jueves, 4 de mayo de 2023

Jueves de la Cuarta Semana de Pascua



1Cor 15, 1-8

Tal vez no justipreciamos la magna importancia de la Resurrección. “Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe” (1Cor 15, 14). Esta cita está un poco más allá de la perícopa que hoy estamos tratando, pero, nos viene como anillo al dedo y como justificación a su estudio. Si se recorta esta Verdad, nuestra fe queda totalmente invalida e impotente. Si no se acepta la Resurrección, se está diciendo que Dios permitió la Victoria de la injusticia; un poco más y peor de grave, se está diciendo que, a Dios, nosotros no le importamos ni un bledo, que nos creó como un padre-irresponsable, de esos que echan hijos al mundo por el afán de mostrar su poder de engendrar, por su malentendido “machismo”. Creer en Dios es aceptar que Él-es-Justo y que su plan de salvación comprende haber creado, también, las condiciones para construir esa Justicia.

 

En Corintio el tema de la resurrección dividía a los cristianos y a los simpatizantes que iban apareciendo:

a)    Los que decían que es absurdo hablar o pensar en la resurrección: que después de la vida hay nada.

b)    Otros pensaban que el alma es inmortal pero que la materia es un asco, sólo resucitaba lo “espiritual”.

c)     Había una tendencia que creía que sólo iban a resucitar los que estuvieran vivos cuando Jesús volviera, pero que los que ya habían muerto, “muertitos” se iban a quedar.

d)    Para varios, resurrección significaba profesar la religión con mucha fe, pero nada tenía que ver con el futuro tras-mortal.

 

A muchas personas, muy “concretas”, no les gusta tocar el tema. Dicen que de eso no vale la pena hablar, porque de eso “nada sabemos y nada podemos saber”.

 

Sin embargo, hay que decirlo con todas las letras como lo dijera San Pablo -parafraseándolo-: Si la Resurrección no se acepta, es como tener una lancha a la cual le robaron el motor, con ella, sólo flotamos, no vamos a ninguna parte, cuando mucho llegaremos donde nos lleve el capricho del oleaje y de las corrientes líquidas. O, en otras palabras, es una religión -no que ora de rodillas- sino que vive y muere arrodillada, en la más fatal acepción de la palabra. Recordemos que nos arrodillamos conscientes de la Real Majestad de Jesucristo, pero después nos ponemos y nos quedamos de pie para significar que Él nos comparte el regalo de Su Resurrección.

 

En esta perícopa el hagiógrafo hace pie en el kerigma, pero sólo como antecedente, para después elevarse a lo esencial:

1)    Cristo murió por nuestros pecados

2)    Fue sepultado

3)    Resucitó el tercer día.

 

Resucitado, se “apareció” al menos seis veces, como lo nombra el Apóstol de los Gentiles:

1)    Se le apareció a Cefas.

2)    A los Doce,

3)    A más de quinientos hermanos

4)    Después a Santiago

5)    Después a todos los apóstoles

6)    Y, por último, también a San Pablo.

 

Sal 19(18), 2-3. 4-5

Son Sólo 4 versos los que conforman las dos estrofas de la perícopa del Salmo Responsorial de hoy, que es un himno que plantea una lógica supremamente interesante: Dios no sólo ha reglado el mundo físico -con sus asombrosas ecuaciones- sino que también ha reglamentado la vida moral. Los 4 versos se toman de la parte donde se expresa el asombro por la Grandeza Divina plasmado en el orden Cósmico; y, se atribuye a un hagiógrafo distinto del que compuso la segunda parte, la del Dios-moral que reconoce que los preceptos de la Ley son otro regalo de Dios para la vida armónica de su criatura.

 

En la primera estrofa: La sucesión ininterrumpida de días y noches y el vaivén ordenado de los planetas y de todos los cuerpos celestes, dan testimonio del portento de Dios. Y. esos fenómenos naturales, alaban al Señor, y -con el cumplimiento de sus matemáticos designios-, van trasmitiendo entre ellos, el murmullo de la hermosa armonía que Dios les enseñó y les infundió.

