domingo, 28 de mayo de 2023

LLEGA EL PARÁCLITO

 


Hech 2,1-11; Sal 103,1-2a. 24. 35c. 27-28. 29bc-30; 1Cor 12, 3-7.12-13; Jn 14, 15-16.23b-26

 

… necesitamos una nueva efusión del Espíritu Santo… el Espíritu Santo no desciende sobre los edificios, sino sobre los hombres; es a los hombres a los que unge, no sus proyectos; es en el alma y en el corazón de los hombres donde habita, no en las modernas máquinas.

Anthony de Mello

 

Lecturas de este Domingo de Pentecostés

El Cardenal Martini, escribió en 1995 sobre esta liturgia: «El capítulo 2 de los Hechos de los Apóstoles nos coloca en un clima de lo extraordinario… El capítulo 12 de la Primera Carta a los Corintios, en cambio, está en un clima de lo usual. La invocación “Jesús es el Señor” que nadie puede pronunciar sino bajo la acción del Espíritu Santo[1], es la invocación más ordinaria de la vida cristiana y todos tienen necesidad de ella para la salvación… El Evangelio según San Juan, en el capítulo 20, unifica la relación entre lo extraordinario y lo cotidiano. Los apóstoles son habilitados para cumplir, gracias a las palabras de Jesús Resucitado, un servicio preciso: “A quienes les perdonen los pecados les serán perdonados”… Sin embargo, este servicio cotidiano que pertenece a la fragilidad ordinaria de la existencia humana y eclesiástica, es extraordinario y sobrehumano y obtiene su eficacia del Espíritu del Resucitado; es una acción, un servicio, una gracia que presupone la muerte de Jesús, por amor, es decir, el acontecimiento más extraordinario de la Redención.

 


Teniendo en cuenta este enlace de lo extraordinario y lo cotidiano, podríamos definir así la acción del Espíritu Santo: es la extraordinaria respiración cotidiana de la Iglesia.

 

Es, pues, una gracia necesaria y también imperceptible, como la respiración que está presente en todas las operaciones más ocultas, más sencillas del hombre, pero es también un don extraordinario, maravilloso que vivifica y eleva la fatigada existencia cotidiana de los hombres y que impulsa día por día el decadente peso comunitario»[2]

 

Algo particular que, si se medita bien, resulta sorprendente, es que la respiración es tan necesaria, y pese a su indispensabilidad, la practicamos con total “inconsciencia”, y, ni siquiera la tomamos en cuenta, sino es porque alguna enfermedad nos obliga a respirar con ayudas o aparatos, ¡ahí sí que la valoramos!

 

Espíritu Santo alma del Cuerpo Místico

La palabra "corporación" se deriva de corpus, que significa cuerpo, o un "grupo de personas", define una “persona colectiva”. Una corporación puede ser una iglesia, una empresa, un gremio, un sindicato, una universidad, una ONG, etc. Este concepto casi siempre lo usamos para referirnos a un ente comercial: A las empresas se les reconocen derechos y deberes como a las personas físicas (como a la "gente") ante la ley, inclusive, pueden ser acusados y hacérseles responsables de violaciones a los derechos humanos. Del mismo modo, pueden ejercer los derechos humanos contra las personas y el Estado. Pues bien, no sólo los entes comerciales son “corporaciones”; aun cuando muchas veces lo perdemos de vista, la Iglesia es un “ente corporativo” y cada creyente, cada fiel, cada bautizado goza/porta su corporatividad. Somos sujetos corporativos, como decir que cada uno tiene un cuerpo, su propio cuerpo, pero entre todos, constituimos una “corporación”, otro cuerpo, εἰς ἓν σῶμα, uno que se escribe con mayúsculas: El Cuerpo Místico de Cristo: “Porque todos nosotros, seamos judíos o no judíos, esclavos o libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu para formar un solo cuerpo, y a todos se nos ha dado a beber del mismo Espíritu.” 1Co 12, 13. Cuando alguien se vincula, se añade, se une a este Cuerpo Místico, se in-corpora, pasa a forma parte integral de la corporación Eclesial. Esta corporación tiene un Alma, el Alma de la Iglesia es el Espíritu Santo.


