lunes, 14 de agosto de 2023

Lunes de la Décimo Novena Semana del tiempo Ordinario

 


Dt 10, 12-22

El Libro del Deuteronomio contiene una revisión de la Entrega-Recepción del Decálogo y un verdadero Llamado al cumplimiento de la Ley. La escena se sitúa en la Estepa de Moab, que muchas veces nombramos como desierto, pero donde ha de tenerse en cuenta que hay cierta vegetación rala, caracterizada por matorrales, plantas con profundísimas raíces para llegar hasta una hondura donde haya algún rastro de agua, y poblado por animales -no estables- sino migratorios, que aprovechan los pastales. Prácticamente, con cero árboles. Allí se alternan temporadas de extremado calor y otras de fríos intensos.

 

Ya hemos dicho que este Libro puede descomponerse en una estructura tripartita. Aquí trataremos de bocetar de dónde a dónde va cada parte:

1)    Capítulos 1-11: Moisés se dirige a la Nueva Generación y los exhorta a ser fieles a la Ley.

2)    Capítulos 12-26: Se presente la Legislación tradicional y se insertan muevas leyes, algunas casuísticas y otras reglamentarias.

3)    Capítulos 27-34: Los capítulos 27-28 se ocupan de las bendiciones y maldiciones. Y, luego viene la despedida, el discurso final de Moisés, y su muerte. Queda formulada la sucesión que recae en Josué (Dt 34, 9).

 

En la perícopa que leemos hoy se plantea que es lo que Dios espera de su Pueblo, se da -en consecuencia- el espíritu de la Ley:

a)    Atenerse a sus dictámenes. Amarlo y servirle. Toda esta normatividad es para nuestro bien.

b)    Aun cuando toda criatura es de Dios, de nadie más que del ser humano se enamoró y nos dio su Amor. (Lo que de ninguna manera se puede entender como pretexto para depredar a ninguna criatura).

c)    Así que hagamos “permeables” nuestros corazones y nuestra vida toda a su Guía.

d)    Dios hace Justicia poniendo especial Ternura para con el huérfano, la viuda y el migrante.

e)    El migrante es portador de especial protección, porque el pueblo Elegido fue migrante en Egipto; allí llegó en el reducido número de 70, y creció hasta llegar a ser, tantos, como el número de las estrellas.

f)     A Él temerás, por Su Santo Nombre jurarás y jamás olvidaras los portentos que dispensó en favor del pueblo de Israel.

 

¡El pueblo de Israel era el bosquejo del pueblo puesto bajo el Resplandor de Su Amor, que hoy somos nosotros!

 

Sal 147(146-147), 12-13. 14-15. 19-20

Los tres último Salmos coinciden en su numeración y -en los tres últimos salmos- ya no hay disparidad entre la numeración masoreta y la litúrgica. En este salmo (el 147 de los masoretas) se unifican los 146 y el 147 de nuestra numeración. Se trata de un Himno. Un himno es una loa, su sentido es dar loor, encomiar, cantar las grandezas. El enfoque -muy particular del pensamiento hebreo, consiste en formular un himno no por un atributo abstracto, sino por un hecho histórico, algo registrado en la historia que demuestra esa Magnificencia que se está ensalzando. Como son himnos litúrgicos, se incita a la Comunidad a loar, a glorificar.

 

Nos concita, bajo el nombre de Jerusalén, reconociendo que la inexpugnabilidad de Sion la ha provisto Dios que la ha rodeado de accidentes geográficos que bien pueden interpretarse como un “candado” que refuerza sus puertas. Y, para los que habitan dentro de sus murallas, Él ha dispensado su bendición.

 

Dentro de sus límites, hay Paz -recordemos, no cualquier paz, sino la Paz que Él proporciona, que es beatitud, serenidad, bienaventuranza. Que es el Alimento Exquisito de su Enseñanza, esta va rauda, como llevada en alas de Querubines.

 

Por eso, la Misión es proclamar y ensalzar su Mensaje, llevarlo a todas las naciones, alcanzar hasta el rincón más insospechado con su Anuncio. Si desconocen Su Ley, no podrán ser reos de juicio, porque estarán encadenados por la ignorancia invencible. Distinto será si la conocen, porque entonces su incumplimiento los llevará de las orejas al Tribunal, porque oyeron y se negaron a Escuchar.

 

Que generosidad tan especial a tenido para con nuestro pueblo, Su Pueblo. Nos ha dado a conocer los senderos que romperán toda cadena. Glorificamos la Libertad que nos dan tus Preceptos, y por ellos entonamos himnos y canticos de alabanza; porque su Misericordia es Eterna.

 

Mt 17, 22-27



Viene aquí, el segundo anuncio de su Pasión: será entregado en manos de los sacrificadores de corderos, llevado al Altar sacrificial, pero su Padre le hará Justicia al Tercer Día, expresión que significa “el Día de la salvación”. Toman una parte del Anuncio, pero se hacen sordos al Anuncio Final y se entristecen. ¡Siempre oímos, casi nunca escuchamos! ¿Por qué ignoraron lo referente a la Resurrección? Por qué no le preguntaron ¿cómo habría de llegar a suceder aquel prodigio? De haberlo hecho, habrían hallado motivo denso para alegrarse en vez de deprimirse.

 

Luego, vienen a Pedro, para cobrarle impuesto por él y por Su Maestro. Pedro dice que “si” lo pagan.

 

Llega a casa, y Jesús de inmediato aborda la cuestión: Hay mucho de absurdo en cobrarle impuestos a Quien es el Dueño de todo, a Su Muy Real Majestad. Como dice Jesús, se le cobran impuesto a los extraños, pero, al Propio Hijo, ¡no hay por qué! ¿Por qué tendría que pagar redención aquel que a todos nos redimirá?

 

Y pese a todo, Jesús le da un óbolo para que los pague. Lo da -de una manera prodigiosa- para recordarle a Pedro que no tendría que. Pero, aquí Jesús va a prestar atención a los que -en medio de su dureza de entendimiento o de su escaza provisión de fe, no lograrían entender. Por aquellos que se podrían escandalizar, por los que no saben o no entienden que Él es Dios, el Mismísimo-Hijo-de-Dios, que Él actuará en rescate de todos; Jesús le da una moneda de plata, se piensa que era un estáter o tetradracma, exactamente las dos dracmas de Pedro y las dos del impuesto de Jesús.

 


Así, Él se sujeta a la Ley, y apoya que los suyos la cumplan, porque Él no vino a derogar la Ley, sino a plenificarla. No iba a ser Él, la piedra de tropiezo para dar argumento con el que después se pudiera tejer confusión y caer en ideas lejanas a su intensión, como desacatar la contribución que se pagaba al Templo.

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