lunes, 13 de noviembre de 2023

Lunes de la Trigésimo Segunda Semana del Tiempo Ordinario

 


Sab 1, 1-7

Hoy iniciamos un estudio en seis lecciones del Libro de la Sabiduría (que tuvo ayer su lección introductoria en la primera Lectura, y que, si contamos la Lección Inaugural, debemos entonces hablar de siete lecciones). Este Libro fue escrito en griego y es uno de los más recientes, formando parte del “segundo canon”, y -se cree con bastante certeza- que fue escrito en Alejandría, por ahí hacia el año 50 antes de la era cristiana. Aun cuando en griego, hemos de acuñar que su forma versicular tiene claros rasgos y antecedentes marcadamente judaicos. La obra dice estar destinada a enseñar a los gobernantes de las naciones paganas la “Sabiduría”; pero, una vez nos adentramos en la lectura de esta obra, encontramos que el propósito verdadero pudo -más bien- ser el de preservar a los judíos del abandono de su fe para que no cayeran en manos del paganismo que se presentaba como ventajoso y seductor para quienes decidieran traicionar su religión.

 

De qué manera tan maravillosa, tan grandiosa y tan esperanzadora empieza este Libro: Hay una imagen del sabio que está bordada con hilos de misterio y envueltos en un halito de complicación, de estudios enigmáticos, de unos seres extraordinarios que estudiaron la Cábala y la astrología, así como las bases muy recónditas de la alquimia. Muchas veces, el sabio tiene que saber pronunciar conjuros en lenguas crípticas y arcaicas, así como dominar el arte de la manipulación y el gestual mágico, la lectura de los enigmáticos avatares cuya comprensión les abre los arcanos del porvenir, inclusive de los más remotos. Todo esto cuidadosamente revestido de un halo hermético.

 

Aquí, en cambio se nos dan tres pautas precisas que definen las rutas de la Sabiduría.

1.    Quienes gobiernan han de amar la Justicia.

2.    Si van a pensar en Dios, háganlo con “corrección”.

3.    Busquen al Señor con un corazón sencillo, franco, llano, des-complicado. No vayan a hacer de Dios un galimatías.

 

Y, sin mediar dilación nos ofrece dos criterios, tres guías de discernimiento:

      i.        Dios se le revela a los que no le imponen que haga pruebas.

     ii.       Se manifiesta para los que se abandonan y superan la “duda”, deshaciéndose de la “sospecha”. No será accesible a los que piensan que Dios les va a “quitar” o a “robar” algo; porque hay que saber que Él no necesita nada nuestro. Que Él puede darlo Todo y desposeerse, y quedarse con nada, porque nada requiere, y su Ser es “Dadiva”, es “Donación.

    iii.        Aquel que esté poseído por el pecado, o por cualquiera forma de perversión; tenga por cierto que no llegará a ser Vivienda de la Sabiduría.

 

Todo aquel que sea blasfemo recibirá -por eso- como premio, su justo castigo. Porque la Sabiduría es como una potentísima “ecografía” capaz de detectar cualquier maldad que se hubiera refugiado en el más recóndito rincón de algún órgano. Inspeccionará órgano por órgano y no exceptuará la “lengua” -porque la Lengua, como nos lo recuerda Babel, es el órgano de la confusión, de la trabazón del pensamiento y de la incapacidad de comprender con claridad; que, dígase de pasada, es el rasgo más resonante del Sabio-Verdadero.

 


Cuando decimos “potentísima ecografía”, evidentemente es un tropo, una “parábola” para referirnos al Espíritu de Dios que todo lo sondea y todo lo conoce.

 

La sabiduría tiene por fuente la experiencia humana universal, no se confina al ámbito de la experiencia judía, sino que valida y capitaliza el buen sentido, viniere del pueblo que viniere. Si hay algo valioso en Egipto lo rescata y si algo encuentre valido y apreciable entre los babilonios, tambien; no se detiene a revisar su “made in”, simple y sencillamente lo incorpora. Esta característica vino a ser una consigna principal de la identidad católica.

 

Estamos obligados a aclarar que no se trata de una ingenuidad imbécil; si bien se dice que no hay que complicar sin necesidad, no se trata de simplificar hasta extraerla le última gota de vida y dejar la sabiduría en estado de zombi, sino de ser claro y esmerarse hasta el extremo por serlo, pero entendiendo que, si se simplifica más allá de lo prudente, se suspenderá la vida y sólo quedará el cadáver. No dejando más que pura “tontería”. Una insulsa mentecatez. (Lo que muchas veces sucede por flojera y falta de esmero, esa es la pseudo-sabiduría de la palabrería sin soporte).