 

En la parábola de “la muralla ancha y elevada” (Ap 21, 12) podríamos figurarnos, como cuando llegan los materiales para construir una casa, un edificio, un conjunto residencial; la pila de ladrillos, no importa cuántos ladrillos sean, mientras no estén ensamblados con mortero, no son “muro”, no han alcanzado todavía la calidad de “vivienda”, son sólo una pila de ladrillos, puedes derribarla con empujarla, claro con el riesgo que se les vengan encima. Sin embargo, una vez argamasados, por los albañiles, y seco el mortero, puedes “soplar y resoplar” como en la historia del “lobito” y el muro resistirá. También, en la parábola biológica, un grupo de células conformadas en un tejido, difiere rotundamente, cualitativamente hablando, de las mismas células desorganizadas, desperdigadas, sin articulación. ¡Las células trabajando en equipo conforman un organismo!

 

“En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común” 1Co 12, 7. Notese la aclaración que se hace allí, "...para el bien común", no se trata de algo que voy y recibo enla Iglesia y luego me la llevo para mi casa, como el que adquiere un libro de auto-ayuda, y se lo lleva para volverse más inteligente, o aprender un idioma muy rápido, o dsarrolla alguna habilidad de prestidigitación; es por el contrario, Alguien que ayuda para acercarse a Dios y que permite que Dios se comunique a los demás. ¿cómo lo diremos con aguna exactitud -aun cuando suene descarnado- es algo que se da al "Apostol" con un onterés que mira a su Misión como miembro de la Iglesia. La palabra συμφέρον [interés] en griego, encierra ese sentido de comunidad que se debe destacar en los carismas, los diferentes servicios, los diferentes dones, los diversos servicios con los que el Espíritu ad-orna a la persona, no son para uso ego-ísta, no se donan para el beneficio o el lucro propio; se otorgan para el bien común, para favorecer a los “otros ladrillos”, a las otras “células”. No son auto-provechosos sino συμφέρον unificador, colectivo, se combinan de una manera que genera -bajo la concurrencia de ciertas circunstancias- para toda la comunidad ventaja, favor, mejora, beneficio. Esto viene a empalmar perfectamente con Mt 25, 40. 45. En realidad, la palabra συμφέρον explica que es aquello que no existe por sí mismo, sino que “es-entre”, como el Espíritu Santo, que existe en la Armonía Padre-Hijo. Nos cuesta mucho imaginarla porque nuestra babel interpersonal sólo entiende y alcanza a imaginar la “discordancia”, creemos que nuestra identidad se basa en la “diferencia”, en el “desacuerdo”, en “ser diferentes”. Se nos ha acuñado la idea de que para ser alguien, hay que “distinguirse”, incluso, se acuño la idea de la “distinción”: resulta que “fulano de tal es tan distinguido”.


 

Por eso nos es tan “alérgica” la idea del monacato. Nuestra cultura se funda en el rechazo a ser monje/monja, porque el monje/monja le apunta al “Monos”, a recoger la propuesta de Jesús “que sean Uno, como mi Padre y Yo somos Uno” (Cfr. Jn 17, 21ab); eso nos repulsa, queremos ser “distinguidos”, y despreciamos la Unicidad, la Armonía. Cómo será que la palabra griega que origina la idea “monacal” μοναχός [monachos], pasó a significar, la persona que se viste y se comporta diferente para ser el hazme reír de los demás. Estrategias del Malo para alejarnos de la Armonía, de la espiritualidad.

