martes, 23 de mayo de 2023

Martes de la Séptima Semana de Pascua



Hch 20, 17-27

Pablo iba rumbo a Jerusalén, donde esperaba llegar para Pentecostés. Parece ser que en Éfeso, a pesar de haber desarrollado una importante labor evangelizadora, y de haber dejado sentada una Iglesia numerosa, quedaron sectores resentidos, que veían en él, una especie de amenaza, contra el culto a Artemisa, que era la diosa pagana por excelencia de aquella ciudad (recordemos que allí estaba una de las 7 maravillas del mundo antiguo, que era precisamente el Templo de Diana en Éfeso, Diana fue el nombre que los romanos dieron a Artemisa, la diosa griega) -que simbolizaba la fertilidad, razón por la cual era representada con muchas ubres- y, muy seguramente el gremio artesano que usufructuaba del comercio con estatuillas y reliquias de ese culto, lo veían con muy malos ojos, razón por la cual, estando en su ruta, evita llegarse hasta allí.

 

Convoca pues a los presbíteros en Mileto (ciudad relativamente cercana, separada por unos 48 Km), y les dirige su discurso de despedida -con el cual se pone término a la labor de San Pablo en Asía- donde hace un repaso de su labor, señalando que su consciencia está limpia, en el sentido de haberles entregado todo cuanto el Señor le había encomendado trasmitirles. El marco de esta alocución, lo señala el propio apóstol, es la humildad, las lágrimas, y el recuerdo de las muchas conjuras que los judíos le opusieron.

 

Señala que su misión ha consistido en dirigirse indiscriminadamente a judíos y griegos, para llamarlos a la conversión hacia Jesucristo. Les muestra que -va camino de Jerusalén- encadenado por el Espíritu, que le va mostrando, conforme avanza, que lo que le aguarda no es para nada placentero, sino puros sufrimientos.

 

Compara su vida con una carrera atlética, cuya meta consiste en ser coherente con la herencia que el Señor Jesús quiso donarle: el Testimonio de la Gracia inquebrantable de la Buena Nueva. Concluye su discurso señalándoles que ya no volverán a verlo, habiéndoles exhibido enteramente el Plan de Dios, porque él no ὑπεστειλάμην [upesteilamen] del verbo ὑποστέλλω hizo “acomodos”, no “maquilló”, no se “deslizó sigiloso, arrastrándose entre los rincones”, no “rebajó el alcance, para poder meter gato por liebre”, sino que les entregó -por entero- el “Plan Inmutable de Dios”, el “Designio Eterno”. ¡Misión cumplida!

 

Sal 68(67), 10-11. 20-21

Se insiste con este salmo Real, que hemos venido proclamando desde el viernes pasado, y con el cual insistiremos hasta este jueves venidero. Hoy se han configurado dos estrofas con los cuatro versos que se tomaron, de los 35 que componen el Sal 68(67).

 

Dios ofreció una tierra que “mana leche y miel”, aquí el Salmista alaba la deferencia de Dios que les dio tregua, con una lluvia abundante, dándoles refugio en una tierra dispuesta para albergar a los לֶעָנִ֣י [leani] deriva de עָנִי [ani] “pobres”, “humildes”. “afligidos”.

 

Y, en la segunda estrofa: nos exhorta a practicar con asiduidad la gratitud, teniendo siempre en mente que Dios nos alivia y nos ayuda a llevar nuestras cargas, en las duras, extiende su Mano salvadora y cuando la amenaza es “mortal”. Él nos preserva.

 

El responsorio sigue apelando a los reyes de la tierra para que se unan con sus cantos de alabanza a Dios. No olvidemos que todo el Salmo se canta en tono de Teruah, en clave de dicha y alegría agradecidas.

 

Jn 17, 1-11a

Para que crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengan vida en Su Nombre.

Jn20,31


 

Hoy entramos al capítulo 17 del cual nos ocuparemos estos tres días, hasta el jueves, dando espacio al capítulo 21, el de “la pesca milagrosa”, relato post-pascual que nos sintetiza la experiencia de la joven Iglesia, del cual veremos -entre viernes y sábado-, una perícopa de 11 versos repartidos entre las dos jornadas.

 

El capítulo 17 nos trae la que denominamos la oración sacerdotal, que, se podría decir que es el Padre Nuestro en el Evangelio joánico. Hoy tenemos una especie de preámbulo, este Padre Nuestro no va a empezar con una petición de que les enseñe el camino de la Oración. Va a plantear la llegada de la Hora. La Hora Hermosa, la Hora Anhelada, -habría que poner ahora signos de admiración, como mínimo, no es la hora en que Él vaya a instaurar la gloria de su Poderío, sino la Hora en la que se verá, muy a pesar y muy a contra hilo de las expectativas, el significado profundo de esta Gloria por vía dolorosa, llevando la Kénosis hasta el límite de invertir toda la escala valorativa tradicional. En el Padre Nuestro que solemos recitar va por delante la Glorificación de Dios, todo encuentra su sentido en la glorificación de YHWH, “que está en el Cielo”. Pero aquí la glorificación es transitiva, no se Glorifica directamente sino a través de la Glorificación de su Plenipotenciario: ¡Esa es la Gloria! Su Hijo, Su Amado del Alma, será glorificado y esa Gloria recaerá por entero en el Padre, que no sólo Glorifica, sino que le da a los que somos los destinatarios de tanta Bondad, de Ese Amor-Tan-Grande. Esa Glorificación Descomunal e Inenarrable, no es para adornar su Trono, donde no caben adornos, sino que es nuestro Beneficio. La Gloria pedida es la densidad total de la persona, la Gloria del Padre y la del Hijo, son Palabra de Divina-Majestad. Estamos para conocerlo a Él, que no deja de ser un conocer intelectual, pero que, además, es un conocimiento experiencial. No es que debamos abandonar nuestra capacidad mental de acercarnos, sino que también -añadido a lo poco que alcanzamos a conjeturar con nuestro “entender”, hemos da experimentar -principalmente- nuestra consciencia permanente de “estar con Él” y marchar a Su lado.

 

No se queja de nosotros para nada. No reprocha nuestra pesadez de corazón, no saca a relucir que nuestra nuca es inflexible para rendir Tributo de Adoración, para nada lamenta que haya tenido que adornar su pedagogía especialmente con paciencia frente a nuestra lentitud: en cambio informa a su Padre, que “hemos guardado la Palabra”.

 

Sabe que, en medio de nuestras confusiones y miedos, en nuestro corazón habita la certeza de lo que Jesús nos ha mostrado ampliamente:  que Jesús, “salió”, “procede de”, “se ha desprendido del” Padre. Que aun cuando nuestro pensamiento esta abarrotado de torpeza y somnolencia alcanzamos a intuir que Él es “consustancial” con el Padre.

 

Jesús ruega, entonces- a su padre por nosotros (en el otro Padre Nuestro se dice “perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden), aquí Jesús le ruega al padre por nosotros porque nosotros somos sus Amados, los que el Padre le entregó al Hijo: se interesa por dejarnos blindados porque Él ya va a pasar al Padre, en cambio nosotros, nos quedamos en el mundo.

 

Hay un enfoque que nos da San Juan en el verso 11, que nos muestra que este es un mensaje post-pascual, que es un discurso del Resucitado que el Evangelista ha insertado aquí, es cuando dice. καὶ οὐκέτι εἰμὶ ἐν τῷ κόσμῳ [Kai ouketi eimi en to kosmo] “Yo ya no estoy en el mundo” (Jn 17, 11a).  

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