miércoles, 8 de noviembre de 2023

Miércoles de la Trigésima Primera Semana del Tiempo Ordinario

 


Rm 13, 8-10

ἀγαπάω [agapao] “Amar”

Se presenta un riesgo de desviarse y perderse cuando concedemos excesiva importancia a la Ley. Lo que de ninguna manera significa que desechemos la Ley. La Ley es la Ley, lo que nos enseña resulta extremadamente valioso, muchas veces se nos ha comparado la Ley con las señales camineras que lo que pretenden es alertarnos de los riesgos y proponernos consejos para hacer más seguro el viaje. Pero, eso no puede llevarnos a encerrar la atención exclusivamente en estas latas apostadas a lo largo de la ruta. El sentido del viaje tiene que seguir siendo los hermosos paisajes, todos los panoramas, los coloridos, los lugares remarcables y magníficos, dignos de conservar en la memoria, ¡sí! ¿por qué no? Tomar aquí y allá algunas fotografías del lugar y que nosotros salgamos en ella. ¡Nadie hace un viaje para contar cuantas “señales camineras” encuentra, y procurar aprenderlas de memoria para, luego, recitarlas en orden! (Ni siquiera un empleado del Ministerio de Carreteras y Señales Camineras). Quizás pueda organizarse un juego con los chiquillos para que se entretengan y no se cansen de ir sentados, así como algunos ensayan a ir descubriendo los restaurantes o contando el número de carros rojos que puedan encontrar al paso. Pero eso no es lo sustancial.

 

En cambio, San Pablo nos dará una recomendación práctica para disfrutar del “camino” y gozar nuestro “viaje” como Dios manda, y es la práctica del amor, que es nuestra “única deuda” con el prójimo. Nos presenta una fórmula magistral, una de esas frases de cajón (un dictum, como se dice en latín) que rige nuestra “observación”, que nos enseña a mirar y a conducirnos, el más sano consejo que puede darse a cualquier “viajero”: ¡El Amor no hace mal a su prójimo!

 

Lo que nos lleva de nuevo a la idea agustiniana de “Ama y haz lo que quieras”. Es que la persona que ama de verdad, no infringe ningún Mandamiento; y observemos esta preciosa síntesis que nos presenta San Pablo: Cualquiera de los otros mandamientos se resume en esto “Amaras a tu prójimo como a ti mismo”.

 


Cuando dice que “cualquiera de los otros”, es porque él acaba de citar 4 que quedan también incluidos en los que se cumplen cuando se cumple el Mandamiento del Amor, y fueron: 1) No cometerás adulterio 2) no mataras, 3) no robaras y 4) no codiciarás.

 

En este sentido el verbo Amar no tiene pasado. El “Amor” del que estamos hablando es el amor a la manera divina, que es “irrevocable”.

 

Retomando la temática del viaje, del camino y de las “señales camineras”; creemos que todos conocemos a esos “aguafiestas” que nada les gusta: o “está haciendo mucho sol” o “está haciendo mucho frio”; o “es muy lejos”, o “fue muy corto el trayecto”, o “la comida estaba muy salada”, o “estaba muy picante”, o “estaba desabrida”. Y es que hay un elemento -que podríamos llamar “subjetivo” en la apreciación del viaje: es la disponibilidad y la apertura para descubrir el “gusto de viajar”. Llega un momento, aun cuando no lo digamos que, pasa por nuestra mente, “este debería haberse quedado en casa, porque ¡nada le gusta!

 

Ese “elemento subjetivo” en nuestro caso, es la Apertura al prójimo. Como hemos insistido, “prójimo” no se es, prójimo es hacerse, es un salirse del “egoísmo” para acercarse, para hacerse cercano, para empatizar. Ese “aspecto empático” dimana de la auto-aceptación, del sano amor propio, de una valoración objetiva de los pros y contras de cada uno de nosotros, aceptando que en medio de nuestras virtudes tenemos nuestros propios defectos que suelen ser bastantes. Sin “amarnos a nosotros mismos” estamos como incapacitados para dar a otros lo que uno no tiene.

 

Para deberle a los demás el “amor mutuo”, tenemos que reelaborar nuestro amor propio que debe ser “moderado y justipreciado” para no caer en la egolatría: Auto-amor con sentido y proporción.

