martes, 21 de noviembre de 2023

Martes de la Trigésimo Tercera Semana del Tiempo Ordinario


 

2Mac 6, 18-31

Es muy importante recordar que la palabra “martirio” tiene su origen en la palabra griega que significa “testimonio”. Hoy abordamos la historia de Eleazar (nombre que significa “Dios es mi ayuda”).

 

Ya hemos visto que Antíoco Epífanes les impuso el paganismo, como religión obligatoria a los judíos. Profanó el Templo poniendo en el Altar una estatua de Zeus, y los puso a quemar incienso en las puertas de sus casas rindiendo culto a estos ídolos de su cultura. En el colmo del atropello, para reforzar la apostasía de su fe, los obligaba a comer alimentos impuros, y la perícopa de hoy, nos cuenta como le abrían la boca a la fuerza para que Eleazar -un principal maestro de la Ley- comiera de aquellos alimentos, en particular, carne de cerdo.

 

Escupió aquellos alimentos y se mantuvo firme -a pesar de las amenazas de muerte que le hacía por no dar su brazo a torcer en este asunto. Los amigos y judíos que habían cohonestado con esta profanación, le decían que simulara -comiendo comida Kosher- que estaba comiendo el bocado de cerdo que le exigían, pero Él esgrimió varios puntos:

a)    Ya era muy mayor, así que de hacer aquellos solo aumentaría un breve tiempo su vida.

b)    Él quería que su conciencia ante Dios -a Quien no se puede engañar- se mantuviera firme en la fidelidad para presentarse incólume ante el Señor.

c)    Qué pésimo ejemplo sería para su pueblo -y en especial para la juventud- que él pretendiera estar cediendo por debilidad a la apostasía.

d)    La edad que él tenía no era momento para andarse con engaños.

 

Así fue como él asumió su “testimonio”, coherente hasta el último minuto, muy a pesar de la violencia con la que se cebaron sobre él: queriendo -ya que no había cedido “por las buenas”- convencerlo con el atropello, el ultraje, la flagelación.

 

La herencia de Eleazar, concluye diciendo la perícopa de hoy, fue de heroísmo y virtud y no sólo para la juventud sino para todo el pueblo de Dios.

 

Sal 3, 2-3. 4-5. 6-8a

Este Salmo es un oráculo aplicable a todos los que han llegado como victimas al Martirio. Ya hemos dicho que el nombre Eleazar significa “Dios es mi ayuda”, pues los enemigos -en este caso personificados en el Imperio Griego de los Seleucidas-, lo que querían era reducirlo por la fuerza y probar que no había nadie ayudándolo.

 

En la primera estrofa dice, precisamente, que ellos lo que gritan es que “Ya no lo protege Dios”, muchos se alzaron en su contra y como una jauría trataron de hacerlo flaquear, pero el Señor lo sostuvo con firmeza y decisión.

 

Una cosa tienen, muy clara, los Mártires: Dios no abandona, es comparable a la Muralla más sólida, es un Alcázar firme, y un Escudo invulnerable. Está en la Altura del Monte Santo, pero ha establecido una resonancia que le permite oír muy nítidamente las voces de los que clamamos a Él.

 

Puede que una multitud conspire en contra nuestra, no nos acobardan, sabemos que Dios se encarga de salvarnos. ¡Él nos sostiene!

 

Lc 19, 1-10



Al entrar por el noreste en Jericó rumbo a Jerusalén, Jesús sanó un ciego, como vimos ayer. Ahora, encuentra en su camino a uno de los Jefes de los Publicanos, como lo comentamos anteriormente, los cobradores de impuestos conformaban una jerarquía, estaban los que habían negociado con Roma el ejercicio del recaudo y un combo de mandos medios y de cobradores en las pequeñas localidades, que ponían su banco en la calle y se exponían al sol, al viento y al frio y atendían personal y directamente el recaudo. Este Zaqueo era un jefe de publicanos y “rico”.

 

La manera de relatar del Evangelio, no entra en sicologismos, no suele -muy rara vez lo hace- contarnos los diálogos interiores que cada personaje sostiene consigo mismo, y que es un mecanismo literario muy corriente en nuestros días, para dejarnos saber -a los lectores- las razones, los móviles, las motivaciones, a veces muy secretas del personaje. Aquí no sabemos qué movía a Zaqueo para querer ver a Jesús, a tal punto que no temía hacer el ridículo y treparse al sicomoro.

 

Es interesante que, según el pensamiento egipcio, el sicomoro era el árbol que daba alimento a los “muertos”. Zaqueo -por su condición de “publicano”- era un zombi, estaba muerto en vida. Como si subirse al sicomoro revelara el hambre que poseía aquel cuerpo: hambre de vida, y no de cualquier vida, hambre de vida Eterna.

 

Que Zaqueo estuviera allí, encaramado, era un signo que para Jesús no pasó desapercibido. Lo llama y se hace el invitado a su casa, Al hambre, al apetito de Zaqueo, Jesús la atiende y hace poner la mesa en la propia casa del hambriento: esta es la acogida de Jesús, a Él no hay que ir, Él viene a nosotros, con sólo hacer un gesto de anhelo, Él responde con plena acogida, con total hospitalidad, y viene a “habitar con nosotros”, no le dice que va a visitarlo, a pasar un rato con él, dice que se va a δεῖ με μεῖναι [dei me meivai] “quedar en tu casa”. δεῖ [dei] “conviene”, “es lo preciso”, “es lo indicado”, “es lo mandado”.

 

¿Qué nos enseña Jesús? Nuevamente ratifica e insiste en no desdeñar a nadie, en no apartar a algunos como leprosos, como indignos, en no considerar co-religionarios sino a los judíos, a unos sí y a otros -no que pena- definitivamente no; para Jesús nadie está definitivamente perdido, todos y en cualquier momento, pueden solicitar el ingreso a la Comunidad de los Salvados, porque a eso -precisamente- fue a lo que vino Jesús.

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