sábado, 19 de agosto de 2023

Sábado de la Décimo Novena Semana del Tiempo Ordinario

 



Jos 24, 14-29

Llegamos al final-final del Libro de Josué. Ayer leímos el capítulo 24, 1-13. Hoy retomamos allí, donde dejamos y nos ocupamos del desenlace de este discurso de renovación de la Alianza, teniendo presente que había recién llegados, gente que se les añadió y se hicieron de confesión israelita- ellos hasta ahora se están “aliando”. Todavía habrá cuatro versos adicionales, (Jos 24, 30-33) que se ocupan de la muerte de Josué y de אֶלְעָזָר [Elazar], “Dios ha ayudado”, o “Dios es mi ayuda”, el hijo de Aarón, a quien había sucedido en el cargo de Sumo Sacerdote. En Josué hubo un “embrión” mesiánico, recordemos que el nombre Josué está directamente conectado al nombre Yeshua, Jesús, por su significado etimológico hebraico, ambos significan, “Dios salva”

 

El relato que conforma este discurso resulta sumamente significativo, porque quiere confirmar el hecho de que hubieran adquirido aquel territorio, mostraba el poder de Dios tras todo aquello, y desenmascara que no fueron los hombres, ni los que combatían ni los que comandaban, lo artífices de la Victoria, sino sólo Dios su Protector. Uno podría pensar que Dios les entregó una tierra ya amoblada, con casas y cultivos. Basto con el esfuerzo de “conquistarla”, que, si se recibe todo como puro don, nos hacemos “malcriados”. Uno descubre en el Libro de Josué un permanente ritornelo:

Dos son los temas dominantes:

1)    Un optimismo no perezoso, no “atenido”. Confiar, ¡no temer! Pero una fe diligente.

2)    Exhortación y promoción para no decaer en la fidelidad a la Ley, caminar siempre en pos del Arca, cuyo contenido era el decálogo, como tablas de la Ley, y no sólo del Decálogo, sino de la Torá entera.

En Josué se retoma una y otra vez ambos asuntos, con leves variaciones que no modifican, sino que refuerzan y encarecen.

 

Hay un tipo de pensamiento muy cómodo -que se disfraza como muy potente- y es aquel que divide el mundo y toda la realidad en dos polaridades opuestas, así, lo que no es blanco, es automáticamente negro, este “binarismo” es, en resumidas cuentas, un “maniqueísmo”; detrás de su aparente lógica hay un gravísimo error, ignora la existencia de toda la gama de los grises, y de los otros colores. Ahora bien, inmediatamente se hace notar lo anterior, suele salir a relucir un argumento “contundente”, la gente no alcanza a distinguir esa multiplicidad de tonalidades, así que lo que hacemos es confundirlos; mejor, dejemos sólo el blanco y el negro, así, todo es más sencillo.

 

“Yo y mi casa serviremos al Señor” dijo Josué, y el pueblo respondió: “Lejos de nosotros abandonar al Señor para ir a servir a otros dioses” ... “También nosotros serviremos al Señor, ¡porque Él es nuestro Dios!” … “Al Señor nuestro Dios serviremos y obedeceremos su Voz!”  Josué les hace notar que si incurrían en paganismo Dios les daría la espalda y sólo cosecharían castigo. Pero, en vista del compromiso que el pueblo argumentaba insistentemente que iba a respetar, Josué escribió las Leyes de esta Alianza en el Libro de la Ley de Dios (esta es la “Segunda Ley”).

 

¿A quién escogió Josué como testigo de esta Alianza?, ¿quién sería el encargado de sostener en su memoria lo que Dios les había hablado y la respuesta con la que su pueblo se comprometía? ¿Cuál sería el documento notarial que cualquiera de las partes podría exhibir, si llegara a ser necesario llevar al tribunal una reclamación de cumplimiento? ¡A una piedra! “esta piedra será testigo”.

 

El lunes y martes (es posible que el episodio previsto para el martes -el que narra la historia de Gedeón-, no se lea, porque ese día cae la celebración de María Reina, que tiene sus propias Lecturas) de la próxima semana, haremos un breve visita al Libro de los Jueces, y con ella, dejaremos el Antiguo Testamento; y empezaremos a estudiar las “Epístolas”, hasta finales de septiembre, en la Vigésimo quinta semana del tiempo ordinario, cuando trabajaremos los profetas.

 

Leer el Libro de los Jueces es darse cuenta que Dios tuvo que mostrar la “piedra testimonial” muchas veces. Y de tanto trasegar con ella, del Santuario al Tribunal, y viceversa, la piedra se descascaró. Pero esto no se puede entender de forma maniquea. Cuando Dios hace Alianza, no la hace pensando en el “castigo”, la hace para perseverar en ella. Y crea, cada vez un “Nuevo Camino”, abre una “Nueva Puerta”, no se dará por Vencido, porque Él Creó con una Proyección Exitosa, muy a pesar de nuestros tantos descalabros. Dios no se puede capturar en el dilema “premio-vs-castigo”, “Cielo o infierno”. No aceleremos nuestras declaratorias del “fracaso de Dios”, sino, Glorifiquemos su Paciencia-Tenaz para con nosotros, porque Él es Salvador, como nos lo muestra su Hijo.

 

Sal 16(15), 1b-2a y 5. 5. 7-8. 11

Salmo del Huésped de Yahvé. Entramos en las Moradas de Dios y rogamos que el Señor sea nuestro Anfitrión. Queremos insertarnos en el Misterio, e in-habitar en su Amor. Somos un pueblo de Sacerdotes, Profetas y Reyes llamado a vivir -no en palacios- sino en el Templo. Porque sabemos que todo depende de la fidelidad a la Alianza.

