sábado, 6 de mayo de 2023

CAMINO VERDAD Y VIDA

 


Hch 6, 1-7; Sal 32, 1-2. 4-5. 18-19; 1Pe 2, 4-9; Jn 14, 1-12

 

La fe es el más potente ansiolítico, así como la desconfianza es el más potente generador de ansiedad.

Silvano Fausti

 

Que tu amor, Señor, esté sobre nosotros, como nuestra esperanza está en ti.

Paul Claudel

 



A manera de preludio, quisiera proponer la siguiente idea de Bonhoffer: «Cristo no crea en nosotros un tipo de hombre, sino un hombre. No es el acto religioso quien hace que el cristiano lo sea, sino su participación en el sufrimiento de Dios en la vida del mundo. Esta es la metanoia: no comenzar pensando en las propias miserias, problemas, pecados y angustias, sino dejarse arrastrar al camino de Jesucristo, al acontecimiento mesiánico, para que así se cumpla Is 53.»[1] Nos referimos con mucha frecuencia a Jesús como Señor de la historia para referirnos al paso que da Dios de la dimensión kairótica, a la nuestra: No se queda allá “arriba” mirándonos como quien disfruta de un teatro de marionetas. Se dice fácil, pero nos cuesta entender y vivir todo ese paso: el “abajamiento”, su “solidaridad” con el ser humano, la “cruz”, su “muerte”, el “sacrificio” de su propio Hijo –que sí se lee con cuidado significa, ni más ni menos, que el Propio Sacrificio- porque si no hay amor más grande…. “que dar la vida por los amigos.” (Jn 15, 13), tampoco hay dolor más grande que el ver sufrir al Hijo-Propio; quien haya visto sufrir a un hijo, entenderá. Venimos de ver (en el IV Dominga de Pascua) la centralidad de la Cruz para el Pastor; y pasamos a ver, en este V Domingo de Pascua, la centralidad del Pastor en la metanoia de cada una de sus “ovejas”.

 

Él es el Norte, el Centro y el Eje

La centralidad de Jesús, su importancia como eje existencial, el hecho de ser respuesta a todas nuestras preguntas es esencia y fundamento de nuestra fe. Y sin embargo, “importancia” y “centralidad” tienen que ser explicados y entendidos para que signifiquen algo, para que sea –más que una frase de cajón o una fórmula verbal que pretende decirlo todo y no dice nada- un eje práctico, aplicable, orientador, para que ser cristiano sea un llenar de sentido lo que de otra manera es un sin-sentido. En los momentos cruciales de nuestra vida –como ahora, y es que todo momento de la historia de cada persona es crucial- cobra protagonismo la urgencia de entender cómo Jesús es el eje, meta, modelo y respuesta de los grandes interrogantes que la vida nos plantea.


 

Jesús es importante porque Él es Camino, Verdad y Vida. Jesús es una forma de vida, Jesús es inspiración para superar el gran vacío del “individualismo”. Jesús nos articula con los más cercanos, con nuestros prójimos, superando la abstracción del humanismo que idealiza al “Hombre” pero trata con desprecio y hasta con crueldad al ser de carne y hueso, que está allí con nosotros, vive y sufre a nuestro lado, ese que no siempre colma nuestras expectativas, especialmente porque no es como nos lo imaginamos. Jesús nos muestra su cercanía, su aprobación, por el hombre con su lepra, con sus vicios y “pecados”, no nos habla de un hombre perfumado, emperifollado, nos habla de pescadores, de “funcionarios” estatales que recaudan impuestos, de prostitutas, de seres capaces de “traición”, en fin, escoge como última compañía, la de bandidos y muere a su lado. Y, sin embargo, todo lo ha hecho y todo lo ha apostado, precisamente por ellos. «Khalil Gibran escribe en el profeta: “A menudo escucho que os referís al hombre que comete un delito como si él no fuera uno de vosotros, como si fuera un extraño y un intruso en vuestro mundo. Más yo os digo que de igual forma que el más santo y el más justo no pueden elevarse por encima de lo más sublime que existe en cada uno de vosotros, tampoco el débil y el malvado puede caer más bajo de lo más bajo que existe en cada uno de vosotros”.»[2] Viene al caso tenerlo muy presente porque sobre esa potencialidad, tanto para el bien como para el mal, duerme nuestra solidaridad humana, que es la raíz de la fraternidad; aún el más “monstruoso pecador” lleva en sus venas algo de nuestra sangre, esa genética que nos enlaza como hermanos, misma genética –que a pesar de todo- nos permite, llegado el caso, decir Abba, dirigiéndonos a nuestro Creador y Amantísimo Padre, que no tiene hijos de primera y segunda clase, que no conoce la palabra privilegio,… sino que hace llover sobre justos e injustos Mt 5,45.

 

Jesús nos propone, sin embargo, un proyecto no cerrado sobre esos cercanos, su propuesta no es ni exclusivista ni excluyente; no se conforma dentro de los límites de la cercanía; se abre, propone llegar más allá, ir donde otros, donde los diferentes, porque tienen otro idioma, quizás otra manera de vestir y de pensar, hábitos y costumbres diferentes. Pero su propuesta es “Llevar la Buena Noticia (εὐαγγέλιον) a todas las criaturas”; no se limita a un pueblo, ni a una raza, su amplitud es la de los brazos abiertos, la de la acogida al que es “diferente”, por todos los rincones del mundo (κόσμον). Es una propuesta católica (léase universal).

