lunes, 28 de agosto de 2023

Lunes de la Vigésimo Primera Semana del Tiempo Ordinario



1Tes 1.1-5. 8b-10

Desde hoy, y hasta el 5 de septiembre, exceptuando mañana, Martirio de Juan el Bautista y el Domingo 3; -siete días en total- nos consagraremos al estudio de la Primera Carta a los Tesalonicenses.

 

Esta es la Primera Carta que escribió San Pablo, o, por lo menos, la primera que se ha conservado: Dos acotaciones hay que hacer. La Primera lo que hace de ella el documento Bíblico del Nuevo Testamento más antiguo, estamos hablando del año 50 ó 51 de nuestra era. Especial atención de que sus destinatarios son una comunidad predominantemente greco-cristiana, no judeo-cristiana; y, la segunda, que hay una especie de autoría conjunta, podemos decir de alguna manera que son co.-autores Silvano y Timoteo. Inclusive, algunos investigadores opinan que también Lucas se les habría juntado. Cuando San Pablo pasó por aquella región -la primera vez, en el año 49- estuvo un breve tiempo, dejó configurada una comunidad creyente y -en un promedio de tres meses- sin embargo, se vieron acosados puesto que la predicación hablaba de un Señor -distinto del César- desatando la persecución y obligados a partir, dado que las autoridades comenzaban a alarmarse con esta prédica que anunciaba un Mesías, un Rey alternativo.

 

Podemos visualizar la carta con sus cinco capítulos como una obra musical con dos grandes movimientos, entre los cuales hay unas plegarias que abisagran los dos grandes movimientos. Hoy vamos a analizar la Oración introductoria que contiene un saludo y una acción de gracias. Curiosamente, en el vocativo no se nombran las Tres Personas Trinitarias, sólo el Padre y el Hijo. Pero el Espíritu Santo no está ausente, San Pablo lo menciona para señalar que la obra preferencial que se ha realizado con ellos – el Anuncio de “nuestro Evangelio” no se dio como un prodigio de los oradores hábiles que lo llevaron a cabo, sino que estuvo impulsado por la fuerza del Espíritu Santo (1Tes 1, 5cd)

 

Cosas muy lógicas debieron suceder: a) San Pablo, como estuvo apenas tan poco allí, dejó a los Tesalonicenses con solo los rudimentos catequéticos, no alcanzó a explicarles mejor; b) seguramente que Pablo, pasaría noches en vela meditando sobre el destino de esta comunidad , que eran como sus primeros “hijitos” en la fe, y desvelado por no haberlos dotado de bases más profundas.

 

Cuando Silas y Timoteo, alcanzaron a Pablo en Corintio le contaron seguramente lo que estaba pasando con los tesalonicenses, así que Pablo tomo su pluma (o dictó) el contenido de esta epístola.

 

Hay acción de Gracias porque no ha sido por accidente o por casualidad que ha llegado la proclamación del evangelio hasta ellos, sino que la llegada de la palabra y la acogida encontrada, son precisamente signos de la ἐκλογὴν [eklogen] “elección” de Dios que los tomo como dignos destinatarios del anuncio.

 

El instrumento primordial de este Anuncio fue la honestidad, la rectitud del comportamiento de los evangelizadores; Pablo señala tres rasgos fundamentales de la acogida del Anuncio y a cada uno lo matiza adjetivándolo:

a)    ἔργου τῆς πίστεως [ergon  tes pisteos] “el trabajo de vuestra fe” o sea “Fe activa”.

b)    κόπου τῆς ἀγάπης [kopon tes agapes], “Amor esforzado”; “el puñetazo noqueador de su amor”

c)    τῆς ὑπομονῆς τῆς ἐλπίδος [tes ypomones tes elpidos] “La firmeza de la esperanza”, “Perseverancia en la esperanza”.

 

¿Qué ha salido de ello? Dos cosas, la primera que abandonaron la idolatría; y, la segunda que se han consagrado a servir al “Señor”, mientras se mantiene fieles esperando el Día de su retorno” Ya aquí se anuncia lo que será medular en esta carta, que la constituye en una epístola escatológica: ¡la convicción de que el Hijo de Dios, Jesús volverá (en la que llamamos Su “Segunda Venida”)!

 

Sal 149, 1bc-2. 3-4. 5-6a y 9b.

Un himno es una alabanza. Este salmo hímnico nos entrega seis verbos que integran la constelación hímnica, y así, se nos clarifica mejor qué es un himno: Cantar, alabar, celebrar (es decir reunirse a loar), alegrarse, danzar y tocar los instrumentos típicos del jolgorio. Aquí, se está cantando -detrás de un elemento metafórico, un carnaval de victoria- el regreso de los guerreros que vuelven vencedores, que traen sometidos y encadenados con grilletes a los pueblos rivales.

