sábado, 25 de noviembre de 2023

Sábado de la Trigésimo Tercera Semana del Tiempo Ordinario

 


1Mac 6, 1-13

Por lejos, por ocultos que se encuentren, aquellos que se ponen contra Dios terminan por encontrarse con Él, y terminan por descubrir en su consciencia el mal que han sembrado. Hay quienes, ni siquiera al final, logran situarse coherentemente y siguen parapetándose en las disculpas de las presiones, del callejón sin salida de sus vidas que los obligó a actuar como lo hicieron, pero no tiene que esperar tanto para ver que hubo opciones, que hubo alternativas, que nada es tan inevitable para llevar a alguien a la maldad, a la crueldad, al saqueo y al hurto; que no hay manera de justificar el atropello y la violencia; no es tan tarde que uno se da cuenta que debió caminar por los caminos de la Justicia y el derecho, y siempre hay ese momento reflexivo de darse cuenta que no tenía ninguna “obligación” de ser parte de una maquinaria de ignominia cuyo único pretexto -sinceramente hablando- era el egoísmo y la decisión de sacar a Dios de la propia vida por pura “rebeldía”.

 

Antíoco se da cuenta que algunos éxitos lo llevaron a creerse el ombligo del cosmos, y que se habituó a vivir así, haciendo de las suyas, tratando de apoderarse de las riquezas que otros habían reunido, a veces con un legítimo sentido patrio. Uno ve el ánimo expoliador de Antíoco que iba y venía y se paseaba por toda la tierra conocida de ese entonces, incluso allende las fronteras de su hegemonía, por ejemplo, cuando se dirigió a territorio de los Ptolomeos, que dominaban la región de Egipto y la zona africana que a ellos tocaba; ¿y que era lo que iba buscando?, apoderarse de lo “ajeno”. En esta perícopa se nos muestra paseándose a sus anchas por la región del norte, al sureste de los Montes Zagros y Persis (o sea, la región occidental del antiguo Reino de Elam). Allí se dirigía su voracidad sin pensar que los regionales estaban prevenidos y salieron a oponer resistencia, y le ofrecieron duro combate, hasta el punto de obligarlo a devolverse.

 

Había comisionado a uno de sus “generales para que invadiera a Judea, pues, los hebreos rechazaron al general Lisias, comisionado para esta invasión, sacándolo en desbandada. Y era que los Macabeos se habían fortalecido con sus victorias, se habían hecho duchos en el combate, habían adquirido pertrechos y armas suficientes para rechazar al usurpador, y se sentían sólidamente acompañados por el Señor que era la Cabeza de su Ejército. Esto fue un durísimo golpe en el talón de Aquiles de la arrogancia y prepotencia de Antíoco: Le sobrevino la desmoralización y con ella, la melancolía y la depresión severa.

 

Ese fue su fin, sumido en honda nostalgia, reconociendo su alevosía, arrepentido del mal innecesario que había sembrado, y de la mucha ignominia que pesaba en su conciencia, apagó su vida, mordido por terribles dolores estomacales carcomido por la enfermedad que somatizaba su fétida consciencia.

 

De esta manera nos graduamos de nuestro breve curso sobre los Libros de los Macabeos. La semana entrante, tendremos un cursillo de cinco lecciones, sobre la Profecía de Daniel, que se verá interrumpido el jueves 30, cuando celebraremos al Apóstol Andrés y tendremos las Lecturas propias de esta fiesta, con una Primera Lectura tomada de Romanos.

 

Y así terminará nuestro estudio Bíblico de las Primeras Lecturas de este ciclo impar. E iniciaremos el ciclo litúrgico 2024 saludando el Adviento.

 

Sal 9, 2-3. 4 y 6. 16 y 19

El cordón medular que atraviesa de parte a parte este salmo es un ruego para detener a los agresores de la fe, a los torturadores, a sus verdugos. Aquí la figura del infiel pagano, del profanador constante, del mancillador del Templo está descrita con la figura del preso que diseñó e instalo una jaula donde él mismo vino a caer preso.

 

Los paganos y su sequito, la corte de los idolatras será juzgada, porque son sembradores de terror, porque se les mostró la Divinidad verdadera del Creador, pero ellos prefirieron vivir enclaustrados en sus humanos límites y desconocer a YHWH.

 

La perícopa de hoy empieza con una voz de gratitud, es un agradecimiento que ocupa todo el ser del Salmista. El hagiógrafo es un revestimiento de la voz del Profeta, que proclama su oráculo.

 

En la segunda estrofa reconoce -poniendo en sus ojos la imagen del enemigo derrotado, y en la memoria la lealtad que le adeuda- porque el enemigo sucumbió, ante la Fuerza Incontenible de Dios.

 

Los que no creen y no aceptan al Señor son los pueblos -aquí nombrados con la voz גוֹיִ֑ם [goyim] “naciones extranjeras”; pero con esta palabra que sugiere un enjambre de langostas destructivas- hundidos en la fosa con el pie trabado en la trampa. En cambio, Dios no descuida jamás a sus elegidos: sus pobres, la esperanza de los humildes.

 

Sus pequeñuelos se gozan y hallan solaz en la Salvación que viene de Dios.

 

Lc 20, 27-40



Los interlocutores son los saduceos, se trata de un grupo humano acomodado, poseedores de la tierra, o por lo menos, terratenientes que usufructuaban de ella, que vienen a plantearle a Jesús el tema del levirato, según el cual, una viuda sin hijos debía contraer nupcias con su cuñado, hermano de su esposo fallecido, La viuda no tenía ningún derecho a casarse fuera de la familia. Había que buscar, de alguna manera, que esta mujer perpetuara el nombre del fallecido, en el hijo que tuviera.

 

Pero evidentemente, el relato pasa -por razones hiperbólicas- al dominio de la pura fantasía, porque son 7 hermanos, los cuales, uno tras otro mueren, sin tener descendencia, y luego, -donde más se hace evidente que el interés era hacer incurrir a Jesús en alguna respuesta que pudieran mostrarse como abandono de la ley mosaica, para así, denunciar a Jesús como blasfemo- y tener pretexto para darle muerte.

 

Aquí, Jesús revela tener un conocimiento directo de lo que ocurría al otro lado de la muerte. Verdaderamente a la cuestión planteada sólo podía contestar alguien que hubiera estado más allá de la muerte y hubiera regresado.


 

Jesús es consciente que en la otra vida es innecesario el matrimonio porque allá no hay muerte, y entonces no es necesario engendrar prole, si no es necesario tener hijos, quiere decir que, en el Paraíso Celestial, los hombres y las mujeres no se casan -carentes de apetitos carnales “no tiene que tomar esposa”, así que la viuda del ejemplo, no tendrá que ir ante algún tribunal de lo contencioso-conyugal para dirimir a cuál de los siete se le asignará.

 

Es interesante mirar hacia las conclusiones que saca Jesús de la oración pronunciada por Dios al hablarle a Moisés: “Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob”. Si los llama, es porque aún viven, porque si estuvieran muertos, significaría que Dios puede ser el Dios de cadáveres. ¡Esto es absurdo! ¡Dios es Dios de vivos, y no de muertos!

 

Los escribas -mayoritariamente del partido fariseo- intervinieron allí, porque ellos si eran partidarios de la resurrección y la adoptaban como elemento de su fe; interrumpieron para apoyar a Jesús, alabando su argumento y la lógica con la que lo exponía. Obligando así a los saduceos a abandonar el campo de disputa. Nadie se atrevió a hacerle otra pregunta.

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