jueves, 10 de agosto de 2023

Jueves de la Décimo Octava Semana del Tiempo Ordinario

SAN LORENZO. DIÁCONO Y MÁRTIR



2Cor 9, 6-10

Pablo, en respuesta a la solicitud que se le había formulado, «En efecto, Santiago, Cefas y Juan, que eran considerados columnas, al reconocer la gracia que yo había recibido, nos dieron la mano a Bernabé y a mí en señal de compañerismo, de modo que nosotros fuéramos a los no judíos y ellos a los judíos. Solo nos pidieron que nos acordáramos de los pobres, y eso es precisamente lo que he venido haciendo con esmero». (Ga 2, 9s). Así las cosas, San Pablo tenía por una sería responsabilidad, hacer una colecta, que él no la llama así, el prefiere llamarla Generosidad, o Gracia, o “diaconía en favor de los santos”, o “tesoro de generosidad”; esta clase de tareas -son difíciles de asumir- porque la gente empezó el chismorreo de que él se quería enriquecer de esta manera.

 

Propone una sana emulación, señalando la redoblada y esforzada caridad de los macedonios, la provincia griega al Norte de Acaya, la provincia del sur, donde estaba ubicada Corinto, -entre las dos provincias se integraba Grecia- y les envía esta carta para prevenirlos y no cogerlos con la guardia baja, que -cuando llegaran los tomaran por sorpresa, sin haber recaudado nada-, y entonces tuvieran que asumir la reunión de fondos con premura y, así iba a parecer que los estuvieran esquilmando, que los estuvieran “extorsionando”. (2Co 9, 5d).

 

Les plantea la cuestión de dar este servicio de solidaridad con Jerusalén argumentándoles que “hoy por mí, mañana por ti” (Cfr. 2Co 8, 14s), y para llegar a sus corazones, usa un dicho popular, a saber, aquel que reza: “A siembra mezquina, cosecha mezquina, a siembra generosa, cosecha generosa” (2Co 9, 6).

 

Y no es que estas comunidades vivieran refociladas en la holgura, sino que -como siempre se hecha de notar- los carenciados saben hacer rendir sus penurias, y “añaden más agua a la sopa para tener un plato extra para el necesitado”. Y -concluye esta perícopa con una oración de Pablo al Cielo- ruega que Dios compense la esforzada generosidad con multiplicados dones.   

 

Sal 112(111), 1-2. 5-6. 7-8. 9

Otra vez, nos hallamos aquí ante un Salmo de la Alianza. Que tiene relación con lo que está enseñando San Pablo en la perícopa que conforma la Primera Lectura. Se refiera a la generosidad, a la manera prodiga de compartir lo que se tiene, al afán fraterno por solventar las necesidades del prójimo, empezando por las de los hermanos en la fe.

 

Aquella generosidad que pone en primer término al necesitado, aparece aquí como un verdadero precepto de Dios y como síntoma sincero del Amor a Dios. Este enlace, nos pone de presente aquello que nos enseña Jesús, que el Mandamiento Primerísimo es una moneda de dos caras: se ama a Dios y eso se expresa, aterrizándolo en el amor al prójimo.

 

De nuevo estamos ante un Salmo Alefático, tiene 22 versos y cada uno inicia con una letra del alefato. Es una estrategia poético-estructural para significar que en este Salmo se condensa la totalidad de la Ley.

 

Guardar la Ley no queda sin consecuencias, se suele decir que Dios no se queda con nada ajeno, para indicar que Dios no permite que lo aventajemos en largueza: a) Dios pagará haciéndonos prolíficos, así como a Abrahán le dio una descendencia más numerosa que las arenas del mar, y nosotros somos granitos de esa arena, b) El Señor permitirá que, en sus empresas, el generoso triunfe con abundancia y c) la escolta y protección del Cielo serán constantes, y el Señor se ocupará de su defensa.

Un salmo de la Alianza ¿por qué? Porque nos muestra una partitura musical con todas las notas para que nuestro sonido afine y armonice a cabalidad con la música de Dios, así, tendremos un corazón sinfónico con la Melodía que el Señor espera sepamos interpretar. Esta partitura es el himno a la fidelidad a los caminos trazados por YHWH, esos que nosotros sintetizamos llamándolos “Caminos de Santidad”.

 

Jn 12, 24-26



Gastarse en la generosidad, en la entrega, en el servicio. Es nuestro desvelo por el prójimo lo que materializa nuestra fe; lo que expresa la sinceridad del amor. Quien no ama no conoce a Dios. (1Jn 4, 8ab). Si alguien se “dona”, está haciendo realidad el discipulado, está siguiendo al Señor, con verdad. No es necesario el martirio rojo, podemos andar caminos de santidad si hay desvelo y aplicación, entrega y empeño en hacernos servidores: También llevan hacia Él los senderos del Martirio Blanco.

 

Esta parábola de la semilla explica de manera espectacular el significado de “bajar a la tumba” para luego Resucitar en forma de “mucho fruto”. ¿Cuánto no ha sido el fruto que seguimos nutriéndonos de Su Cuerpo, Su Sangre, Su Alma y Su Divinidad?

 

A veces decimos -como una especia de metáfora que hay un trasfondo de antropofagia en este “comer a Jesús Eucarístico”, pero -en la Mistagogía de esta Comida sacramental se debe clarificar que- no comemos su “materialidad”, sino su Espiritualidad: su Bondad, su Magnanimidad, su Ternura, su Misericordia. Y, al fundirnos en ese Amor, alcanzamos la co-corporeidad.

 

Él puede habitarnos para que seamos su Templo, su Tabernáculo, su Tienda del Encuentro, y camine con nosotros día y noche: Columna de Nube y Columna de Fuego, respectivamente.

 

Se realiza la profecía, Él se hace el Emmanuel, porque está con nosotros, está en nosotros, nos inhabita; Él lo ha ofrecido y se realiza: allí donde Él esté estaremos nosotros como avecillas del campo bajo Sus Alas -Sus Brazos Abiertos en la Cruz-, como ovejitas de su redil bajo la protección de Su Cayado, como Asamblea de Servidores que se empeñan en la construcción de Su Proyecto, de Su Reinado.

 

¡Queremos servirle? Seremos fruto de Esta Semilla y el Padre nos Honrará, nos Glorificará. ¿Permite Señor que nos empeñemos, como aquellos dos griegos -Andrés y Felipe- en servirte y ser mediadores de todos los que vengan afanados en verte, y acercarlos a Ti. 

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