 

Para entender el Salmo, conviene tener en mente que es el penúltimo del salterio. Dios va llamando a sus “fieles” y les entrega sus condecoraciones, su fidelidad es premiada, y se experimenta el gozo escatológico: es la Victoria Final, ya no habrá más luchas, todos los enemigos fueron sometidos, Dios se hizo cargo, pero el distribuye a todos el “botín conquistado”, no quiere nada para Sí, todo es para su Amado Pueblo, muy particularmente para los que tanto tiempo sufrieron los rigores de la pobreza. Los pobres reciben la presea de la victoria, reservada a los “humildes”.

 

La perícopa se organiza en tres estrofas:

1)    A propósito de esta Victoria Final, se requiere la composición de un “Cantico Nuevo”; esta situación de Victoria definitiva requiere que se escriba un Salmo Diferente: Un salmo que haga que todos tomen consciencia de haber llegado a la Cúspide Histórica. La justica.

2)    Alabanza para Dios nuestro Señor, Él ha honrado su Santo Nombre entregando la Victoria a los sometidos de siempre. Ha invertido la situación.

3)    Los que no conocían ni por asomo la sonrisa de la Victoria, aquellos que siempre habían tenido el cuello sujeto por las cadenas, Dios los ha coronado, ha puesto en sus cabezas la Corona de laurel.

 

Cada estrofa, nos asombra, quedamos “de una pieza”, era lo profetizado, pero no lo podíamos imaginar. Tal es el Amor de Dios por su pueblo. ¡Leámoslo con cuidado! ¡Sí es exacto lo que se dice aquí?

 

Mt 23, 13-22



Qué pasa cuando leemos en esta perícopa “¡Ay de vosotros, maestros de la ley y fariseos!”, pensamos que pueden pasar varias cosas, quizás uno reflexione, no soy maestro de la ley ni fariseo, seguramente esos eran los “malvados” de la época, con razón Jesús les arrostra tan severo reproche, y -de alguna manera- nos consolamos pensando que no es con nosotros, y que ¡qué gente aquella!  Cuando dolor causaban al Señor. A veces, hasta prolongamos la búsqueda de “culpables” y -para actualizar el mensaje decimos, los habrá por ahí, la ralea de los que hacen fracasar este bonito proceso hacia la edificación del Reino. En el esfuerzo de ahondar en la comprensión, casi siempre llegamos a la frontera donde uno termina diciendo -a la manera de Judas- ¿seré yo Maestro? (Cfr. Mt 26, 25)

 

Veamos, ¿quiénes eran los fariseos y los maestros de la ley? Los que más frecuentaban el Templo, los que hacían el esfuerzo más notable por acercarse a Dios y cumplir “todas sus leyes”… Mmmu, ¿Qué tal? Puede que esto si este enteramente dirigido a nosotros. Lo que fallaba no era la buena fe, ¡fallaba el enfoque! Vamos a conjeturar que lo que Jesús se propone no es condenarnos, ni maldecirnos, ni descartarnos.

 

En Mt 5, 3–12 -prácticamente desde el principio del Evangelio- ya Jesús había entregado el buen enfoque. Nos había iluminado por dónde ir hacia el Reino. Lo curioso es que tengamos tan rotundamente impermeabilizados los sentidos que habiendo recibido “las llaves”, seguimos dando palos de ciego. Lo que se propone es repasarnos la lección, desde otra postulación, desde otra manera de enunciarlo. Ya lo había entregado como bienaventuranzas, ahora nos lo va a refrendar como malaventuranzas:

 

Podríamos sacar ahora el elenco de lo que no es conducente, porque quizá lo que Jesús quiso señalar era poner en evidencia los puntos de “desenfoque”, entonces enumerémoslos:

      i.        Cerramos el Reino de los Cielos a los hombres. Parece que nos paramos en la puerta y ni entramos ni dejamos entrar.

     ii.        Nos hacemos reclutadores y ponemos nuestro esmero en estar en el “equipo” de los “anunciadores”, de los “proclamadores”.…

    iii.        Afirmamos que “jurar por el Santuario, o por el Altar es fútil.

   iv.        Que el asunto está cumplido con abonar el diezmo

     v.        Nos quedamos en la limpieza externa de “la copa”.

   vi.        En la parte interna, si uno va a revisarse, encontramos iniquidad e hipocresía.

  vii.        Hacemos monumentos para los Santos y los Mártires, y aseguramos -con pies y manos- que, si hoy en día apareciera alguno, seriamos los primeros en unírnosle y defender su causa, la de Jesucristo.

 

Queremos insistir que el problema no está en no tener la “Luz”, sino en mejorar la manera de dirigir el “Reflector”. Pensamos que, ahora, lista en mano y con toda honestidad, tenemos que confrontarnos con el listado y ver cómo nos ayuda a detectar el desenfoque. 

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