 

La sabiduría no reside en el corazón empecatado. Una persona que acepta obrar las acciones impías, tiene su mente bloqueada para la Sabiduría. La Sabiduría es un Espíritu Santo que huye del engaño, abandona los pensamientos rencorosos y evita -con todas su fuerzas- caer en los linderos de la impiedad. Los esfuerzos siempre han de hacerse en la línea de la sanación y de la rehabilitación, y no dando rienda suelta a la altanería de creerse dueños y señores de la verdad, (pretextando la urgencia de detener el mal para disfrazar su enamoramiento de la represión como fórmula magistral), rodeándose de elementos de castigo e impiedad. El slogan de la Sabiduría reza: ¡Reconciliación y no condena!

 

 

Sal 139(138), 1b-3. 4-6. 7-8. 9-10

El Huésped de Yahvé es una “persona” que tiene una relación especial con Dios. Estamos ante la situación de alguien que ha optimizado su trato con Dios, su elección personal ha sido consagrarse, estar conscientemente siempre ante los ojos de Dios. Acoge la Presencia Divina en su existencia, en su ser.

 

Los seres humanos podemos entender -por ejemplo- la ubicación de un “cuerpo” por medio de la observación directa, y mediando un sistema de referencia que denominaremos “coordenadas”. Sin embargo, en otros casos, como en el movimiento “relativamente caótico” de las partículas de un gas, sólo podemos tener un conocimiento indirecto de tipo “estadístico”, una suerte de predicción por promedio y no por “certeza directa”.

 

Cuando nosotros decimos que Dios sabe algo, establecemos una especia de analogía, una “parábola” con nuestras maneras de conocer. Pero, el conocimiento de Dios sobre todas las cosas, no lo podemos enmarcar como un conocimiento estadístico, ni como un conocimiento “tendencial”, tampoco en conocimiento genérico de orden psicologísta. A manera de hipótesis explicativa -y para facilitar la comprensión- diremos que Él “sabe” porque Él nos “habita”, en nosotros está el “alma”, y el alma es el “Soplo” Divino, desde nuestra propia percepción se “trasmite” a su “enlace-directo” el registro idéntico al que nosotros manejamos, idéntico, pero quizás, por Él mejor comprendido que por nosotros.

 

Esto no se debe entender como una “intromisión”, ni -mucho menos, una infiltración en nuestra privacidad. Es más bien, algo similar a la información que se dice tiene una “mamá” que le permite saber que algo le está pasando a su “hijo”, sin que por ello esté allí “vigilándolo”.

 

Es la compenetración del Amor que vela, que protege, que cuida; no es la “intrusión” indeseable del “guardián de prisión”. Algo se prefigura ya cuando el Señor viene a visitar al atardecer, a Adán, y tiene que “llamarlo” y aún más, preguntarle donde se había ocultado. Ese Amor tan Tierno y Misericordiosos no es conculcación de la “Libertad” del hombre.

 

Por ejemplo, en el salmo se recalca que Él ya sabe lo que vamos a decir antes de que sea dicho, pero Él no pone las palabras en nuestras bocas. Así podemos entender que, al profeta, antes de usar sus labios como “portavoz”, le pide permiso, esos son los relatos de vocación, lo “llama”, para que la “persona del profeta” no se sienta “avasallado” cuando comunique el mensaje.

 

Es un Tierno y Dulce Acompañante, no un grillete atado al tobillo.  El salmista lo comprende muy bien y al final del salmo se pone a disposición, cuando dice: “Mira si mi camino se desvía, guíame por el camino recto”. Esta dócil obediencia que no es subyugación, que no aliena, es una connivencia que no nos cabe en la cabeza, pero que es así: Libertad plena y reconocimiento de la dependencia total al Creador. Por tanto, en el responsorio proclamamos: ¡Guíame Señor por el Camino Eterno!

 

Lc 17, 1-6



Hemos estado moviéndonos en la órbita de las comidas de Jesús y las Enseñanzas que Él contextualiza dentro de los “Banquetes”. Toda Comida con Jesús alude al Banquete Eucarístico. La Comunión Fraterna que entraña la Eucaristía hace que Jesús nos de unas lecciones riquísimas de “sinodalidad”. Ahí, se echa de notar que este concepto de “sinodalidad” no es nada nuevo. Jesús puso las pautas, nos mostró lo que significa ser Comunidad, y andar juntos. Habría que dirigir el reflector a un aspecto que siempre es preciso darle protagonismo: La "Unidad Fraterna", que no requiere la “Uniformidad”. Siempre habrá diferencias, siempre se dará un margen de “desacuerdo”, siempre chocaremos con σκάνδαλα [scandala] “piedras de tropiezo” (permítaseme insertar aquí la idea de que la “piedra de tropiezo” solo se vuelve destructiva cuando nos vamos de frente contra ella; atención, podemos bordearla, pasar con cuidado, podríamos llegar hasta dirigirle una mirada comprensiva y una palabra amable, ¡ojo, sincera, amable, no hipócrita); pero el perdón que nos pide Jesús que nos demos no depende de que el “otro” se adapte y acepte nuestra forma de pensar, o de hacer, o de actuar, con violencia, o con desprecio. Podemos ser hermanos, habiendo diferencias y a pesar de los desacuerdos. No se puede visualizar la “unidad” como un imperialismo que pone a flamear su bandera en el territorio del “otro” gústele o no. Podemos hacer siempre un gigantesco esfuerzo por entender lo que el otro piensa y de la oposición de nuestros sentires y pensares; podemos tratar de avanzar juntos y fraternales, a pesar de la “oposición”, y ver qué nos vamos encontrando al avanzar juntos; pero con fraternidad, sin perder el enfoque cristiano de sinodalidad.

 

Pero eso no es fácil, hemos construido y nos hemos habituado a la idea de que el “proyecto de Jesús”, conlleva un margen de “impositividad” que significa la plena aceptación de cierto enfoque. Y en verdad lo que se requiere es que sepamos seguir juntos y avanzar, sobrepasando los “desencuentros”.

 

Quizás la obediencia que podemos esperar de la morera, consiste en que no le pidamos jamás que se arranque para irse a otra parte. Aun, cuando creemos fuertemente tener “razón”, siempre cabe en la “grandeza” de cada hijo de Dios, que sea una morera más sabia que tú o que yo. Pero queremos enfatizar que la mayor sabiduría radica en no pedirle a las moreras que se arranquen y se trasplante; permitamos que Dios ilumine a la morara, y la deje ser y encontrar también ella su “verdad”. Una fe mayor que un granito de mostaza es la “fe” que tenemos para darle a cada “Tú”, el “beneficio de la duda”: porque ¡quizá él esté más cerca a la Verdad de Dios!

 

¿Es posible que no haya “desencuentros”? ¿Puede suceder que no haya diferencias de metodología, de líneas de acción, de praxis pastoral? ¿Y otros cientos de “diferencias”? Cualquiera que lea una historia de la Iglesia se encuentra con la imbatible presencia de estos “escándalos”. ¿Qué nos dijo Jesús? Que “es imposible que no vengan escándalos”.

 


También es muy cierto que hay escándalos (piedritas de tropiezo” y que hay “rocas desesperantemente atravesadas”, malos ejemplos que nos dañan como comunidad, como Iglesia. Elementos que espantan a los fieles y los hacen huir, de los cuales se agarra el Enemigo, el Malo, para tratar de trisarnos. Ha habido, en el curso de la historia, descomunales rocas que han hecho mucho daño, son “rocas” intempestivamente caídas en la carretera y contra las cuales se ha chocado el carro de la historia de la fe y de la Iglesia. Cada uno de nosotros debe cuidar con atención vigilante de no convertirse en esos obstáculos insalvables, que tanto mal hacen llevando a “pecar a alguno de sus pequeños” dijo Jesús. «Más vale que le pongan al cuello una piedra de molino y lo echen al mar.

 

En el marco de una “cultura de la muerte” se viene a deformar el sentido del dicho de Jesús, para parapetar su gusto por “adueñarse de la duración de la vida” y creerse patentando y con “licencia para matar”. ¡Y no es eso! Es más bien, la conciencia de que hacerle mal a los pequeños, nos lleva a la perdición. Que nadie pretenda tomarse la “justicia” por su mano, en cambio el retoño de sabiduría que Jesús nos predicó es, saber convivir lado a lado, trigo y cizaña, que Él pondrá a sus ángeles a separar en el momento de la ciega. ¡por caridad, no traten de suplantar a los ángeles! ¡No se auto-engañen! ¡esos que se camuflan como justicieros son sólo ángeles caídos desparramando la toxina de la venganza, para hacer florecer el anti-reino.

 

Todo esto requiere mucha “fe” para poder resistirlo sin desalentarnos y sin “envenenar” nuestra “fraternidad”, nuestra “solidaridad”, nuestra “koinonía”, nuestra “sinodalidad”.

 

Además, hay cosas que nos dan tanto trabajo soportarlas, cosas que nos duelen y nos afectan tan hondamente que no se puede exigir que se perdonen. Se puede llamar a “perdonar”, pero no se puede exigir el “perdón”. Jesús nos da una recomendación, que no puede pasar desapercibida a nuestros oídos: «¡Tengan mucho cuidado! Si tu hermano peca, repréndelo, y si se arrepiente, perdónalo. Y aunque siete veces al día cometa alguna falta contra ti y vuelva siete veces a decirte que se arrepiente, perdónalo».

 

Enfrentados a la presencia de las piedras de tropiezo, ha de atenderse -quizás más y muy prioritariamente- a las víctimas, antes que cuidarse de andar repartiendo “excomuniones” y condenando al cadalso a sus causantes, (lo que de ninguna manera debe tomarse como pretexto de ocultamiento o complicidad con los dañosos).

 

Por supuesto, Jesús ha identificado el Reino de Dios con la Sabiduría que ilumina el corazón, y, con el Perdón, la fuerza sanadora y reparadora que anida en el Amor. 

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