viernes, 26 de mayo de 2023

Viernes de la Séptima Semana de Pascua



Hch 25, 13b-21

En primera instancia parecía que el Gobernador entrante, reconocía la inocencia de Pablo. Hay muchos que piensan que el hagiógrafo, que estaba escribiendo en este momento las líneas de los Hechos de los Apóstoles, quiso -poniendo como imagen de toda la Comunidad Cristiana de ese entonces- declarar y dejar sentado que aquellos fieles no llevaban sobre sí culpa alguna, y que esto se supiera y llegara hasta el Emperador -Domiciano, en ese instante- quien había desatado una brutal persecución, y se ensañó contra los cristianos y también contra los judíos. La cosa era contra los judíos, pero como ellos no tenían claro quién era quien, ahí también cayeron atropellados los del “Camino”. Así las cosas, Lucas quiso aprovechar, el fallo de Festo. Festo, no había decidido en favor de Pablo, ni consignado un documento sobre su inocencia, sólo le dio largas al asunto, como dice él mismo, no entendía nada acerca de los argumentos que le presentaban los judíos contra el Apóstol, confundido en los vericuetos de la argumentación y, se sentía “perdido en semejante discusión”.

 

Pero la cosa se le volvió una “papa caliente”, porque, se lo iba a tener que remitir a Nerón, y ¿con qué acusación lo despacharía? En esto llegan Herodes Agripa II (gobernante del territorio de Judea) y su hermana Julia Berenice -que, si nos atenemos a Flavio Josefo, sostenían un amorío incestuoso-, que vinieron a ἀσπασάμενοι [aspasamenoi] “mostrar sus respetos” a Festo, delante de quienes Festo hace su tercera declaración de inocencia de Pablo. (Si seguimos el relato de este encarcelamiento de San Pablo, sería la quinta vez que es declarado inocente).

 

Sal 103(102), 1bc-2. 11-12. 19-20ab.

Este es un Salmo Eucarístico, es decir, de Acción de Gracias. Nosotros lo bendecimos a Él porque es fuente de nuestra Salud, de nuestra Salvación, de Vida Eterna. Pero, Él, que se complace en ser proveedor, no se queda con algo que Él no necesita; nos lo refleja, nos lo rebota. Es una Acción de Gracias porque todo, mis pobres alabanzas incluidas, son Su Obra y Su Obra es siempre Don. ¡Alabado y Bendito! Quiero poderte ofrecer algo, aun cuando sea sencillo, y tu me lo retornas, multiplicado.

 

La primera estrofa nos convoca a בָּרֲכִ֣י [berakí] “bendecir” a Dios, a alabarlo. Y, nos previene para evitar que lleguemos a olvidar, todo lo bueno que hace a nuestro favor.

 

En la segunda estrofa, habla de su bondad, comparándola con el firmamento que cobija toda la tierra, como diciéndonos que su bondad es indiscriminada, así como lo dijo Jesús: “Hace salir el sol sobre justos e injustos” (Mt 5, 45). Y luego, menciona cómo hace ojos ciegos a nuestras faltas, y no nos castiga según merecen כַ֝עֲוֹנֹתֵ֗ינוּ
[kan avon o tenu] “nuestras culpas” (Sal 103(102), 12). Como se nota, aquí se registra el concepto de עָווֹן [Avon] “pecado”.

 

La tercera estrofa, para agradecerle a Dios tanto Amor inmerecido, reconoce que, Dios es nuestro Único y Verdadero Rey, con su Trono en los Cielos y cuya Autoridad abarca la tierra entera. Por tanto, no solo los humanos, sino hasta los Ángeles han de rendirle acatamiento y consagrarse a cumplir y hacer cumplir la Divina Voluntad y sus Amables Mandatos.

 

Este es pues un Himno pleno de gratitud, que los místicos nos recomiendan aprender de memoria. En este salmo se da cabida y expresión al inconmensurable Amor Divino, mostrado como Amor Paternal. Y -a la vez, nos muestra el fruto de este Árbol חָ֫סֶד, [chessed] Árbol de la Misericordia, el “Perdón”. Misericordioso, aquí, significa maternal, de Dios que es Padre-Madre, que nos ama desde Sus Entrañas. Por eso lo llamamos “Árbol Místico”; como también a Ese-Cuerpo, Cuerpo-Místico.

 

Jn 21, 15-19



Nos acostumbramos a recortar la imagen de San Pedro por una línea que dice “corte por aquí”. Dentro de la línea queda el Primer Papa, el entusiasta que reconoce en Jesús como el Mesías, el cómodo que quiere quedarse en el Tabor a disfrutar de sus amistades celestiales y del “anticipo” del Reino, el “traidor” que es capaz de negar tres veces, y, a lo máximo, al amigo arrepentido que confiesa -para compensar la triple negación- por tres veces su amor de amistad.

 

A veces se añade a esta imagen una adenda: Pedro crucificado cabeza abajo. La sugerencia que queremos hacer es de fijarnos en su fidelidad, en su compromiso de toda la vida. Es importante y muy interesante para un camino de santificación la constancia, ese Don que se llama “perseverar”. Es el día tras día, el mes a mes, es la devoción y, la aplicación a la Misión.

 

No nos ponemos al lado de los que -refugiados en las fallas de los santos- hallan buen pretexto para “atropellar” al prójimo. En cambio, estamos en sólida comunión con los que, reconociendo nuestra imperfección, saben que caer no es desastre, el desastre consiste en permanecer postrado. Pudo Pedro haber caído tanto, y tan frecuentemente, y pese a ello, porque Dios así lo quiso, tener la tenacidad que así templó al que fue Pilar del Edificio Eclesial, esta institución salvífica, levantada sobre y por Voluntad de la que es Su Piedra Angular.

 

En las páginas joánicas, Pedro se tropieza muy frecuentemente, y cae; en estos relatos, San Pedro recibe frecuentes coscorrones. Según los investigadores, hubo tensiones entre las comunidades Joánicas y las demás -que aquí aparecen en la figura de Pedro. Las acusaban de estar obsesionados por temas de jerarquía y meritocracia. Parece que -como se presenta en diversos relatos, estas comunidades seguían, una y otra vez averiguando, cuando les iba a tocar pasar a ellas al “Trono” y cuando era que sería restaurado el poderío de Jerusalén. El reto, por el contrario, consiste más bien en ser capaces de convocar, sin delirar por honra y honores. ¡Sólo a Él, sea dado Todo Honor y Toda Honra!

 

Pensar y reconocer en Simón -hijo de Juan-, la figura del Cuerpo Místico, como célula estructurante, de Este Cuerpo Espiritual, que no es Otro que Jesús-histórico continuado más allá de le temporalidad. Pedro no es la Cabeza -que siempre es-y-será Nuestro Señor Jesucristo- pero es la yema que primero floreció, que se mantuvo, el “pivote” de la Comunidad Naciente. Cumplió lo último que en este Evangelio le dijo Jesús: “Sígueme”.

 

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