viernes, 5 de mayo de 2023

Viernes de la Cuarta Semana de Pascua



Hch 13, 26-33

Hay dos discursos muy bien estructurados, dos perlas en el Libro de los Hechos de los Apóstoles, muy bien desarrollados. El de Pentecostés (2, 14-36) y este, de la predicación sinagogal en Antioquía de Pisidia (13, 14-43). Bernabé y Pablo, al chocar contra la reticencia y la animadversión de los judíos, que no prestaban oídos, resolvieron dirigirse a los paganos, recogiendo una enseñanza de Isaías: (Is.  49, 6) que los animaba a ir hasta los mismísimos “confines de la tierra”.

 

Podríamos fácilmente detectar las ideas centrales de esta alocución: la “Salvación”, el “perdón de los pecados”, temas muy coherentes para dirigirse al auditorio judío. El enfoque se ha decidido -en orden a ideas propias de este auditorio, que podía llegar a ver en Jesús, al Mesías descendiente del linaje davídico, y como podemos ver, desde el inicio, Pablo se remonta a más atrás, hasta el mismo linaje de Abrahán. En este texto, a los prosélitos se les denomina “los que temen a Dios”.

 

Algo que pone al descubierto este discurso es que los judíos no pudieron descifrar el sentido de las enseñanzas de los profetas que usualmente habían repasado una y otra vez en las Sinagogas los sábados.

 

Volviendo sobre el kerigma se señala en el discurso que Jesús, una vez muerto, fue descolgado de la cruz y conducido el sepulcro, de dónde Dios mismo lo rescató.

 

Después de su Resurrección el Señor se les manifestó en repetidas ocasiones -los que, habiendo venido de Galilea, lo acompañaron en la agonía y la crucifixión y muerte- donde los había emplazado a reunirse, antes de morir.

 

Y, luego, retoma el Salmo 2, citando el verso 7: בְּנִ֥י אַ֑תָּה אֲ֝נִ֗י הַיֹּ֥ום יְלִדְתִּֽיךָ׃ [ban ni at tah ani haw yo um ye lod ti ka] “Tu eres mi hijo, yo te he engendrado hoy”.

 

Sal 2, 6-7. 8-9. 10-11 y 12a.

Hay Salmos (7, por los menos) que se refieren a Dios como el Verdadero y Único Rey. El Sal 2 pertenece a esta categoría. Israel nunca pensó en el rey como dios, en cambio, reconoció en Dios a su Legitimo Rey. Su reinado no tendría fin, y tampoco límites: Su dominio estaba demarcado por los “confines de la tierra”. El presente salmo es un “discurso desde el Trono”.

 

Nos parece tan importante que no podemos evitar repetirlo, que no se trata de una entronización, porque Dios está desde siempre y por siempre entronizado. Sino que se construye -el Salmo-, siguiendo en paralelo, una entronización.

 

Este salmo está conformado por 12 versos. De ellos se toman 6 y medio, para organizar la perícopa que será proclamada. Con ellos se organizan tres estrofas:

 

En la primera se declara que Dios mismo ha delegado su Rey en Sion. Y ha hecho proclamar el reconocimiento de Su Propio Hijo a quien Él ha engendrado, en momento definido.

 

En la segunda estrofa hace entrega de su potestad sobre las diversas “naciones”, ellas entendidas como pueblos, con sus hablas propias y sus culturas determinadas; este Rey, usará su Cetro de Hierro para disolver las fronteras y los límites de pueblo a pueblo, como si hubieran sido delimitaciones hechas con barro cocido. Dios no conoce fronteras, convienen ratificarlo: toda frontera es un capricho humano.

 

En la última estrofa de la perícopa, conmina a los reyes terrenales a plegarse ante el Rey que Él ha designado. Puesto que es “Su Elegido”, llamándolos a la sensatez.

 

Es fundamental entender que aquí no lo ha engendrado porque lo haya puesto en un vientre de mujer, sino porque lo ha sacado del mismísimo seno de la tierra Resucitándolo.

 


Jn 14, 1-6

Existe una suerte de nerviosismo, de inseguridad humana, cuando nosotros no nos cimentamos en el Señor. El camino a seguir, es siempre una encrucijada. Miramos la ruta y sólo alcanzamos a distinguir un gigantesco signo de interrogación.

 

Jesús nos reconforta, nos tranquiliza, nos infunde un ánimo sereno. Él va delante para ir a amoblarnos nuestra residencia eternal. Él ha trazado un proyecto y ha deletreado la historia de nuestra fragilidad para sacar de ella una fortaleza inconmovible. Él es nuestro Alcázar, nuestro Refugio, nuestra Atalaya. No hay que preocuparnos a lo “Tomás” por el mapa o por el GPS. Él es, también nuestra brújula. Dejémonos guiar, Él sabe bien por donde nos lleva, Él sabe bien a dónde hemos de llegar; Él va cuidándonos de los lobos, y no dejará que se pierda ni uno solo de los que el Padre le ha entregado. Sino sólo “el que se había de perder”, el de la traición, el discípulo del Maligno.

 

¡Creamos en Dios y aceptemos a Jesús, su Unigénito! Rey de reyes, Señor de señores.

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