miércoles, 16 de agosto de 2023

Miércoles de la Décimo Novena Semana del Tiempo Ordinario

 


Dt 34, 1-12

Hoy tenemos una perícopa sacada del Deuteronomio, se trata del capítulo final de este Libro, y con ella concluimos nuestro Lectura del Pentateuco. A partir de mañana leeremos del Libro de Josué, por tres días, del jueves al sábado. Hoy vamos a leer la muerte de Moisés.

 

El planteamiento de la perícopa de hoy nos hace pensar que Dios emplazó a Moisés en este lugar específico y determinado para, desde la altura del Monte Nebo -desde la altura del פִּסְגָּה [Pisgá] que significa “hendidura”, quizá porque la cumbre del Nebo está formada por dos picos separados por una grieta, desde allí se puede visualizar hasta Engadí, al sur del territorio Israelita, mostrarle a la distancia el panorama de la Tierra Prometida, como una firme demostración de que nada de lo prometido se había incumplido, y todo cuanto se vaticinó a los Patriarcas: Abrahán, Isaac y Jacob, le fue permitido contemplarla en la distancia, más no le fue posible hollarla con sus propias plantas; y, después murió.

 

Sus despojos mortales fueron sepultados en el valle -estepario- de Moab, pero la ubicación precisa de su tumba sigue siendo un enigma arqueológico. Se hizo duelo por Moisés durante treinta días, y luego, se volteó la página para empezar a escribir la historia de Josué, a quien Moisés trasmitió el mando, por medio de la “imposición de manos”.

 

Josué será mostrado como un Segundo Moisés, pero, hoy, al cerrar las páginas del Pentateuco, nos encontramos de plano con la aseveración de que como Moisés no hubo otro. A nadie le habló Dios con esa cercanía, con ese nivel de amistad, con esa entrega tan exclusiva de Su Glorioso Nombre, ni a otro le mostrará el Rostro, como Zarza que arde sin consumirse.

 

Habrá que esperar al Nuevo Testamento, donde Mateo nos mostrará en su Evangelio quien es el segundo Moisés.

 

Sal 66(65), 1b-3a. 5 y 16-17

Salmo de Acción de Gracias, Dios ha actuado como un Dios de largueza hasta el derroche, como un Papá Regalón, el salmo se esfuerza en expresar la gratitud que merece tanta Munificencia. Pero no son gratitudes desligadas de la liturgia. Los ritos del Templo señalaban el momento de dar rienda suelta a los reconocimientos. Similar al ofrecimiento eucarístico cuando se ofrece la Eucaristía por los “favores recibidos”, lo que tiene su momento y no se hace, cuando a uno se le ocurra, o, en plena liturgia, alguien empieza a dar testimonio del bien que Dios le concedió. ¡No, se pide al Sacerdote, para que en el momento previsto en la liturgia, se mencione y se agradezca.

 

Son sólo dos estrofas:

En la Primera, se convoca al agradecimiento a todos los vivientes en la tierra, porque Dios realiza “obras יָרֵא temibles”, este “temibles” hace alusión a que son descomunales, podemos hablar de “portentos”, que asombran hasta el temor. ¡Son atemorizantes! Cuando algo se sale de lo normal y se exagera, llega a rayar en lo temible. Y, es precisamente por ese Poder que Dios demuestra tan descomunal, que los adversarios “tiran la toalla”.

 

La segunda estrofa agrupa 3 versos. Llama para que se congreguen a admirar las proezas del Señor, que Él hace en favor de los humanos; pero concluye convidándolos a oír su testimonio -el del salmista- que quiere señalarles lo que ha hecho -en particular- a su favor personal. Hay pues un cambio de persona, de tercera persona, invitándolos, pasa a primera persona, para ofrecerles narrar lo que él ha recibido favoreciéndolo.

 

El verso responsorial nos descifra cuál es ese favor que el salmista testifica: que le ha devuelto la vida, lo que se puede resumir con una sola palabra, lo ha “resucitado”.

 

Mt 18, 15-20

Esta parte del discurso eclesial puede perfectamente dividirse en dos apartados:

a)    El tema de la “corrección fraterna, donde la idea y el objetivo no apuntan al castigo, ni al escarmiento, sino a la edificación de la comunidad, a la Reconciliación, es cuando alguien “nos ha ofendido”.

b)    La autoridad y la potestad de la Iglesia está respaldada por Jesús.



 La corrección fraterna comprende tres pasos,

1)    La etapa personal y privada, donde se procura resolver sin hacer crecer el asunto ni que pase a mayores.

2)     Pero si eso no basta, ahí si se incorporan “testigos”, personas ecuánimes que ayuden a solventar. Nunca se procura el escarnio.

3)    Finalmente, cuando no se ha conseguido nada; se informa a la comunidad, porque las medidas que habría que acuñar, irían en detrimento de toda la ἐκκλησίᾳ [ecclesia] comunidad.

 

Por eso todos deben estar al tanto. Sí no se lograr el re-direccionamiento necesario, se procede a la “excomunión”. La persona será tratada como “un pagano o como un publicano”. La pertenencia a la Comunidad eclesial está en dependencia total del cumplimiento, del respeto hacia los otros miembros de tal comunidad. El que contraviene, el que no acepte la corrección, aquel perderá su pertenencia.

 

En el segundo apartado se recibe respaldo y autoridad para:

i)      Prohibir y/o permitir, condenar y/o absolver: es una autoridad en el área espiritual.

ii)     Pedir cualquier cosa a nombre de la Comunidad (eclesial) donde no tiene que haber una multitud, ya con dos o tres que estén presentes hay קָהָל [qahal] “Asamblea de Dios”, porque allí estará su Presencia.

 

Aquí el tema es complejo y la exegesis delicada. La corrección fraterna muchas veces se falsea y se construyen guetos para acorralar a otros y torcer la fraternidad y disculpar errores que dañan e intoxican a la Iglesia; no pocas veces a las personas se las aleja y se las margina, porque algún grupúsculo se enfrasca en cierto fundamentalismo y presiona para sostener supuestas “tradiciones”.

 

Todos somos responsables de la sinodalidad, todos la tenemos que cuidar: hay que fomentar buenos climas de dialogo -sin hipersensibilidades- y, claro está, proponernos superar la cerrazón, defendiendo las verdaderas tradiciones. Que no haya roces y tiranteces entre diversos ministerios y servicios. Nos parece que hay valores “innegociables” que son los pilares de la Iglesia: el amor, la verdad, la fraternidad y la justicia. Ninguno de ellos cuatro estará por debajo.

 

Hay, además, lastimaduras y heridas que viene de muy atrás y cuya sanación no podemos obliterar. Nuestras Comunidades son piezas del Reino, articuladas -formando el Cuerpo Místico- todas valiosas, a veces, bosquejos muy difuminados, todavía muy primarios. Roguemos al Cielo para crecer, pero no dejemos oculta -detrás de las plegarias- nuestra parte en la responsabilidad de esa maduración.

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