 

Nadie escucha palabra alguna, no hay ordenes, ni comandos, ni gritos castrenses, ni semáforos en la naturaleza, pero -cualquiera que se detenga un momento a observarla- no puede menos que quedar atónito ante la concordia de la máquina celeste. Nuestros telescopios, nuestras sondas espaciales, sólo son mudos testigos de la sinfonía universal.

 

Este bando es proclamado por el heraldo universal. Es el “kerigma” del orden natural. Nuestros ojos, y todos nuestros sentidos palidecen de asombro.

 

 

Jn 14, 6-14

Su resurrección no es un tema de futurología, es el hoy de Su Presencia en nuestras vidas.

 

Es sorprendente que, por medio de afirmaciones muy confusas, muy ambiguas, muy densas, Jesús -en el Evangelio Joánico- nos va revelando su perfil, hasta que las piezas muestran una claridad que se alcanza por medio del entretejido de esas frases tupidas y enigmáticas. Todo esto es constitutivo de este Evangelio tan altamente teológico.

 

Hay una sentencia de Carlo María Martini que nos lleva a reflexionar muchísimo: «Si el cristiano se deja llevar por la tristeza y el desánimo, aunque sea desanimo por los propios pecados, sin seguir creyendo en la fuerza de la Resurrección de Cristo, no vive bajo la acción del Espíritu de la Verdad». Jesús nos da una especie de eje, para que todo lo demás pivote en torno suyo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6): Cuando dice camino, no es para trazarlo en un plano, o buscar en él una dirección o la vivienda de alguien, o el Centro Comercial; cuando dice que es la Verdad, no se refiere a la solución a las disputas de los intelectuales, de los conferencistas, de los grandes teóricos; y cuando dice Vida, no hace alusión al resumen final de una conciencia manchada que se presenta ante un tribunal para ser “sentenciada”.

 

Está allí para caminar “sinodalmente” construyendo comunidad, incorporándonos al Cuerpo Místico; está allí para tener certeza y desechar las dudas, y cuando dice Vida está allí para resumir todos nuestros fracasos y desvíos con sus gestos siempre Misericordiosos. No hace que lo malo se convierta en bueno, pero puede vencer toda la maldad junta para demostrar que el tamaño de su Amor es inabarcable, inconmensurable. Él podría perfectamente decir Yo-Soy la Ley que puede Salvar, Ley que no lleva a la condenación; Yo-Soy la Verdad porque soy Trasparencia del Padre; Yo-Soy la Vida, porque Soy-Eterno-Amor.

 

A nosotros -que fuimos creados a Su Imagen y Semejanza-, se nos presenta como boceto general de nuestro propio Yo, para que -muy a pesar de nuestras deformaciones- seamos capaces de calcar lo que podamos; y cualquier matachín que nos resulte, Él lo re-hará, agradable a los Ojos del Padre.

 

No esperemos que nos reproche el largo tiempo que ha pasado a nuestro lado, porque toda nuestra duración terrenal, es para Él, nada más que un parpadeo y Él lo puede convertir en Sonrisa de Dios. Nosotros, después de siglos de teología aún nos cuesta asimilar la presencia Sacramental del Padre en el Hijo. Lo decimos muy rápido, pero baja muy lentamente al corazón.

 

Nos pide creerle, y lo que nos cuesta no es tener fe, sino deshacer el intríngulis que significa “Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí”; se nos dificulta porque en nuestra realidad lo que es continente no puede ser contenido y a la vez, viceversa. No es que sea difícil creerTe, lo que nos parece problemático es entenderTe; pero, en vez de esforzarme, me doy por rendido, y sencillamente lo acepto: “Si tú lo dices, así ha de ser”. Y lo capto envolviéndolo en Amor.

 

No te pido que me muestres el Rostro del Padre, te suplico que me envuelvas en tu Abrazo, que me llenes de tu Luz para continuar tu Obra, y que todos seamos Uno en el propósito de darle continuidad a la Misión. ¡Que me dé cuenta que, si te miro, estoy mirando el Rostro del Padre! Y entonces, procedo a pedir que me empaques en Tu Amor, y como Dios es Amor, lograré contener lo incontenible de tu Misericordia.  Lo pido en Tu Santísimo Nombre. ¡Nombre sobre todo nombre!

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