martes, 28 de noviembre de 2023

Martes de la Trigésimo Cuarta Semana del Tiempo Ordinario



Dan 2, 31-45

Ya dijimos que este Libro estaba escrito -no solamente en hebreo- sino que una parte importante está en arameo, esta sección aramea va dese 2,4b, hasta 7,28. Lo que significa que la perícopa de hoy está tomada de la sección aramea.

 

La perícopa que se proclama no abarca los antecedentes del suceso:

En los versos 1-12 se cuenta que Nabucodonosor tuvo un sueño, un sueño que lo abrumó, pero que, a pesar de eso, él no podía recordar. Entonces llamó a sus adivinos-asesores (לַֽחַרְטֻמִּ֜ים וְלָֽאַשָּׁפִ֗ים וְלַֽמְכַשְּׁפִים֙ son tres categorías que en aquella cultura eran tenidos por “sabios”: [chartom] “magos” [ashshaf] “nigromantes” [kashaf] “hechiceros”) y les dijo que tenían que revelarle su sueño, pero esto, claro, era imposible. Entonces, Nabucodonosor resolvió que estaba rodeado de una satrapía de embusteros, que de adivinos no tenían nada y los condenó a muerte (nótese esa intensa arbitrariedad del gobernante, lo que su arrebatado capricho le dicta, eso lo conduce).

 

La segunda parte de la historia se presenta en los versos 13-45. El jefe de la guardia real que se llamaba Arioc iba ya a ejecutar a todos los sabios babilónicos, cuando Daniel lo interpeló y preguntó porque se había dado un decreto tan severo, fue y pidió al rey un aplazamiento de la sentencia y se reunió con sus tres amigos y oraron a Dios para que les manifestara el sueño aquel y salvar su vida no pereciendo al lado de los sabios babilonios. Y así fue, aquella noche, en un sueño, recibió la revelación de todo lo que el rey exigía saber. Los versos 20-24 contienen un himno-oración de gratitud a Dios por haberle revelado el asunto que el rey pedía. Luego fue a buscar a Arioc, abogó por la vida de los sabios y se hizo conducir ante el rey para hacerlo reconocer que aquella exigencia por él planteada era un imposible para sabios y adivinos y sólo Dios la conocía y la podía manifestar, porque Él todo lo sabe. Aclara, -punto seguido- que no se puede entender el asunto como que Daniel tiene un poder especial y superior, sino que Dios le ha entregado este secreto para contener la ira caprichosa de Nabucodonosor, que contiene la profecía de lo que sucederá en el “final de los tiempos”.

 

Viene la descripción del sueño, que se trataba de una estatua con forma humana: de oro, por arriba, más abajo de plata, luego de bronce, piernas de hierro, y los pies de hierro y barro mezclados. Vino una “piedra” -no arrojada por mano humana- que golpeó los pies de la estatua, dando en tierra con toda ella, y reduciéndola a pedazos. La “piedra” creció, creció y se trasformó en una Montaña que ocupaba toda la tierra.

 

En el verso 36, inicia el desciframiento del sueño, que figuraba los sucesivos reinos, empezando por el de Nabucodonosor -la parte de oro- y luego los distintos imperios -quizás aludía a los medos, los persas y los griegos llegando hasta Antíoco Epífanes- que se sucederían, uno tras otro; todo esto preparaba el advenimiento de un Reino que no tendrá fin, y que sucederá como conclusión del proceso histórico. Esa es la piedra (Piedra Angular, que crecerá como un Calvario y que reinará emanando de la cruz), destruirá (con una destrucción no destructiva sino creativa, Redentora) los demás reinos y que perdurará por los siglos de los siglos.

 

(Viene la última parte, el epílogo triunfal de Daniel vv. 46-49) Nabucodonosor reconoció la grandeza del Dios de Daniel, lo colmó de honores, lo constituyó gobernador de Babilonia y lo puso a la cabeza de todos los magos, sabios y adivinos, Daniel le propuso entregar el encargo de la gobernación a sus tres amigos y él se quedó al servicio de la corte.

 

Sal Dan 3, 57a. 58a, 59a. 60a. 61a

Recordamos que este Salmo -que no lo es propiamente- contiene el himno de gratitud que entonan los cuatro amigos que se salvaron por la acción del Ángel que Dios les mandó para salvarlos del fuego del horno mortal al que los habían condenado por no adorar una estatua que el rey Nabucodonosor había puesto con este fin de exigir vasallaje expresado en adoración a sus deidades paganas.