 

El da su vida, su propia vida para que nosotros tengamos vida, se entrega, sin guardarse nada. Su generosidad no da lugar a “cajas fuertes”, no escatima, no reserva nada, no se guarda, no esconde, ni acapara, supera con creces todo egoísmo, toda avaricia. Se da, se entrega. Y, precisamente da su vida para que nosotros tengamos vida, no cualquier clase de vida, sino vida a manos llenas, vida pletórica, plena y plenificada. La que Él nos propone es una vida abundante, sin menoscabos. “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Jn 10, 10b). Entrega la propia para comunicar vida a los demás; para que los demás puedan gozar de la felicidad de estar vivos. Hasta el extremo de dar, no una vida provisional, sino dar la vida con continuidad ilimitada, la vida eterna. Por eso, decimos sobre Él, que ha vencido sobre la muerte y que la muerte ya no tiene dominio sobre Él cfr. (Rm 6, 9). Comiendo su carne y bebiendo su sangre, adquirimos vida nueva y participamos en la Resurrección (cfr. Jn 6, 54).

 

Él es “la Verdad”, pero una vez más, nada de abstractos. No es ni un tratado de filosofía, ni un diccionario, ni una enciclopedia. Ni siquiera escribió por su puño y letra alguna obra. Él se auto-propone –porque el Padre nos lo ha propuesto- como desciframiento de todos los enigmas, como contestación a los interrogantes, como norte en nuestro mapa. Sus acciones nos permiten formular decisiones para nuestro quehacer vital-existencial.  Su verdad es tal que nosotros -al obrar- podemos lícitamente preguntarnos cómo lo habría hecho Él o qué habría hecho en tal o cual situación, y sin dudarlo, proceder con el mismo estilo, con estilo Crístico.


 

Sin embargo, pensar y decidir según la manera de Jesucristo tiene un condicionante: Habernos compenetrado con Él, lo que logramos sencillamente por medio de un doble ejercicio a) la lectura y meditación muy frecuente de la Sagrada Escritura, meditación que no es un ejercicio de solo yo existo, de leer e interpretar según mi gusto, mi capricho, mi modo de ver y entender; ¡no!, se trata de procurar una lectura comunitaria, con el apoyo de un grupo Bíblico, de un sacerdote, de tu párroco, de un catequista debidamente preparado; y, b) rogar al Espíritu Santo para que me conduzca, me ilumine, me regale para esa lectura el Don de la Sabiduría.

 

Si adoptamos otra forma de leer puede llegar a ser, inclusive, peligrosa, desorientadora, más malo el remedio que la propia enfermedad. Lecturas solitarias –en vez de conducirnos por la vía salvífica- pueden sentenciarnos, definitivamente, al extravío. Y no olvidemos nunca que los documentos más confiables para conocer a Jesús son los Evangelios y el Nuevo Testamento integro, que nos habla de Él, aun en forma indirecta, mencionando lo que sus discípulos vieron y compartieron, y que Él les enseñó.

 

…que sea capaz de salir de mi cascarón

Jesús conquistó la vida eterna, no para sí mismo, porque Él ya la poseía desde toda la eternidad; la consiguió para nosotros, para compartirla. Así es todo lo de Dios, Quien nada necesita puesto que es el Dueño de todo y de nada carece, pero todo lo que tiene lo dona, Dios es generosidad, es abundancia, es plenitud.


 

Así nos incorpora en Sí, nos rescata y nos une a Él, nuestras vidas pasan a ser vida en Él, nuestro ser se hace célula de su Cuerpo Místico. Él es –para seguir una comparación arquitectónica- la piedra angular, pero nosotros tenemos la oportunidad de entrar a formar parte de ese Edificio-Viviente, pasando a ser Piedras vivas.

 

«Señor, Dios, que vienes a mí,

concédeme la gracia de sentirme y de vivir

como piedra viva de tu santo templo.

Concédeme la voluntad

de tomar parte en la vida de tu Iglesia

para caminar junto a ti y a mis hermanos

sin inútiles nostalgias

y con los ojos bien abiertos hacía el futuro.

 

Concédeme, Señor, la fuerza

para salir cada día de mi cascarón

para estar presente y participar activamente

donde se crea la vida,

donde se concretiza el amor,

donde se construye el camino de la libertad,

donde se ensancha el espacio de la justicia,

donde se hacen brillar hasta las migajas de la verdad,

donde se engrandecen

las habitaciones de la esperanza, de tal manera que contribuya

al nacimiento de un mundo unido

como Tú estás unido al Padre y al Espíritu Santo,

como Tú estás unido a cada uno de nosotros,

sin importar que estemos dispersos por el mundo.

Amén.[3]

 

Poder andar por ese Camino es un Misericordioso Regalo de Dios, una Gracia: ¡Bendito Dios, cuya Misericordia llena la tierra!

 



[1] Bonhoeffer, Dietrich. PARTICIPAR EN EL SUFRIMIENTO DE DIOS EN UN MUNDO SIN DIOS https://usuaris.tinet.cat/fqi_sp04/bonho2_sp.htm#text23

[2] Citado por Vallés, Carlos G. sj. SIGLO NUEVO, VIDA NUEVA EL MILENIO DE LA ESPERANZA. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá-Colombia 1999 p. 139

[3] Dini, Averardo. EL EVANGELIO SE HACE ORACIÓN T. 1. Ciclo A. p. 43

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