 

Llegar a vivir en el Templo es disciplinarnos para querer escuchar en todo momento su Voz, su Palabra, su Magisterio. Para no fallar el derrotero, tenemos que repasar de seguido, qué es lo que Dios quiere, y tenemos que hacernos a la idea de ser obedientes a sus Enseñanzas. En su Santuario queremos refugiarnos, su Templo es nuestro Asilo. Le suplicamos nos conceda asilo espiritual bajo sus campanarios, en su Sancta Sanctorum.

 

Entregarnos por entero a Él, confiarnos en Sus Manos, atenernos a Su Santísima Voluntad porque lo que Él tiene señalado para nosotros será lo mejor que nos puede ocurrir. Su Plan Salvífico es nuestra Copa de Salvación. ¿A quién temeré? ¿Quién me hará temblar? (Cfr. Sal 26, 1). ¡No estaremos dudando, no sufriremos de incertidumbre! El Señor a toda hora está a mi cuidado, Él me pastorea. Él es Buen Pastor y redil seguro para todos nosotros sus “ovejitas”.

 

En mi mano derecha no llevo ni espada, ni puñal, ni dura roca; en mi mano derecha lo único que llevo es el Santo Nombre de Dios, Mi Salvador. Si Tú estás a mi derecha estaré blindado por todos lados, Tú, Señor me has entregado el mapa del Tesoro, y yo puedo andar con certeza las sendas que me llevan a Ti. ¡Te glorío por tu Infinita Bondad!

 

Repito sin cansancio, por la mañana, por la tarde y mientras duermo: ¡Tú Señor, eres el lote de mi heredad!

 

Mt 19, 13-15



En Mt 18, 3 leímos: “Les aseguro que, si no se convierten, y se hacen como niños, no entrarán en el reino de los Cielos” O sea que es esencial que nos hagamos “como niños”, pero ¿en qué aspecto? Jesús les contesta a qué se refiere: “El que se haga pequeño como este niño…”. ¡Ah, o sea que, la cuestión es hacerse bajito! ¡Encogerse!

 

¿Recuerdan el relato del diálogo con Nicodemo, cuando Jesús le dice “te aseguro que, si uno no nace de nuevo, no puede ver el Reino de Dios”? Y, Nicodemo, entiende esta afirmación como la urgencia de regresar al vientre materno para “nacer de nuevo”. Esta clase de mal entendidos pueden darse, al leer la Sagrada Escritura, y podemos quedarnos en nada, y hacer que la Palabra quede estéril.

 

Pensemos un poco, ¿en qué consistirá la στραφῆτε [strafete] “se vuelven”, “conversión”, a la que llama Jesús? ¿En qué aspecto tiene que darse este “hacerse como niños”? Esta conversión no es la de darse media vuelta para coger el camino correcto, sino la de actuar conforme actúan los niños. Pero los niños actúan de formas muy diversas, son juguetones, a veces desordenados, algunos son destructores, algunos son muy “religiosos” y asumen conductas piadosas, otros son muy “musicales” y cualquier lata o cualquier frasco lo pueden convertir en instrumento musical. ¡En qué dirección apuntaba Jesús? ¿A qué rasgo de la personalidad infantil miraba?

 

A veces queremos hacer ver que los παιδία [paidia] niños pequeños, -que todavía no pueden acoger la preceptividad de la Ley y que, por tanto, todavía no han tenido su bar/bat mitzva (hijo/hija del precepto)- son puros, ingenuos. Indudablemente suena muy bonito, es muy “poético”, pero ¿será en esa dirección que se está fijando Jesús?

 

Observemos que Jesús los reviste de todo su poder y autoridad, y en eso es en lo que se fija esta perícopa, en la que lo central consiste en que Jesús les impone las manos.  Si Jesús consigna aquí esta trasferencia de mando, cuál será el poder con el que Jesús crea a los niños, con una institución que es cuasi-sacramental, es -podríamos decir- algo muy cercano a una “ordenación sacerdotal”. Algo esencial, en los niños de esta edad- es que son sustancialmente “hijos”, es decir, lo más destacado es que se comportan como hijos. Todo en ellos es provisto por sus padres. Ellos aún no cuidan de sí, son sus progenitores quienes “ven por ellos”. Sus padres “deciden” todo por ellos y ellos -a quienes todavía no se les ha alborotado la glándula de la autonomía y la rebeldía- aceptan lo que sus padres deciden para ellos.

 

Un niño a esa edad, ama -con todas sus fuerzas, a la familia y se fía por entero de sus padres. Un niño, antes de los 12 años, está abierto al acatamiento, y al tiernísimo amor por sus papás. Su rasgo primario es su “hijidad”, su ser “filial”. Admiran a su papá y para ellos son la máxima autoridad, lo que ellos dicen está por encima de lo que dice cualquier otra fuente y autoridad, no consultan el “internet”, prefieren como más seguro y más fiable lo que diga el papá; además, sus padres son sus superhéroes, nadie es más fuerte ni más “bonito”, que su papá. Nosotros creemos descubrir que es en esa dirección que apunta el cambio recomendado por Jesús. Que sean como Él mismo es, totalmente entregado al Padre-Celestial y absolutamente enamorado de Él.

¡Hacernos como "niños" ante Dios, que es Padre nuestro!

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