 

Regresemos al examen de la corporación y la incorporación: Quizá lo más importante, es el sentido de fraternidad, de colectividad, de hermandad en la relación, de ser “ladrillos” de la misma “muralla”, no se queda allí encerrada en el “aposento alto” donde llegó el Espíritu en forma de “Lenguas de Fuego” que hacían arder los corazones de los "escuchas" en el Fuego del Amor de Dios. No, ¡este “ardor” los impulsa a salir a anunciar, a proclamar! En el Evangelio, Jesús nos envía. No es un envío cualquiera, es envío de la misma naturaleza que los Envíos de Dios-Padre: καθὼς ἀπέσταλκεν με ὁ πατήρ, καγὼ πέμπω ὑμᾶς. “Como el Padre me ha enviado, así mismo los envío yo” (Jn 20,21ab). No es un regalo hermoso para lucirlo –guardado en la caja original- puesto en una repisa. ¡Esto es para tener muy en cuenta: ¡Se nos da el Espíritu Santo y se nos envía, las dos cosas juntas, en continuidad!


 

Es una idea tradicional, ya recibí el Espíritu Santo, ya tengo la lámina en mi álbum, ahora, guardemos el álbum muy bien, de pronto en “caja fuerte”, y recluyámoslo en el olvido. Y, ¿el Envío?

 

Lo que verdaderamente urge

“La Iglesia está atravesando una época de caos y de crisis. Lo cual no es necesariamente algo malo. La crisis es una oportunidad para crecer, y el caos precede a la Creación… con tal de que (y esta es una importantísima condición) el Espíritu de Dios aletee sobre ella… precisamente en unos momentos en los que la Iglesia se halla en crisis y el mundo experimenta una apremiante necesidad de paz, de desarrollo y de justicia… la casa está ardiendo y se requieren todos los brazos posibles para ayudar a apagar el fuego… Es verdad que la casa está ardiendo. Pero, desdichadamente, muchos de nosotros (tal vez demasiados) no nos sentimos motivados para tratar de apagar el fuego y preferimos ocuparnos de nuestro pequeño mundo y de nuestras pequeñas vidas. Demasiados de nosotros estamos excesivamente ciegos para ver el fuego, porque sólo vemos lo que nos conviene. Y, aun suponiendo que tuviéramos la suficiente motivación y la suficiente vista, muchos de nosotros carecemos de la suficiente energía para combatir el fuego sin desmayar; carecemos de la suficiente sabiduría y capacidad de reflexión para dar con los mejores y más eficaces medios que nos permitan apagar el fuego…. De lo que hoy tiene la Iglesia mayor necesidad no es de una legislación, de una nueva teología, de unas nuevas estructuras ni de una nueva liturgia: todo esto, sin el Espíritu Santo, es como un cadáver sin alma. Lo que necesitamos urgentemente es que alguien nos arranque nuestro corazón de piedra y nos dé un corazón de carne; necesitamos que alguien nos infunda nuevo entusiasmo e inspiración, nuevo valor y vigor espiritual. Necesitamos perseverar en nuestra tarea sin desánimo ni cinismo de ninguna especie, con una nueva fe en el futuro y en los hombres por los que trabajamos. En otras palabras: necesitamos una nueva efusión del Espíritu Santo… el Espíritu Santo no desciende sobre los edificios, sino sobre los hombres; es a los hombres a los que unge, no sus proyectos; es en el alma y en el corazón de los hombres donde habita, no en las modernas máquinas.”[3]

 


Anthony de Mello recordaba, de diversas maneras y en diversos tonos, el peligro del activismo, cuando caemos en las actividades febriles que –quizás apacigüen nuestra conciencia pero que se ejecutan de espaldas a la Gracia, la que nos da el Espíritu Santo.

 

Y bueno, hoy es Pentecostés, la venida del Espíritu Santo, si lo pedimos, si clamamos que se nos dé –nos recuerda también Tony que en Lc 11, 1-13,- nos ha sido prometido por quien tiene verdadera autoridad para prometer; basta que lo pidamos: «Hay cosas que sólo podemos pedir a Dios con la condición “si es tu Voluntad…” Pero en este punto no existe tal condición. El darnos el Espíritu es voluntad clarísima de Dios, su promesa inequívoca.»[4].



[1] 1Co 12, 3

[2] Martini, Carlos María. POR LOS CAMINOS DEL SEÑOR. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá. Colombia. 1995. pp. 228-229

[3] De Mello, Anthony. CONTACTO CON DIOS. Ed Sal terrae Bilbao 1990 pp. 11-13

[4] Ibid p. 17

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