lunes, 7 de agosto de 2023

Lunes de la Décimo Octava Semana del Tiempo Ordinario



Nm 11, 4b-15

Este Libro se ha titulado Ἀριθμοί [Aridmoi] “Números” en griego, porque empieza y termina con un censo; sin embargo, ha de tomarse en cuenta que en lengua hebrea este se llama במדבר [bemidbar] “En el desierto”. Y nos da cuenta del largo y accidentado peregrinar en la fe-vida, de este pueblo por el desierto de Paran, como resultado del “fracaso” de este pueblo que no podía imaginarse libre, y que seguía, por el contrario, enamorado de su condición de servilismo, en la que había vivido inmerso, estando en Egipto. No vayamos a pensar que el pueblo se limitaba a la añoranza de aquellas condiciones, sino que, llegó a complotar y organizar un “golpe de mano” contra Moisés.

 

Habían salido del Desierto del Sinaí, y en este capítulo se relata el viaje hacia Paran. Ya mañana veremos cómo los hermanos de Moisés, Aarón y María, se pusieron en contra de Moisés, y azuzaron a la comunidad contra Moisés; y usaron como argumento su matrimonio con una cusita. Pero, ya tendremos oportunidad de ver cómo María quedó leprosa a causa de esta rebeldía. Solo hemos querido recordar aquí este episodio para prevenirnos de interpretaciones lineales, que no nos dejan ver la Mano de Dios bajo la pesada capa de pintura. Si estas cosas no se notan, nos quedamos con personajes “heroicos” que impiden reconocer que no es un “caudillo” quien actúa, sino que Dios quiere a un pueblo que madura en su libertad, en su identidad, en su fe: un pueblo que verdaderamente llega a confiar y a caminar con Dios, y no con el “Mediador” de turno. Siempre se puede caer en la idealización del líder llegando a ignorar a Dios

 

Esto no impide reconocer los carismas con los que Dios adornó a Moisés para apoyar y actuar por su mediación; pero si evita una apreciación ingenua que idolatra al “comisionado- por-Dios” y descuida que El-que-Bajó-para-Liberar fue el propio YHWH. Moisés había sido encargado de coger en brazos al pueblo, así como una nodriza cuida una criatura (cfr. Nm 11, 12c), y no se debe olvidar que esta mediación se expresa en la Amistad tan intensa de Dios con su Enviado, que ha sido encargado para pastorear las Ovejas del Rebaño de Dios.

 

Tampoco podemos figurarnos un pueblo de fe firme y homogénea. La historia del pueblo de Dios siempre va de trompicones por que el ser humano se confunde, le cuesta, flaquea, titubea. Siempre está bajo el dilema: u ollas de carne, pescado, pepino, melones, puerros y ajos o Libertad y Fidelidad a su Dios, aun cuando les supiera a “pan de aceite”. Cuando preguntan Maná, no están preguntando ¿qué es esto? Refiriéndose al alimento, su cuestionamiento es sobre el precio de “ser libres”, ¿qué es esto? ¿por qué hemos abandonado lo que era certeza para venirnos a buscar un “ideal”? Y, el pecado de esta pregunta es que pone las olladas de alimento egipcio por sobre el seguimiento de Dios. Ellos -como nosotros tampoco- podemos manipular la Misericordia Infinita para que sea como la queremos o como la imaginamos, más bien, como la barruntamos, porque nuestros alcances no bastan para acertar cómo será la Tierra de Promisión, de la que solo poseemos un breve y enigmático esquema: será una tierra que mana leche y miel.

 

Como hemos dicho, el avance, lejos de ser lineal, es un progreso a saltos, por episodios alternativos de entusiasmo y desánimo. La Única Confianza es YHWH, El-Siempre-Fiel.

 

Sal 81(80), 12-13. 14-15. 16-17

Se trata de un Salmo de la Alianza. Donde Dios nos recuerda todo lo que ha hecho por nosotros. Y no en tónica de “cantaleta”, no en tónica de reproche, sino como ruego amoroso, como un Amado que presenta el ramillete de rosas como recordatorio del devoto amor que profesa, señala -como hacen los enamorados que rememoran todos los momentos magníficos que han compartido- le dice Dolido, como padece su adulterio.

 

Este salmo, de Alianza fue compuesto para la Fiesta de Sucot, que, como dicen los judíos, no conmemora ningún suceso en particular de la historia de su pueblo, sino que les permite experimentar en sus propias vidas, lo que les tocó vivir a los de su pueblo, conectando así, con la fuerza de la tradición, los 40 años de andanza por el desierto -verdadera escuela de sinodalidad.

 

Este salmo -que se dirige al Pastor de Israel- tiene 16 versos, de los cuales se entresacan seis continuos para estructurar el mensaje a proclamar en este día, integrando tres estrofas: 1) Dios denuncia la desobediencia de su pueblo, así que les dio rienda suelta para que continuaran por donde a bien tuvieran. ¡Dios no esclaviza! Siempre respeta nuestra opción.

