viernes, 17 de noviembre de 2023

Viernes de la Trigésimo Segunda Semana del Tiempo Ordinario

 


Sab 13, 1-9

Nos encontramos con la categoría de la “necedad”, pero ¿qué es ser “necio”? A veces, se le da el significado de “inquieto” o de “travieso”. Los amantes del relativismo -que también en la lingüística quieren intervenir- proponen que cada cual use las palabras según su acomodo, y que sea ese uso lo que las llene de significado. Bueno, con todo respeto, nos hallamos ante un caso de “democraterismo”, el que quiera usar el compás para trazar rectas, si se le acomoda, que bien pueda. Pero, caemos en la cuenta que eso va reduciendo la eficacia comunicativa del lenguaje, porque si cada cual llama lo que quiera con la palabra que primero le aflore en su lengua, rápidamente lo que quería proponer el emisor, será divergente de los que llega a comprender el receptor. Es una ruta fija para llegar a Babel.

 

Así que una gotita de “arqueología lingüística cabe, para tratar de entender cuando se dice necio, o cuando se lee en le Escritura este vocablo, qué era lo que se quería comunicar: Necio proviene del latín, de nescius, que significa que “no sabe”, lo que por lo general nombramos con otra palabra, pero esa de etimología griega: “ignorante”. Y, en el caso que nos ocupa, es ignorancia de Dios.

 

¿En qué radica la “ignorancia de Dios”? Pues, la que menciona el Libro de la Sabiduría en esta perícopa, es adorar criaturas, que nos parecen “grandiosas” como son -seguimos aquí el elenco enumerado en Sab 13, 1-9: el fuego, el viento, el aire ligero, la bóveda estrellada, el agua impetuosa y los luceros del cielo.

 

Trata el hagiógrafo de encontrarles disculpa, y dice que puede disculpárseles porque “están buscándolo y tratando de hallarlo”, y, quizás solo fue una inocente confusión en medio de esa sed de Encuentro. Descubrieron en esas criaturas, el reflejo de su Creador y descubrieron que al “hacerlas” Dios les había trasmitido algo de su Grandeza: a ese elemento que ellos reflejan, lo llamaron un “algo” análogo, que contenían, y, he allí el motivo de equivocarse.

 

Empero, vuelve a reflexionarlo y el hagiógrafo descubre una debilidad a su argumento de defensa: porque si fueron tan “pilas” de organizar caminos “lógicos”, e instrumentales que sirvieran de “prótesis" a sus sentidos para agudizarlos, y lograron sistematizar disciplinas “científicas” para cumplir esta búsqueda, quiere decir que sus inteligencias son lo bastante vastas para haber logrado -antes de quedarse atrapadas en el nivel “físico”- haberlo superado, y haber visto en todas esas “maravillas” al Señor, al Artífice.

 

Avanzaron hipnotizados por la “necedad” de la búsqueda y no superaron la analogía como grandeza y hermosura, para hallarlo allí donde ya estaba lo Divino. ¡Si!, había que partir de los bienes visibles, pero no para estancarse ahí, sino para “descubrir al artífice expresado en sus obras”. Se atoraron en su “necedad”, pasaron derecho a descubrir otras cosas, pero no vieron lo que estaban buscando y esperando hallar.

 

“Padre, Señor del cielo y de la tierra, te doy gracias y te alabo, porque has ocultado todo esto a los sabios y entendidos y se lo has revelado a los sencillos”. (Mt 11,25).

 

Sal 19(18), 2-3. 4-5b

Salmo hímnico. Todas las obras de Dios nos hablan de su Perfección y de su Generosidad para con su criatura. No solo armonizó las cosas y los fenómenos, sino que dispuso para que nuestra convivencia fuera armónica, llena de entendimiento mutuo y fijó las condiciones para ir juntos, para avanzar por la vida sin rupturas con el prójimo, -antes bien- con comprensión, con fraternidad. Las criaturas que tanto nos asombran y nos llenan de admiración cuando descubrimos su maravillosa armonía, se corresponde con nuestra convivencia, reglada para que podamos alcanzar un entendimiento supremo de los unos con los otros. Si lográramos ajustarnos a las “leyes” que Dios nos dio para vivir sinodalmente, descubriríamos cuán felices podemos llegar a ser, reír, alegrarnos juntos, pasar ratos esplendidos: Sin embargo, nuestra preferencia va por la línea de la desconfianza mutua. Interponemos fantasmas entre nosotros que nos amargan, nos alejan, envenenan nuestras relaciones hasta conseguir alejarnos.