 

Sal 112(111), 1b-2. 4-5. 9

Salmo de la Alianza: La Alianza conlleva bendiciones y maldiciones en el sentido de las consecuencias que acarrean su cumplimiento o incumplimiento. Este salmo pertenece a este subgénero. En el co-texto de las Lecturas de hoy, vemos y resaltamos las bendiciones que se trasportan para quienes cumplen la Ley pactada en la Alianza. El responsorio lo que nos pide como cumplimento de la Alianza es aprender y practicar la generosidad teniendo sentimientos compasivos.

 

En los veintidós versos del salmo se enumeran las bienaventuranzas para el hombre que mucho se deleita en los מִצְוָה [Mitzvá] “Mandamientos” del Señor. Tomamos 4 versos y medio para proclamarlos. Notaremos que la estructura es de prótasis-apódosis:

 

Dichoso el que teme al Señor y ama de corazón sus Mandatos

Su linaje será poderoso en la tierra, la descendencia del justo será bendita.

El que es justo, clemente y compasivo

Brilla en las tinieblas como una luz.

Dichoso el que se apiada y presta

(sabrá) administrar rectamente sus asuntos.

El que reparte limosna a los pobres

Su caridad dura por siempre y alzará su frente con dignidad (o sea, será dignificado).

 

Cada una de esas acciones caritativas y generosas que significan el cumplimiento de los Mandatos Celestiales tiene consecuencias en el Corazón de Dios: será prolífico, será prospero, será amparado contra la calamidad. Pero el objetivo de fondo es que aprendamos a tener los mismos sentimientos Misericordiosos que tiene el Señor con nosotros.

 

El sentido de este Salmo nos enfoca hacia la Doctrina Social de la Iglesia.

 

Lc 14, 25-33



Lo primero que hace Lucas en el Evangelio de hoy es señalarnos que la enseñanza no está dirigida a un núcleo especial de los seguidores, que no es una enseñanza para los encargados de x o y misión de la Iglesia; sino que se trata de una enseñanza general, destinada a todos los que quieran aceptar su Enseñanza, es una doctrina para toda la “mucha gente” que lo oía.

 

Explica un requisito esencial del discipulado: posponer a los que se tienen por más cercanos, la propia parentela. Ser capaces de “desgarrarse” de los apegos familiares, para darse con amplitud, con generosidad, con verdadera consagración a los prójimos.

 

Muchos de nosotros empezamos una obra sin calcular si podremos financiarla hasta las últimas consecuencias.  Algo así como inscribirse en una universidad sin ver si podremos costear los gastos hasta obtener la titulación. Sucede que a veces una persona empieza a edificar una “torre” y no calcula todos los materiales y los salarios que tendrá que cubrir, antes de poder ofertar los apartamentos o las oficinas y, así, recuperar la inversión.

 

Así que antes de proclamarnos “discípulos” miremos si estamos verdaderamente dispuestos a dar todo lo que se nos exigirá empezando precisamente por nuestros apegos. Recuerdan a aquel que le decía a Jesús que lo dejara -primero- ir a enterrar a su padre, y no era que el papá hubiera muerto, sino que asumiría su “discipulado”, quien sabe cuándo: Era un truco para postergar el seguimiento ofrecido (Cfr. Lc 9, 59-62).

 

Hay un tipo de falsas promesas que en el lenguaje popular llamamos “promesas de cumbiambero”, pues, la recomendación de la perícopa de hoy es que no ofrezcamos el “seguimiento” del Señor como promesa de cumbiambero. ¿La vamos a cumplir? ¿sostendremos el compromiso? O ¿En realidad no hemos calculado con precisión en qué nos estamos metiendo? Quizás con el Impulso y la decisión que tenemos, sólo nos alcance para poner dos baldosas y el resto de la torre quede sólo en planos…

 

Y nos da -aun- otra analogía para que consideremos lo que implica el “seguimiento”: es la referencia a un guerrero que se lanza a declararle la guerra a un adversario que tiene un ejército de veinte mil hombres, cuando uno a duras penas tiene diez mil reclutas, calzados con alpargatas y con muy escazas municiones y un paupérrimo avituallamiento; …. Más bien, organice prontamente una delegación de negociadores que pacte con el rival un armisticio, antes de ir a un suicidio seguro… Lo que negocien estos embajadores, así sea la más mínima ventaja que puedan pactar, será lucro, frente a la perdida de la vida por imprevisión.

 

En conclusión: Sólo quien se sienta capaz de renunciar a todo lo que tiene está listo para ofrecerle a Jesús ser Su Discípulo. ¡Los discipulados condicionados, no valen! 

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