2) Si ese pueblo aceptara la Voz de Dios y sus Preceptos, Él -tan pronto como que Dios es Raudo- sacaría el poder de Su Brazo para protegerlos.

3) Los manjares prometidos como delicias paradisiacas, serían inmediatamente servidos a nuestra mesa: flor de harina y miel silvestre.

 

Mt 14, 22-36

¡En ti confío!



Jesús dio de comer a cinco mil hombres con mujeres y niños partiendo de cinco panes y dos peces. Según San Mateo, en su Evangelio, Jesús εὐθέως [eudeos] inmediatamente, o sea, “directamente”, con ninguna mediación temporal, casi dijéramos súbitamente, como si tuviera mucho afán -que es lo que connota el verbo que se usó aquí: ἠνάγκασεν [enankasen] “los apremió”, para que subieran a su barca y se dirigieran al otro lado del lago. Quería Jesús como “cambiar de tema”, introduce una ruptura para que, tanto las gentes que habían salido tras Él, buscándolo y atentos a escucharlo, así como los Discípulos, tomaran distancia de la multiplicación de los panes y pudieran captar qué fue lo que realmente sucedió, para que pudieran leer el signo, para que escrutaran el lenguaje que Dios les habló. Porque -y perdonen aquí la alusión tan prosaica- no era un reparto de tamales en plena campaña electoral. Era una enseñanza, era una Cena Pascual, era un Banquete con su liturgia, era una entrada al Dialogo con la Divinidad, puesta allí, en un momento histórico, en el que Jesús enhebró toda la historia del pueblo de Israel, les dio el pan que sacia el hambre, y luego, guardó un reverente silencio para que cada quien se preguntara: ¿Qué es esto?

 

Se trataba de levantar los ojos al Cielo, de despegarse de la materialidad del suceso, para ser capaces de elevarse del estómago al Infinito, y ver, detrás del alimento, al Pastor que los alimentaba, a la Columna de Fuego que los lideraba en la oscuridad de la noche en el Desierto Sinaítico rumbo a la Tierra Prometida, a la Columna de Nube que llenaba le Tienda del Encuentro cuando eran convocados a ser Asamblea Cultual; en fin, a hacerse Congregación Eucarística con piadosa reverencia ante la Presencia Fiel que habitaba -continuamente- en medio de ellos.

 

Hay cierta lentitud del corazón que no nos deja enderezar. ¡No que seamos contumazmente malos, ¡No! ¡Nada de eso! Es que el proceso espiritual continuaba, Jesús lo sabía, y -justamente durante aquel “retiro espiritual” viene Jesús -nuevamente Columna de Nube- a llenar la Tienda del Encuentro, se aproxima a la Barca (signo de la Iglesia), en la que navegan los que se han hecho comunidad discipular, y el “mediador”, uno que habla a nombre de ellos, tomó la palabra y le pidió, concédeme obrar prodigios, como Tú lo haces. Y Jesús, que precisamente ha venido a compartirnos su Poder, le responde “¡Ven!”.

 

Jesús -que había estado, en el Monte-Oracional, hablando con su Padre, vuelve a ellos para levantarlos a otro nivel de seguimiento, de mayor madurez. Pero una vez Pedro tiene entre sus manos el “certificado de promoción al nivel siguiente”, se asusta, alcanza a vislumbrar que va a pasar del nivel de los que miran, al nivel de los que tiene que manejar el bisturí e intervenir quirúrgicamente. Tendrá que asumir cierta autonomía, tendrá que “operar” en ausencia (por así decirlo), o con mayor precisión, sin la supervisión directa, ya su Instructor no va a estar dirigiéndolo y diciéndole el “paso a paso”; y por eso trastrabilla.

 

El viento le golpea en la cara, y ulula en sus oídos, llega a él, como un murmullo de voces que le reclaman por las ollas de pescado y pepinos y melones y flaquea, se asusta. Nos llega a la mente que -según tenemos entendido- después de que un Papa es elegido, es llevado a una sala -llamada Capilla de las lágrimas- para revestirse con la sotana blanca. Y, nos preguntamos sí tal vez esas mismas lágrimas derramó Pedro, cuando -en su flaqueza- sintió que se hundía: Κύριε, σῶσόν με. [Kyrie, soson me] “Señor sálvame” (Mt 14, 30d). Es el momento de voltear la mirada en dirección al Crucifijo y fijarnos que Jesús está pronto a socorrernos, que Él siempre tiene -no un brazo, sino ambos- extendidos, en todo momento dispuesto a socorrernos.

 

No vayamos a pensar que esta es una situación exclusivamente Papal; en realidad todos, y a veces con mucha frecuencia, nos sentimos invitados con el “Ven”, y también, porque somos conscientes de nuestra fragilidad, “tartamudeamos” como Moisés, y quizás se deslicen por nuestras mejillas los lubricantes de nuestra flaqueza. Así es, no basta la fe, imploremos para que Dios la fortalezca, para que cada vez sea más densa y más sólida; y seamos capaces de pasar al nivel siguiente, el de la plenitud en la Confianza. Sin falsos pudores gritemos: “Señor sálvame”.

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