 

Este salmo ensambla las dos realidades. No es una conferencia sobre las leyes “físicas” por un lado y en otra sala de otro bloque del campus, una conferencia totalmente distinta sobre las leyes humanas, las del trato y las relaciones interpersonales.  Los códigos sociales no pueden reducirse a ecuaciones, pero tiene la exactitud misma que tienen las leyes de la física. Mientras la una se descifra-calculadora en mano- la otra se entiende y se explica si colocamos el corazón en modo “ternura” y empezamos a “meter” los datos. Es un lenguaje que hemos procurado olvidar completamente, pero, que a toda la tierra llega, y a nadie se le oculta: Por ejemplo, cuando hablamos de paz, todos los corazones se emocionan y todos empiezan a latir con la misma frecuencia. Y hay una alegría que llamaríamos “mística” que nos embarga totalmente y estamos dispuestos a rendirnos a ella.

 

Pero a la hora de articular palabra, no nos atrevemos a declararnos a favor de tanta paz y preferimos sospechar que detrás de ella se agazapará algún monstruo.  Y, entonces preferimos mostrarnos en contra y reaccionar azuzados por la desconfianza y la sospecha.

“El Cielo proclama la Gloria de nuestro Dios”, pero nuestras bocas no se atreven, hay una mezcla de susto, vergüenza y desconfianza. Son tantos años de “dudar”, que no podemos dar el brazo a torcer.

 

Lc 17, 26-37



A los que tiene corazón de “discípulos” se les puede decir que el Reino va a iluminar de un extremo al otro del firmamento y que todos lo podrán ver. En cambio, a los que temen la llegada de ese reinado, que temen que se les va a dañar el “negocio”, para ellos el reino es -más bien, como una bandada de chulos que amenazan abalanzarse sobre el cadáver. Según el enfoque, dependiendo de la perspectiva, para los unos es claridad, mientras para los otros son “buitres” que se ciernen, y van a comérseles la “carroñita” que habituaban usufructuar.

 

Pero ¡aquí no se cocinan engaños! A cada quien se le dice la verdad. A los discípulos se les dice que será una Luz de un lado al otro del Firmamento y que no se le ocultará a nadie; se les dice que no habrá que tomar cursos especializados, ni usar aparatos de alta tecnología para identificar que el Reino ha llegado. A los opositores se les dirá que ya viene una bandada de rapaces y que la rapiña los afectará.

 

Y, no es que unos (los buenos) viven en Paris y -en cambio- los malos viven en Somocistán. No, ellos están mezclados, entreverados, el uno al lado del otro, muchas veces habitando la misma casa. El mismo barrio, la misma parroquia.

 

Tomemos como referencia a Noé, como lo hace Jesús: Hay una gran diferencia, mientras la gente, comía, bebía, jugaba, se emborrachaba, compraban y vendían. ¿Qué hizo Noé? Se dedicó a lo que Dios le indicó. Hizo el Arca, la adecuó, llamó a los animales y los hizo entrar ordenadamente. ¿Ahí está la diferencia! Los unos viven indiferentes, totalmente de espaldas a Dios. Esto es lo que quiere decir que “estarán dos juntos: a uno se lo llevaran y al otro lo dejaran”.  Unos tienen que ir a enterrar al papá, otros acaban de comprar una finca, otros compraron un embarque de maquinaria o de mercancías y no pueden ponerse a “pendejear”, tiene su jerarquía muy clara, su escala de valores está impresa en las oficinas de sus “asesores bursátiles” y saben a lo que hay que dedicarse. Los otros son “tonticos”, viven ahí, ore que ore, dedicados al culto, a toda hora pensando en Dios. ¡Seguro nadie les ha avisado que hay que “avisparse”!

 

Ojo, que el que esté en el piso alto, no baje a la caja de caudales a empacar los fajos y los lingotes. Al que esté en el campo, no se entre en la edificación para ir por sus “cosas”. Por irse a manipular el cadáver, podrán -accidentalmente- ser heridos por los buitres. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario