sábado, 26 de agosto de 2023

Sábado de la Vigésima Semana del Tiempo Ordinario



Rut 2, 1-3. 8-11; 4, 13-17

¿Cómo cuida Dios de sus amigos? En el Antiguo Testamento nos dio la Ley. En ella plasmó lineamientos muy claros que lo muestran como Pastor Cuidadoso y Tierno que guarda a sus ovejas, las abriga en el redil y permanece alerta contra toda amenaza que pueda cernirse sobre ellas.

 

En particular aquí -en la perícopa- se aplica

a)    La ley del Go-el

b)    No agotar el campo al recoger la cosecha

c)    El levirato como regulación protectora de las viudas.

 

El go-el גָּאַל [goal] “pariente protector”, “padrino”, “redentor”, (véase Rut 2, 20de), se trataba de la persona que -siendo un pariente cercano- estaba llamada a revirar en defensa, pagar la deuda, que se salía de sus posibilidades o amortizar el compromiso para evitar que la persona fuera reducida a la esclavitud, en ese sentido era “redentor” propiamente dicho.

 

En el Lv 19,9-10; 23.22; y en Dt 24,19 se estipulaba no recoger toda la cosecha hasta dejar ninguna espiga por ahí; al contrario, se recomendaba dejar algunos manojos -especialmente- pensando en los huérfanos y las viudas; al obrar así, los campesinos estaban recordando la Voluntad de Dios y proveyendo por su medio según la Divina Voluntad. Recoger el residuo de la cosecha era un derecho legitimado en la Torá, que amparaba a los pobres.

 

El levirato (levir, “cuñado”) -véase Dt 25,5-10- es literalmente el matrimonio con el cuñado, más concretamente con el hermano del marido. Con dicho término se denomina a la costumbre o ley que contempla el matrimonio entre una viuda, cuyo marido ha muerto sin tener descendencia, y un hermano de aquel hombre. El hermano toma como esposa a la viuda con la intención de engendrar hijos, el mayor de los cuales, al menos, será considerado descendiente del fallecido. (Dt 25, 5-10).

 

Articulando el cumplimiento de estas Leyes, Rut llegó a tener un hijo, fue fruto del Goelato que ejerció בֹּֽעַז [Boas] “Booz” que significa “fuerza”, “firmeza”. La gente lo veía como el “hijo de Noemí”. Lo llamaron עוֹבֵ֔ד [Obed], “adorador” es un nombre que significa “fiel”, “siervo, “servicial”. Booz y Rut fueron los padres de Obed, Obed fue padre de Jesé y, a su vez, Jesé fue el Padre de David. Rut la moabita, se insertó así en el linaje Davídico y llegó a ser su bisabuela.

 

Sal 128(127), 1bc-2. 3. 4-5

Este es un salmo Gradual, subir al Templo era un proceso “gradual”. Se sube como por “estaciones”, estos “pasos” se asocian y se homologan con una vía de crecimiento en la virtud, hay que cumplir una suerte de ritual de purificación y de liberación espiritual e irse desprendiendo de pesados fardos que obstruyen el crecimiento moral.

 

Sentimos, sin embargo, que este proceso ha perdido de vista uno de sus más piadosos factores; se ha reducido a una ascesis enteramente personal, y se ha desconocido algo que se veía muy claro en las procesiones, y, que era muy patente en la subida peregrinante al Templo de Jerusalén: La sinodalidad.

 

Una fe personalista, está excesivamente penetrada del talente individualista de nuestra “ideología hegemónica”. Hay diversos discursos justificatorios para defender este enfoque en el que caminamos juntos, pero cada uno va sólo, sumido en la indiferencia respecto de su prójimo. ¡Se diluye totalmente la sinodalidad!

 

Uno de esos “relatos” muy blandidos es el de que sólo cada uno conoce su propia situación, el o los pecados que más acosan su vida y amenazan su progreso espiritual, cosas que nadie puede saber y que caen enteramente en el territorio de su privacidad; en fin, que somos muchos, pero cada loco con su tema. No somos confesores, pero que me digan los sacerdotes si no hay una especia de connivencia y confluencia de pecados y procesos ascéticos en cada comunidad.

 

Creemos que hay un cuarteto de focos que pueden inspirar el trabajo de “elevación” y “purificación” en el contexto comunitario, construyendo koinonía: a) el momento litúrgico que vive la Comunidad; b) la salida de Egipto con todo lo que implica de “desierto”, de romper con las cebollas y las ollas de carne y el cambio, al reducir la dieta a la situación de tener que comer sólo maná y perdices; la subida a Jerusalén desde Babilonia, con el eje unificador de la “reconstrucción”; y, último -pero nunca menos importante- la consciencia de ir subiendo hacia la Nueva Jerusalén que viene a nosotros como Don y Victoria de Dios.

 

El salmo de hoy nos entrega un dulce ejemplo de temas comunales para recorrer sinodalmente la Subida gradual:

1)    El temor de Dios como actitud piadosa que -lejísimos del miedo- es gratitud y anhelo de acercarse y crecer en Amistad y Projimidad.

2)    Gratitud por la familia, sea cual sea el trance que atraviesen en bonanza y dicha, en padecimiento o escases, teñida por la enfermedad o el luto, en crisis o ya en franca disolución; la familia siempre será un permanente tesoro, incluso cuando se ha disuelto. En ella se ha aprendido a amar y en ella se han cultivado nuestros más tiernos capullos de sensibilidad y ternura.

3)    Que, desde la Nueva Jerusalén, como una promesa para un futuro no tan remoto, esté el brillo de Jaspe de una ciudad tan radiante y resplandeciente porque la Lámpara que la ilumina es la Luz de Cristo, y nuestros ojos por su Misericordia, llegaran a verla.

 

Mt 23, 1-12



En medio de la cultura del espectáculo, del reflector, de los “realities”, de los programas de concurso y las telerrealidades, así como la política ventrílocua y la manipulación mediática ¿cómo se puede desdeñar la preocupación por la imagen, por los gestos ampulosos, por los desplantes cínicos?, si todo esto está embalsamado precisamente por el culto a la personalidad. ¿Cómo evitar que estemos muy afanados por el qué dirán? ¿Qué se podría hacer para que la fe no se pierda entre todos estos vericuetos terminando por degradarse en puro show?

 

¡Con razón pulula tanta desconfianza! Muchos “predicadores” velan más por la imagen que por la solidez del mensaje, para muchos la fe debería lindar con el espectáculo circense o, por lo menos, apropiarse de los mejores recursos del espectáculo y de los grandes conciertos. Hay una flagrante sustitución de la fe por el estruendo y los reflectores, la fanfarria y el alboroto.

 

A estas alturas, los escribas y los fariseos han tenido que ceder sus puestos a las luminarias del entretenimiento y a los magnates del show. Quiere decir que la humildad quedó desplazada, ¡no, y mil veces no!

 

Lo que quiere decir es que, de la humildad no se hace tele-realidad. Las categorías de la fe no se emparentan con las prestidigitaciones lúdicas. Hay que hacer desaparecer la angustia que se cierne sobre muchos “preocupados” por el futuro de la Iglesia, y no desbocarse tratando de equipararse para alcanzar a sentarse en los “primeros puestos”.

 

Los mass-media tienen nuevas estrategias, pero nosotros, no estamos interesados en aprenderlas ni en competir con ellas. No vamos a caer en la trampa. El parámetro que nos ha fijado Jesús no tiene nada que ver con su superficialidad. Donde está le médula de la vida está el servicio, el amor, la ternura, la comprensión, la fraternidad; y si se procura continuar este elenco, se ve como la vida va taladrando la superficialidad y nos reclama cada vez un más hondo compromiso de sensibilidad humana: Humano-integral.

 

Ellos pueden alongar hasta el infinito las filacterias. Pueden alzar sus tarimas como Torre de Babel, pueden -porque su concepción farandulera de la fe los obliga- contratar the best amplified professional horn-speaker para lograr aturdir hasta el último rincón del Coliseo y retrasmitir -de modo que nadie se lo pierda- el postrer gemido del gladiador derrotado; pero ese no es nuestro problema, ni como personas, ni como comunidad de fe.

 

Recomendaciones prácticas, muy actuales: no se hagan llamar “maestros”, no llamemos a nadie “padre”, “ni jefe”, ni “patrón”, no subamos a nadie a la jerarquía de “director”. Muchas dinámicas empresariales dependen de estos títulos y jerarquías, tristemente en su dinámica ponen en juego la estabilidad laboral de los subalternos. Si no queda más remedio, usémoslas, conscientemente, recordando que Uno solo es Maestro y nosotros todos somos “hermanos”; que Padre es el del Cielo, y que el Único verdadero Director es Jesucristo. Lo que Jesús quería superar y a la vez cuestionaba eran los modelos patronales del clientelismo romano y las magisteriales de los rabinos que se daban en las escuelas rabínicas. ¿Qué es lo que a nosotros compete? La fraternidad, la solidaridad, el servicio entre hermanos, la vivencia y la práctica del respeto, el amor, de la comprensión y el perdón. Nosotros también hemos sido permeados por modelos no solo machistas, ultra-patriarcales y aristocráticos que estamos llamados a desechar.

 


No hagamos de la humildad otro concurso, ni de la santidad un reality. Y si alguien logra tocar la santidad mejor o más rápido que nosotros, alegrémonos porque descubrieron vías más ágiles y eficaces. Quizás, y no por competir, imitemos esos caminos que lleven más cerca de Dios 8sin pagar derechos de autor, que gratis se nos dan y gratis hemos de compartir), y -sin reatos de vergüenza- reconozcamos que su luminosidad nos hará bien, porque todo lo que Dios regala es carisma, traduzcámoslo: virtud que sirve a todos y no a uno.

 

Pero si lo que te anima es otra cosa, creo que la participación en el Juego del Calamar tiene inscripciones abiertas. Pero, eso es algo totalmente distinto a lo que Dios nos propone y a lo que al pueblo de Dios preocupa.

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