 

Llama la atención todos los honores con los que rodeo Nabucodonosor a Daniel y sus amigos (en el capítulo segundo), y ahora, (en el capítulo tercero), como que al rey se le “olvida” y procede con total crueldad contra ellos. No es olvido, es lo normal en los “poderosos” que no se sienten obligados por sus promesas de otrora, sino que cambian y acomodan y no son coherentes con sus palabras de ayer, sino que su única coherencia es con su arrogancia, y con el anhelo de hacer relucir su autoridad mostrándose dueños de la vida de sus “vasallos”. (Nos trae a la conciencia a Herodes y Juan el bautista, con quien aquel no tuvo reparos en su admiración y supuesto respeto por Juan, y, sin embargo, prefirió ceder a sus compromisos momentáneos, poniendo por encima de la vida del Precursor, la vanidad de haber ofrecido medio reino por un bailecito con meneo de cadera, y con las intrigas de su concubina).

 

Dicho sea de paso, esta sed incontenible de demostrarse poderoso es lo que hace que con el correr del tiempo pierdan credibilidad y respeto y de oro, pasen a ser de plata, y venidos a menos sólo bronce o latón y terminen mostrando el cobre y el lodo que tiene bien entreverado.

 

En cambio, la Piedra Angular, el Reino Mesiánico, a Él ¡Gloria y Alabanza por los siglos! ¡Porque su Amor es eterno, y es eterna su Misericordia!

 

Lc 21, 5-11



Siempre que nos referimos a las realidades escatológicas se debe recordar que es como “espada de doble filo”. Un filo que termina cortando a los imprudentes que se abalanzan contra ella, no porque ella quiera cortarlos sino porque neciamente ellos se dejan caer sobre su afilada hoja. El otro filo, es -más bien- diríamos como un bisturí. No mata, no hiere, no lastima. ¡Sólo corta lo que está enfermo, lo que daña, lo que corroe! No conoce ninguna agresión, no pretende degollar a nadie, su intención es puramente sanadora.

 

Los anuncios de lo que ha de venir, al final de los tiempos, puede ser temible para los malvados, pero para los justos es un anuncio de enhorabuena. Por ejemplo, los justos, al oír de guerras y revoluciones, no tiene que sentir pánico; Cuando se mencionan terremotos, pestes, hambrunas, los impíos corren a esconderse, reniegan hasta por los codos, argumentan que esas son mentiras, invenciones. Tiemblan de terror, les entran los escalofríos por todos los poros y todo su ser se revuelca en su incapacidad de conversión.

 

¡El templo no es el que se salva! El templo puede que resplandezca y reluzca al final -no olvidemos que en la Nueva Jerusalén no habrá Templo (porque el Señor Dios Todopoderoso y el Cordero son su templo)- todo el Reino será Templo, porque el corazón de todos allí será pura Alabanza, pura compenetración con la Gloria, sólo ensalzamiento.

 

Entonces ¿qué hay que hacer? Dedicarnos a abrillantar el corazón, tener viva y clara conciencia que cada uno de nosotros es Templo del Espíritu Santo. Y -así nos lo advierte el sabio popular- “no dejes para mañana…” empieza ahora mismo a frotar y pulir con diligencia.

 

Cuando el pensamiento está desfasado, está desviado, está desenfocado, cuando nuestra espiritualidad está torcida, nos afana el día y la hora. Nos inquieta saber el momento exacto para comprar un tiquete a Júpiter y salir corriendo de aquí. ¿Por qué y para qué preocuparse de algo que no podemos cambiar, de algo que tiene que ser en el momento correspondiente y frente a lo cual no tenemos ninguna competencia? ¡es evidente que sólo importa saber algo, cuando ese saber nos conduce a responder encaminadamente!; de otra manera, es como saber cuántos átomos forman un copo de algodón de azúcar… ¿para qué me servirá ese dato? De ahí solo podemos inferir que estoy preocupándome de algo que no redunda en nada.

 

Pero yo mismo, articulado con mi comunidad (sinodalmente, porque nadie se salva solo), si tenemos una labor espiritual trascendental: orar y hacer todo el bien que nos sea posible, en el Santo Nombre de Dios, para Glorificarlo, para Testimoniar su Grandeza, su Infinita Misericordia.

 

Es como Nabucodonosor, estaba tan desorientado en su vida que vivía y dependía de magos y adivinos, para saber que -en resumidas cuentas- su fasto y su brillo, con el correr del tiempo resultarían sepultados por una Montaña, la Montaña de la Verdadera Victoria, de la Gloria. 

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